lunes, 16 de diciembre de 2013

Igualada y su museo


El viaje comenzó con las clásicas salutaciones entre amigos. Los colegas, excursionistas que suelen ir a estas espectaculares salidas.
Dos autocares partían y uno de ellos era muy nuevo, tanto que el propio conductor no le conocía a fondo por lo que le costó hacernos entrar en calor a todos los que íbamos con él, por su tardanza en averiguar cómo funcionaba la calefacción, tan electrónica que algunos casi tiritaban en sus butacas,  ¡Que exagerados! …en un día de los que pegaba el fresco. En ese autocar tan nuevo, el bus del “rock around”, por las personas que íbamos muchas de ellas, cantando el rock.
La jornada se prometía fría, aunque el sol nos produjo ese encanto y evitó que nos quedásemos tiesos por el clima. Al ir acercándonos a Sant Martí de Tous se notaba sobre los arcenes la escarcha, en los campos sobre las hierbas del borde de la calzada y por la baja escala en el termómetro que se debió registrar en la noche anterior. Además del desmayo que llevaban otros, por la temprana hora y aun no haber ingerido comestible alguno. ¡Como cambiaron las cosas!

La llegada al Ateneo de San Martí fue como es habitual con agrado y alegría pasando directamente al comedor donde nos esperaba un buen entrante. Unas rebanadas de “Pan de Pagés” hogazas “yescas” preciosas tintadas con aceite de oliva de la parte de Lleida y tomate rojo, aderezadas con unas lonchas del buen jamón Ibérico, que quitaba el sentido, además del trozo de tortilla de patatas recién hecho que aún caliente entró por la vía directa a la zona de degustación del estómago donde fue archivada por unas tripas que aceptaban todo aquello que fuese sabroso y aportara calorías. ¡Un poquito de calma señores! Dejen ustedes que todo lo que han tragado se apostille en condiciones en el vientre, ayúdense del vinito que es de la tierra, serio, tinto y fresco, con mesura. ¡Casi ná! lo del ojo.

Pasados los primeros efluvios del buen comer y beber, y ya satisfechas las damas y caballeros, nos disponíamos a ver el Museo del Arriero, “”Museu dels Trajiners””, que se encuentra a pocos kilómetros en la ciudad de Igualada, la afamada por la piel, por los curtidos y por los derivados de la misma.
El museo de los Arrieros, lo que actualmente podríamos reconocer como transportistas de las épocas remotas, oficio que como bien nos apuntó uno de los descendientes de Antoni Ros, fue de los primeros que existieron en el mundo. El señor Ros, nieto del iniciador que junto a su padre, y a la vez hijo del “Trajiner” original de la familia, fundaron lo que ahora es el recinto del Museo. Había sido una propiedad de los de Can Merdetas, unos agricultores de la zona, que se dedicaban a mercar con estiércol y que sumado a la explotación agrícola es como se ganaban la vida. _Traducido Cal Merdetas, sería una expresión parecida a: “Casa del Mierdecillas”_, sobre nombre o apodo que les dieron por llevar y traer excremento por toda la zona, para aportar vitaminas a los sembrados. En aquella época no existían los agros componentes, ni los abonos agrícolas. Heredad que la familia Ros, adquirió a los Merdetas hace unos cuantos decenios para que a la postre se erigiera en uno de los mejores museos relativos al tema que tocamos.


El lugar da para disfrutar y conocer, y vale mucho la pena visitarlo, por la ingente cantidad de aparejos, monturas, carros de transporte, herraduras, cascabeles, vestiduras de mulos y caballos, y todo un sinfín relacionado con la construcción de diligencias, de carros funerarios, de bomberos, de reparto. Toda una ilusión puesta a la vista del visitante, que por desconocimiento ni llegamos a imaginar lo que fueron los desplazamientos en los siglos pasados. Cabe mencionar que el guía el señor Ros, fue el que nos hizo “medio volar” por sus dotes de Cicerone, nos agradó por la sencillez de sus palabras como por el abanico de conceptos con los que nos instruyó de los cuales no teníamos ni imágenes, ni idea. En una de las profesiones la de Trajiner/Arriero, tan primitiva.

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Una vez volvimos a los comedores del Ateneo Martinenco, el calor retornó a nuestros cuerpos por la laya de comida que nos habían preparado.  Después de la sopa, ese caldo que casi requerías un cuchillo para cortar, calentito, fuerte, agradable, responsable de que la sangre volviera a fluir por las carreteras de nuestras arterias, una buena perola de “Escudella Bareixada Catalana” _ un cocido catalán_ con su morcilla, su pelota, garbanzos, carne de cerdo, embutidos caseros, que intrínsecos van en la propia olla. ¡Qué bueno Dios!

Por deformación profesional, me iba fijando en las personas que me rodeaban en la mesa, para ver como actuaban frente a un menú tan sencillo pero a la vez tan sabroso y de verdad que pude disfrutar por el mero hecho de la concentración que llevaban y por no perder ni una sola puntada en ese cosido y por el hartazgo que se estaban propinado, una especie de homenaje al buen comer y buen vivir. Silencio de rigor a momentos, ya que nadie quería perder bola y ustedes conocen aquel refrán que dice: oveja que bala, bocado que pierde.

Muy bien, muy bueno pero no había terminado la “Cibus Dapis” _”el manjar la comida”. Nos asaltaron aquellos camareros ataviados con el rojo escarlata de la navidad, simulando al Páter Noel, con el gallo. La pata de pollo, con ciruelas pasas y guarnición. ¡Como para ir directos a bailar!  Que así fue, las señoritas que amenizaban el servicio, vestidas por decir algo, con sus trajecitos brevísimos de Papa Noel, ¡qué bien les sentaban! además de dispensarnos sus números de corsetería, nos pusieron a tiro para comprar sus números de tómbola, las clásicas tirillas de números, para el sorteo de las cestas navideñas, que aparentemente se las vendían a los caballeros, mostrándoles a ellos, sin premura toda clase de balcones panorámicos con la consecución de hacer sus ventas montañosas. Las canciones y esos bailes exóticos de cadera, agotaron las tirillas del sorteo.
Canciones, besitos y fotos, risas, posturitas y alegría, tonadillas y los bailongos a la sala central a darle al pasodoble, al rock, al mambo y la cumbia. Danzando el cuerpo como grandes bailarines de academia, entre arrumacos y pisotones.

Todo lo que merece la pena acaba, llegó a hora del retorno, cada cual a su autocar para el regreso, que se hizo con orden y la consabida urbanidad, como está establecido en las normas de Fórum para la Solidaridad.



Las fotos en Facebook.



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