domingo, 21 de diciembre de 2025

la astuta filipina.

 

Ambos eran hijos de unos migrados del sur, que se habían hecho y adaptado perfectamente bien al entorno. Por haber crecido en aquella comunidad gala. Muy próxima a la capital de la nación. La idiosincrasia de sus caracteres la llevaban implícita, como cualquiera. Aunque ellos al estar versados y educados en colegios municipales de la república. Ganaban de buen trecho a la preparación de sus padres Carioco y Enara., educados poco y mal.

A pesar de las costumbres inolvidables, miedos e inseguridades del todo palpables de sus padres iban subsistiendo. Los que se radicaron desde hacía muchos años a orillas del Sena.

Jamás se adaptaron al nuevo distrito de la ribera “Isla de Francia”. Conocida originalmente como (Île-de-France)

Serván y Sherezade, hijos de aquel matrimonio tan poco maleable, llegaron en su tierna infancia y supieron conectar con las normas, los caprichos y detalles habituales de su nueva ubicación. Reconociendo y admitiendo con el paso del tiempo, que eran muy de allí y se notaban completamente enraizados dentro del conjunto del paisaje y costumbres.

Fueron cumpliendo edad, entre dilemas y vicisitudes. Alegrías y algún que otro disgusto que propina el devenir de la vida. Y sin percatarse habían pasado veinte años de aquellos inicios.

Declarándose un mimetismo especial en aquellos hermanos, que sin llevarse demasiada edad, tampoco eran todo lo afines que pudieran. No compartían anhelos, amigos ni diversiones.

Viendo el proceder de sus padres cada vez más alejado de lo que ellos pretendían, cada uno a su manera se buscó su vida y aun y viviendo en la misma casa, eran extraños y no semejaban llevar entre ellos el mismo genoma heredado.

Acabando Serván el menor de la saga su licenciatura, y según decían sus papás se facultó en la escuela de ingenieros. Estudios que de tenerlos jamás los utilizó para su devenir profesional diario. Ya que estaba empleado en un centro comercial de abastos, como reponedor y cajero.

En el caso de Sherezade, derivó su preparación intelectual a sendas fáciles y poco constructivas. Debido a sus pocas luces, carácter de grandezas y condición emocional despectiva. Aparte de la facilidad sexual y su deseo insaciable que repartía con según que pandillas por todas las discotecas parisinas. Ella, fue la primogénita y no se complicó la vida. Vivió su juventud con sus llamados camaradas.

Dentro de las licencias permisivas del tiempo, abundancias de vicios, y apegos sexuales en demasía. Sin recato y beneplácitos dados por la llamada fiebre de una libertad mal administrada.

Hasta que cansada de ir de cama en cama, de desprecio en desprecio y harta de aguantar vilipendios y ultrajes, conoció a Davis. Un buen muchacho al que le costó poco engañarlo. Lo cameló sin apenas esfuerzos y lo llevó al altar, sin llegar a quererlo jamás. A pesar de los muchos agasajos que Davis, y sus padres le hacían a la entonces joven Sherezade, para tenerla contenta y a la vez llegara a hacer feliz al bueno del esposo.

Pareja que se mantuvo durante once años, sin escándalos y sin hijos. Además de alguna que otra prórroga por no ser el instante adecuado para la desunión programada.

Hasta que se le acabó la paciencia y el tolerar la presencia del esposo, por parte de la dama, que una noche le dijo a su cónyuge que se fuera de casa.

Esperaba visita de un compañero allegado. Demostraba ser más que un conocido y habitual dependiente de su departamento. Su amante. Su nuevo deseo y apasionado amor. Un cariño encontrado en el snack bar donde trabaja, y Davis, sobraba en aquel triángulo.

Cuando se enteraron de la noticia de la separación. Enara y Carioco, quisieron fundirse como el estaño con el fuego. El padre se tomó la noticia muy mal, fuera de norma. Descabalgándolo de sus medidas, e imaginando cual sería el costo del capricho de Sherezade.

Provocándole una sinrazón por lo egoísta y tacaño que era. Además de no saber capear de forma sutil la amistad que habían tomado con los consuegros. Padres del ahora exmarido de su nena.

Relación de afecto, que no podía borrarse de la noche a la mañana por motivos obvios. Las apariencias siempre debían ir por delante de la auténtica verdad.

Circunstancias que debían estudiar para quedar lo mejor que pudieran y a poder ser, culpabilizar a Davis de la ruptura. Dejando otra vez a Sherezade como si fuera una dulcinea.

Lo analizaron muy mucho los papás. Siendo gente tan cínica y engañosa, debían encontrar la forma más creíble para informar a la familia. Pretendiendo ocultar la verdad. No era posible decirlo a bocajarro, y sobre todo procurar el disimulo con los amigos y conocidos. No fuera que pensaran mal de su hija, a la que habían ensalzado de forma engañosa.

Así fue entrando en aquel modo de “Encogimiento por los actos impuros” de Sherezade, el codicioso y sórdido de Carioco.

Al que le comenzaron a dar ciertos ataques, en principio débiles de depresión. Acarreados por la vergüenza y el miedo de justificar la decisión de la hija.

Aquella descendiente de su sangre. La misma que en tiempos no muy lejanos, habían ponderado falsamente como mujer de un solo hombre.

En cambio a Enara la madre, que siempre había mantenido con Sherezade cierta distancia y poco auxilio, no le fue difícil admitir, lo que se había buscado su hija.

El pormenor del divorcio la dejó flemática. Como imaginándose que pasaría. Esperando ese trance de ruptura de un instante a otro.

No musitó palabra alguna. Se mantuvo sin opinión. Escasamente le afectó aquella disolución del estado de su primogénita en lo concerniente a la intimidad de su hija y su yerno.

Otro cantar y sensación era el desasosiego que mostraba con los forasteros y amistades. Por pretender demostrar al mundo, ser una afectada afligida. Queriendo echar las culpas al destino, y pretendiendo quedar como una sufrida mamá.

Serván había festejado con una española, que lo abandonó a los seis meses de relación. Sin poder sacarlo de una incapacidad que lo sometía. Pretendía pasar el mes con el mínimo gasto. Estaba enfermo por el ahorro.

Se traía cada noche, del supermercado donde laboraba las viandas que quedaban caducadas o no se vendían en el comercio, para consumirlas en su casa. Imposible ser normal. Ni haber disfrutado de algún viaje de placer o diversión juntos. Aquello no podía continuar. No era vida.

Adujo Carmela a sus conocidos a modo de excusa por aquel desencuentro previsto en la pareja, que el bueno de Serván, la dejó por ser una derrochadora y pretender vivir gastando más de lo que ganaba. Catalogando con pena la buena de Carmela a su ex, como un aburrido que repetía los extravíos de su padre.

Dejaron el alquiler de la vivienda y cada cual se buscó la vida por su cuenta. Como Serván no iba al cine, ni a bailar, ni tan siquiera a tomar alguna copa a los pubs y bares de la ciudad, ahorraba lo que deseaba y se notaba feliz.

Estuvo un tiempo viviendo con sus padres y controlándoles los gastos generales del domicilio.

Vegetando con ellos sin soltar ni un franco. Se encontraba acertado ahorrando dólar por dólar a medida que iban pasando las semanas

Un buen día conoció a Sindhi, una filipina sumisa que parecía seguirle los pasos a Serván. Coincidió con ella en la parada del bus, repetidamente los días de una semana, y la dulce asiática se le acercó y dándole conversación llegaron a intimar en aquellos encuentros matutinos.

Ella la guapa Sindhi, decía ser hija de un potentado de Cavite, bien relacionado en París. Gente bien acomodada y con recursos sibaritas. Detalle que al amigo Serván, ahora oficialmente acompañante de Sindhi. Le parecieron favorables y muy prósperos cara a aumentar su cuenta de ahorros y se unieron como pareja de hecho. Sin hacer las previas comprobaciones se liaron con un amor impensable para lo que se esperaba del joven avaro, que todo lo calcula.

Un apartamento moderado en Montmartre, el barrio más famoso de la capital, pudo ocupar la pareja, gracias a los devengos de la niña oriental, que parecía beber los vientos por aquel hombre. Vivieron durante ocho meses felizmente enamorados hasta que un buen día el hijo de Carioco fue a reintegrar una cantidad con su tarjeta bancaria, y no tenía saldo.

Creyendo fuera un error, se dirigió a la Banca de Marsella, y le informaron que Sindhi Mirren Clowns había ido haciendo reintegros de efectivo, hasta que dejó la cuenta con treinta francos franceses. Le escatimó más de ciento veinte mil euros ahorrados con sudores.

No pudo volver a encontrar a su amor de ojos rasgados, y por aquella confianza que le fue ganando al mismísimo desconfiado, lo arruinó. Vaciando la cuenta corriente y desapareciendo. En la denuncia que pusieron en la Gendarmería del Sena, los agentes de la Securité, y por mediación de fotografías descubrieron que la tal Sindhi, era la estafadora china, Chin Ti Ling. Buscada en media Europa. Comunicando a Serván que podía dar gracias al cielo de estar vivo. Ya que esta delincuente, tenía por norma antes de saquearlos, envenenar a sus parejas y sacarles lo productivo de sus ahorros.


autor: Emilio Moreno.




jueves, 18 de diciembre de 2025

Vendrá a calentarte la cama

 








Era un invierno crudo. De aquellos que dejan huella y marca en el cuerpo, por las fisuras del fresco sufrido en las carnes. Frío de desatino. Inesperado tiempo de hielo, por las previsiones hechas desde la Asociación de Meteorólogos del país. Que no habían informado, ya que aquellas borrascas no las preveía nadie.

Frialdad desgarradora, por la situación que presentaba la naturaleza. Situaciones inesperadas de aquellos arrebatos impávidos. Lluvia y nieve que en alguna ocasión te explican y no llegas a creerla.

La que sientes o puedes llegar a sospechar de vez en cuando en la imaginación, por las películas y los relatos leídos.

Incluso aquellas que vienen definidas por otras personas. Situación de frío que jamás has sufrido y recuerdas por hechos que de buenas a primeras te ponen la piel de gallina.

Esa situación se daba en la gran ciudad, a muchísimos kilómetros de donde se encontraba Néstor. El amigo que viviendo en su hábitat, se encontraba perdido. Por lo que huyó sin más buscando una verdad, que comprendía y quería buscarla sin perder más tiempo.

Se había ausentado de su gente y de su modo de vida. Buscando la parte desconocida de su estirpe. Con ello aprendería a ser más independiente y a poder descubrir todo aquello que los suyos le negaban, que era sin duda secretos inexplicables. Situaciones y ritos ocultos de sus progenitores. Gente que simulaba ser una cosa, cuando en realidad las apariencias no cubrían los desmanes o vivencias pasadas. 

Néstor lo vio claro aquella noche, al levantar el porrón, y no surtir del pico ni gota. Sin caer el chorro hacia el gaznate. Por no rezumar el vino del botijo, al estar helado el néctar, y no echar mijita por el pitorro. Como tentáculo glaciar, sin llegar al cuello, que sería su destino final.

Así se comportaba aquel diciembre en aquel lugar rural y encantador donde se hallaba. Solo, para curarse de los daños del amor, que había acabado de sufrir venidos por una ingratitud femenina. Sumado al desconcierto en el seno paternal. Culpables de lo que le había sucedido. Aunque de momento no tenía pruebas fehacientes.

Un frío detonante, que te hacía pensar en que nada ni nadie te devolvería aquel calor que sientes cuando estás cerca de una playa mediterránea, o junto al cuerpo de una morena salerosa, que te acaricia justo en el momento y lugar que pretendes.

Aquella cabaña no era demasiado grande. Tampoco le hacía falta más.

Era lo suficiente como para pasar sin ser descubierto por nadie, entre árboles milenarios, y fuera de toda multitud.

En aquel perímetro montañoso, no llegaba tan siquiera la línea telefónica. Argumentar ese dato, significaba que la luz venía gracias a las antorchas hechas de cáñamo. La calefacción era a base de leña. El agua del baño se había de hervir en un barreño. El café no existía, se sustituía por raíces del campo, con la Camelia Sinensis, también conocida como la planta del té, y mezclas de romero y manzanilla.

De sal y azúcar la que tuvieras dentro de tus gracias, si es que eras capaz de sonreír en semejante estado.

La casona era del patrimonio familiar, que ni tan siquiera la usaban en los tiempos benignos. Sus antepasados habían nacido en el lugar, y mucho antes que se despoblara la villa, migraron a la gran ciudad. Olvidando el poblacho, el río, la casona y los desatinos cometidos con las gentes de aquel lugar.

Néstor no era un tipo demasiado duro ni atlético, pero se defendía por su complexión varonil.

Sus abuelos y padres habían nacido en aquel villorrio y habían promovido desmanes, como cualquier humano inconsciente y poco educado, comete sin apenas darse cuenta.

Tan solo dejándose llevar por el ritmo de aquel diapasón.

Con lo que aquellas practicas ancestrales las daban los hombres y mujeres del lugar, como naturales, y debían quedar en el más puro anonimato.

Sin el más mínimo rubor ni desgarro.

Nadie lo criticaba, ni castigaba. Fuera lo que fuese, por muy anormal que las gentes, que dicen ser civilizadas lo encontraran punible.

Todo, absolutamente todo valía, en aquella ruralidad.

Quedando el conjunto auspiciado por el silencio de las gentes que a cualquier cosa por fuerte que fuera. La daban por normal.

Viviendo con lo indispensable sin recursos ni probabilidades. Detalles que tampoco les importaba, o que no le daban jerarquía.

Nadie pretendía explicar sus miserias que para ellos, tampoco lo concebían de esa forma. 

Por lo que daban por supuesto todas las variantes posibles. Sin pretender tampoco que fueran escuchadas por ningún humano.

Nadie. Ningún familiar le había comentado ni por asomo, cualquier tipo de información al bueno de Néstor, el recién llegado que una tarde arribó a la puerta de aquella cabaña.

Ahora convertida en un casi cobertizo, y con esfuerzos pudo entrar para quedarse en principio unas semanas.

Los allí residentes en cuanto puso los pies dentro de aquella cueva hecha de arcillas y adobes. De barro, traviesas y vigas de madera, con techumbre de cañizo, y tejas de pedernal, supieron de la arribada del nieto del Trotacuerpos. Que así denominaban a su abuelo, y con el nombre de Tontojosa al sumiso de su padre.

En Riolosa de Zarandea, solo había un tenderete, una especie de quiosco de ventas, que sus responsables atendían.

Un matrimonio con dos hijas, que para mantener vivo aquel negocio bajaban una vez cada tres meses al pueblo más cercano, y lo abastecían de enseres vitales. Cerillas, velas de cera, pomadas y ungüentos, afeites y linimentos de la farmacia a los residentes en aquel poblado. Lugar donde se personó Néstor, para mirar de adquirir alguna de las cosas que le hacían falta.

Ninguno de los habitantes de Riolosa, le hicieron feos al educado de Néstor, ni en el trato, ni en su presencia.

Todos sabían de quien era descendiente y lo daban como hecho. Tenerlo entre ellos, sin preguntas, sin excusas y sin críticas. Creyendo que estaba criado como los de Riolosa y nadie opuso ninguna objeción en que entrara a quedarse y pernoctar en aquella su casa.

En el mostrador de la venta lo atendió la hija mayor de los dueños del quiosco, que quiso saber más de su presencia en Riolosa y le preguntó sin más.

— Cómo te llamas. Porque tendrás un alias. Por aquí todos tenemos mote, pero el tuyo no te cuadra. Yo me llamo Priscila y de mote la pechona. Le comunicó la tendera sin ningún tipo de vergüenza.

— Puedes llamarme Néstor, que es mi nombre de pila.

— Yo te llamaré Güerito, por el color de tu barba. Te pega más.

— Y cuál es… el mote que dices, tiene mi abuelo y padre. Preguntó Néstor. Sin conocerlo, y siendo la primera noticia.

— A tu padre le decían el Tontojosa y a tu abuelo Trotacuerpos, pero creo, tú no eres ni una cosa ni la otra.

Tu abuela era la Llueca, y a tu madre no la conocemos. Tontojosa, se debió amontonar con ella en la ciudad.

— Y tú Priscila cómo sabes todo eso. De dónde les viene ese horrible seudónimo. Tú no tienes más de treinta años. Alguien te lo habrá explicado. Imagínate como me quedo ahora, que no tenía ni idea de lo que cuentas.

La muchacha sin pestañear le aclaró, a la vez que apilaba los bultos que compró sobre una mesa viejuna que estaba a la izquierda del mostrador.

— Se te nota en tu piel, pocas arrugas, te afeitas muy a menudo y hueles a hierbas. Espero que no seas un flojo reflujo. Debes ponerte cremas en la barriga, para que no te crezca. De lo demás no lo sé. Ya lo comprobaré, alguna de las noches que te visite. Y de treinta años nada. Tengo treinta y seis, pero estoy fuerte y sirvo para un pegado y despegado, para un amargue y para calentarte ese culito respingón de Güerito

— Es que no tienes novio. Que te provea de esa necesidad aparente. He visto por aquí mucho varón, para que andes tan escasa de meneos. No lo comprendo. La tendera sin cortarse ni un pelo, adujo con descaro.

— Ya te irás enterando, si es que tienes fuerza para aguantar este clima. Le dispuso bien apilado, lo que compró, y le dijo

Aquí tienes lo que has pedido, pero déjalo. Te lo llevará mi hermana esta tarde a casa, que pesa mucho. No se te rompa el cuerpo antes que podamos estrenar tú envite  

Néstor volvió a su improvisada caverna y prendió fuego para calentar aquella inhóspita estancia.

Todo parecía normal, aunque en el camino se fue encontrando con los autóctonos residentes en aquella Riolosa de Zarandea, que lo escudriñaban apetitosamente. Aquellos lugareños ya estaban informados de su llegada y sobre todo las mozas, comenzaban a frotarse las codicias y apetitos carnales. Con ganas de poder menearlo y agitarlo encima de sus mondongos y notar su miembro.

Sospechando no sería demasiado diferente del segmento del que presumían los membrudos vecinos.

Las mujeres de Riolosa no pasaban por lo general, necesidad sexual. Allí nadie era propiedad de nadie. No existía el clásico dueño de una hembra. Con lo que las féminas, podían escoger a placer copete, sin que fueran criticadas, por adulterio.

Eran perfectamente valientes para copular con quien decidieran. Jóvenes o viejos, maduros o pimpollos, machos o féminas. Jamás ponían una objeción por minúscula que fuese a la hora de amancebarse y cohabitar con alguien. Era un acicate para ellas, presumir de haber copulado cuantas más veces y con diferentes géneros. Tan solo bastaba que las ganas imperaran y el deseo y la libido existieran. 

La hermana de Priscila, Náyade era un poco más hipersexual que su madre, sobrina e incluso que la propia primogénita. Aquella que le dio a su hermana, el encargo de portarle los bultos a casa del hijo de Tontojosa.

La lozana Náyade siempre tenía ganas de cubrirse con el prójimo que estuviera más cerca y a tiro.

Sus variaciones en la forma de la unión de cuerpos, junta de pieles y tendencias de ninfómana. La hacían sobresalir del resto de mujeres de aquella población. Era una muchacha de poco más de veinte años que aún mantenía sus carnes prietas y controladas. Sin excesos de adiposidades ni grasas excedentes. Con sus encantos bien distribuidos y sus hechizos dentro del gusto general masculino. Ágil y membruda. Bastante lanuda en sus entrepiernas, en las axilas y en su pecho. Signos naturales de ser una hembra velluda original.

Con una buena melena rojiza que le caía desde los hombros, hacia los promontorios carnales de sus senos.

Pectorales, que bien dimensionados y erguidos se mostraban como dos preciosas y orondas calabazas.  

Su personalidad podía ser dibujada de forma sencilla. Poco versada por carecer de la urbanidad que se aprende en las escuelas y dentro de las familias que instruyen metódicamente a sus hijos.

Era una habituada estimulante con sus deseos irrefrenables que la hacían ser una tierna amante cumplidora.

Al llegar al tabuco de Néstor, se presentó atolondrada, y le dijo al recién llegado. 

— Hola soy Náyade y te traigo el fato que has encargado en la tienda.  

— Hola mucho gusto. Le dijo Néstor y ella respondió.

— No lo sabes si te daré gusto. Hasta que lo pruebes. No te me adelantes, no seas listillo. Mientras hablaba muy pausada, la guapa recién llegada, se iba desnudando descaradamente sin prisa, a la vez que Néstor se quedaba patidifuso. Hasta que se quedó en la pura desnudez corporal.

En cueros sin más. Frente al hogar del chiribitil que ya quemaba un tronco de roble. Se frenó en su charla Náyade, para apostillar.

— Aunque mi madre y mi hermana Priscila, quieren tener relaciones sexuales contigo. Me han dicho que también te harán una visita con idea que las poseas durante una noche.

Se frenó en el discurso y se tumbó con descaro en una colchoneta nutrida de lana de borrego que esperaba junto al fuego.

— Ya me dirás que hacemos, porque te veo aún vestido y así es imposible trotar. Apresuró la mujer a que el tipo se echara encima de su cuerpo.

Sin saber casi que decirle, el pasmado Néstor, y mirando su silueta deseada, quiso ser medido y no actuar tal y como lo había hecho la dama, diciendo.

— ¡Oye Tía.! pero tú de qué vas. No pretenderás obligarme a que te monte ahora mismo, sin más ni más. Mis gustos y deseos van de otra forma. No es que te desprecie, pero me pillas fuera de juego y la verdad, no esperaba tu desnudez y tu imperiosa escasez de sexo. Para pillarte ahora sin más.

— Pues qué necesitas tú para acostarte con una mujer. Preguntó Náyade convocándolo con gestos delicados, a que la poseyera.

—  Necesito muy poco, pero así como lo propones tú, me parece muy fuerte. Náyade se acercó y Néstor no pudo resistirse a los encantos de la peludita, y disfrutaron del encuentro. 

La decidida señorita sin pensar demasiado comentó al invitado, que ya se cubría después de haber estado tendido sin preámbulos. Detalles ocurridos antaño, en aquel villorrio.

Tan solo para que se hiciera una idea de lo que habían hecho hombres y mujeres en tiempos. Relaciones que aún se mantenían.  

Amoríos esporádicos entre la gente de aquella zona, que libre de consecuencias, eran costumbres ancestrales en Riolosa.

— Que sepas que tú y yo somos hermanos. Imagino que lo sabes. Te lo habrá dicho Tontojosa, en alguna ocasión

— ¡A mí nadie me ha dicho nada.! y de conocer que eres hermana. No nos hubiéramos acostado. 

— ¡Que dices.! Bendito de ti. Aquí no tenemos zarandajas. No es pecado ofrecerse a un hombre, o viceversa. Es natural si el cuerpo lo pide. ¡Qué vas a esperar.! A morirte y quedarte con las ganas.

No ves que de no hacerlo, los hombres enloquecerían y las mujeres perderían la libido, y toda su hambruna instintiva. Nos hurtarían de la emoción de gestación. —siguió expresándose Náyade sin pretender convencer a Néstor, que la escuchaba con mucha atención y esperaba descubrir secretos que su padre, el conocido allí como Tontojosa, había callado.

— El trotacuerpos. O sea tu abuelo, se acostó con mi tía Madrona, con mi abuela Engracia, y con mi madre, y las preñó a las tres.

Mi tía entonces tenía diecisiete inviernos, y la embarazó de dos gemelas. A la yaya la dejó preñada de un varón, y a mamá que justo tenía doce años más que el Trotacuerpos, la inseminó y nacieron Priscila, que son mi hermana y mi prima Rosalía.

Pasados los meses, Tontojosa seducido por Macaria, se acostó con ella. Esta señora era mi otra abuela. La madre de mi padre, que ya era granadita y para no ser menos, lo engatusó una noche y se acostaron yaciendo hasta el amanecer.

Dicen que ya tenía cuarenta y tres veranos, y de ese juntadero nací yo. Acristianándome con el nombre que llevo, Náyade. Hizo una pausa y preguntó al amigo Néstor.

— Creo que nos tocamos algo. ¡Vamos digo yo.!

Tú padre tiene tres hijos más. Uno con Fuensanta, y otro con Joaquina. Que son madre e hija, y viven el casco antiguo.

Tengo dudas si a Miguela la fecundó, o fue tu abuelo el Trotacuerpos.

Tirante y resentido por tantos secretos sin conocerlos, Néstor preguntó a Náyade.

— No existe la ley en esta zona. No tenéis sacerdote ni justicia. La lozana mujercita, sin mandangas le respondió.

— Ley me dices. Es que existe.

Como si de dónde vienes se cumpliera a raja de tabla. Me vas a decir que en tu barrio, no pasan cosas que se ocultan. Que no existen amoríos raros, engaños entre matrimonios, líos entre mujeres y relaciones entre hombres. ¡Aquí se dice y pregona todo.! ¡Todo el mundo las conoce.!

Para que mentir, si al final todo se sabe. Náyade recogió la bolsa que le sirvió para portar las viandas y le dijo a Néstor.

— Esta noche te visitará mamá, vendrá a calentarte la cama. Néstor preguntó, y tu padre que hará. Náyade respondió satisfecha.

— Hará la partida del julepe y después ha quedado con la Herminia, la cuñada del herrero, que ha venido de la capital como tú, y ha encontrado cada noche un amante diferente.







autor: Emilio Moreno


lunes, 15 de diciembre de 2025

¡Pasión! Gracias al payaso.

 

Estaban reunidos celebrando el cumpleaños de una de las amigas más delicadas del grupo. Una señorita exclusiva por su buen gusto. Su belleza y donaire, la hacía emerger aún más de lo que se considera distinguida. Con una intuición y destreza propia de la espía más delatora. Una mujer de las que todos admiran, pondera y desean.

Era su treinta aniversario, y todos aquellos amigos la premiaron con un presente, a cuál de ellos más gracioso, curioso y distinguido. Aprovechando que lo celebraba en su propio domicilio, todo era más sencillo para poder agasajar directamente a la felicitada con aquello que cada uno decidía.

Hugo le regaló una efigie, preciosa. Un payaso de porcelana bañado en marfil, con unos ojos exorbitantes que resplandecían al mirarlos. Reflejando un espejismo interior insoslayable. El clown Ruperto.

— ¡Qué cosa más bonita. —expresó Lucía Martina—, al recoger aquel detalle ofrecido por su antiguo pretendiente. Aquel que aún notaba su perfume en las noches de deseo.

Lucía había rechazado a Hugo por estar prendada de Herbert, un chulapo que no le hacía puto caso, del que estaba enamorada desde que era una niña. Sucesos que pasan en la juventud y que no en pocas ocasiones contraen dificultades en el futuro, con sus consabidos rencores.

Aquel capítulo había quedado en el pasado, casi en el olvido de Lucía, pero jamás en la psiquis de Hugo, que normalmente se compadecía a sí mismo, deseándola.

Ante el bonito obsequio Lucia supo apreciar el detalle y lo celebró de momento con una alegría demostrada, ofreciéndole un abrazo sincero y unas palabras de gratitud.

— Tiene un cargador adaptado. —Le dijo Hugo. —Si está a tope luce con un tono agradable en lo más oscuro de la noche, y sirve para iluminación tenue de la estancia, aunque tiene una duración bastante larga. Puede aguantar sin perder luminaria, sobre tres semanas, incluso más.

—Es muy curioso. ¡La verdad.! Comentó Lucía, y siguió con los piropos hacia el payaso.

—No sé; pero me atrae mirarlo fijamente. Esos ojillos pardos y brillantes parece que me escudriñan el alma. Son dos faros vitales que marcan y destacan mi presencia. Me encanta, y los orejones que presenta, son como altavoces de la verdadera sinceridad. ¡Me gusta mucho.! Has tenido tanto gusto. ¡Como siempre.! ¡Gracias; Hugo! Dándole un beso en la mejilla recogió su presente dejándolo a buen recaudo en su aparador, frente a su alcoba, y siguió atendiendo a los demás colegas que a su vez la abrazaban, estrujaban y con mucho afecto le regalaban sus presentes.

Marianela, su mejor amiga, le acompañaba en su recorrido por la conversación mantenida con todos aquellos distinguidos amigos, a los que Lucía, siempre recurría en sus encuentros y salidas. Aunque el apego que mantenían aquellas dos señoritas, venía desde su tierna infancia, y permanecía a lo largo del camino.

Senda que cada una de ellas había emprendido en direcciones opuestas.

Aquel cumpleaños fue precioso. Todos rieron y disfrutaron hasta altas horas de aquel viernes de puente. Por ser las fiestas de la Inmaculada y juntarse todas aquellas fechas con el festejo de la Constitución. Sumado al fin de semana de asueto que gozaron a placer.

Llegada la despedida, todos fueron pasando a dar un beso y una consideración a Lucía Martina, que acompañada de Marianela, despedían con gratitud a los de siempre, a todos los amigos considerados que ellas tenían.

Una vez se quedaron a solas, fueron finiquitando todo el desmadre que suele darse cuando hay mucha gente reunida en casa. Recogiendo regalos y tirando los envoltorios de cuantos paquetes cubrían aquellos presentes.

Marianela preguntó llegado un instante a su amiga.

—Te han gustado los regalos que te han hecho, desde luego algunos son preciosos.

—¡Claro que sí! —respondió Lucía.

—Cada cual regala lo que puede y tampoco vas a ponerte a valorar cuál de ellos tiene más relevancia. Para mí todos son bonitos y entrañables. El problema es que al final, no sé dónde los voy a colocar. Ya tengo demasiadas cosillas y luego para quitar el polvo, me tiro el tiempo del mundo.

—Tienes razón nena. —le dijo Marianela.

—El que me ha sorprendido, ha sido el payaso que te ha traído Hugo. ¡Menuda figurita preciosa! Comentó la amiga con entusiasmo, a lo que Lucía respondió con su encanto.

— Es muy fina, y le ha debido costar una pasta. Es un buen tío Hugo. Conmigo se porta siempre de diez. Es educado amable y lo valoro mucho, después del chasco y desprecio que le di en su día. No ha dejado de tenerme presente. Recordó Lucía Martina a Marianela.

— No crees que sigue enamorado de ti. Comentó su amiga. Te mira con esos ojos de pavo degollado, que yo diría que te sueña. ¡Sigue estando por ti! Finalizó aquel pensamiento Marianela dejando que la agasajada diera su parecer.

— Y mira por dónde, —comentó dolida Lucía.

—Lo rechacé. Creyendo que Herbert, me iba a escoger a mi como novia y pasó de mis encantos. Susurró abiertamente añadiendo.

— Te lo llevaste tú, y ve a saber que le concederías o como lo camelarías. Sabiendo que yo estaba loca por él. —Hizo una pausa y siguió.

— Me quitaste el amor de mi vida y reconozco que me enfadé mucho contigo. Aunque ahora te doy las gracias, porque me hubiera hecho lo mismo que te hizo a ti. Engaños, adulterios, amarguras y deudas.

 

Habían pasado dos horas desde que la fiesta había finalizado, y aquellas jóvenes seguían dándole vueltas al tiempo pasado, recordando citas, líos y escándalos, cuando Hugo conectó en su ordenador personal, el contacto con aquel regalo hecho a Lucía. El famoso Clown Ruperto.

Ingenio que conectaba por tecnología con el móvil y el ordenador de Hugo.

En el instante de la conexión hizo una especie de sonido, que las dos mujeres escucharon sin saber de dónde procedía aquel pitido corto y delicado que las alertó, sin imaginar que el bueno del muñeco Ruperto comenzó a mandar imágenes y sonido al equipo de Hugo.


 — Has oído ese ruidito, preguntó Marianela.

— No he oído nada. A que ruidito te refieres. insistió Lucía.

— ¡No nada.! No me hagas caso, he percibido como el ruido de una cafetera, pero habrá sido imaginación. Exclamó Marianela.

Hugo ya las observaba y escuchaba sin ninguna reserva, mediante la red y el contacto que suministraba el Clown Ruperto.

Las dos amigas sentadas en el sofá despachurradas, charlando de secretos personales y enseñando muslos y mini braguitas, sin imaginar que estaban emitiendo una película real de sus comentarios, gracias al regalo que les pareció tan sublime.

creyendo que nadie las observaba, mostraban sus entretelas que recogía los ojos vidriosos del Clown.

Lucía Martina de buenas a primeras le preguntó sin cortarse a su amiga Marianela. Queriendo continuar con el principio de la conversación que habían dejado aparcada, por el ruidito auscultado.

— Una cosa que siempre me ha tenido pillada fue el cómo y porqué dejaste a Herbert, con lo cachas que es, y lo bueno que estaba. Imagino que te haría alguna cosa desagradable.

— Ya que estamos en la sinceridad te diré, que fui la causante de desviar el interés de Herbert hacia tu persona. Me gustaba como a ti, y sin querer hacerte daño. Te lo hice. ¡Fui una irresponsable.! Cuando me di cuenta, nos habíamos enrollado una noche de copas y aquello lo repetimos en más de media docena de ocasiones. Creí me había dejado en cinta y no tuvo más remedio que tragarme. Estuvimos juntos año y medio y de embarazo nada. Siguió haciendo de las suyas, tirándose a esta y aquella. Un día lo pillé en mi cama con una prima mía y fue el punto del final. No era mal tío, pero se pasaba con los enredos de las mujeres. Ahora está con una tía madura, que lo mantiene y así van. 

Lucía puso de su parte y entró en sus remordimientos. Diciendo un detalle que jamás había revelado a nadie.

— No sabes lo arrepentida que estoy de haber ofendido a Hugo, y haberle dado calabazas. Es una cosa de las que me arrepentiré toda mi vida. ¡Hoy mismo, me lo hubiera comido.! Está como siempre, y es ahora cuando me he dado cuenta que es un tipo estupendo. ¡Me hubiera cuidado toda la vida.! ... ¡Dios que tonta fui.!

Acabó diciéndole a su amiga Marianela, con aquella coletilla.

— Cuando me ha dado el abrazo, después de regalarme el bonito payaso. Lo hubiese besado. Me he quedado con ganas de amarrarlo.

Si el destino nos volviera a juntar, sería un milagro de la naturaleza. Su amiga, quedó estupefacta y le comentó.

— Quien sabe nena. A veces las paredes oyen, y transmiten los mensajes. Igual le llega ese S.O.S. que le estás mandando.

 

Aquellas amigas aun estuvieron un buen rato de charla, y Lucía Martina le dijo a Marianela que se quedara en su casa a pasar la noche, ya era demasiado tarde, y no eran horas para que saliera sola a la calle.

Sobre las dos de la madrugada sonó el teléfono de Lucia Martina, y pensó … —<quien será a esta hora… > Exponiéndole a su amiga que sorprendida como ella se quedó mirándola a ver qué decisión tomaba.

 — No levanto el teléfono. No sé quién puede ser. Quien sea llamará mañana si es que le apetece.

El mensaje quedó grabado en el buzón del teléfono de Lucía.

La voz quedó registrada de modo que pareciera que era un impulso repentino de Hugo, sin confesarle que el payaso Ruperto, fue el chivato que le daba luz verde para atreverse a referirle aquella confesión de amor, y dejó grabado. 

— Soy Hugo. No podía quedarme dormido sin que supieras una cosa.

Perdona, pero si no confieso que me importas me moriré de padecimiento. Además de darte las buenas noches y las gracias por haberme invitado en tu cumpleaños. Quiero que sepas que me incumbes, me importas y te quiero. No he podido olvidarte jamás. Sé que poco te importo, sin embargo no quiero morirme sin que lo supieras. Me conoces y sabes que no soy demasiado atrevido para confesártelo sin más.

Pasados unos minutos Lucía vio que la llamada intempestiva dejó un mensaje en su contestador y lo escuchó en compañía de su amiga Marianela.

Ambas se quedaron perplejas al atender el desahogo de Hugo. Bien parecía que las hubiera percibido de sus bocas. 

— ¡Que hago.! Dijo Lucía, indagando en Marianela

— Pues tu verás. Si tanto lo deseas, no esperes a mañana, no sea que se enfríe el niño. Además si es cierto lo que me has confesado antes, estás enamorada de él, con lo que sería tonto obviarlo. ¡Llámalo ya. Ahora.!

Hugo seguía viendo la película de la reacción de las dos amigas que frente al Clown Ruperto, estaban hablando sin cortapisas, diciendo cosas agradables y otras que no lo eran tanto, pero Hugo se estaba empapando.

— Entonces tú Marianela, le llamarías.

— ¡Yo. Seguro.! ¡Lo despertaba.! ¡Sí me interesara como te atañe a ti.! No perdería el tiempo y lo sacaría de la cama. ¡Es más; haría que viniera esta misma noche y me amara.!

  Me da vergüenza. No sé como hacerlo. Y quiero que sepa que yo siento lo mismo que él. Marianela se preparó para volver a su casa y dejar que Lucía y Hugo se encontraran, recomendándole que le llamara sin falta.

Mientras Marianela salía por la puerta, Lucía marcaba el numero de Hugo, y este se preparaba para recibir la llamada.

Dejó que el sonido del teléfono sonara seis o siete veces y descolgó el auricular, como si no fuera con él.

— Dígame. Notó una respiración jadeante al otro lado del aparato y como no hablaba Hugo, fue el que le dijo.

— Lucía. Sé que eres tú. ¡Habla.!

Al cabo de unos segundos se escuchó el murmullo que decía.

— Hugo, te espero esta misma noche. ¡No tardes, voy desnudándome! Por cierto, es como si el destino nos juntara para siempre. ¿No crees que puede ser así.?

— Puede ser, así como dices o puede ser diferente. Le aseguró Hugo, de forma clandestina y sin descubrir, que estaba muy contento, por como se habían sucedido los hechos.

La señorita emocionada volvió a preguntar a Hugo.

— Quien crees que nos ha alertado esta noche, de nuestra decisión. ¿Podría ser el destino. Verdad Hugo? Y Hugo le contestó sinceramente.

— Te quiero mucho. Espérame que llego, y que sepas que todo esto se ha dado gracias a un payaso.








autor: Emilio Moreno.

 

 

 


jueves, 11 de diciembre de 2025

¡Rayan, no se rayó!

 

Aquel hombre trabaja en una oficina como funcionario del estado, y parece tener las ideas muy claras. No es que lo parezca, es que las tiene. Debido a antiguas experiencias nefastas se cuida, y no descuida su proceder.

Sabe que tiene un contrato laboral extenso, que finalizará en cuanto acabe el proyecto. Para escalar peldaños de relevancia, caso de ser exitoso el cometido que ahora lo embarga. Que no es otro que la seguridad del personal del ministerio.

Tarea que engendra además de la privacidad y el amparo personal de cada uno de los empleados, formas de actuación y conducta, modos y normas de entender lo anónimo de sus tareas, y sobre todo la vigilancia en los comentarios que se hacen privadamente. En evitación de qué clase de repercusión futura han de tener.

Impidiendo sean recogidos por confidentes y delatores que siempre se ocultan tras un semblante de bondad. Personajes que existen en todos los cometidos laborales de relieve.

A diario se ha de mezclar con personas afines y otras que no lo son nada. Camaradas de oficina y profesión, que con seguridad buscan un prestigio que no tienen, y dadas las conveniencias en que concurren, les va a costar mucho trabajo, tiempo y esfuerzo conseguirlas.

Al escapárseles por la boca testimonios, datos y declaraciones sin precisar, y algún que otro secreto o inconveniencias reservadas.

Rayan Delaxen cuida muy mucho su integridad.

Es cordial pero no abusa de agasajos para con los demás. Normalmente va con <pies de plomo> por la vida.

Es en él una máxima y un condenado axioma. Evitar pronunciarse en cualquiera de los dilemas suscitados, con lo que nadie sabe de <qué pie calza>.

Nunca regala declaraciones si raramente opina por obligación.

Jamás entra en <Camisas de once varas>.

En ningún momento depende de ningún encubridor, y evita en lo que puede los piropos velados, que normalmente ocultan situaciones emocionales, que suelen echarle alguna de las asistentes femeninas de su departamento.

Nada más que por probar si tiene fluidos machistas, o reacciones sensuales que pudieran usarlas para denostarlo.

Disimula a menudo sin presumir demasiado de lo que tiene. Que es una vida estable y un matrimonio equilibrado.

Rayan es un tipo que únicamente va a la suya.

De ninguna forma participa de convenciones con los colegas de profesión.

Evitando mezclarse y disfrutar de cenas y reuniones con ellos. Se limita a compartir tan solo temas relacionados con el trabajo, y en el lugar que corresponde.

Cuando se libera de sus ocupaciones laborales olvida todo el cargo y las cargas y se dedica a su gente y a vivir su vida, sin mezclarse con ninguno de los hombres y mujeres de su profesión.

El abogado Delaxen fue descubierto por sus dotes de hombre preparado y cabal, en uno de los juicios iniciados por fraude y revelación de secretos en la persona del ex Viceministro de Asuntos Exteriores.

Un pollo de cuidado. ¡Un sinvergüenza de tomo y lomo.! Al que protegió como abogado

Defensa y representación, que llevó pulcra y ganadora desde el comienzo del proceso derivado del expediente. Que acusaba al mencionado político.

Con un argumento elaborado que lo eximía de toda participación y culpa de los cargos que lo acusaban.

Simplificando su inocencia con una breve declaración en los juzgados.

Encumbrándose sin paliativos frente a los gerifaltes del PARTIDO, que de inmediato lo promovieron a jefe del D.A.O.

Rayan Delaxen. En el instituto cuyas iniciales significan Departamento de Analítica Oculta. Ejerce a su manera.

Desde que ocupa su cargo, ha ido confeccionando su propio análisis de cuantas personas están bajo el prisma de la investigación.

Algunas de ellas, disimuladas por su bonhomía, su carisma o su impronta.

La relación de sospechosos que al acceder a la jefatura del D.A.O, le ofrecieron fue entregada de forma anónima.

Se trataba de un inventario de posibles autores de graves infracciones. Que recaían en funcionarios de realce, responsables distinguidos que ocupan en la actualidad bufetes del gabinete.

Recayendo las sospechas delictivas sobre tres líderes.

Dos eran los subdirectores más emblemáticos, y la que cerraba el círculo era la dirigente de moda del Partido, la que gozaba de mayor preeminencia.

El jefe de Protocolo; Narciso Tontuna Garete.

El responsable de Seguridad de la Información; Segismundo Ballarina, y la gobernadora de cuantos dilemas se descubrieran en el ámbito. Que no era más que la Subdirectora de Asuntos Centrales. Doña Patrocinio del Cono.

 

Confesiones protocoladas que le habían suministrado de forma poco ortodoxa y que venían en nombre del antiguo jefe del D.A.O, cargo que ahora ocupa el señor Delaxen.

Observando que en aquel listado faltaban alguno de los nombres que en su tiempo de dedicación observó que eran merecedores de por lo menos alguna indagación.

El nuevo director de la D.A.O, no carecía de envidiosos que procuraban ponerle palos en las ruedas, y hacer que su trabajo no fuera tan agradable como debiera, y entre algún componente de aquel consejo le prepararon una trampa.

La guapa Patrocinio, no creía que Rayan fuera tan exacto, tan honrado y tan arisco y una vez advertida por sus contactos más allegados que la investigaba el señor Delaxen. Se puso en guardia.

Rayan, la tenía en análisis, y quiso conceder a la piadosa dama del Cono, el primer golpe de gracia.

Tema que llevó muy en sordina con aquellos dos afectados que a su vez eran vigilados en silencio por los tentáculos del conductor de la D.A.O.

 

Aquella mañana los servicios de mantenimiento y estructuras, solicitaron entrar en el despacho del señor Delaxen, que llevaba dos horas trabajando. Con la idea de presentarle al nuevo equipo de limpieza de sus dependencias laborales, y golpeando su puerta se hicieron ver y escuchar.

— Buenos días señor Rayan. Con su permiso. ¿Podemos acceder?

— Si claro. Faltaría más, adelante.

— Le presentamos la nueva dependienta de la limpieza de su despacho, que ha recaído sobre la señorita Glenda Rosquilla Chingua.

— Adelante. Pasen por favor. No se queden en la puerta. Entren y cierren.

El director se levantó de su sillón y se acercó a recibir a la comitiva que llegaba a presentar a la señora, que sería su adjunta para la ordenación pulcritud y limpieza. De las dependencias e instalaciones de su despacho.

Mostrando su desacato, por la falta de información dispensada, y recalcó

— Y como es que han cambiado de persona. Preguntó Rayan y al no tener respuesta siguió averiguando.

— Quien ha decidido el cambio en el cuidado de mi perímetro. Quien lo ha ordenado. El encargado del mantenimiento no supo contestar y Rayan advirtió sin entender aquella permuta innecesaria y a la vez repentina

—Pues eso lo desconozcoAdujo el responsable de mantenimiento alegando.

Han sido modificados en su totalidad los servicios, y la empresa que lo llevaba hasta el momento. El motivo lo desconozco, pero debe cumplir con seguridad con alguna de las normas que exige el protocolo.

— Bien. No perdamos más tiempo, ya habrá lugar para enterarme y para exigirte como emprendes una tarea sin conocer los detalles… —dijo Rayan—y dirigiéndose a la mujer le preguntó, como si fuera la primera vez que trataba con ella. Haciéndose el despistado y no entrando en más preámbulos

— Cómo te llamas

— Me llamo Glenda Rosquilla Chingua, para servirle señor.

Soy empleada de la empresa LERDA, Limpiezas Especiales Reunidas de Antioquía, y he sido designada exclusivamente a atender sus dependencias.

— Muy bien Glenda, ya puedes incorporarte a partir de mañana. Tu horario ha de ser muy de madrugada. Acostumbro a incorporarme al despacho a partir de las siete, y espero que la limpieza esté realizada al completo.

— Muy bien señor, así será. Espero serle de utilidad y no causarle problemas, dejando sus detalles tal y como los encuentre y perfectamente aseados.

Glenda ahora con otro nombre, simuló o trató de pasar desapercibida del conocimiento del señor Rayan, que su mente ya trabajaba en otra dimensión.

— Muy bien. Encantado de haberte conocido. Exclamó Rayan con algo de guasa en su rostro y en el tono de su vocabulario.


 Glenda llevaba tres semanas haciendo sus labores en los despachos.  No se veía con Rayan, ya que cuando el ejecutivo accedía al lugar, ella debía estar fuera de las dependencias.

Un día de forma inesperada, al entrar el burócrata en su reservado, se encontró a Glenda sentada en su sillón, medio vestida y en situación de comprometerlo. — Que haces aquí en esa pose. No recuerdas te dije que debías limitarte a tus deberes.

— Claro que lo recuerdo. Al que se le ha esfumado la memoria es a ti.

Quieres hacerte el despistado pero no podrás librarte de mí tan fácil como crees. No soy uno de tus peones. Ni lo fui antaño, cuando tuvimos nuestros instantes placenteros y aquellas asombrosas relaciones íntimas.

— Sé muy bien que pretendes y quién eres. ¡Espera.! —dijo Rayan—Me lo dirás delante del servicio de seguridad de la planta.

—  Evita ese encuentro, o perderás tu empleo y credibilidad. Le amenazó la agregada medio desnuda.

— Bien pues lo perderé, pero tu no me vas a chantajear a cuenta de quien te haya contratado. Que imagino quienes son, y por qué te han ordenado permanecer medio desnuda esperándome.

Serán los mismos que han colocado cámaras en mis dependencias, micrófonos ocultos y demás.

Detalles que ya imaginé y siempre fui por delante de vuestras aventuras.

— ¡Pero tendrás cara dura.! ¡Es que no me conoces.!... ¡Rayan.! Es verdad que pases tanto de mí sin molestarte. Preguntó Yamira, la misma que ahora se hacía pasar con el nombre de Glenda.

—  Claro que paso de ti, te conozco muy bien y no voy a repetir los errores que tuve contigo dos veces. Engañar al mundo con tus juegos eróticos en aquel despacho de la empresa Plascuri, en la que mantuvimos una aventura. Corta, pero intensa. La que me llevó a tantos disgustos.

De aquello hace más de veinte años. No duró porque tu jamás quisiste que aquellos arrebatos sexuales que teníamos en las dependencias ocurrieran en tu propia casa. Tenías miedo que conociera a tus hijos y a tu marido, además de las muchas cosas que no confesabas.

Yo tampoco quería destrozar mi matrimonio de entonces, con la hija del dueño de la firma y me dejé llevar por tus perfumes, tus pechos, tus besos y tus mentiras.

Estaba recién casado con mi primera esposa. Dos años de fingir, y no era el momento de montar un escándalo.

Ahora; mejor dicho desde hace tiempo, no me oculto de nada.

Lo pasado es pasado. ¡Soy como soy.! Con mis defectos y alguna que otra virtud, pero en la actualidad me debo a una tarea y la pienso cumplir.

No me vas a seducir de nuevo.

Aquello es pasado y además ya estás demasiado tocada como para que vuelva a caer en tus redes carnales. Hizo un gesto y apuntó.

— Espera no te menees. Será un trámite muy rápido, porque te esperábamos y además todo esto se está grabando.

Rayan pulsó un timbre que llevaba en su móvil.

No tardaron y en un “santiamén” apareció el séquito de guardaespaldas del ejecutivo, que lo tenían todo preparado para el momento aquel.

El instante preciso en que se dio. Como podía haberse dado meses más tarde.

Era cuestión de que Glenda se destapara, enseñara sus tetas provocando y queriendo excitar a Rayan, o montara una teatralidad de las suyas.

— Que te ha prometido la señora del Cono, para que te jugaras la cárcel. Le preguntó tranquilo Rayan esperando su inmediata respuesta.

— Cómo sabes tú, que está complicada en este tema Patro. La buena y amable señora Patrocinio. ¡Es que tienes algo con ella.!

— No debo darte explicaciones, pero tú, debes confesar la trama que habéis montado, antes de que te lleven detenida.

— Patro me dijo, que la habías engañado, que te la montabas y de buenas a primeras conociste a Hardy, y la abandonaste.

— Te ha engañado. ¡Es una arpía.! Patrocinio del Cono, es una mujer depravada, que finge cuando lo necesita y engaña para conseguir sus deseos. La tal Patro, la buena señora está junta con su secretaria y hace mas de diez años que conviven felizmente. Por lo que yo, jamás la he tocado. Ni ella lo hubiera permitido.

Glenda, comunicó sin miedos el cómo y el porqué, de su actuación, y manifestó

— Conocí a Patrocinio en un lío que mantuvimos las dos con un embajador. Yo lo embaucaba a gusto de Patro, y ella hizo todo lo posible para que lo pusiera en un brete. Me pagó muy bien y lo filmamos desnudo haciendo posturas raras. Perdió el cargo, la embajada y la familia.

— Para quién trabaja del Cono. Lo sabes verdad. Quiso Rayan que confesara delante de los servicios que hacía minutos presenciaban el espectáculo.

—¡Sí.! Claro que lo sé. ¡Como no voy a saberlo! pero no lo diré. Prefiero que sea ella la que se confiese y sea tan íntegra como dice y presume.

Se llevaron detenida a la falsa Glenda, que tampoco se llama Yamira. Se le conocía en los ambientes integracionistas como Kotorowa, el verdadero nombre de la seductora de Rayan.

Patrocinio del Cono, era una de las espías de un gobierno sudamericano, que tenía influencias con el este europeo.


Autor: Emilio Moreno.