martes, 1 de septiembre de 2020

A todo le llamamos destino

 


Con la de prosperidad que se había respirado en el pueblo en los años treinta, que por tener, hasta Juzgado de Primera Instancia tenía. No le faltaba a la villa de nada. Incluyendo el ambiente de abundancia que se respiraba. No escaseaba absolutamente nada de lo necesario, y muchos pueblos de alrededor, para gestionar sus compromisos, tenían que desplazarse hasta aquí. El banco nacional, el médico, la Asociación del Casino, el Cabaret, entonces llamado La Casa del Lenocinio, y la farmacia regentada por Serapio, el amigo servicial que vivía en la calle Mayor.

Desde el final de la guerra hasta nuestros días. Todo se ha venido abajo, hemos ido perdiendo a los jóvenes y ahora, no hay casi gente, los pocos que quedamos somos viejos, y claro si no hay trabajo la gente, se va a la gran ciudad. Motivos sobran para explicarlo, la falta de trabajo es ausencia de prosperidad y de independencia económica. Esas máximas le decía Fernando a su nieto Aaron, haciendo un poco de su historia vivida y un poco decepcionado por como habían actuado, dos de sus tres hijos.

Conversaba, presumiendo en conocer las carencias que comenzaban a ser notables en aquella localidad—Si no fuera por éstos, que vienen comprando casas viejas—expresó de una forma despectiva, Fernando—y las reforman, para venir los fines de semana y dedicarlas a segundas residencias. ¿No sé yo! De qué viviríamos—manifestaba Fernando a Aaron, que les había visitado por Semana Santa, procedente de una de las ciudades más punteras del país.

Con su carrera de periodismo, recién acabada, y con un ansia inusitada en buscarse una historia fenomenal, que al volver de donde venía fuera el punto de partida como investigador naturalista, narrador de cuentos de ultratumba o quizás, reafirmarse en su editorial y dejar la sección de publicación de necrológicas y pasar a ser titular como corresponsal en cualquier país extranjero.

Una vez había consumido sus tardes detrás de su abuelo, y sacale toda la historia que sus recuerdos reservaban, quiso averiguar aquello que su padre, siempre le había ocultado y cada vez que Aaron; se interesaba por esos detalles familiares, sin darle continuidad, ni contestar.

Derivando hacia otros derroteros la incógnita, sin darle la más mínima explicación. Mutando el interés por aclarar conceptos.

Abuelo, nadie me destapa los motivos por los cuales mi padre dejó el pueblo, con la de posibilidades que tenía, según todos cuentan. No sé, en qué se basan, pero, quiera asimilar la verdad, y la de ventajas venidas por tu herencia, posesiones y patrimonio.

¿No te ha referido nada tu padre, en todos estos años?—le preguntó el abuelo.

A la vez que se miraba a Aaron de forma apenada. Viendo que esa familia, se deshacía fuera de las fronteras del pueblo.

¡Pues no! Cada vez que le toco el tema a padre, parece que no quiera contestarme y creo que merezco una explicación, primero por ser su hijo y después porque no lo llego a entender.

Tu padre—le instó. Jamás se enfrentó conmigo, ni yo tengo ninguna clase de rencor con él. Es mi hijo y respeto sin chistar, tras la decisión que tomó. Extraña, dado en un hombre, que preparado con estudios no estaba, pero tampoco le agradaba trabajar el campo. Ni aceptaba gobernar la granja de gorrinos, que mantenemos con unas ganancias importantes desde hace sesenta años.


Tu abuela, aún está esperando que vuelva y creo que no lo hace por orgullo—Dejó la verba, Fernando y tomó aire, para proseguir—Después del acto de presentación de la Reina de aquel año, junto a su novia de toda la vida. Que aquel año la Coronaron como Reina.

Vimos que sufría un cambio de proceder, que no era grave, debido a la juventud.

Ya prometidos formalmente en el año de su mayoría de edad, transcurrió algún tiempo de alegrías, fiestas, <idas y venidas en la peña, con muchas risas y promesas, cuando se marchó al ejercito, a la “mili”.

Cuando lo licenciaron ya no vino a ocupar su lugar en el pueblo. Se presentó a decirnos, que quería empezar su propia vida en la ciudad, romper con su chica y huir. Se colocó en una cadena de montaje de accesorios de una empresa Multinacional de autos y allí permaneció.

Después nos enteramos que se casaba con tu madre y como sabes aquello no fue duradero. Tras el bodorrio que se montó en la orilla de la playa.

Podemos dar gracias—y no se lo digas—que de vez en cuando nos viene a ver. Tenemos una relación buena, un tanto discreta y pidiéndole al cielo, que después de cuarenta y tantos años, vuelva a casa, aunque sea en el tiempo del turrón, para quedarse definitivamente tras su jubilación.






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