lunes, 4 de abril de 2022

Una verdad, a medias

 



Érase una vez una niña muy observadora, inteligente, y simpática. Estaba educada, como lo suelen estar en el tiempo en que vivimos. Muy diferente a la preparación que se daba en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.

Harta de escuchar cuentos irreales explicados por los ancianos de la casa, decidió, al notar ciertas discrepancias entre los componentes de la casta, saber de las historias reales que en aquella familia habían precedido.

Entablando con su abuelo predilecto una especie de recóndito, para ir descubriendo los desmanes que habían pasado en aquella estirpe.

Desdichas que nadie afrontaba, por la dureza y el estupor que contenían, verdades que habían sucedido antaño y estaban a punto de caducar.

Así convenció al abuelo para que fuera él, actor de aquellos cuentos o vivencias y que, de ese modo, narrara con la precisión de su verdad, aquella historia oculta, que llevaba en su cabeza desde que tenía uso de razón.

Con la seguridad y la certeza, que el abuelo cambiaría su relato y dejara de referir mentiras dentro de unos cuentos irreales, que nadie se los creía.

Aquel veterano, poco proclive y no demasiado convencido, en airear bajezas vividas, engañó a la nieta, por no desairarla. Mencionó la historia, de un modo irreal. Teatralizando las experiencias, quitándole el rigor y realidad, maldad que escondida pretendía mantenerla ignota.

Una vez acomodado y dispuesto a dar inicio al episodio inicial, la nieta se levantó del lugar que ocupaba y fue a acomodarse próxima y cercana, haciéndole una cordial caricia, en el momento que comenzaba la confesión.

 <La mamá de Manuel, tenía otro hijo menor, que lo bautizaron con el nombre de Rafael. Se llevaban poco tiempo y ambos fueron muy queridos por sus padres y demás familia. Asistieron al colegio del barrio, en sus inicios, disfrutando de la alegría de la infancia. Cada cual iba formándose, tomando gusto por sus preferencias y asimilando su incidencia. Sus papás jamás hicieron la menor distinción entre ellos, y fueron criados de igual forma. Con una educación férrea para los dos, sin discusiones por no haber diferencias. Abordando con interés las dificultades, que iban surgiendo.

Cada hermano vivía con sus emociones y discrepancias, las que quedaban en aquel baúl impenetrable de cada cual, sin ser atendidas ni resueltas. Allegados distintos, que se diferenciaban por carácter, y personalidad.

Pronto aquella niña observó que su abuelo mentía, por los reflejos del lenguaje corporal y todas las excusas que presentaba en la locución. El cuento se inició con un mensaje real y seguro, y pronto lo adecuó a lo fácil. Mintiendo, para no verse metido en líos ni verse obligado al rigor de la certidumbre>.

Deteniendo aquella narración, de inmediato.

Por la falta de interés que mostró la niña, al ver que no coincidían las efemérides.

Con mucha gracia y esmero, supo frenar al abuelo en su historia, dejándole fuera de todo compromiso.

El tiempo pasó y aquellos relatos jamás se volvieron a suscitar. Siendo aquella estirpe un grupo enemistado de personas, mal avenidas y desencantadas.

Anidando envidias y desazones que jamás se erradicarían.

Pasaron cinco años y un día el abuelo, enfermo, citó a su nieta para explicarle algo que les había quedado aplazado en una ocasión, que ambos recordaban.

Referencias que quedaron diferidas por su falta de valor y de claridad.

Una tarde la mandó llamar con urgencia. Tenía el tiempo justo para declarar la verdad, aquella que en su tiempo quedó incompleta.

Tomó asiento al lado de su yayo y este, sin enmendar explicación alguna, como si ambos supieran de que iba aquella confesión comenzó a decir.

<Un detalle sobresaliente, que les diferenciaba entre ellos, era la voluntad para aprender y procurar ser mejor, poder corregir errores. La dedicación al gran compromiso y el poder de seducción.  A Manuel, le gustaba trabajarse los sueños y tener compromisos, y Rafael prefería se lo hicieran todo, se lo regalaran, o dejar de poseerlo con tal de no cansarse>

 

El silencio absoluto reinó, apagándose las palabras súbitamente. Dejando aquella historia a mitad de ser conocida.

Cuando la niña, transformada en señorita se levantó de la butaca donde escuchaba a su abuelo, ya no pudo hacer nada.

Le cerró los párpados y se imaginó perfectamente los motivos por los cuales aquella familia no se trataba.








 


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