La alegría desbordada
por la calles de mi pueblo
dice que el año se acaba,
y arrastra a guapos y feos.
Con derroche disimulo
todo lo que ha sucedido,
tanto si es bueno o malo
en el ciclo que despido.
Si tuve sombras ocultas,
esta noche, he de fingir.
Las mantendré reservadas
y todos gocen sin fin.
Los faroles de las calles
me recuerdan, que sonría
todos esperan de mí,
mucha magia y alegría.
¡Como si yo, fuera el Dios!
El gestor del regocijo,
el repartidor de jaranas,
el que a todos doy cobijo.
Como amigo que lo soy
he de mostrarme sincero,
sonrisas y guiños, ¡todos!
Porque así yo, lo prefiero.
Entre luces las campanas,
nos arrimaran las doce.
Las doce uvas abiertas
tragándolas golpe a golpe.
Mientras mastico digiero,
no ha sido un año excelente
si vuelvo la vista atrás
debiera ser más prudente.
He repartido sorpresas,
alegrías dibujé,
en la cara de los niños
y en la de papá Noel.
Me despreciaron algunos
otros; en dolor hundí.
Por ello tanto maldicen
este año en su devenir.
Del dos mil, soy el catorce,
doce meses transporté.
Penas y desgracias hubo
para dar y mal vender.
Del destino ni palabra,
déjenlo quieto esta vez.
Cuando se acabe diciembre,
vendrá con cara de pez.
Doce estrofas, con sus versos
lleva el poema en su ente,
doce uvas, doce besos
llegaran a sorprenderte
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