viernes, 12 de abril de 2024

Fruto del Juego - Cuarta parte.

 



Con las conjeturas que sacaron Adela y Jacob, vieron que el relacionarse con ellos, caso de tener suerte, era improbable. Su llegada no les aportaba nada emocional, y el cariño no existía en su seno próximo, cuanto menos en el distante.

Las noticias descubiertas de los parientes ausentes, no les interesaba lo más mínimo. Eran verdaderos desconocidos y al no haber tenido ningún roce durante tantos años de abandono, tampoco existía razón ni vínculo natural.

Ayudados por el vicario que les preparó un encuentro aparecieron en aquella casa de visita. Titubeantes, se presentaron con unas ofrendas autóctonas. Regalos materiales y obsequios de la familia lejana, que realmente compraron en el bazar del rastro queriéndolos hacer pasar por agasajos traídos del más allá del mar del caribe.

Josué y Marina, no mostraron alegría con los sobrinos recién aparecidos y acreditados. Con poco aprecio arrinconaron, sin el menor interés las baratijas que querían hacer pasar como presentes enviados por los que se quedaron en Acapulco.

Esperando y temiendo que de un instante a otro pidieran alguno de los favores que presagiaban por la impronta resultante y porque además se les notaba en la cara, su angustia y necesidad.

Escaseando por parte de aquellos ancianos, todo agrado posible, demostrado con su silencio cortante y el desprecio que en un día fueron objeto. Ahora muy tarde, no querían saber ni de alegrías ni de penas de todos aquellos que huyeron y ahora retornaban con la cola entre las patas.

 

Marina, la esposa de Josué, viendo la cara que ponía su hombre, apresuró las preguntas y directamente interrogó a los recién llegados, qué era lo que querían y porque ahora se acordaban de unos parientes tan olvidados. Haciendo una pausa y callando en pro de averiguar el verdadero testimonio que aportaban.

Jacob y Adela lejos de aclarar y responder a la pregunta, hablaban de detalles aislados que no los llevaban a parte alguna. Notando Josué cierto interés por atraerlos con alabanzas sin conseguirlo. Ya que toda la información e intuición que tenían de la estirpe del Ferrol la habían conseguido por informes del cura que los puso al cabo de la calle.

Nombres de los hijos, con sus descendencias y de los nietos y otros detalles que omitieron porque se les notaba el percal y la jeta demostrada por aquellos forasteros que pretendían ser recogidos.

Detalle que sus tíos descubrieron de inmediato forzando el momento de su marcha.

Jamás habían presenciado aquellos sobrinos un encuentro familiar tan desagradable y falto de afecto en su vida. Ni un abrazo, ni un beso, ni tan siquiera un trámite civilizado que mostrara alegría. Apenas les dejaron amoldarse en el rincón de un angosto pasillo, sin brindar silla, ni bocado de pan, ni trago de agua.

No quisieron aceptar los cacharros que traían para los hijos de Amalia, por no tener relación alguna con su hija, que faltaba de aquella casa desde hacía muchos años. Facilitándoles la dirección, y si les apetecía, se lo acercaran.  

Se acabó el trámite antes de cumplirse la media hora de su aparición. Saliendo casi a la fuga, oyendo el estruendo del portazo que se fraguó a sus espaldas. Imaginando que no se volverían a tratar.

 

Dorotea Trujillo, “la Abanicos”, volvió a recibir una nueva carta de Adela, ahora con remite de expedición y no tardó en llegar a las casas baratas de Horta a entregar aquella misiva a Maruja, que junto a Gelete y Curro, hermanos de Adela leyeron tantas veces, con lágrimas en los ojos. Donde analizaban las letras de su hermana que les pedía perdón por haberlos dejado solos y relatando toda la serie de calamidades que había sufrido para poder llegar al punto en que estaba. Ahora de retorno porque a pesar de todo lo vivido, jamás pudo encontrar la felicidad que ella pretendía. Gozo que disfrutaría si el cielo le regalaba aquel milagro. Abrazarlos hasta la extenuación. Dándole las gracias a las Vírgenes del Carmen y Guadalupe, el estar con vida y conseguir con la ayuda de Dios encontrarlos y volver a ceñirse a su alrededor, caso de estar perdonada por los disgustos propinados de antaño.

Maruja con la ayuda de sus hijos no tardó en escribir enviando la respuesta a la dirección del hostal O Fierro que por correo urgente sellaron. Quitándole hierro al pasado y con la intención de abrazarla lo antes posible. Queriendo saber si estaba bien casada, si tenía niños y de qué forma se ganaba la vida, para sufragarse el costoso viaje hasta la España recién liberada. Sospechando que, si había vuelto de un país tan grande y rico, era por motivos que esperaba se los pudiera explicar cuando se reencontraran. Mil cosas más quisieron indagar, dejándolas en el alero para poder conocerlas de su propia voz. Le rogaron en aquel mensaje, que los mantuviera informados y les escribiera a menudo.

 

Aquel día fueron a la playa de San Xurxo, litoral y pedanía donde vivía Amalia, sus hijos y su compañero Xinzo. Donde tutelaban un albergue muy cercano a los muelles, posada de alojamiento de peregrinos del Camino de Santiago, y viajeros con escaso o poco tiento económico. Con la excusa de entregarles aquellos presentes que Marina y Josué padres de la menor de sus hijas, no habían querido aceptar. Dándoles la oportunidad de acercarse ellos mismos a cumplir con aquel débito que les apetecía hacer.

Se presentaron sin previo aviso. De la noche a la mañana arriesgándose a que la visita fuera de la misma dimensión y forma que la que le ofrecieron los padres de Amalia

Los recibieron con reservas, aceptando los regalos para los chaveas y las botellas de licor que traían para los mayores, que no tardaron en descorchar. Entrando con premura por los efluvios del alcohol en las grandezas y en las veleidades que provocan los néctares espirituosos. Celebrando aquella aparición como si se conocieran desde el inicio de los tiempos. Amistad que tanto unos como otros creían, sería provechosa para sus bolsillos.

En aquella gran casa de hospedajes, tenían una especie de reservado donde la ocupaban los padres y sus cinco niños. Manteniéndoles distanciados de todos los chochos que se formaban en las noches.

Jugaban los recién llegados con aquellos mesoneros, incidiendo en las emociones que sabían les agradaban y como no, los ponían a tono. Datos que les había pasado el mosén de la parroquia y los aprovechaban para conseguir aquello que pretendían y tenían muy en cuenta, para alucinarlos con grandezas y promesas.

Vivienda muy sencilla, amplia y poco aireada, deslumbradora y poco limpia. Notándose la escasez del bienestar y la insolvencia paternal. Chiquillos en edades desde los once años el mayor a los dieciocho meses, de la más pequeña.

Los cuales demostraban su desnutrición y la falta de atención que aquellos padres les negaban.

Xinzo como Amalia vivían del puro cuento, y sus aficiones eran el Fado galego y la música de gaitas a deshoras, los mariscos regados con mucho Riveiro y los chupitos y caldos fuertes del arenal. Haciendo unas timbas de juego en las noches, que se llegaban a jugar hasta las miserias más reprobables.

El compañero de Amalia y el marido de Adela, se hicieron amigos muy pronto. Se entendían sin esfuerzo. Ambos eran parecidos, deshilvanados y muy semejantes. Sobre todo, por compartir el menor gusto en echar el bofe, trabajar a ratos y cansarse poco.

El arrojo físico no era para ellos. Tan solo disfrutaban con el humo procedente del tabaco, el paladar de los tragos cortos y penetrantes y el descarrío por las apuestas atrevidas y del tipo que hubiere.

 

 

 

CONTINUARÁ….

 

 

 

 

 


0 comentarios:

Publicar un comentario