Sharon; estaba en una de esas clases
de capacitación laboral, que preparó su propia empresa para empleados sublimes.
Estaba participando de uno de esos cursos de instrucción para llegar a ser más
eficaz en su cometido.
Eran unos entrenamientos en uno de
esos congresos que tan de moda están, ofrecidos a según que sociedades
mercantiles por los sindicatos para obtener tajada ambos. Premiando según
ellos; a quienes deben hacer los esfuerzos diarios y sacar el trabajo sin
rechistar. Hacer participar en esos encuentros a otros empleados que, sin
merecerlo, se dejan manipular, a conveniencia de directivos caprichosos y son
un tanto lenguaraces. Dando siempre la razón al jefe.
Congresos que se establecían en
favor de la industria, aprovechando ventajas dinerarias del fondo de garantías.
El ahorro por impuestos fiscales y las tantas exenciones que existen y
desconocemos.
Aquella mujer notaba desde el
comienzo de las prácticas, que no entendía nada de lo que el instructor del
simposio impartía.
Su empeño le empujaba a no quedarse
rezagada en aquella tecnología que comenzaron a denominarla entonces, con el
nombre de “Inteligencia Artificial”, y a la postre, no le servía para el cometido
de su labor en el bufete.
Notaba en silencio, que cada día
estaba menos preparada, motivada y con carencia para seguir con aquel
desenfreno. Aquellas avaricias de presunción alocadas. Las carreras entre
compañeros, para demostrar quienes eran las más guapas. Los más persuasivos, las
más eficaces y productivas y los que tenían mejor predisposición para embargar
su tiempo libre y dedicarlo a la usura de su profesión. Olvidando irresponsablemente,
si cabía, a hijos, familia y demás. La causa lo exigía y la presunción por descollar
parecía imperativa.
Un correteo inicuo y sin freno amargaba
a la licenciada, que sostenía y disimulaba vértigos y desajustes de salud, desde
que la habían nombrado responsable general del sistema y exterminio de los
virus informáticos de aquella sociedad que, exigida en grado sumo, había dejado
de dormir, y de vivir como lo hacen las personas equilibradas.
Igual cada día tenía más viajes y
oportunidades en cartera y menos ilusión de seguir luchando en aquella batalla
que, a fin de cuentas, era una de las ultimas escaramuzas que libraría en contienda.
Primero porque no dominaba el inglés fluido, y de pronto era condición “sine
qua non”.
Segundo por su costumbre tan ilícita
de dar las quejas consecuentes, cuando algo no estaba dentro de la legalidad y de
lo que se pretendía esconder dentro de aquel paraíso arcaico. Mutando su forma
de pensar, que tubo de reconducir para mantener aquel estatus.
La última de las tres condiciones
era concluyente, inapelable y taxativa, pasando de los cuarenta y cinco años y le
quedaban como mucho, tres de presencia, fornida, agradable y sensual, para dar
la talla.
Aquellos tiburones del distrito de
recursos humanos, que pretendían tener a hombres y mujeres vitales y agresivos.
En cuanto les comenzaran a colgar la papada, abultar los estómagos, caer los
músculos del antebrazo y los pechos, los ponían en la cola de la prejubilación.
Se notaba decadente, la distinguida Sharon,
sin ideas para ser lo que se pretendía de aquella mujer bandera, que no sabía
llorar, y siempre llegar con creces a los objetivos abusivos que les hacían
firmar a principios de ejercicio.
La tecnología del curso que
impartía, la superaba, y por muchos
esfuerzos que ejercía, no llegaba a la comprensión de la materia inicial, ni a
comprender sus pretensiones, ni por supuesto llegar al núcleo de la aplicación
que allí se manifestaba.
Además de todo eso, tenía que ser una
mujer guapa, exclusiva y muy dicharachera en la oficina, no tener problemas de
ningún tipo y si había penas, ocultarlas siempre demostrando que podía contra
todo y contra todos.
Por supuesto quedar y medir siempre
sobre Saúl y Roberto, dos compañeros desalmados que estaban casi, a su altura
profesional, pero que tenían una nómina superior y encima eran dos fantasmas
ilusos muy delatores.
Sin embargo, llegó súbitamente la
decadencia, que no era tal; ya que los accionistas y ejecutivos de la firma, hacia
más de un ejercicio que lo conocían, pero no lo habían divulgado por inconveniencias
generales. Algo que nadie esperaba.
Una fusión, más que eso. La
absorción de la sociedad, por una firma francesa, la que dejaba en entre dicho,
a según que puestos intermedios y cargos de poca monta. Entre los cuales se
encontraba el futuro del simpático Saúl y del casi corpulento obeso de
Roberto.
Aquellos que fueron designados para
confeccionar las listas de la purga, en la cual iban todos los componentes de
aquella oficina, menos ellos, dado que eran imprescindibles para la buena
marcha del ajuste.
La nueva directiva, los mandatarios
franceses sabiendo de las prácticas españolas, se pusieron manos a la obra y
comenzaron por analizar, el aspecto profesional de la veintena de empleados de
aquel reducto.
Como nadie juega a perder, estas dos
lumbreras hicieron una escabechina.
Quedando ellos al margen, fueron indemnizados
y despachados todos aquellos que no tenían rango alguno, los currantes, los que
realmente sacaban el trabajo, despidiéndoles de inmediato.
La señora Sharon, fue prejubilada
ipso facto. Bastantes años antes de su momento, quitándole los males de cabeza
que le comenzaban a dar los virus estáticos, de según que camaradas la
acompañaban.
Saúl, el tipo menos agradable del
consorcio y el más ruin para compañeros, colegas, clientes y para él mismo, fue
descabezado y tuvo que aceptar un traslado fulminante, sin ser de buen grado. Una
ocupación de meritorio en una empresa de galletas.
Roberto, en lugar de perder peso, lo ganó junto a una diabetes complicada. Supo venderse a los franceses, como la única alhaja de la sociedad absorbida, queriendo demostrar que era el único oro de ley con que contaba el denostado departamento y al cabo de unos años lo desterraron viendo la poca calidad profesional que atesoraba y las malas artes que reanudaba a su alrededor
Octubre 2023, 07.
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