Norberto
no había vivido hasta este momento, una situación como la que se suscitó aquel
viernes, se encaminaba pensando en sus tribulaciones y con gana de quitarse de
encima aquel sufrimiento sin pensar en futuras repercusiones, encontrar la salida
menos costosa y a la vez justificada para todas las partes de la familia, ya
que el joven, siempre se encontraba dentro de todos los pasteles, aunque no
fueran dulces.
Aparcó
su coche y miró a su alrededor, nadie le observaba, se sentía culpable de un
delito, que de algún modo él mismo había provocado, o por lo menos incitado
para que la situación de hiciera inaguantable. La gente no se fijaba en él, ni
siquiera por la hora tan poco acostumbrada en que visitaba el edificio, ni
siquiera podían saber la intención que le llevaba frente al portal de aquel
barrio.
El
sol calentaba medianamente, con gesto decidido desconectó el motor del auto una
vez aparcado frente al portal 11 y salió del vehículo.
Mientras,
sin querer analizaba sus remordimientos, sintiéndose culpable de la parte que
le correspondía que no era poca, en aquella faena, que ahora, sin poder dar
marcha atrás, iba sufriendo. Dándole mucha pena y quizás imaginando que no
acertaba, por lo tanto, de una manera sutil se inhibía y trataba de ocupar la
cabeza en cosas varias, que le descargaran en lo posible las compunciones, que
sin dudar alguna le quedarían para siempre en su depósito de recuerdos.
La
mirada se escapa al horizonte, y llenó los pulmones con aire renovado, la americana
que vestía azul marino, estaba colgada en un principio en la trasera del auto, y
ahora se la ajustaba para sentirse vestido y algo más arropado, en aquella
desnudez tan aguda que sufría.
Junto
a la chaqueta, la bolsa que en la mañana había dejado y que ahora una vez decidido
y en marcha, las volvía a usar.
Encaminó
sus pasos hacia el soportal, la puerta no le impidió su franqueo, ya que se
cruzó en el pasillo con una joven que salía en ese momento del vestíbulo. Al ir
a pulsar el timbre de la casa, súbito se escuchó que desde arriba lo habían
visto y le abrían desde el automático de la vivienda, desbloqueando el acceso y
dando vía libre a Norberto a cruzar aquel pasillo. A medida que iba subiendo la
escalera, notaba un jadeo poco común en su respirar, pudiendo ser también por
la marcha rápida que siempre imprimía en sus ascensos para acortar el tiempo.
La puerta del cuarto tercera, estaba abierta sin nadie que franqueara el saludo
ni el acceso libre en la entrada. Al acceder a la vivienda, fue recibido por
Edith, que con un beso al aire le daba la bienvenida, introduciéndose al salón
de aquella morada, ella desapareció en una de las habitaciones del pasillo de
la derecha.
Depositó
lo que llevaba en las manos, sobre la mesa accesoria, del lugar y preguntó
pretendiendo escuchar alguna frase agradable.
__
¡Hola, hay alguien por ahí escondida! __ no hubo respuesta, los pasos que
escuchaba procedían del vestíbulo interno, viendo aparecer un cuerpo pesado y
apesadumbrado, sin contemplación fija y sin intención de mirar a nadie a los
ojos. Saludó de nuevo un tanto gracioso y se acercó a besarla__ Como estás, ¿preparada
para tu nuevo destino? _, acto seguido tomó asiento, preguntando de nuevo
interesado por cosas intranscendentes, tratando de distraer.
__
No me vas a decir nada, ni siquiera algún reproche.
__
¡Qué quieres que te diga!, si ya lo habéis decido entre mis hijas y tú.
__
Es lo mejor para ti, estarás más acompañada y cuidada.
__
Por lo menos, no molestaré a nadie y menos a ellas, que me quieren tanto.
__
No digas eso, que no es así. Sola no puedes estar tantas horas del día.
No
se prolongó más aquella charla que comenzaba a ser inquietante, indicando
Norberto, __: nos hemos de preparar que el tiempo apremia y es la hora indicada.
Edith, ya había recogido los enseres de su madre, y apareció con cara de pocos
festejos, sugiriendo que todo estaba dispuesto para la marcha.
Todos
se dirigieron hacia el portal, bajando de nuevo por aquella escalinata tan
pendiente del edificio, procurando no tropezar, ni que se diera un accidente
fortuito, tan solo una variante que llevaba a cuestas, una gran bolsa, que
contenía objetos personales y ropa como para pasar quien fuera, una temporada
fuera del domicilio.
Aquel
ingreso comenzaba a hacerse efectivo, a pesar de que nunca se creyó pudiera
realizarse. Una vez acomodadas madre e hija en el auto, ambas en los acomodos
traseros, arrancó el motor del coche.
No
se oía más que el rugir del motor y a pesar de hacer alguna pregunta solo hay
monosílabos como respuestas. Sin mucha velocidad y tras un breve paseo por la
ciudad, llegan a la residencia.
Cuando
se percata Norberto y Edith, estaban pulsando el zumbador de la puerta de
acceso, que sin más se abre frente a ellos, comenzando a penetrar y todo aquel
que está sentado tomando el fresco, como aquellos que desde las amplias cristaleras
les divisan, se deben preguntar si se trata de otra afiliación o quizás otro
abandono.
Norberto
miró su reloj con remordimiento, para ver la fecha que sería recordada por él,
para siempre jamás. Se apartó la manga de su americana y camisa y quedó
constatado el momento, las trece treinta horas del 31 de mayo del año 1996.
Siendo
un día precioso en cuanto a la climatología, los rigores del sol comenzaban notarse,
cuando menos para los que van con su corbata anudada en el cuello.
__<<
creo que estoy sudando>>__ notó Norberto, nervioso y alterado, __<<
sintiendo un resbalar de su propia sudoración, fría, más bien helada
descendiendo por su espalda>>__. El celador llama por teléfono y hace
unas preguntas y da una serie de datos con referencia al inminente ingreso en
el geriátrico, para que se presenten a atenderles.
No
se hacen de rogar demasiado, y aparece una monja vestida de blanco, con
dentadura postiza y poco sujeta. No demasiado esmerilada, que con cariño se
dirige hacia la abuela y le pregunta__: cómo se llama usted amiga. Ella contesta
sin demasiadas ganas de hacerlo y de manera poco inteligible__; me llaman
Nazaret.
la
religiosa que no ha entendido el nombre, prosigue facilitando el suyo__: a mí
me llaman Sor Manuela; queriendo ser amable y haciendo el interrogatorio propio
de romper un hielo francamente duro.
__:
¿De dónde eres? __ se oye otra respuesta confusa, afirmando su ciudad de
nacimiento __ soy de Sevilla__, la conversación iniciada y obligada por la
monja, continúa ya por sus propios fueros.
__
Aquí casi todas las religiosas, somos extranjeras__ sin recibir respuesta,
inmediata pero sí a los pocos segundos y ya habiéndole hecho un par de caricias
a Nazaret por parte de sor Manuela, contesta y cogidas del brazo ambas, se
dirigen al ascensor que las llevará hasta la primera planta.
Norberto
las persigue un par de pasos retrasados.
En
el centro la abuela, a la izquierda la monja tocada con el velo blanco que se
mece, por el calor, y a la derecha ya unida, su hija que está afectada sin
poder tragar saliva con facilidad.
Los
ojos de Edith, están humedecidos y el alma entristecida, apenada, se nota que,
de estar en su mano, cambiaría la situación, sin dudar.
Todos
están representando en ese instante. La verdad, por eso han llegado a ese
extremo y es que, no quieren seguir aguantando a la abuela, con sus manías, sus
enredos, su vejez y su carácter agrio. Mientras los demás hermanos, viven con
sus excusas y con sus carteras reservadas, sin gasto ni necesidad de atender, a
la que también es madre de ellos.
La
cara que es: “el espejo del alma”, no indica lo contrario. Las tres
entrelazadas del brazo, toman el ascensor, la hermana vuelve a interrogar, __ ¿Cuantos
hijos tienes? __ tres hijos__ contesta Nazaret, de inmediato la hija la corrige
y afirma_: cuatro, ¡mamá!
La
madre mira a la hija con mirada perdida y se vuelve a ausentar en sus
interioridades.
El
pasillo divisado al final del corredor es amplio, seguido de una sala de estar
repleta de personas que son internas.
Al
cruzar una de ellas, toca a la hija en el brazo, detalle que no pasa por alto a
la monja y le comenta__: precisamente esta persona, es su nueva compañera de
habitación. La hija se percata del detalle y la observa felinamente, no sin
llegar a entender que no está demasiado bien y, es posible, le llegue a dar
problemas a su madre, en sus horas de descanso.
El
pasillo tiene las luces apagadas y solo se reflejan los rayos del sol, bajo las
puertas de los compartimentos, que deben tener las ventanas abiertas y penetra
la luz, llegando a la habitación 103, su cámara asignada, la monja abre la
puerta.
La
cama de Nazaret, aún no está preparada y la hermana refunfuña venialmente entre
dientes, dando una excusa también superficial y al poco aparece una compañera
de la misma orden, con los preparativos para componerle el lecho.
Sin
querer ver más detalles dejó Norberto las bolsas, que portaba sobre el comodín
de la celda, y se excusa para volver a recepción dónde pretende esperar el
tiempo que sea necesario.
La
estancia es estrecha y tiene dos camas adosadas a las franjas de la habitación,
con dos armarios y un lavabo compartido, para las dos internas que han de
disfrutarla. Una ventana entrecruzada por una persiana resistente, para que
nadie pueda hacer lo que no debe. Cuando se retiraba, fijó los ojos más
detenidamente en todo lo que se agolpaba frente a su cara, tanto en retina como
en olfato.
Vistas
y olores, poco habituales y detalles poco o nada conocidos por sus pituitarias
y sus recuerdos, y que si los había conocido en alguna ocasión no se percató
con tanta avidez, como en ese preciso momento de su vida.
Bajaba
las escaleras caminando y con paso corto pero firme, fue encontrando a su paso
internas, enfermeras y personal del centro, todos ellos le miraban, nadie le
conocía él, iba saludando cortésmente, pretendiendo encantar sin necesidad, de
una forma subliminal.
No
conoció a nadie, al llegar dónde terminaba el recorrido y justo frente al
mostrador del conserje, se detuvo, respiró y volvió a mirar a sus espaldas.
Suponía que su cara reflejaba todas las emociones que había digerido en tan
corto espacio de tiempo reflejándolas a los demás.
El
encargado de la puerta, únicamente dijo __ Esto es como un pequeño hotelito,
cuando se acostumbre, estará muy bien.
Quiso
entender y contestó con certeza y un gesto, afirmando lo que había acabado de
escuchar.
El
tiempo que tuvo que esperar fue impreciso, sin exactitud, pero tampoco debió
ser muy prolongado, la acomodación no daba para tanto y en estas residencias lo
que pretenden, es ir al grano y que nadie pregunte en demasía, cuanto más se
sabe, más se padece y en ocasiones es bueno imaginar las cosas como cada uno
quisiera que fueran.
Aquella
sala de espera la conocía, había estado en aquel salón en dos o tres ocasiones,
mientras se preparaban los detalles, en el momento de solicitar información y
cuando tuvieron las reuniones de ingreso.
Su
cabeza andaba no sé sabe bien, en qué lugar ni en que pensamientos, con
exactitud eran de pena y tristeza, de dolor seguro que no, puesto que, si el
entendimiento le decía que erraba, el corazón le contradecía y le daba señales
de acierto.
La
verdad es que esa situación no se podía mantener por más tiempo, en las
condiciones que estaba Nazaret, su seguridad y la poca atención que le
dispensaban los hijos, dejaban mucho que desear, sin que nadie tomara
decisiones claras.
Egoístas
aquella familia, siempre lo han sido. Soportar la vejez de los ancianos, no
estaba en su cotidianeidad, sumado a que los vicios, ya enfermedades de Nazaret
eran inaguantables, la ingresaron en la Residencia carcelaria o Morada
obligatoria.
Su
defunción tan solo tardó tres meses.
1 comentarios:
Triste aunque intenso, me ha gustado
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