Juan Jose y Juan Manuel |
Coincidimos todos en una conmemoración
de un Festival de las Casas de Andalucía, donde fueron presentados por el
ínclito Juan José. Los parientes se miraron y se abrazaron. Muchas cosas por
contarse y por detallar. Para el resto del grupo; nuevos amigos.
Josep; era una persona amable
y atenta, sabía escuchar y respondía con un equilibrio contrastado. Después
cenamos todas las amistades juntas y la alegría se elevó en varios tonos, cada
cual explicaba efusivamente su día a día, la cotidianeidad. Nada que estuviera
fuera de lo común. Toda la alegría y las ilusiones envasadas en aquel minuto de
expresión, en aquel encuentro preciso que solo sucede una vez. Aquella ocasión
sería la primera y la última, no habría otra oportunidad. El único que maniobraba
ese detalle era el destino.
De cuantos amigos estábamos
sentados, en aquella mesa de restaurante, fue elegido precisamente Josep por el
destino, para realizar con puntualidad en catorce semanas y un día, que son
exactamente noventa y nueve días: el
viaje sin retorno.
Ir indefectiblemente a
ocupar el terreno de los callados (Occupy the land of the silent). Donde hemos
de ir en algún momento ¡todos nosotros!
Fue de buena mañana cuando
el teléfono sonó intempestivo, urgente y turbado, al otro lado del hilo Juan José,
con voz ronca. Más que ronca: rota, acongojada.
_ ¡Buenos días
chavalote! Retorné a su saludo queriendo
disipar esa tensión que emergía y que a la vez, temía.
_ ¿Te has enterado? _
Balbució Juan José, dejándose en su propia voz la pena contenida.
_ ¿Ha ocurrido algo grave? _
pregunté tenso sobre una baldosa del piso, inmóvil, esperando ni yo mismo lo
que me iba a decir.
_ ¡Josep ha muerto!
_ ¡Qué me dices!
_ Ayer tarde de forma súbita
le sobrevino un infarto mortal.
Quedamos enmudecidos por
unos instantes, cada cual especulando dentro del circuito personal de las
propias emociones, buscando el recuerdo más cercano, edificando su imagen en la
coyuntura de la percepción mental. Deseando rememorar cuantas veces habíamos
coincidido y cuántas de ellas habían sido disfrutadas y compartidas. ¡Cinco
minutos nada más!
Por mucho que lo piense, se
suelen extraditar estos pensamientos, no queremos entrar en la verdad, en la
conciencia. Estamos de paso, gastamos mucha energía en lo absurdo. No se
precisa, en que este momento o; aquel son irrepetibles. Nos machacamos a menudo
con padecimientos, con el que será mañana, con la situación que nos depare, con
ese privilegio que tan pronto podemos, aparcamos.
Si pudiésemos saber qué es
lo que nos depara el futuro con un mes de antelación. Estoy muy seguro, casi
convencido; seríamos más humildes.
Por ello, vamos a disfrutar
de esos cinco minutos que aún nos queda.
_ ¿Estás ahí Juan José?
_ ¡Sí! Perdona, pero aún no
me he repuesto de todo esto. Ya nos veremos.
_ ¡Un abrazo y cuídate!
_ ¡Te llamo en cinco
minutos!
2 comentarios:
Tu escrito pone de relieve la magnitud de lo efímero.
Necesitamos creer en algo divino, además de en Dios. Algo que podríamos llamar amor o bondad. Como dice el salmo: "¿Adónde iré yo lejos de tu espíritu? ¿Adónde de tu rostro podré huir? Si hasta los cielos subo, allí estás tú. Si en el infierno me acuesto, allí te encuentras. Si tomo las olas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar, también allí tu mano me guía, tu diestra me sujeta. "
Recibe mi apoyo emocional, José.
Que efímero es todo..hay una inmensa verdad en tu hermoso escrito...perdemos mucho tiempo en tonterías...es importante valorar el tiempo que podemos aprovechar aquí, es lo que me queda de tu importante narración.
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