domingo, 5 de marzo de 2017

La residencia, no da la felicidad


Norberto no había vivido hasta este momento, una situación como la que se suscitó aquel viernes, se encaminaba pensando en sus tribulaciones y con gana de quitarse de encima aquel sufrimiento sin pensar en futuras repercusiones, encontrar la salida menos costosa y a la vez justificada para todas las partes de la familia, ya que el joven, siempre se encontraba dentro de todos los pasteles, aunque no fueran dulces.

Aparcó su coche y miró a su alrededor, nadie le observaba, se sentía culpable de un delito, que de algún modo él mismo había provocado, o por lo menos incitado para que la situación de hiciera inaguantable. La gente no se fijaba en él, ni siquiera por la hora tan poco acostumbrada en que visitaba el edificio, ni siquiera podían saber la intención que le llevaba frente al portal de aquel barrio.

El sol calentaba medianamente, con gesto decidido desconectó el motor del auto una vez aparcado frente al portal 11 y salió del vehículo.

Mientras, sin querer analizaba sus remordimientos, sintiéndose culpable de la parte que le correspondía que no era poca, en aquella faena, que ahora, sin poder dar marcha atrás, iba sufriendo. Dándole mucha pena y quizás imaginando que no acertaba, por lo tanto, de una manera sutil se inhibía y trataba de ocupar la cabeza en cosas varias, que le descargaran en lo posible las compunciones, que sin dudar alguna le quedarían para siempre en su depósito de recuerdos.

La mirada se escapa al horizonte, y llenó los pulmones con aire renovado, la americana que vestía azul marino, estaba colgada en un principio en la trasera del auto, y ahora se la ajustaba para sentirse vestido y algo más arropado, en aquella desnudez tan aguda que sufría.

Junto a la chaqueta, la bolsa que en la mañana había dejado y que ahora una vez decidido y en marcha, las volvía a usar.

Encaminó sus pasos hacia el soportal, la puerta no le impidió su franqueo, ya que se cruzó en el pasillo con una joven que salía en ese momento del vestíbulo. Al ir a pulsar el timbre de la casa, súbito se escuchó que desde arriba lo habían visto y le abrían desde el automático de la vivienda, desbloqueando el acceso y dando vía libre a Norberto a cruzar aquel pasillo. A medida que iba subiendo la escalera, notaba un jadeo poco común en su respirar, pudiendo ser también por la marcha rápida que siempre imprimía en sus ascensos para acortar el tiempo. La puerta del cuarto tercera, estaba abierta sin nadie que franqueara el saludo ni el acceso libre en la entrada. Al acceder a la vivienda, fue recibido por Edith, que con un beso al aire le daba la bienvenida, introduciéndose al salón de aquella morada, ella desapareció en una de las habitaciones del pasillo de la derecha.

Depositó lo que llevaba en las manos, sobre la mesa accesoria, del lugar y preguntó pretendiendo escuchar alguna frase agradable.

__ ¡Hola, hay alguien por ahí escondida! __ no hubo respuesta, los pasos que escuchaba procedían del vestíbulo interno, viendo aparecer un cuerpo pesado y apesadumbrado, sin contemplación fija y sin intención de mirar a nadie a los ojos. Saludó de nuevo un tanto gracioso y se acercó a besarla__ Como estás, ¿preparada para tu nuevo destino? _, acto seguido tomó asiento, preguntando de nuevo interesado por cosas intranscendentes, tratando de distraer.

__ No me vas a decir nada, ni siquiera algún reproche.

__ ¡Qué quieres que te diga!, si ya lo habéis decido entre mis hijas y tú.

__ Es lo mejor para ti, estarás más acompañada y cuidada.

__ Por lo menos, no molestaré a nadie y menos a ellas, que me quieren tanto.

__ No digas eso, que no es así. Sola no puedes estar tantas horas del día.

No se prolongó más aquella charla que comenzaba a ser inquietante, indicando Norberto, __: nos hemos de preparar que el tiempo apremia y es la hora indicada. Edith, ya había recogido los enseres de su madre, y apareció con cara de pocos festejos, sugiriendo que todo estaba dispuesto para la marcha.

Todos se dirigieron hacia el portal, bajando de nuevo por aquella escalinata tan pendiente del edificio, procurando no tropezar, ni que se diera un accidente fortuito, tan solo una variante que llevaba a cuestas, una gran bolsa, que contenía objetos personales y ropa como para pasar quien fuera, una temporada fuera del domicilio.

Aquel ingreso comenzaba a hacerse efectivo, a pesar de que nunca se creyó pudiera realizarse. Una vez acomodadas madre e hija en el auto, ambas en los acomodos traseros, arrancó el motor del coche.

No se oía más que el rugir del motor y a pesar de hacer alguna pregunta solo hay monosílabos como respuestas. Sin mucha velocidad y tras un breve paseo por la ciudad, llegan a la residencia.

Cuando se percata Norberto y Edith, estaban pulsando el zumbador de la puerta de acceso, que sin más se abre frente a ellos, comenzando a penetrar y todo aquel que está sentado tomando el fresco, como aquellos que desde las amplias cristaleras les divisan, se deben preguntar si se trata de otra afiliación o quizás otro abandono.

Norberto miró su reloj con remordimiento, para ver la fecha que sería recordada por él, para siempre jamás. Se apartó la manga de su americana y camisa y quedó constatado el momento, las trece treinta horas del 31 de mayo del año 1996.

Siendo un día precioso en cuanto a la climatología, los rigores del sol comenzaban notarse, cuando menos para los que van con su corbata anudada en el cuello.

__<< creo que estoy sudando>>__ notó Norberto, nervioso y alterado, __<< sintiendo un resbalar de su propia sudoración, fría, más bien helada descendiendo por su espalda>>__. El celador llama por teléfono y hace unas preguntas y da una serie de datos con referencia al inminente ingreso en el geriátrico, para que se presenten a atenderles.

No se hacen de rogar demasiado, y aparece una monja vestida de blanco, con dentadura postiza y poco sujeta. No demasiado esmerilada, que con cariño se dirige hacia la abuela y le pregunta__: cómo se llama usted amiga. Ella contesta sin demasiadas ganas de hacerlo y de manera poco inteligible__; me llaman Nazaret.

la religiosa que no ha entendido el nombre, prosigue facilitando el suyo__: a mí me llaman Sor Manuela; queriendo ser amable y haciendo el interrogatorio propio de romper un hielo francamente duro.

__: ¿De dónde eres? __ se oye otra respuesta confusa, afirmando su ciudad de nacimiento __ soy de Sevilla__, la conversación iniciada y obligada por la monja, continúa ya por sus propios fueros.

__ Aquí casi todas las religiosas, somos extranjeras__ sin recibir respuesta, inmediata pero sí a los pocos segundos y ya habiéndole hecho un par de caricias a Nazaret por parte de sor Manuela, contesta y cogidas del brazo ambas, se dirigen al ascensor que las llevará hasta la primera planta.

Norberto las persigue un par de pasos retrasados.

En el centro la abuela, a la izquierda la monja tocada con el velo blanco que se mece, por el calor, y a la derecha ya unida, su hija que está afectada sin poder tragar saliva con facilidad.

Los ojos de Edith, están humedecidos y el alma entristecida, apenada, se nota que, de estar en su mano, cambiaría la situación, sin dudar.

Todos están representando en ese instante. La verdad, por eso han llegado a ese extremo y es que, no quieren seguir aguantando a la abuela, con sus manías, sus enredos, su vejez y su carácter agrio. Mientras los demás hermanos, viven con sus excusas y con sus carteras reservadas, sin gasto ni necesidad de atender, a la que también es madre de ellos.

La cara que es: “el espejo del alma”, no indica lo contrario. Las tres entrelazadas del brazo, toman el ascensor, la hermana vuelve a interrogar, __ ¿Cuantos hijos tienes? __ tres hijos__ contesta Nazaret, de inmediato la hija la corrige y afirma_: cuatro, ¡mamá!

La madre mira a la hija con mirada perdida y se vuelve a ausentar en sus interioridades.

El pasillo divisado al final del corredor es amplio, seguido de una sala de estar repleta de personas que son internas.

Al cruzar una de ellas, toca a la hija en el brazo, detalle que no pasa por alto a la monja y le comenta__: precisamente esta persona, es su nueva compañera de habitación. La hija se percata del detalle y la observa felinamente, no sin llegar a entender que no está demasiado bien y, es posible, le llegue a dar problemas a su madre, en sus horas de descanso.

El pasillo tiene las luces apagadas y solo se reflejan los rayos del sol, bajo las puertas de los compartimentos, que deben tener las ventanas abiertas y penetra la luz, llegando a la habitación 103, su cámara asignada, la monja abre la puerta.

La cama de Nazaret, aún no está preparada y la hermana refunfuña venialmente entre dientes, dando una excusa también superficial y al poco aparece una compañera de la misma orden, con los preparativos para componerle el lecho.

Sin querer ver más detalles dejó Norberto las bolsas, que portaba sobre el comodín de la celda, y se excusa para volver a recepción dónde pretende esperar el tiempo que sea necesario.

La estancia es estrecha y tiene dos camas adosadas a las franjas de la habitación, con dos armarios y un lavabo compartido, para las dos internas que han de disfrutarla. Una ventana entrecruzada por una persiana resistente, para que nadie pueda hacer lo que no debe. Cuando se retiraba, fijó los ojos más detenidamente en todo lo que se agolpaba frente a su cara, tanto en retina como en olfato.

Vistas y olores, poco habituales y detalles poco o nada conocidos por sus pituitarias y sus recuerdos, y que si los había conocido en alguna ocasión no se percató con tanta avidez, como en ese preciso momento de su vida.  

Bajaba las escaleras caminando y con paso corto pero firme, fue encontrando a su paso internas, enfermeras y personal del centro, todos ellos le miraban, nadie le conocía él, iba saludando cortésmente, pretendiendo encantar sin necesidad, de una forma subliminal.

No conoció a nadie, al llegar dónde terminaba el recorrido y justo frente al mostrador del conserje, se detuvo, respiró y volvió a mirar a sus espaldas. Suponía que su cara reflejaba todas las emociones que había digerido en tan corto espacio de tiempo reflejándolas a los demás.

El encargado de la puerta, únicamente dijo __ Esto es como un pequeño hotelito, cuando se acostumbre, estará muy bien.

Quiso entender y contestó con certeza y un gesto, afirmando lo que había acabado de escuchar.

El tiempo que tuvo que esperar fue impreciso, sin exactitud, pero tampoco debió ser muy prolongado, la acomodación no daba para tanto y en estas residencias lo que pretenden, es ir al grano y que nadie pregunte en demasía, cuanto más se sabe, más se padece y en ocasiones es bueno imaginar las cosas como cada uno quisiera que fueran.

Aquella sala de espera la conocía, había estado en aquel salón en dos o tres ocasiones, mientras se preparaban los detalles, en el momento de solicitar información y cuando tuvieron las reuniones de ingreso.

Su cabeza andaba no sé sabe bien, en qué lugar ni en que pensamientos, con exactitud eran de pena y tristeza, de dolor seguro que no, puesto que, si el entendimiento le decía que erraba, el corazón le contradecía y le daba señales de acierto.

La verdad es que esa situación no se podía mantener por más tiempo, en las condiciones que estaba Nazaret, su seguridad y la poca atención que le dispensaban los hijos, dejaban mucho que desear, sin que nadie tomara decisiones claras.

Egoístas aquella familia, siempre lo han sido. Soportar la vejez de los ancianos, no estaba en su cotidianeidad, sumado a que los vicios, ya enfermedades de Nazaret eran inaguantables, la ingresaron en la Residencia carcelaria o Morada obligatoria.

Su defunción tan solo tardó tres meses.











1 comentarios:

Sarah Myers dijo...

Triste aunque intenso, me ha gustado

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