En aquella alcoba dormían Margarita y un
capitán de aleta grande. Triunfador en tertulias de tarde, explicadas en la
bodega Trujal, con una gracia especial, propia de un militar muy galante.
Mientras dormía roncaba, bufaba y soñaba a la
par, ella le palpaba y con su mano zarandeaba, para que dejara de tronar.
Hasta que le dejó en el sueño, ese que
placentero, no podía imaginar y con gusto delicado poco a poco fue de menos a
más.
Perfecto y arrugado, delirando, quedó un
capitán marcado por el deseo frustrado, y a su compañera dejó de amar, y
mientras ella rozaba, con arrumacos de “déjate tocar y comienza a parpadear”,
su pierna derecha apretaba para evitar su roncar, concentrándole en el ruido y se
dejó desatar y quedando en el preludio de una ensoñación de julio, que les
quiero relatar:
¿Ya pasaron cuarenta años? _ le preguntaron al
valeroso capitán, que presumía en la taberna, de ser su aventura tierna,
aquella que refería, tanto de noche y de día, y que la mayor parte de la cantina,
criticaba por preciosa y por fatal.
_ Cuarenta años, hará a las cinco_. Asentó el
capitán_ Era un día de lluvia especial, de frío no intenso que podía soportar,
donde yo con mis estrellas esperaba ya estar muerto y encontré el alivio que
aún distingo y que puedo celebrar.
_ Debió ser un milagro encontrar semejante placer,
una mujer de bandera con cintura de cartuchera y escote de Babel, que le hizo
desprender de toda aventura ajena, eso es lo que me contaron en una cena,
aquellos caballeros del temple, que por conocerle muy de siempre, supieron
ponerme al punto, de sus mejores asuntos y con la boca en el punto y no quedar en
mejor lugar_ dijo Segismundo, el grumete, que en su casaca mete más mentiras
que Pañete en su singladura final.
_ Porque lo refieres grumete, si tú conoces
con creces, todo lo que de ella se cita y para mi Margarita, recordar aquí su
cita, es como volver a vivir aquellos días de dulzura sexy infinita.
_ Cuénteme usted capitán, de su boca la
verdad, de esa hembra que provoca a tantos guerreros su loca y enérgica bondad.
Ese tiempo que ha pasado junto a ella memorado
y que todos se imaginan, pero se quisieran
enterar.
_ Fue hace cuarenta años_, farfulló el
capitán_, cuando resultó ser verdad, que
ella en mis brazos cayó, después de una temporada amarga, de vicisitudes
desconsoladas y difíciles de relacionar.
Yo me vi, reaccionar cuando me dijo_: te
quiero_, no por ser un bandolero, si no; por tu carita de pan.
Los muelles se me fundieron, mis apetitos
sufrieron alteración sin dudar. Hasta que bebí de su boca, ese néctar, poca
cosa, que no detiene ni el mar, nadando entre sus tres pechos furiosos, erectos y enjundiosos, tapados con sus dos velos que aún le hacian ser más y con destino hacia
Cien Fuegos, sin poderla sofocar y que sus gustos primero, que son después del
te quiero que te quería mandar y que los evoca certero, para poderla mimar.
Cuando la vi adelantar por el pasillo
glorioso, ese de la catedral dichoso, que esta puesto para andar, y llegar
frente a mi cuerpo, soñador de tanto riesgo para decirme sin mas: aunque el
tiempo lo demore, y tú el capitán, de temores, has de saber; que serás, para mi
el compañero de todos los días enteros, y no te podrás excusar_. El capitán
hizo pausa para poder continuar, cuando el grumete extasiado le quiso de nuevo
interrogar.
_ Capitán es usted un soñador de historias
lejanas, y ahora ya puede despertar_. No me dejes al azar de esta historia
incompleta, haz de ella una tragedia y que la pueda gozar, deja que mi
pensamiento vuele plano y en secreto para poderte expresar, aquello que siento
y quiero tras cuarenta años no más y al despertar sí prefiero, este bello
cuento quiero y poderlo recordar.
Explicarlo a quien convenga para que de mí
tenga plena y suficiente condena de la que pueda disfrutar.
Así quedó aquella sueña, del capitán Don
Gaitán, que sabiendo que dilecto lo pondrían de perfecto al saber de su delirar.
Se despertó en una cama, acompañado de Ana,
una mujer de una pieza, que no se asusta ni reza y a él suele salvar, de esos
trances de la antigua memoria, esa pasada que trasnocha, que la desnuda y la
abrocha una vez en su final. Efemérides benignas de su trayectoria tildada y de
su historia marcada que le cuesta recordar.
Saludando ¡Buenos días! Ana, preciosa y
querida, dame un meneo de prisa, de esos que me traen la risa y antes que pueda
pensar.
_ Cariño_, siguió diciendo_ menudo sueño he
tenido, si te lo pudiera contar. Es de un amor verdadero, el tuyo primero, el
de nuestra primera edad.
_ No te esfuerces Don Gaitán, que si lo
intentas avivas unas mentiras grandiosas imposibles de aguantar. Hechos
totalmente irreales, con aventuras fugaces, llenas de damas preciosas que
puedes comenzar a olvidar, tal y como a mí me relegaste, que quiere decir
olvidaste; cuando empezaste a soñar, con esos cuerpos turgentes, tan llenos y
tan frecuentes deseos de fornicar.
_ Mujer, no seas tan real, que del sueño
también se vive, y no hacemos el menor mal. Dejemos volar la mente, como tema
preferente para poder consolar y que la dicha presente haga en sitio preferente,
me evoque sueños preciosos llenos de esfuerzo y gloriosos, amándote como tal.
_ Qué pena me das Don Gaitán, ver como poco a
poco, dejas caer ese moco tontamente, que no te puedes limpiar, procura no
soñar tanto y ser del todo eficaz, que tenemos mucha prisa por comenzar a enjuagar,
tarea que nos da el dia y que pareces olvidar, con esos cuentos de hadas, de
mozas que se aventuran a quererte conquistar.
Eres mayor y nada tonto, para poder accionar,
ese péndulo que no usas y que debieras usar. Que sepas que también sueño, en
las noches de desvelo, con un hombre normal, sin que sea capitán, de esos
guerreros valientes, solo que de mi esté pendiente y de vez en cuando quiera
amar.
La vida se nos escapa, para no volver jamás y tú
pierdes el tiempo, con esos sueños selectos, que no son nada real y dejas que
tu vida se te esfume como el humo del marjal.
Acaba de ser un memo y compórtate como un
guerrero de la ciudad del Condal, que siempre ha distinguido sueños, los
mejores los primeros y los tuyos no son tal. Deja que se los cuente al que me
lee de repente o al que me sigue sin más.
Cuarenta años hace, que el capitan enfundó su espada para no blandirla más, entonces aun era joven y creyó que los temores le volverían a dar, ese enfoque necesario para contar como un Templario, sus aventuras de amar y seducir a tantas Anas, Margaritas y Rosanas que él pudiera camelar.
El tiempo sin duda ha pasado, cuarenta tacos sin más, ya que se puede esperar de un caballero andante, presumido y elegante, que no sabe donde está, que se cree que es un mil hombres, seductor de guapas amantes que no puede complacer, porque le faltan las fuerzas, la sangre que fluya tersa y se quede en el lugar y mantenga retenida, si vulgarmente extendida sin que se caiga jamás.
Cuarenta años hace, que el capitan enfundó su espada para no blandirla más, entonces aun era joven y creyó que los temores le volverían a dar, ese enfoque necesario para contar como un Templario, sus aventuras de amar y seducir a tantas Anas, Margaritas y Rosanas que él pudiera camelar.
El tiempo sin duda ha pasado, cuarenta tacos sin más, ya que se puede esperar de un caballero andante, presumido y elegante, que no sabe donde está, que se cree que es un mil hombres, seductor de guapas amantes que no puede complacer, porque le faltan las fuerzas, la sangre que fluya tersa y se quede en el lugar y mantenga retenida, si vulgarmente extendida sin que se caiga jamás.
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