Aquel viaje, en el Crucero la Maravilla del Atlántico, viajaban personas que estaban en una posición preferente en la vida, por sus beneficios y sus capitales. Aunque en su inicio, algunas de ellas, habían sido personas muy necesitadas y en algunos de los casos, habían sufrido por menosprecios, y falta de posibilidades hasta para comer.
Petrus era un adinerado
personaje, que se dedicaba a ofrecer dádivas y socorros a los necesitados, y
queriendo vivir un poco la vida, se había enrolado en aquel viaje de placer,
para sosegar el alma.
En la reunión y ulterior
cena con el capitán del navío, pudo explicar a los comensales que acompañaban
en aquel banquete, todas, o parte de las vicisitudes que había sufrido hasta
llegar, al momento en que levantaba la copa del brindis.
Lo más imponente y a su
vez trascendente en Petrus es su falta de extremidades inferiores. Amputadas a
la altura del abdomen y la entrepierna. Después de sufrir un accidente de
circulación, cuando un coche que circulaba en contra dirección por una
carretera provincial, lo embistió sin contemplaciones. Dejándole en un estado físico
lamentable, bastante precario y sin futuro.
Petrus comenzó a narrar
su historia, y quiso ponerse en la piel que le cubría entonces. Explicando las
dificultades y los sinsabores que tuvo que soportar…
Era una época donde la
juventud y el desquicio por la prisa, protagonizaba la vida de Petrus, el que
quiso relatar, sin ambages la realidad, que sufren y sufrirán muchos afectados
y dejados de la mano del Señor.
Comenzando el relato con
cierta ironía… yo fui un dechado…
Un tipo que en su
plenitud debió ser alto y fornido, rubio y no mal parecido. De tez cerúlea con
un tono tirando a roto. Super rebelde y bastante exigente a pesar de los
pesares de mi situación personal.
En el instante de la colisión
iba acompañado de una amiga, Milena, y otra pareja de amigos. Los cuales
quedaron indefectiblemente sin vida, por el impacto brutal que sufrimos en la fatal
sacudida.
Quedé fuera de mí,
acabando mis días. Manteniendo mis brazos corpulentos con unas manchas
blanquecinas que iban moteando su piel hasta llegar a las manos, que no se les
veía trabajadas ni vulgares. Aquella mirada que en un principio era perpleja y
chulesca, salida de unos ojos azulados no simétricos, quedaron abatidas.
En el interior de mi cavidad
bucal, se observaban la falta de los dientes incisivos frontales y laterales, que
el impacto los destruyó y sin dudar alguno más quedó perdido, por la hendedura
y posición en que quedaron mis entonces ovaladas mejillas. Me llevaron medio
muerto al hospital, creyendo que no saldría de aquella.
Estuve más de seis meses entre el purgatorio y su sala de espera. Por fin una mañana volví al castigo. A una vida que no había escogido y que la salvé a cambio de padecer durante todo el transcurso de mi existencia.
Al no tener familia, y
quedarme en aquel estado lamentable, me internaron en una especie de residencia
acotada para personas físicamente no capacitadas para valerse por sí mismas. Donde
tenía que mezclarme con enfermos que sufrían de síntomas mentales, y no podía
departir ni hablar absolutamente con nadie que usara la misma frecuencia.
Era una especie de psiquiátrico
adaptado a otras deficiencias varias, que nos hacían convivir más o menos
atendidos.
El director del centro en
el momento del ingreso me había prometido— según palabras de Petrus, que
inmiscuido en la historia la relataba como si fuese una leyenda.
— Que le daría tres mil pesetas en efectivo. Mensuales
para sus gastos. Sin embargo todo aquello quedó en la mitad de la promesa, ofreciéndole
únicamente cada día treinta del mes, un paquete de tabaco por día y quinientas
pesetas en metálico, que las usa para echar quinielas y loterías, que le
pudieran sacar de aquel marasmo.
Antes de perder la cabeza,
en aquella policlínica quiso serenarse y pensar en la necesidad de vivir otra vida
para conseguir algo de felicidad.
Escribió a todas las
instituciones benéficas del país, a todas las Organizaciones pro disminuidos
sin tener respuesta de nadie. Jamás. Hasta que tras muchas quejas sonoras a los
inspectores facultativos del centro donde residía, hicieron mella.
Embajadores médicos y
psiquiatras recién titulados, que deambulaban por allí haciendo informes para
la mejora de los pacientes.
Quiso Dios que le sonara
la flauta, y le llegó como caído del cielo un milagro oportuno.
En una de aquellas
reuniones periódicas, y rutinarias, fue entrevistado por Madeleine, una
delegada del Ministerio de Salud, que hacía poco tiempo había tomado plaza en
el centro y que se compadeció de Petrus.
Una vez este le contó cómo
había sido su peregrinar, tras aquel fatal accidente, prestándole la atención
necesaria a sus lamentos y en cuatro días lo trasladaron a la institución que escogió.
Donde era muy posible que debido a un acto de caridad lo tuvieran ingresado hasta
que el Dios del cielo quisiera.
Pasados los años, y habiéndole
cambiado la vida. Ve los entresijos y aspectos reales de forma muy ecléctica. Gracias
al gordo del Euro Millón. El sorteo europeo semanal, que lo puso sobre la
pomada del bienestar, en un golpe de suerte, y de una abundancia superlativa. Quiso
corresponder, con aquellos, que en su momento lo escucharon y con su
preocupación lo atendieron como merecía. Proveyéndolo de lo más necesario
entonces. Comprensión, atención y cariño.
Manifestaba que la única familia que posee,
son dos sobrinas las cuales, cuando las necesitaba lo tenían completamente
abandonado y que desde que ingresó en el centro, no lo visitaron ni una vez. Comprensivo,
supo de los motivos y el perdón no se le niega ni a los infaustos.
Ahora las tiene
contratadas a las dos como asistentas domésticas, y gobernantas de su hogar. Habiendo
enterrado aquel olvido que mantuvieron con su persona cuando precisaba de un
calor allegado.
Con la ahora doctora
Madeleine Cospedal, aquella becaria pasante, que supo escucharlo y hacer para
que lo trasladaran del Psiquiátrico al Complutense, jamás la olvidó.
Sabiendo darle la
importancia que vale su persona, con la que tiene deferencias constantes y por deontología
enmudece. Lo que puede significar profusión, agradecimiento y sin duda aprecio
inalterable.
Petrus, sabe muy bien, dónde
ha estado, de dónde viene y dónde puede acabar por lo que no deja de ayudar a
la beneficencia controlada, para que muchos de los que necesitan de apoyo,
consigan mantener un mínimo de ayuda.
Su circulación sanguínea
no debe ser demasiado oportuna porque aduce que sus manos las tiene siempre
heladas como la nieve y proclama a los cuatro vientos.
— No me valgo por mí
mismo. Se le escucha decir.
— Para levantarme y acostarme necesito apoyo externo, igual que para ir al excusado a cumplir con mis exigencias fisiológicas. Para bañarme — acotó. — Me valgo gracias a mis ayudas de cámara y a las personas que admiro, por el cariño que me dan.
—Hasta para quedarme tranquilo y sosegado con mis pensamientos, necesito ayuda ajena, ya que han de arrimar el hombro a calmar el dolor que sufro en mi espina dorsal.
Cuando la cena finalizó
se retiró a su camarote, dando por finalizado un trámite. El de estar en una
mesa demasiado fantasiosa, grandilocuente y muy irreal.
enero de 2025