domingo, 14 de septiembre de 2014

¡Caracoles! ...lo tradicional




Las fechas se repiten y las tradiciones también. Por tanto no podía ser menos un día once de septiembre el no ir a Lleida_, compromiso adquirido de muchísimos años_ aprovechando la festividad de la Diada de Cataluña y encontrarnos con todos nuestros amigos, vecinos, colegas  de casi toda la sustancia, alrededor de una buena”” Escudella”” Catalana y ese sabroso guiso de “” caragols a la llauna”” _ caracoles a la brasa_ que nos preparan en Anglesola año tras año.



En esta crónica, como ya sabéis y sin entrar en dilemas que no vienen al caso, solo nos dedicaremos a describir las excelencias de la cordialidad, de las buenas maneras y del mejor yantar.
De la devoción con la gente, de no hacer distinciones exageradas de nada y jamás como viene siendo la norma de nuestro grupo, evitar críticas políticas siempre. Ni chanzas de nadie, lo aquí descrito y tocado es siempre en buena Liz. Siendo siempre testigo de lo que comentamos, sin intención de herir a personas ni entidades.



Las siete y media de la mañana, siempre están los rezagados que se les pegan las sabanas, y llegan con el tiempo justo. Justo o no tan justo, pero con eso ya contamos y por ello tampoco nos alteramos. Dos autocares en la plaza, esperaban ser abordados por las hordas juveniles, esas tropas, alegres que están en la franja de los cincuenta y muchos, que tanto brío regalan y tanta felicidad disipa.
La gente arremolinada viendo en cuál de ellos ha de subir y ocupar sus asientos espera a la señal del guía. No se tarda demasiado en contar los pasajeros y acomodarles, cuando el bus arranca y toma la ruta de la autovía hacia el norte.
La próxima parada en las Palmeras, una gasolinera a las afueras de la localidad para recoger a unos amigos que vienen de un punto bastante más alejado que el resto.




El guía da la bienvenida a todos los usuarios y lee de nuevo las normas de comportamiento, que a pesar que todo el mundo conoce, no está nada mal que se recuerden para que todos las tengamos en la conciencia.
Se adentra el convoy en la carretera y ya suena la música de marras para allanar nervios, los menos madrugadores dormitan escuchándola y el resto hablan de todo aquello que les viene en gana, mientras las alegrías van sucediéndose una tras otra.


El día ha despuntado de lo más limpio, caluroso y soleado, viendo las apariencias que nos brinda la climatología, aunque al llegar a la zona del Bruch, las nieblas se hacen presentes, como no podría ser de otra manera, difundiendo por un tiempo la luz solar que atenuada queda mientras no desaparecen las calimas, que lo hacen un trecho más allá.

La poetisa del grupo, nos emplaza para escuchar una oda, que brinda a los nuevos pasajeros que no tienen costumbre de viajar, o que inician sus salidas en nuestro hatajo. El silencio queda preso mientras las palabras de la rapsoda anidan en los oídos de todos los pasajeros, que callan sigilosos para comprender todas los poemas que se citan. Al final, un aplauso rompe el sigilo para agradecer esos versos medidos que reconfortan no poco, a cada cual de forma diferente.


El guía, como buen estratega, lee los nombres de los allí convocados en el autocar, los mismísimos excursionistas, que se sienten citados para indicarles, sin error el número de mesa y la plaza que ocuparan tanto para el desayuno como para el almuerzo - comida posterior.
Donde se situaran una vez llegados al restaurante de Casa Marina en Anglesola, por aquello de evitar aglomeraciones y defectos de forma a la hora de acomodarse. Detalle que se aprecia, muy mucho, ya que evita el desorden a la hora del acceso al comedor

El chofer del bus, maniobra para aparcar el gran convoy y sin darnos cuenta los organizadores del viaje, ya dan el visto bueno para descender y entrar a tomar esas yescas  de pan de payés con tomate impostadas con el mejor embutido de la zona, que abre de nuevo el afán a todos aquellos, que han salido de casa, bajo mínimos, sin gramo de alimento. ¡Vamos que no tuvieron tiempo de tomar ni café!
Sin embargo, también les anima  a los que ya hicieron algo por su cuerpo y rompieron el ayuno de forma delicada, con su miserable cafecito. ¡Menuda vista! Aquel panorama estupendo de longanizas, chorizos y butifarras.

Nadie dio la orden de ¡pueden comenzar!  Se tiraron sobre las viandas. Como si nunca jamás se hubiese degustado tales embutidos. Únicamente se escuchaba el batir de las dentaduras sobre las morcillas.


Todos juntos,    … ¡todos a una!   Comen y tragan de aquel maravilloso parque de alimentos, que inerte sobre las mesas, hacen una llamada al juicio diciendo ¡Cómeme!    ¡Bébeme! Hasta que tu vientre no pueda más.
Subsistencias fenomenales, rebozadas de energía y de calorías, aquellas que nos amenazan con dejarnos fuera del peso ideal,  aquellas indignas tendencias que dicen los médicos sube; el colesterol, la tensión sanguínea, y ensancha los estómagos de cuantos la disfrutan.

Tras el refrigerio, la gente parecía más calmada, más serena, incluso más simpática, y dejaban su hospedaje en Casa Marina, saliendo a la calle. Sin pensar que aquel sol de justicia esperaba para decirnos. ¡Ven y verás!


Es práctico disfrutar de estas salidas excursionistas, porque todo te lo ponen a “Guevo”, antes de que preguntes, y no podría ser menos.
El Autocar, preparado para ir a visitar Guimerá, una villa de la comarca del Urgel. Un pueblecito medieval, con su Castillo y su Iglesia, como todos, arriba del pueblo, en lo alto de una colina, que llegas ascendiendo callejas estrechas y pintorescas que cuando llevas caminado cien metros, con el estómago como lo llevábamos, te percatas de lo poco que comían en el Medioevo. Vamos que la casa de Marina, no existía y que debían pasar un hambre de la leche. Si no, de qué manera subían al Castillo. Todos no fueron capaces de ascender. Del resto la mitad se arrepintió a media marcha. Ya no había vuelta atrás. ¡Subes o te sientas en una piedra!

Los guías organizadores dieron hora y media para tanto fato, sin embargo creo que a ninguno le faltó tiempo para pensar_, cuanto más suba. Los valientes se atrevieron al ascenso y disfrutaron de las callejas, de las placitas y las fachadas de pedernal. En la Iglesia, muy bien adecuado, una película daba idea, de lo que fue en su tiempo, allá por el siglo trece, o el  catorce, las vivencias de los “Guimerencs”, dedicados a la recolección de aceite, hortelanos y amanuenses.




No faltó ni uno para degustar el menú que prepararon. Después de bajar de las fabulosas construcciones medievales y de la iglesia que tan bien conservada existe, para el placer de los visitantes. 
¡Eso sí! Jadeantes, fueron al llegar al plano de la villa en busca de un refresco y unos vermucitos, por aquello de hacer boca, mientras llega la hora del meneo.



Ensalada Catalana, Escudella, Cazuela de Pagés, Caracoles, postre de la casa. Además del pan, vino, café y una copita de cava.

Algarabía, risas, bromas, y cazuelas de caracoles acabada.

¡Oiga puede traer otra!

¡¿Otra?!  Cazuela más llena de caracoles ¿para comer?

¡Naturalmente amable señora! 

Los que no le gustan los caracoles, se les ofreció un menú alternativo a base de carnes al fricandó, que agotaron a medida que el reloj transcurría y traspasaba.

Baile, después del hartazgo. ¡Vamos a bailar! Y bailamos al son de los pasodobles, de las tonadillas y de los minués, que el músico con su órgano disponía en aquella pista, que más que bailar se pisaba al prójimo. ¡Eso sí!  Divertido lo fue y agradable también.


Con las mismas, al bus y para casa, que la vaca más leche ¡No da!
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¡La próxima el mes que viene!
¡Allí estaremos, si la salud, lo permite!


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