domingo, 14 de abril de 2024

Fruto del Juego - quinta parte y final -

 



Aquella mañana el cartero dejó en la recepción del hostal O Fierro un certificado a nombre de Adela, que recogió en cuanto salían para afrontar otra jornada en la ciudad. Un escrito que María y sus hijos le habían remitido desde Barcelona. Anunciándoles que serían muy bien recibidos, caso de llegar a su casa, y aunque no estaban sobrados de nada, pero si venían dispuestos a trabajar, y hacerse de un rincón de futuro, les podrían ayudar en el arranque y a su vez, con el dinero que imaginaban traían desde su destino se arreglarían. Podrían sufragar alguna de las deudas que aquella familia tenía pendientes en los colmados del barrio y alejar un poco las penas del hambre. Ya que aun y trabajando los tres, no les alcanzaba para llegar a final del mes, ni tener los estómagos aliviados. 

Aquel mensaje recibido les ponía en guardia y si recalaban por Barcelona, sabían a lo que estaban abocados. De entrada, grandezas pocas y venturas mínimas. Por lo que la respuesta a la carta de su madre quedó pendiente de contestación y la hora de encontrarse suspendida en el tiempo.
Mientras discutían sobre la situación de la familia de Adela, tropezaron en la Rambla Marina con Xinzo, que les invitó aquella noche a visitar el tugurio que regentaba junto Amalia. Aceptando de buen grado, con la particularidad que tan solo se presentaría Jacob, por motivos obvios. Adela previsora había tenido un espejismo alucinante en su imaginación que la desmarcaba de la pretensión y la acercaba a prepararlo todo por si tuviesen que salir escopeteados. Además de escribir a su madre María, Gelete y Paco sus hermanos, informándoles de su futuro inmediato, que con seguridad aún no conocía.

 
Quedó encantado el chilango con el mujerío, el despelote, las timbas y aquellos cócteles afrodisíacos. Donde se desafiaba a la suerte en las partidas del póker, del blackjack, y los dados con cualquier moneda existente. Pesetas, dólares, esterlinas, pesos, sin mediar medida. Incluso con el trueque de escrituras de la propiedad que a menudo se jugaban los más viciosos y enfermos ludópatas.
Al margen de la mierda y el abuso de ciertas prohibiciones que se sucedían en un terreno tan anónimo y descontrolado por la policía, nadie le ponía freno ni mediación de recurso. Muchos lo sabían y en cuantiosas ocasiones cerraban los ojos o miraban hacia otros lugares para no ver lo que allí estaba sucediendo.
Cualquier aberración que se pudiera sospechar, se conseguía en aquel estercolero. Repleto de inmundos adinerados, y otros que no poseían más que adeudos.
Famosos de medio flequillo, y gánsteres aficionados que delinquían por un simple trago. Noche tras día se hacinaban jugando, donde se podía perder la vida en un instante por una mala racha de fortuna.
La pareja llegada desde Madrid, tan solo llevaba cuatro semanas hospedados en O FIERRO, el alojamiento elegido desde que recalaron en la ciudad marinera y ya pensaban en alguna vivienda de alquiler, o en preparar sus pies en polvorosa por si tuvieran que escapar.
Mientras; procuraban disfrutar de la estancia en aquel lugar. Atendiendo a detalles y posibilidades que les pudiesen beneficiar. Hasta que la diosa fortuna les propusiera cualquier enredo monetario para no volver con las manos vacías a un destino diferente.
En el Ferrol no se podían quedar. No tenían futuro ni sostén natural. Aquellos parientes jamás les cubrirían las espaldas en momentos de precariedad, y tal y como se les presentaba la cosa, estaban seguros y convencidos que arribarían las vacas flacas.
Habían sido despreciados por sus tíos carnales. Los que creían serían sus garantes.
De momento se balanceaban como si de un trampolín se tratara. A la espera de algún negocio que pudieran untar los bolsillos y su radicación temporal necesaria para la llegada de noticias de otros familiares y parientes repartidos por la península.
Adela en una premonición, dio aviso a la familia de Barcelona, la noche misma en la que recibió noticias de su madre y hermanos, para que no escribieran más a la dirección del O Fierro, porque presentía iba a tener que ausentarse de esa población a la voz de ya.
Aquella aurora Xinzo lo perdió todo. El juego arruinó su vida. Pendiendo una amenaza sobre su cabeza. Ya no tenía más para jugarse y le era necesario liquidar apuros. Abonar deudas pendientes y las contraídas en aquella mesa de la ruleta.
Con propiedades, títulos o ahorros, era imposible. No podía puesto que carecía de todo, y no dudó en apostarse a una de sus hijas. La más pequeña. La que era fruto del concubinato con Amalia.
Decisión que ya habían acordado aquel par de crápulas desdichados. Al no ser decentes ni querer afrontar su compromiso. Ni el cariño necesario para con los hijos. Evitando el esfuerzo que se necesita para mantener a los críos en la lactancia. Darles instrucción escolar, amor y normalizar como Dios manda una familia.
No entendían de esfuerzos, madrugones, peripecias ni sacrificios. Con lo que Amalia no estaba dispuesta a cargar ni un minuto más y mandarlo todo al traste.
Xinzo estaba perdiendo en aquel instante más de setecientas cincuenta mil pesetas que le iban a despojar los cómplices de aquel matute. Desesperado, salió del garito para ver a su Amalia y proponer una solución pactada. Ella muy borracha y sin casi sentido le dio la luz verde para lo que tantas veces habían hablado.
Volvió a la partida desencajado y sabiendo que si no triunfaba aquella propuesta que ponía sobre la mesa, se jugaba la vida entre los cuatro que participaban en el compás. Proponiéndole al primo de su compañera de vida algo que jamás hubiere imaginado.
 
Jacob se había llevado buen pellizco de la trilla del juego. Con lo que Xinzo planteó a bote pronto al colorado, cambiarle todo el montante que había ganado en aquella mano, por su hija menor. Venderle a la niña.
Liquidando Xinzo así la carga nocturna. Salvar su pellejo pagando la deuda contraída en aquella mano por su mala cabeza, al matón de las marinas ferrolanas. Que no le daba más crédito y quería cobrar a toca teja aquella noche.
 
Vender a una hija, no les era un problema vital para aquella pareja de desgraciados.
Los padres de Constantina, de acuerdo con salvar su culo de aquellos delincuentes hampones se deshacían de la pitusa. Cambiándola a pelo al primero que se pusiera a tiro. Tan solo por el trueque de una noche de miseria.
Una mala racha de cartas que les obligaba a saldar aquel desembolso con sangre o con divisas. Decidiendo que Constantina sería la moneda de cambio.
 
Jacob el primo carnal de Amalia, aceptó sin rodeos quedarse con la nena. Con ciertas condiciones que debían admitir de inmediato los padres fisiológicos que firmarían un documento personal, donde se exponían los motivos por los cuales se debía aquella donación. A cambio de absolutamente ningún derivado personal, ni devengo posterior. Solo por la tasa de aquellas setecientas mil pesetas de la timba del juego. No obligándole ningún pago más por aquel trueque y renunciando a los derechos de padres. Cedida al matrimonio de Adela y Jacob, para siempre. Por haberla apadrinado después de una deuda de la ruleta. Que firmaron ambos completamente convencidos mientras recogían aquellos billetes verdes, para abonar al hampón allí presente su canon.
No pudiendo exigir paternidad, a partir de entonces para con la chiquilla, ni establecer contacto con Constantina. Cerrando así el capítulo de aquella angelita de casi dieciocho meses.
La rescató con mucho gusto de la cuna donde dormía ajena a todo. Falta de higiene y del amor de sus papás y de un biberón necesario. Sin perder el tiempo, una vez guardó el documento de venta, que hicieron a mano alzada, desapareció Jacob con el edredón que cubría a la niña. La que jamás volverían a ver por haber sido repudiada.
Llegó a la habitación que ocupaban en el O Fierro, antes de amanecer por completo con la niña en los brazos.
Adela en su duermevela había sentido un par de sacudidas extrañas que le indicaban iba a sobrevenir un suceso que les iba a cambiar la vida para siempre. Dándose un desenlace primordial para ellos.
Cuando la avivó de la socarronería del sueño, no se le notó esfuerzo alguno y la sonrisa de Jacob, le daba la buena nueva. En su despertar supo que eran padres de Constantina sin que nadie le dijese nada. Lo presentía. Lo había soñado y sucedió. Jacob agitado quedó contándole la historia y se pusieron en marcha. No había otra cosa más importante que desaparecer con su niña.

Debían esfumarse de Galicia, del Ferrol y del perímetro donde vivían Amalia y Xinzo con carácter de urgencia.
El destino a partir de entonces se les presentaba incierto y preocupante.
Se fugaron del lugar, sin dar noticias de su paradero, y se pusieron rumbo a Madrid, haciendo una parada en Tordesillas para despistar al taxi que les condujo en el primer trayecto. Después en un bus de línea llegaron de nuevo a la capital. Se establecieron en el barrio de Vallecas buscando ambos una ocupación para mantenerse, encontrando una plaza de dependiente en una ferretería y Adela, a la vez que cuidaba a Constantina se empleó en una guardería infantil que le permitía llevar y traer a su hijita.
 
Como quiera que los esfuerzos, calamidades y quebrantos superaban con creces a personas que no están acostumbrados a doblar el lomo. No superaron el martirio al que estaban sometidos, y las deudas iban acribillando la estadía de los nuevos papás. Decidiendo poner tierra y mar de por medio y volver a américa.
Sin imaginar de momento que Constantina, carecía de créditos que demostraran que era su hija y poder franquear las fronteras.
 
FIN.
 
 


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