Las fechas se repiten y las
tradiciones también. Por tanto no podía ser menos un día once de septiembre el
no ir a Lleida_, compromiso adquirido de muchísimos años_ aprovechando la
festividad de la Diada de Cataluña y encontrarnos con todos nuestros amigos,
vecinos, colegas de casi toda la sustancia,
alrededor de una buena”” Escudella”” Catalana
y ese sabroso guiso de “” caragols a la
llauna”” _ caracoles a la brasa_ que nos preparan en Anglesola año tras
año.
En esta crónica, como ya sabéis y sin
entrar en dilemas que no vienen al caso, solo nos dedicaremos a describir las
excelencias de la cordialidad, de las buenas maneras y del mejor yantar.
De la devoción con la gente, de no
hacer distinciones exageradas de nada y jamás como viene siendo la norma de
nuestro grupo, evitar críticas políticas siempre. Ni chanzas de nadie, lo aquí
descrito y tocado es siempre en buena Liz. Siendo siempre testigo de lo que
comentamos, sin intención de herir a personas ni entidades.
Las siete y media de la mañana,
siempre están los rezagados que se les pegan las sabanas, y llegan con el
tiempo justo. Justo o no tan justo, pero con eso ya contamos y por ello tampoco
nos alteramos. Dos autocares en la plaza, esperaban ser abordados por las
hordas juveniles, esas tropas, alegres que están en la franja de los cincuenta
y muchos, que tanto brío regalan y tanta felicidad disipa.
La gente arremolinada viendo en cuál
de ellos ha de subir y ocupar sus asientos espera a la señal del guía. No se
tarda demasiado en contar los pasajeros y acomodarles, cuando el bus arranca y
toma la ruta de la autovía hacia el norte.
La próxima parada en las Palmeras, una
gasolinera a las afueras de la localidad para recoger a unos amigos que vienen
de un punto bastante más alejado que el resto.
El guía da la bienvenida a todos los
usuarios y lee de nuevo las normas de comportamiento, que a pesar que todo el
mundo conoce, no está nada mal que se recuerden para que todos las tengamos en
la conciencia.
Se adentra el convoy en la carretera y
ya suena la música de marras para allanar nervios, los menos madrugadores
dormitan escuchándola y el resto hablan de todo aquello que les viene en gana,
mientras las alegrías van sucediéndose una tras otra.
El día ha despuntado de lo más limpio,
caluroso y soleado, viendo las apariencias que nos brinda la climatología,
aunque al llegar a la zona del Bruch, las nieblas se hacen presentes, como no podría
ser de otra manera, difundiendo por un tiempo la luz solar que atenuada queda
mientras no desaparecen las calimas, que lo hacen un trecho más allá.
La poetisa del grupo, nos emplaza para
escuchar una oda, que brinda a los nuevos pasajeros que no tienen costumbre de
viajar, o que inician sus salidas en nuestro hatajo. El silencio queda preso
mientras las palabras de la rapsoda anidan en los oídos de todos los pasajeros,
que callan sigilosos para comprender todas los poemas que se citan. Al final,
un aplauso rompe el sigilo para agradecer esos versos medidos que reconfortan
no poco, a cada cual de forma diferente.
El guía, como buen estratega, lee los
nombres de los allí convocados en el autocar, los mismísimos excursionistas,
que se sienten citados para indicarles, sin error el número de mesa y la plaza
que ocuparan tanto para el desayuno como para el almuerzo - comida posterior.
Donde se situaran una vez llegados al
restaurante de Casa Marina en Anglesola, por aquello de evitar aglomeraciones y
defectos de forma a la hora de acomodarse. Detalle que se aprecia, muy mucho,
ya que evita el desorden a la hora del acceso al comedor
El chofer del bus, maniobra para
aparcar el gran convoy y sin darnos cuenta los organizadores del viaje, ya dan
el visto bueno para descender y entrar a tomar esas yescas de pan de payés con tomate impostadas con el
mejor embutido de la zona, que abre de nuevo el afán a todos aquellos, que han
salido de casa, bajo mínimos, sin gramo de alimento. ¡Vamos que no tuvieron
tiempo de tomar ni café!
Sin embargo, también les anima a los que ya hicieron algo por su cuerpo y
rompieron el ayuno de forma delicada, con su miserable cafecito. ¡Menuda vista!
Aquel panorama estupendo de longanizas, chorizos y butifarras.
Nadie dio la orden de ¡pueden
comenzar! Se tiraron sobre las viandas. Como
si nunca jamás se hubiese degustado tales embutidos. Únicamente se escuchaba el
batir de las dentaduras sobre las morcillas.
Todos juntos, … ¡todos
a una! Comen y tragan de aquel maravilloso parque de
alimentos, que inerte sobre las mesas, hacen una llamada al juicio diciendo
¡Cómeme! ¡Bébeme! Hasta que tu vientre no pueda más.
Subsistencias fenomenales, rebozadas
de energía y de calorías, aquellas que nos amenazan con dejarnos fuera del peso
ideal, aquellas indignas tendencias que
dicen los médicos sube; el colesterol, la tensión sanguínea, y ensancha los
estómagos de cuantos la disfrutan.
Tras el refrigerio, la gente parecía más
calmada, más serena, incluso más simpática, y dejaban su hospedaje en Casa
Marina, saliendo a la calle. Sin pensar que aquel sol de justicia esperaba para
decirnos. ¡Ven y verás!
Es práctico disfrutar de estas salidas
excursionistas, porque todo te lo ponen a “Guevo”, antes de que preguntes, y no
podría ser menos.
El Autocar, preparado para ir a
visitar Guimerá, una villa de la comarca del Urgel. Un pueblecito medieval, con
su Castillo y su Iglesia, como todos, arriba del pueblo, en lo alto de una
colina, que llegas ascendiendo callejas estrechas y pintorescas que cuando
llevas caminado cien metros, con el estómago como lo llevábamos, te percatas de
lo poco que comían en el Medioevo. Vamos que la casa de Marina, no existía y
que debían pasar un hambre de la leche. Si no, de qué manera subían al Castillo.
Todos no fueron capaces de ascender. Del resto la mitad se arrepintió a media
marcha. Ya no había vuelta atrás. ¡Subes o te sientas en una piedra!
Los guías organizadores dieron hora y
media para tanto fato, sin embargo creo que a ninguno le faltó tiempo para
pensar_, cuanto más suba. Los valientes se atrevieron al ascenso y disfrutaron
de las callejas, de las placitas y las fachadas de pedernal. En la Iglesia, muy
bien adecuado, una película daba idea, de lo que fue en su tiempo, allá por el
siglo trece, o el catorce, las vivencias de
los “Guimerencs”, dedicados a la recolección de aceite, hortelanos y amanuenses.
No faltó ni uno para degustar el menú que prepararon. Después de bajar de las fabulosas construcciones medievales y de la iglesia que tan bien conservada existe, para el placer de los visitantes.
¡Eso sí! Jadeantes, fueron al llegar al plano de la villa en busca de un refresco y unos vermucitos, por aquello de hacer boca, mientras llega la hora del meneo.
Ensalada Catalana, Escudella, Cazuela de Pagés, Caracoles, postre de la casa. Además del pan, vino, café y una copita de cava.
Algarabía, risas, bromas, y cazuelas
de caracoles acabada.
¡Oiga puede traer otra!
¡¿Otra?! Cazuela más llena de caracoles ¿para comer?
¡Naturalmente amable señora!
¡Oiga puede traer otra!
¡¿Otra?! Cazuela más llena de caracoles ¿para comer?
¡Naturalmente amable señora!
Los que no le gustan los caracoles, se
les ofreció un menú alternativo a base de carnes al fricandó, que agotaron a
medida que el reloj transcurría y traspasaba.
Baile, después del hartazgo. ¡Vamos a
bailar! Y bailamos al son de los pasodobles, de las tonadillas y de los minués,
que el músico con su órgano disponía en aquella pista, que más que bailar se pisaba
al prójimo. ¡Eso sí! Divertido lo fue y
agradable también.
Con las mismas, al bus y para casa,
que la vaca más leche ¡No da!
.
.
¡La próxima el mes que viene!
¡Allí estaremos, si la salud, lo
permite!
0 comentarios:
Publicar un comentario