Con las conjeturas que sacaron Adela y Jacob, vieron
que el relacionarse con ellos, caso de tener suerte, era improbable. Su llegada
no les aportaba nada emocional, y el cariño no existía en su seno próximo,
cuanto menos en el distante.
Las noticias descubiertas de los parientes ausentes,
no les interesaba lo más mínimo. Eran verdaderos desconocidos y al no haber
tenido ningún roce durante tantos años de abandono, tampoco existía razón ni
vínculo natural.
Ayudados por el vicario que les preparó un
encuentro aparecieron en aquella casa de visita. Titubeantes, se presentaron con
unas ofrendas autóctonas. Regalos materiales y obsequios de la familia lejana,
que realmente compraron en el bazar del rastro queriéndolos hacer pasar por
agasajos traídos del más allá del mar del caribe.
Josué y Marina, no mostraron alegría con los
sobrinos recién aparecidos y acreditados. Con poco aprecio arrinconaron, sin el
menor interés las baratijas que querían hacer pasar como presentes enviados por
los que se quedaron en Acapulco.
Esperando y temiendo que de un instante a otro
pidieran alguno de los favores que presagiaban por la impronta resultante y
porque además se les notaba en la cara, su angustia y necesidad.
Escaseando por parte de aquellos ancianos, todo
agrado posible, demostrado con su silencio cortante y el desprecio que en un
día fueron objeto. Ahora muy tarde, no querían saber ni de alegrías ni de penas
de todos aquellos que huyeron y ahora retornaban con la cola entre las patas.
Marina, la esposa de Josué, viendo la cara que
ponía su hombre, apresuró las preguntas y directamente interrogó a los recién
llegados, qué era lo que querían y porque ahora se acordaban de unos parientes
tan olvidados. Haciendo una pausa y callando en pro de averiguar el verdadero testimonio
que aportaban.
Jacob y Adela lejos de aclarar y responder a
la pregunta, hablaban de detalles aislados que no los llevaban a parte alguna.
Notando Josué cierto interés por atraerlos con alabanzas sin conseguirlo. Ya
que toda la información e intuición que tenían de la estirpe del Ferrol la
habían conseguido por informes del cura que los puso al cabo de la calle.
Nombres de los hijos, con sus descendencias y
de los nietos y otros detalles que omitieron porque se les notaba el percal y
la jeta demostrada por aquellos forasteros que pretendían ser recogidos.
Detalle que sus tíos descubrieron de inmediato
forzando el momento de su marcha.
Jamás habían presenciado aquellos sobrinos un
encuentro familiar tan desagradable y falto de afecto en su vida. Ni un abrazo,
ni un beso, ni tan siquiera un trámite civilizado que mostrara alegría. Apenas
les dejaron amoldarse en el rincón de un angosto pasillo, sin brindar silla, ni
bocado de pan, ni trago de agua.
No quisieron aceptar los cacharros que traían
para los hijos de Amalia, por no tener relación alguna con su hija, que faltaba
de aquella casa desde hacía muchos años. Facilitándoles la dirección, y si les
apetecía, se lo acercaran.
Se acabó el trámite antes de cumplirse la
media hora de su aparición. Saliendo casi a la fuga, oyendo el estruendo del portazo
que se fraguó a sus espaldas. Imaginando que no se volverían a tratar.
Dorotea Trujillo, “la Abanicos”, volvió a
recibir una nueva carta de Adela, ahora con remite de expedición y no tardó en
llegar a las casas baratas de Horta a entregar aquella misiva a Maruja, que
junto a Gelete y Curro, hermanos de Adela leyeron tantas veces, con lágrimas en
los ojos. Donde analizaban las letras de su hermana que les pedía perdón por
haberlos dejado solos y relatando toda la serie de calamidades que había
sufrido para poder llegar al punto en que estaba. Ahora de retorno porque a pesar
de todo lo vivido, jamás pudo encontrar la felicidad que ella pretendía. Gozo que
disfrutaría si el cielo le regalaba aquel milagro. Abrazarlos hasta la extenuación.
Dándole las gracias a las Vírgenes del Carmen y Guadalupe, el estar con vida y conseguir
con la ayuda de Dios encontrarlos y volver a ceñirse a su alrededor, caso de
estar perdonada por los disgustos propinados de antaño.
Maruja con la ayuda de sus hijos no tardó en escribir
enviando la respuesta a la dirección del hostal O Fierro que por correo urgente
sellaron. Quitándole hierro al pasado y con la intención de abrazarla lo antes
posible. Queriendo saber si estaba bien casada, si tenía niños y de qué forma
se ganaba la vida, para sufragarse el costoso viaje hasta la España recién
liberada. Sospechando que, si había vuelto de un país tan grande y rico, era
por motivos que esperaba se los pudiera explicar cuando se reencontraran. Mil
cosas más quisieron indagar, dejándolas en el alero para poder conocerlas de su
propia voz. Le rogaron en aquel mensaje, que los mantuviera informados y les
escribiera a menudo.
Aquel día fueron a la playa de San Xurxo, litoral
y pedanía donde vivía Amalia, sus hijos y su compañero Xinzo. Donde tutelaban
un albergue muy cercano a los muelles, posada de alojamiento de peregrinos del
Camino de Santiago, y viajeros con escaso o poco tiento económico. Con la
excusa de entregarles aquellos presentes que Marina y Josué padres de la menor
de sus hijas, no habían querido aceptar. Dándoles la oportunidad de acercarse
ellos mismos a cumplir con aquel débito que les apetecía hacer.
Se presentaron sin previo aviso. De la noche a
la mañana arriesgándose a que la visita fuera de la misma dimensión y forma que
la que le ofrecieron los padres de Amalia
Los recibieron con reservas, aceptando los
regalos para los chaveas y las botellas de licor que traían para los mayores, que
no tardaron en descorchar. Entrando con premura por los efluvios del alcohol en
las grandezas y en las veleidades que provocan los néctares espirituosos.
Celebrando aquella aparición como si se conocieran desde el inicio de los
tiempos. Amistad que tanto unos como otros creían, sería provechosa para sus
bolsillos.
En aquella gran casa de hospedajes, tenían una
especie de reservado donde la ocupaban los padres y sus cinco niños. Manteniéndoles
distanciados de todos los chochos que se formaban en las noches.
Jugaban los recién llegados con aquellos
mesoneros, incidiendo en las emociones que sabían les agradaban y como no, los
ponían a tono. Datos que les había pasado el mosén de la parroquia y los aprovechaban
para conseguir aquello que pretendían y tenían muy en cuenta, para alucinarlos
con grandezas y promesas.
Vivienda muy sencilla, amplia y poco aireada,
deslumbradora y poco limpia. Notándose la escasez del bienestar y la
insolvencia paternal. Chiquillos en edades desde los once años el mayor a los dieciocho
meses, de la más pequeña.
Los cuales demostraban su desnutrición y la
falta de atención que aquellos padres les negaban.
Xinzo como Amalia vivían del puro cuento, y
sus aficiones eran el Fado galego y la música de gaitas a deshoras, los
mariscos regados con mucho Riveiro y los chupitos y caldos fuertes del arenal.
Haciendo unas timbas de juego en las noches, que se llegaban a jugar hasta las
miserias más reprobables.
El compañero de Amalia y el marido de Adela, se
hicieron amigos muy pronto. Se entendían sin esfuerzo. Ambos eran parecidos, deshilvanados
y muy semejantes. Sobre todo, por compartir el menor gusto en echar el bofe,
trabajar a ratos y cansarse poco.
El arrojo físico no era para ellos. Tan solo
disfrutaban con el humo procedente del tabaco, el paladar de los tragos cortos
y penetrantes y el descarrío por las apuestas atrevidas y del tipo que hubiere.
CONTINUARÁ….
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