viernes, 10 de junio de 2022

Una asistente cansada.

 





 








Es para desternillarse,

en la consulta médica.

Después de prórroga inerte,

en consultorio aparente

y citarlo por pantalla,

desde un circuito cerrado.

 

Dónde tramita y vigila,

con la visión de un buen cine.

Colgante desde aquel techo,

publica números raros

indicando la secuencia,

de las visitas pendientes

componiendo unos guarismos

de notación muy extraña.

 

Con música se acompaña

la aparición de la cifra,

que corresponde a la entrada

suministrada al llegar,

por una tele asistencia,

que te indica tu lugar.

Aguardando aquel momento

solita te ha de informar

anunciándole al sufrido

que puede cruzar la puerta

de aquel longevo pasillo

donde lo visitaran.


El crónico se levanta

y cumple su requisito.

La vicaria no se excede

y así sigue reposando,

de su fatiga en consulta,

y en una tregua, pregunta,

al asustado paciente.

Mirando muy de soslayo

y sin querer levantarse

de la butaca acolchada;

que interroga meramente.

  

Cuantos gramos le soportan,

le pregunta al enfermito,

por no llamarle gordito,

y así interpela capciosa,

sin mirarle ni a los ojos,

indicándole por señas

tome asiento en aquel córner.

Mientras espera respuesta

desde su silla girada

para evitar la contagie

tras su antifaz resguardada.

 

Tras aquella recepción

altera al buen equilibrio,

del usual y espantadizo,

que nervioso se indignaba

al ver la poca asistencia

que mostraba sosegada,

la enfermera y encargada.

Al no querer molestarse

en medir al espantado.

 

Controlar como Dios manda,

al enfermo disgustado.

En la báscula del fondo,

romana que espera al lado,

con su propio mecanismo,

modelo para asistirle

incluso para medirle.

Detalle del que prescinde

para mirar su contorno

calcularlo de otro modo,

más cómodo y placentero

y que anota con esmero

a ojo de buen cubero,

que es como esta pasante,

visita a cualquier enfermo.

 

No hace mucho en mi ventana

salía a cantarles nanas,

en tiempos no tan lejanos

que todos recordaremos,

y cuantos lo merecían.

Dato que sigo creyendo,

y agradecido y eterno,

reconoceré su gesta,

y son los que lo merecen,

por brindarles con honor

su dedicación humana.

 

Por lo visto esta asistente,

tuvo una tarde nefasta,

no le hacen gracias las chanzas

atendiendo a sus enfermos

sin levantar el tasajo

y en vez de hacer su trabajo

sigue así de reposada.

 

Aviso a quien corresponda

y no lo tomen a guasa,

rescaten de las consultas

a las no profesionales.

Porque entre visitas guiadas,

atrasos no computables,

errores que se comenten,

funcionarios enchufados,

con citas en la distancia,

por teléfono, y sin fondo,

consiguen de los pacientes

la incredulidad patente

que muestran sin más antojo   

 

Al final los hospitales

serán tristes carcajadas

repletos de enfermedades.

Sanatorios para ricos

y gente considerada.

















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