Idelfonso Gutiérrez de Molrenach. Un alto Adelantado del
Comendador de las Reales Cortes Indianas, relataba unas vivencias en el más
puro secreto, confesiones; que a su vez le había contado en el lecho de muerte el
Almirante Dionisio Calero, nacido en Panamá, hijo natural de una Borinquén y un
soldado español que llegó a las más altas instancias de la milicia, gracias a
sus padrinos, unos duques venidos a menos de la Martinica.
Hechos ocurridos al mismísimo almirante y mejor persona, cuando
andaba en las colonizaciones entre las costas colombianas y mexicanas, allá por
finales del siglo XVI. Que, abducido por la belleza de Yanita y de la luna, dejó
su simiente en la hermosa Guajira Colombiana.
En aquel tiempo no se celebraba el día 8 de marzo, la
Conmemoración del día de la Mujer, pero como los hechos se dieron en esa fecha
exacta del año. Así lo fueron contando los familiares de estos indígenas Wayuu
y así llegaron a nuestros conocimientos, por las actas y las bitácoras marinas,
por los registros eclesiásticos que realizaban los sacerdotes en cuanto a nacimiento
y bautismos al uso y del boca a boca entre pobladores de la zona.
Era el tiempo de los piratas, cuando saqueaban las costas del
Pacífico y aquellos barcos ingleses capitaneados por Francis Drake, atracaron
una noche en Riohacha, entrando y arrasando todo lo que encontraban a su paso. Cometiendo
las fechorías vulgares que ellos practicaban, robo, asesinato, abuso de poder,
violación a las indígenas, ya fueran vírgenes o no y abuso a todo lo inimaginable,
Aquellas salvajadas que van en el zurrón de los más facinerosos y mal nacidos,
sea la nacionalidad que sea y para sus vergüenzas ahora saltan a la luz, para
su escarnio.
Allí entre las cabañas de los indianos había una mujer preciosa,
hija del Wayuu jefe que, conociendo los abordajes que solían hacer aquellos
proscritos británicos pagados por la propia corona inglesa, para desdoro de la dinastía
española, supo dónde ubicar a los preciosos marinos, que medio heridos
renqueaban por la playa donde ella solía pasear sus tardes en la espera de un
guerrero, que la poseyera y la conquistara.
Serena, aquella princesa, supo esconder a dos jóvenes españoles supervivientes
de la masacre atroz que dejaban aquellos filibusteros por donde pasaban y que
habían quedado en retaguardia de las naves españolas que fondeaban diezmadas en
el puerto pequeño, cargadas de minerales, y objetos procedentes de todas las
posesiones españolas de la Nueva Granada, que no eran más que los virreinatos
españoles de la época.
Aquella mujer, Yanita, entonces enamorada del que fuera con los
años el almirante Dionisio Calero, buscó entre su poblado wayuu, lugar seguro para
esconder a los dos militares que bastante asustados trataban de ocultar sus
cuerpos allá, por donde pudieran.
En pro de disimularlos y que parecieran gente del poblado y evitar
fueran descubiertos, los desnudó completamente a los dos, les tildó con ungüentos
de sangre de tiburón y excrementos de ballena, que es la rojez que ellos
presumen en sus epidermis, y la repugnancia del olor, usadas en las efemérides
que ellos celebran para desterrar a la muerte de sus poblados. O sea, tiznados
hasta los ojos, quedaron tan manchados que no hubieran sido reconocidos por los
salteadores ingleses, ni en sus mejores horas de lucidez.
Aquellos perversos no llegaron a invadir la población guaireña, en
aquella fecha, del 8 de marzo y quedaron beodos de licor y maldad, retozando
por las playas emborrachándose y comiendo de aquellas frutas tropicales
sabrosísimas, hasta que partieron en busca de otras ciudades costeñas.
Hoy sus antepasados, los choznos, más que eso, los reta tataranietos de la
hermosa Yanita, la indígena bella del acantilado, resaltan el recuerdo como la
primera mujer valiente de la saga de los Wayuu, madre de un hijo no reconocido del
Almirante Panameño, que le pusieron como nombre de pila: Toinzo, que nació en
la población de Riohacha, allá por finales de diciembre del año 1573, engendrado
en una noche de amor del ocho de marzo, entre Yanita y Dionisio.
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