jueves, 10 de julio de 2025

Marisa lo dejó como un candil. Colgado

 







Bienvenido Morral Falcón es un granjero preocupado por el desarrollo de los acontecimientos que vienen pasando en su pueblo, desde los tiempos de sus abuelos. Recapacita para sus adentros y no concibe como ha llegado a enviciarse para mal, todo lo que antaño era lo corriente, lo correcto y lo que todos admitían. Tan preocupado está que no vislumbra con sencillez el cambio ocurrido en su entorno.

Ya no hay nada como antes y faltan muchos de los servicios que existían en aquella colectividad. Se remite a sus recuerdos de niño, cuando jugueteaba por las callejas de la villa disfrutando de aquellas animaladas que perpetraban entre los chavales. De adolescente cuando perseguía a las niñas de su edad y algunas algo mayores, con las cuales jugaban de vez en cuando a cosas más serias. Jueguecillos que con los niños no se podía admitir entonces. Con alguna hasta llegaron a memorar instantes inolvidables, aunque ahora lo nieguen. De veterano las cosas se pusieron más serias, tanto que no llegó a congeniar ni tan siquiera con Marisa, la ahijada del párroco, con la que se hubiera podido casar de haber ido las cosas de otro modo.

Bienvenido estuvo fuera de su aldea durante algunos periodos. Se ausentó de su terruño para los estudios en el instituto. Para cumplir con su servicio militar y para una intervención a corazón abierto que le practicaron en la ciudad.

Ahora lleva muchos años recuperado, solo como un mochuelo y trabaja sus tierras y atiende a sus corrales sin alegría, pero con la suficiente constancia para ser crítico consigo mismo si se da el caso. Aquella mañana muy temprano salió al monte a labrar y a cosechar cuando le llegaron de sopetón aquellos recuerdos, que iba masticando a la vez que trabajaba. 

—< Ningún licenciado recién salido de la Universidad, quería ir a relevar al médico don Servando, que había estado al frente del pequeño dispensario de la villa, durante los últimos cuarenta años. Atendiendo a cuantos enfermos llegaban a su consulta, con dolencias habituales y aquellas que comportaban más gravedad. Algunos crónicos, otros eran imprevisibles, pero todos los que enfermaban en aquel lugar eran atendidos por aquel galeno. Qué brindado a dar salud a su gente, pasó la mayor parte de su vida.

En aquella sociedad como era normal, traían hijos al mundo y nacían con ayuda del médico y de las comadronas. Entendidas asistentes que ayudaban siempre.

Niños venidos al ruido de este mundo de aquellas madres jóvenes que parían en su misma casa. Sin tener que verse obligadas a salir a la ciudad más próxima con todo el potencial de vicisitudes que ello comporta. Ahora esos menesteres ya no se llevan.

Todas aquellas parteras que preveían y llevaban a las preñadas, con la naturalidad habida en aquellos tiempos haciendo inmejorable trabajo en la llegada de los recién nacidos, tampoco se usa. No es lo frecuente. También está en desuso>.

Elucubraciones hechas y pensamientos en voz baja, de Bienvenido, que las recordaba.

Un agricultor y ganadero, soltero y desconfiado, que repensaba por el dolor de no haber actuado en su juventud de otro modo.

La quejumbre le acosaba mientras labraba la ladera montañosa de su propiedad.

Sabiendo que él sería el último hortelano que atendería aquel terreno, y aquellos árboles frutales que heredó de sus bisabuelos.

Sin distraerse mientras hacía unos surcos en la tierra completamente derechos seguía imaginando en su cabeza.

—<Don Tiburcio el farmacéutico, —recordóaquel barbudo eminente, que preparaba los brebajes, ungüentos y afeites. Las pócimas y cocimientos. Murió, y con él la atención personificada y la asimilable admonición clínica.

Sin olvidar el reparo y alivio que daba con aquellos bebedizos que limpiaban la barriga de cuantos fermentos anormales existieran. El indeseable aceite de ricino, el cerebrino Mandri, y aquel bálsamo para dar fricciones contra los dolores musculares, que le llamábamos para ir al grano como “El tío del bigote”, que no era otro que el llamado Linimento Sloan’s de marras.  

Ahora ya no hay farmacia, ni boticario. Debemos alargarnos cinco leguas para conseguir los medicamentos que necesitamos>.

Bienvenido se rascó la cabeza y siguió con la labranza y con sus cavilares.

—<Nadie supo remediar esas ausencias tan importantes para los pueblos. —Seguía pensando. Está claro que pedirle previsión a la clase política es como clamar en el desierto.

Nadie supo ver que la vida ha de continuar y que se debía poner solución a las ausencias que se iban trasluciendo. —también le vino a su imaginación aquella historia heredada de sus abuelos.

—<Por faltar, con esa ausencia contada, hasta falla la presencia de aquel personaje despreciable que no supimos expatriar.

El señor duque de Piedrapulida. El señorito. Más conocido como Don Telesforo.

Aquel terrateniente, que era en un tiempo el miedo prácticamente de todo el poblado, y el amo de la vida de cuantos tenía contratados en sus campos, huertas, y arenales.

Sometidos los hombres, viejos maduros y jóvenes. Todos a cambio del pago de unas migajas y al soniquete de sus caprichos y groserías, sin derechos ni beneficios como esclavos a su cargo.

En cuanto a las mujeres, además y encima de todo eso. A callar y obedecer. Cuando se le antojaba al mediocre impotente aquel, reclamaba el Derecho de pernada, con la niña que le apetecía. Y todos a callar y a otorgar>.

Evocó a su abuelo, que le había contado aquel pasaje del señorito. Y soltó esta vez en voz alta… ¡Cabrones!

Volviendo a bucear por los mares de sus pensamientos.

—<Ojalá Dios le haya dado el castigo merecido, como contrición por el doloroso sufrimiento que tuvo esta villa mientras ellos tenían voz y voto. Tuvo que ser una guerra la que frenara todas aquellas injusticias.

Tampoco existen. Se llevaron hasta el apellido. Menudos son los Barones>.

Siguió argumentando en su cabeza, sin pronunciarlo en voz alta, para qué. ¡Nadie le hubiera escuchado!

Estaba más solo que Pedroso encima de su remolcador, y el ruido del motor que era lo que escuchaba y daba respuesta a sus elucubraciones, era lo que le mantenía cuerdo. Hostigó con un gesto despectivo y reanudó la retahíla de efemérides.  

—<Menuda ralea rastrera y cobarde. Huyeron todos en cuanto el pueblo levantó las azadas, los picos, y las ganas de hacerlos desaparecer. Ni quedan ellos ni sus descendientes. ¡Gracias al cielo!

La familia Valladares de Piedrapulida fue una estirpe despreciable, que tuvo que evaporarse poco antes de estallar la contienda. Después de haber vendido las propiedades que pudieron y dejar yermas las restantes>.  

Seguía recordando Bienvenido encima de su tractor, muy cabreado por todo lo ocurrido en su pueblo natal, y repasando fechas llegó a su infancia.

—<Don Salvador el maestro de la escuela, dejó de enseñar hace más de treinta años, igual que la señorita Engracia para las niñas, que se jubiló poco después.

Sustituidos desde el Ministerio de la Educación, primero por docentes venidos de fuera, que les importaba un bledo enseñar. Con el tiempo depuestos por jóvenes profesores, aun menos arraigados a esta tierra que sus predecesores. Con lo que aquello de inducir al estudio a los niños, pues no se daba. Y nos quedamos sin escuela.>

Miró a su alrededor y acabó viendo las nubes que suspendidas sobre su cabeza se mostraban. Acabando aquel instante enfadado y escupiendo desesperado.

—<Por desgracia en la villa ahora no existen seis niños y niñas. De ahí que nos quitaron las escuelas. Al no llegar a esa cifra de chavalines, no corresponde colegio, ni maestros ni nada parecido>.

Un latido le sobrevino cuando recordó a Marisa, la sobrina del páter, con la que se entendía tan bien, que lo dejó colgado como una lámpara, yéndose detrás de un muchachote de la ciudad que le prometió una lavadora y una plancha eléctrica. Lastimosamente fue una de esas mujeres maltratadas, teniendo en su tiempo que criar a dos hembras que ni la miran.

<El último padre cura que confesó en la casi derruida iglesia, nacido en este suelo, por lo menos y si no me equivoco. Falta del oratorio desde hace más de veinte años. Después de mucha paciencia fue sustituido primero, por un sacerdote holandés que no sabías si rezaba o conferenciaba en arameo. Se aburrió de la feligresía, y pronto solicitó el traslado. A los dos meses ocupó la vicaría un presbítero que era asiático. Más ambarino que un melocotón. Nunca se supo su procedencia. La gente más o menos estaba encantada con él, ya que cuando se confesaban, podían decirle las barbaridades más gordas del mundo. Porque no entendía ni papa del idioma, y la contrición al no saber lo que recriminaba, es como si te perdonara sin más.

Ya viendo el panorama, hasta la archidiócesis pudo comprender que esto no funcionaba y trajeron desde entonces a sacerdotes venidos de la América hispana. A día de hoy viene un curita diferente cada domingo a celebrar la misa y se va a la aldea de arriba>. 

Se detuvo para liar un pitillo de su cigarrera, y no dejó de imaginar aquello que recordaba para sí mismo.

—<La población hace años estaba constituida incluso por un juzgado, con su juez, el que impartía las leyes cuando era necesario. Manteniendo los entresijos del mundo de la imparcialidad, con sus abogados y leguleyos que servían para aquello que implica la seguridad y el esclarecimiento de cuantos litigios existieran.

Negociados que daban vida al pueblo, ya que aglutinaban los delitos de las villas limítrofes. Teniendo esta localidad censados a cuantos abogados y fiscales ocupaban plaza, y daban trabajo y ocupación al conjunto de la ciudad con sus constituciones. Ni juez de paz ni de justicia, ya no hace falta. Aquí ya no hay ni maleantes.> 

Se detuvo exclamando al aire informando al recuerdo de los vientos y a la tormenta que se acercaba.

—<En los cinco últimos años el pueblo pasó de tener cuatro mueblerías a tan solo la que resta de momento. La que tiene los días contados, ya que el carpintero se jubila en nada y no tiene sustitución, ni la pueden traspasar, ya que nadie se quiere hacer cargo del negocio. Lo mismo ocurre con la mítica fontanería de Crispín, que creía sería su hijo el que le sustituiría, pero los cálculos le han fallado y quedará la intermediaria de tubos y grifos, sin mano de obra profesional, ya que Miguel. El hijo del pocero encontró plaza de enfermero en una ciudad italiana y no lo ha dudado.

Si quisiéramos hacernos un traje, —rio como un bobo. —Ni pensarlo. A parte que ya nadie lleva ese tipo de vestimentas, el querer comprar un vestido para alguna boda, sin existir tiendas de confecciones, y sin poseer un vehículo propio, o tengas una edad que no te permita conducir. Es de risa.

Te has de pegar la pechada de viajar a la ciudad, con lo que ya entramos también en el horario de los autobuses, que decir que precario es hablar por no estar callado por el descalabro que genera.

Tan solo un autobús parte a primera hora con destino a la ciudad, y vuelve a medio día, habiendo recogido los pocos que llegan a la villa. Por la tarde si pierdes el de las seis, que viene del complejo hospitalario del oeste, has de quedarte allí a pasar la noche, o caminar hasta llegar a casa. O sea, imposible. ¡Una maravilla! Como siempre prevista por nadie>.

Estaba por llegar mediodía, el sol estaba encima de su cabeza y aquella labor de la jornada estaba casi finiquita, con lo que comenzó a dar la vuelta hasta su domicilio. Cuando pensó en lo que comería.

—<La pescadería vendía pescado fresco cada día. Bien lo digo. ¡Vendía…!

Venido de la playa más cercana. Que dista donde Cristo perdió las zapatillas.

Transportado por Mauricio, que nos dijo que ya no tiene edad de madrugar tanto y meterse entre la espalda y el pecho casi seis horas para traernos las sardinas frescas, que muchas veces se las tenía que comer con sus primos y en familia, debido a que no hay gente que las compre.

Así que las sardinas si queremos comerlas tendrán que ser de lata, porque el negocio ya no le renta y no está para perder la vida en la carretera>.

La última penitencia la iba pensando sin remedio. Como punto final, y antes de llegar a su granero y guardar el tractor. Admitió para consigo, sin analizar las decisiones que adoptó en su día.

—<Aquel pueblo que había presumido de ser cabeza de partido y de tener más comodidades que en la ciudad más adelantada, estaba rígido. Sin futuro.

Estamos muertos con esos síntomas de despoblación que se comenzaban a ver y nadie quería tomar medidas para evitarlos.

Los aferrados a la tierra nos quedamos. Así nos fue. Sin que político alguno trajera soluciones para que ese mal del tiempo fuera a más.

Es muy difícil ser visionario. Sobre todo, en las clases políticas, que casi todos los puestos de importancia están colocados a dedo.

Sin ver el potencial de gentes preparadas que pudieran aportar al pueblo beneficios.

Ahora lo que priva es la fama rápida a costa como siempre del que paga los impuestos.

Igual sería una solución que el que ocupara una plaza en la política, no percibiera ningún tipo de sueldo.

Teniendo además un control férreo contra la corrupción. Que fuesen personas abnegadas las que ocuparan esos cargos. Voluntario sin beneficios.

Habiendo como hay tanta gente que presume de altruista, de donantes de cualquier invento que imaginemos. Nadie se atreve a solucionar estos problemas.

Solo hay que notar lo que ocurre en la actualidad. Una parte de la clase política tan solo busca el prestigio personal. Sin prever más lejos de sus narices.

Olvidando las necesidades de aquellas poblaciones que están entre la nada y parte alguna, pueblos tan poco privilegiados que están situados en un paralelo y un meridiano donde no existe más que distancia hacia la nada.

En ningún sitio del mapa. Invisibles. En la carretera del olvido. En el culo del mundo.

Entre ninguna localidad reconocida y la próxima ciudad aún más ignorada>. 

En aquel instante el tractor se caló y por muy poco Bienvenido, agarrándose no cayó encima de unos peñascos. Volviendo a la realidad, y notando que su mundo había zozobrado.







Autor: Emilio Moreno
10 de julio 2025

lunes, 7 de julio de 2025

Un gran amante, el hindú.

 

Habían quedado para ir al cine aquel sábado por la tarde después de comer.

Shigwerly recogería a Fertrys Makwelan en la puerta de su casa, a las siete de la tarde. Aquel joven ya en edad adulta, que pretendía a la guapa ciudadana americana, llamado Shigwerly Gerusthynson, era natural de Singapur y de creencias orientales, muy puesto en química cuántica en la cual estaba licenciado y procesaba para una empresa de armamento unos cálculos de la nueva herramienta armamentística del Fire cracker Ciclycal.

Detonante que insertado en los proyectiles aéreos habían ideado los servicios de su país, con vistas de negocio y distribución de la tecnología a naciones adelantadas en la carrera competencial. Entre los muchos estados para el desarrollo y la acumulación exagerada de armas destructivas y poderosas. 

Aquella pareja había quedado de acuerdo para que Shigwerly pasara con su <Escarabajo> el clásico modelo de Volkswagen a recoger a Fertrys a la puerta de su domicilio. Parecía que aquellos tortolitos se habían conocido de forma circunstancial, pero no era así.

Todo estaba preparado por los servicios de inteligencia sin que el inocente Shigwerly pudiera llegar a imaginarlo. La buena de Fertrys, era una espía, una extraordinaria especialista delatora que trabajaba por libre en la nómina del mejor postor. 

Ninguno de ellos imaginaba pasar la tarde que programaron sin análisis previos. Ya que en muchas ocasiones las situaciones se dan y vienen al pelo sin estar previstas. Trabajo que las camufladas espías, saben tratar en cada momento sin que se les arruguen los pliegues de sus encantos. Jugándose la vida en cada uno de los meneos que se suscitan. 

En principio iban al cine a ver la película más guay que ponían. De hecho, partían a la buena de Dios, sin precisar que título escogerían de las seis o siete que siempre estaban dispuestas en la cartelera. La cuestión era, por parte de la preciosa mujer llevarlo al huerto para sacarle lo que pretendía. 

Su relación era incipiente, trataban de conocerse lo más pronto posible, ya que al hindú le atraía el cuerpo estructural de aquella señorita. Sin imaginar que una empleada de corsetería y ropa íntima pudiera ser lo que en realidad disimulaba.

El investigador muy lejos de relacionar a una dependienta con el temido espionaje y fisgoneo de datos sensibles, se dejó llevar por el olor del cuerpo de la preciosa mujer. La que pretendía engañar al muchacho falto de afecto y ternura, queriéndole excitar sin demoras su pasión emocional y montar una relación íntima, lo más rápido posible.

El tiempo en política siempre es inmediato, y no hay nada que se prorrogue tratándose de la seguridad entre países.  Shigwerly había conocido a la señorita Makwelan, no hacía demasiado tiempo, en unos grandes almacenes donde fue precisamente colocada, esperando que el experto cuántico fuera a comprar aquello que ansiaba, siempre que llegaba a lugares alejados.

Aquel individuo coleccionaba ropa íntima de último grito con la cual se sentía atraído en sus meneos frente al espejo, cuando estaba solo, y tanto mejor si alguien lo miraba. Así se sentía de narcisista el bueno de Shigy.

En cuanto apareció por la seleccionada boutique fue atendido por la dependienta más sensual y atractiva del comercio, presentándose como la señorita Fertrys.

La que le ayudó a escoger los modelos y colores, incluso se atrevió a proponerle al caballero indostánico, no se enredara con marcas, modelos y colores. Brindándose ella a ayudarle de buen grado, a escoger las tallas.

Todo preparado. Una mentira, una falsa dependienta entendida en un teatro mil veces ejecutado por Fertrys, con otro nombre y apellido, en otra profesión, originaria de quien sabe dónde y residente en cualquier país inimaginable.

Todo era por parte de Fertrys en caerle bien al resoluto e inteligente cuántico y llevárselo puesto a su casa. A la cama. Y como no, a su huerto. Para sacarle todo aquello que pretendía la guapa y experta Makwelan 

La experiencia de la sílfide, hizo que se encontraran a gusto los dos, y se cayeran bien en un espacio corto de tiempo. Le dio lo que esperaba y le dejó palpar aquello prohibido que con astucia provocó. Pronto Shigy que así le gustaba le llamaran al joven, en las distancias cortas. Cayó en las mallas elásticas y afectivas, piel morena clara y sensual de la versada y deseada mujer. Quedando para verse precisamente aquella tarde para ir al cine.

El auto amarillo aparcó frente al número 77. El setenta y siete de Sunset Strip. Donde justo en la esquina, diez o doce metros a la izquierda esperaba ser recogida por el amigo reciente. El trayecto hasta el cine fue largo en el tiempo, dada la cantidad de tráfico que se estableció aquella tarde de sábado en la ciudad.

La conversación fue muy fluida en el transcurso del trayecto. La guapa Fertrys iba enrollando con su retórica al que creía era un perfecto ingenuo, apariencia que daba tras aquel color cobrizo de su piel. Que engañaba sin duda a cualquiera de las mujeres americanas excepto a las que pretendían conseguir frutos rápidos y productivos. Para aquella simulada dependienta no había imposibles, ni cortapisas a la hora de conseguir las metas que tenía previstas. Disfrutaron del film del cineasta español Garci.  José Luis Garci, el primer Oscarizado autor español, con su película, Volver a empezar y traducida al inglés Beguin the Beguine.  La que disfrutaron a placer por el mensaje que ofrece la trama y el contexto de la historia.

Ella la guapa Fertrys no perdía punto en cuanto a gestos y meneos del falso ligue que tenía a su lado. Todo un ritual, todo previsto por el servicio de espionaje.

El film fue visto con agrado y con algunas interrupciones de atención, debido a los besos que le robaba la mujer al hindú que lo iba preparando para llevarlo encima de su colchón y desnudarle. Quitándole además de la ropa, los documentos de su misil detonante. Haciéndole cantar con su propia lengua, sobre el profundo y peligroso armamento con el que trabajaba. Debiendo conseguirlo aquella espía usando sus galanuras, y palpaciones. Sustrayendo todo aquello que hasta el instante habían descubierto. Para pasarlo a otros interesados. Tratando de despojarlo con la gracia que ella tenía y el técnico quántico, ni pudiera darse cuenta del hurto sufrido.

 

El tiempo de obtención que tenía para conseguirlo era mínimo. Sabiendo que el nacido en Singapur no estaba de momento predispuesto para cantar la melodía que su amiga le propusiera.  A no ser que lo narcotizara.

Al salir del cinema, ella propuso antes de ir al disfrute del <te pillo aquí y te mato allá>. al McDonald’s próximo. Donde se reforzarían con alimento rápido, antes de proponerle la elegante dependienta, el servicio sexual que el inventor pretendía.

La residencia temporal del científico, estaba situada dentro del perímetro especial de la embajada del país para el que trabajaba, con lo cual las medidas para acceder a los recintos eran del todo comprobadas, y pocos de los acompañantes de los que residían en calidad de invitados podían acceder a las mismas. Por lo que ella imaginando lo y con el propósito de disimular le preguntó, si podían ir a su reservado a pasar la noche y disfrutar del sexo. De un cuerpo, el de color triguero de Shigy, y de los meneos que le iba a proporcionar la amante bandida.

El deseo a veces puede más que la reserva y la seguridad, y le dijo a su rubia amiga. 

A todos los efectos, representas la esposa que esperaba, venida de mi ciudad y estado. País con el mismo nombre que su capital. La preciosa Singapur por lo que no pueden negarte el acceso en modo alguno. Le participó el confiado Shigy. 

Con esa confirmación ella, disfrutó. Imaginando que dentro de las instalaciones algo pillaría, con la cámara disimulada que llevaba en la diadema del cabello y en los tacones del calzado y con una segunda cuestión que era, ver qué al bueno del científico lo había enamorado y podía disponer de sus cosas en cuanto se lo propusiera. No pudo refrenarse aquella mujer y le dijo con aquella argumentación artística que les nace a los actores sublimes.

Eres un pedazo de limbo perenne y anhelado. Que sepas que estoy suspirando por tus caricias, y que sueño en ese momento. En que puedas rasgarme placentero en canal. Me festejes sin prisas, despacio y lento. Perezoso e insolente. Hizo un inciso para respirar y tocarse los pechos y continuó calentando al químico, que la escuchaba atónito.

Debes ser un trueno en la cama. Lo deduzco y no creo engañarme, por el bulto que te he notado al palparte sin vergüenza en el cine. Sin que apenas pusieras freno a mí demencia mientras te retorcías en el deleite al tropezar mis dedos entre tus piernas y el bálano. Al tiempo que jadeabas y te retorcías cuando te acariciaba tu esencia bruta sobre tu pantalón.

Después de los piropos y agasajos de Fertrys que le regaló a Shigy subieron al ascensor de la zona de asueto donde están las salas de proyección, buscaron una taberna y tomaron una ensalada de parmesanos y unos dispendios más excitantes que sabrosos, que solicitó la espía para ir situando al científico en un tono brutal. Preparando la situación y llegado el momento la pudiera penetrar sin demasiados esfuerzos. Cuando agotaron aquellos bocados, Fertrys entendió que ya estaba a punto, que tenía los síntomas de la incontinencia sexual. Invitando a Shigy que la llevara a la cama o al tálamo, lo que tuviera más a mano y con premura. El hindú no se lo pensó ni medio segundo, dada la excitación a la que llegó por las palabras de la espía.

Ámame desnuda y hazme temblar de pasión. Llevo horas queriendo sentir tu poder dentro de mi cuerpo. Le dijo ella y él respondió.  

—Eres impulsiva y abrasadora.

Se levantaron de la cafetería de la Rinconada de los Deseos y se dirigieron hacia la zona del hábitat donde se ubican los empleados de la embajada.

Al llegar a las instalaciones fueron abordados por el personal de seguridad del acceso principal. Solicitándoles la documentación y comprobar sus identidades.

No fue muy laborioso, aquel científico gozaba de toda la credibilidad posible y al presentar a Fertrys como su compañera las cámaras de seguridad registraron sus presencias y ellos ocuparon la suite habitual del destacado ejecutivo, la nº 773 de los pabellones sureste.

Su tarjeta dio acceso y abrieron la portezuela del departamento nº 7, tercera puerta del séptimo piso accediendo a su interior.

La estancia era sencilla y poco espaciosa. Al entrar un recibidor con un mural en la pared. Un espejo y un par de butacas en el fondo, y una puerta que daba camino al dormitorio. La limpieza dentro de aquel espacio no se notaba en exceso, más que nada por el lamentable estado de recogimiento y organización de aquel espacio.

Mostrando que Shigwerly no era excesivamente cuidadoso. Anotaciones a la vista y apuntes esparcidos por todos lados, en el rincón donde estaba el ordenador portátil y la Tablet, sendas memorias extraíbles y una minicámara de fotos disimulada entre una bufanda y unos guantes de invierno.

Fertrys se quedó con todo en un vistazo. Haciéndose cálculo de donde podría estar lo que pretendía encontrar y clonar. La impronta y la imagen que presentaba aquella estancia demostraba que el amigo Shigy era un tanto desquiciado.

La disoluta espía no perdió tiempo y pretendía aprovechar los instantes fuertes de la atracción para finiquitar el trámite, y con grandes aureolas y aspavientos iba despojándose de la blusa y aflojándose los tejanos que ya caídos estaban a la altura de las rodillas.

Shigy encantado y despreocupado ayudó a desnudarse a la veterana Fertrys aflojando los sujetadores al tiempo que la ninfa presentaba un par de senos que obligaban al hindú a perder el equilibrio. Antes de que se desatara la mujer, lo detuvo pidiéndole sirviera un par de tragos, para entrar en batalla. El mimético <sabelotodo>, procuró entender y obedecer sin apenas concentración. Depositando dos copas altas, en las que vertió un chorro de vodka a la vez que se giraba buscando el zumo de naranja. Momento que aprovechó la joven y con una delicadeza extraordinaria sacaba una botellita diminuta de su bolso de mano insertando con el cuentagotas unas chispas en una de las copas. La que le sirvió al hindú y obligó a que diera el primer sorbo. Degustándolo de un trago.

—Cariño bébetelo—le dijo la espía—te sentará estupendamente y nos pondrá a tono para ejecutar ese deseo que tenemos.

Se tendieron desnudos sobre la colcha azulada del lecho, adornado con un quinqué en cada esquina del aposento. Candiles a modo de quemadores de hierbas olorosas supuestamente procedentes de Singapur. La pasión asiática hizo mella en el triángulo sensible de la espía que disfrutó de una sesión desmedida y sin control de desvergüenza, sacándole la información y nombres que ella pretendía, fechas de entrega, países interesados y cuantías adelantadas por quién y de qué modo. Absolutamente todo grabado en el alma de su crucifijo que tenía una memoria interna. Cuando se agotó la pólvora de aquel hindú quedó amodorrado en el rincón de la cama hecho un bledo. Sin fuerza destrozado y roncando como un abuelo octogenario, mientras ella que no había perdido ni un solo instante su propio sitio, se levantó y clonó aquello que para ella era de suma importancia.  Datos, fórmulas que nadie más pensó estuvieran al alcance de una guapa espía. Cifras y métodos, tipificaciones esparcidas, por todo el tapete del despacho. Una vez estuvo y contuvo el grueso disimulado de lo que necesitaba. Lo grabó en el cuerpo de su reloj, ya preparado con una mémory internal, lo suficientemente espaciosa como para albergar todos los expedientes clonados.

Salió por la puerta sin prisas. Con mucho oficio. Al llegar al fielato de la entrada puso una excusa sencilla para poder cruzar el umbral, sin el más mínimo problema. Adujo recoger un detalle del vehículo aparcado a las afueras del complejo y le facilitaron la huida con el mínimo control. Para no regresar al colchón donde dormía plácidamente Shigy, el que al despertar leyó la nota qué le dejó Fertrys frente al desayuno que había dispuesto antes de ausentarse. Donde escribió con letras exageradas y por supuesto garabatos incomprensibles el texto que le interesaba, sin dejar mácula y sin que nadie sospechara que la chica era una empleada de los secretos gubernamentales del gobierno que más le interesaba.

<Buenos días cariño, fue una noche que jamás olvidaré. Eres un gran amante. He de ausentarme. Me esperan en la boutique. Un beso y a lo mejor nos encontramos. Ha sido fácil, contigo llegar al clímax y bordar mis expectativas. Eres un encanto>.

No tardó en presentarse Shigy en la Boutique de la Sour.  

Al llegar preguntó por ella, pero nadie conocía a la señorita Makwelan, de nombre Fertrys y Shigwerly Gerusthynson con los días la olvidó.

Siguió con sus aportaciones y descubrimientos para el detonante vital de los misiles de crucero sin que llegara a su definitiva patente y distribución.

Tan poco le dio tiempo a nada más, solo transcurrieron dos semanas, para quedar todo desmantelado, incluyendo la vida del bueno de Shigy.

Un vehículo aéreo no tripulado. El conocido Dron fue a bombardear los laboratorios donde se disponía entre otros artefactos el detonante aéreo vital. Aquella madrugada sesgó la vida de cuantos proyectistas estaban en el edificio. Entre ellos el hindú.

Los servicios informativos dieron la noticia, como si se hubiera producido un accidente, al explotar sin causa conocida, parte de unos laboratorios industriales.

Desde Minnesota, una mujer que según su pasaporte se llama Claris Donatella, y está en un asunto secreto de estado frunció el ceño y le cayeron unas lágrimas al ver la relación de los sucesos y de las víctimas del accidente publicado. Recordando al hindú y su ingenuidad y por supuesto su extremidad carnosa.

 







autor Emilio Moreno
7 de julio 2025

sábado, 5 de julio de 2025

Me aconsejaban que serías mi perdición.

 








Siempre había huido del calor, prefería de todas formas el tiempo del fresco. Para Allison el invierno era, además de mucho más refrescante para el cerebro, más permisivo para lucir vestiduras atractivas, que permitían presumir de su palmito y porte. Y no el clásico chaleco veraniego, y los pies calzados con las clásicas albarcas marineras. Sosegándote en cada esquina y secando el sudor que le derretía el maquillaje facial y le desbarataba el rímel en la frontera de sus párpados. Mostrando al mundo que era también una persona normal, como tantas otras. Que sudaba, se cabreaba con según que situaciones y que le molestaban en demasía las personas incompetentes. Las que debía tratar sin ganas. Por la educación y el respeto al ser humano. Aquellas que existen en todos los lugares del cosmos, y ahora temporalmente había dejado en la ciudad, antes de trasladarse a la villa donde solía permanecer los meses a los que le falta la letra erre en su pronunciación.

Aquel lapso de julio venía cargado de calores y tormentas que a buen seguro iban a trastocarle la tranquilidad habitual. Al mirarse al espejo veía que el cuerpo le iba ganando de forma pausada gramos en su enjundia personal. No es que se atiborrara a comer, pero la edad, ya no era la de aquellos tiempos de dulzura presencial. De gustarse a sí misma y de aquellos años verdes que reverberaban de entre todas sus amigas.

No gastaba tantas calorías en los ejercicios habituales y ese estado le molestó. Dejando en el alero la obligación de quitarse de su régimen los helados, las fritangas y los cocteles afrodisiacos que tanto le gustaban. En la actualidad ya no necesitaba del trabajo para comer y mantenerse.

Había llegado a la jubilación y después de toda una vida de trasiegos, de prisas y evitaciones pasaba de todo. De no tener que conducir por la ciudad perdiendo el tino para llegar a tiempo al complejo sanitario donde trabajaba, bajó el nivel de compromiso. Pretendía disfrutar de todo aquello que se había privado en sus últimos cuarenta años.

Los vecinos de su pueblo, parecía que les molestaba que paseara y luciera aquel cuerpo cuidado. El mismo que cuando se graduó en la escuela donde iban todas las niñas de su leva. Aquellas que ahora la trataban con desidia y distancia. Las que no tan cuidadas como Allison, la ponían a caer de un burro en cuanto se daba la vuelta. Envidia marrana.

Su pueblo, aquel enclave precioso de la ribera seguía teniendo las mismas cortapisas y prohibiciones que cuando iba a la escuela. Era el lugar de su nacimiento, y el de sus padres, pero aquel lugar no había prosperado ni en libertades, ni en avances sociales, como lo había hecho el resto de la nación. Seguía siendo un vecindario asustadizo y mediocre, que más se aproximaba a una población tribal cerrada, que no permitía que la modernidad violara sus costumbres. Ni aceptar a nadie de buen grado que no fuera de los límites del poblado.

Jamás le perdonaron a Allison, el que saliera en sus años mozos, de los límites del pueblo y fuera a la universidad de la capital de la provincia. Ciudad, que ellos despreciaban, precisamente por esa falta de erudición que adolecían.

Las pocas amigas que le quedaban de la niñez, a duras penas le dirigían la palabra, con lo que tuvo que traerse amistades de las ciudades donde Allison había triunfado como cirujana y médico de especial nombradía. Sin ningún problema que le perturbara Allison pasaba allí su periodo vacacional, sabiendo que, si le apetecía, tomaba las de Villa Diego y se trasladaba a cualquier lugar donde decidiera. Dado que en aquel lugar no tenía familia.

Sus padres ya no existían y sus hermanos todos habían emigrado del lugar por motivos profesionales o por el destino de la propia vida. Le quedaban unos primos carnales que más se mostraban como extraños y alejados desconocidos.

En aquella villa no existían los domingos. Una vez que la feligresía salía de la misa de las doce, y disfrutaba del vermut en el bar restaurante de la rambla, volvían a sus viviendas. Se metían y encerraban en sus domicilios, para desaparecer del bullicio del lugar. Dejando las calles de la localidad vacías, sin vida y llenas del aire que levantaba el polvo, semejantes a las imágenes vistas de las películas tradicionales del oeste americano.

Aquella noche calurosa y tropical, Allison paseaba tranquila por la vereda. Intentando hurtar el fresco que produce el relente en las últimas horas de la jornada. Tomando asiento con sus pensamientos en uno de los bancos de aquella rambla repleta de vegetación y de aquellos llamados plataneros. Árboles que dan mucha brisa y permiten que la gente se acomode para disfrutar del fresco nocturno.

Vestía como ella detestaba, debido a la temperatura que registraba el termómetro de la plaza. Cuando sin esperarlo frente a ella se detuvo Marvin, sentándose en el mismo reclinatorio.

—Buenas noches. Allison. Dijo el recién llegado pidiendo permiso para ocupar aquel lugar. —Hola. Buenas noches. Respondió sorprendida la mujer, diciéndole con guasa.

—Puedes sentarte, si es que no te doy miedo y te atreves.

—Sabes quién soy, preguntó el recién aparecido.

—Pues claro que sé quién eres. Lo mismo que tú sabes quién soy yo y me ves por la calle y ni me miras. Debes ir bebido, o estás desquiciado. Atreviéndote a sentarte a mi lado. Aunque ya lo comprendo. Dadas las horas y la oscuridad de la noche, ya imaginas que no te ven, y estás equivocado, porque aquí lo saben todo y te ven sin que tú los veas.

—Siempre has sido una mujer con carácter. Apostilló Marvin, con una sonrisa forzada y meciéndose el plateado cabello, como escusa. Ofreciéndole una explicación a lo antedicho.

—Cualidad que jamás he tenido y por la que sigo penando ya sin remedio. Acotó Marvin.

—¡Vaya!... —Con un rezongo dijo Allison.

A buenas horas mangas verdes. Ahora me vas a venir con excusas baratas.

Mira que como se entere tu madre. Te la monta. O es que ya no recuerdas lo vivido. Aquellas tardes aburridas que me regalabas, sin que te atrevieras a besarme, y algo más, que prefiero no decir, por no molestarte, ni ofenderte en tu dignidad de caballero. Para finalizar y siguiendo con una duda preguntó Allison.

—Porque tu madre…, aún vive. ¡¿Verdad…?! —esperó un gesto de afirmación de Marvin y siguió.

—Me pareció verla el lunes pasado, regalándome una mirada de las suyas. De las que funden y dañan por ese odio, que jamás la deja.

La vi anciana y cruel como siempre. Quizás el veneno no la deja ser. Sin querer entrar en aquel trapo el recién aparecido expresó.

—Hacía mucho que no hablábamos. Formuló Marvin, con una congoja evidente. Detalle que alteró la paciencia de la mujer que sin pensarlo le atacó con dolor.

—Tendrás valor de decirme semejante disparate. Disparó sin bala. Cuando me ves y giras la cara, o te mudas de acera para no saludarme. Tan mala catadura puedes tener después de lo que me hiciste. Eres un tipo acojonado y cobarde, que no mereces más que lo que te ha pasado. Aunque lo ocultes y finjas que eres feliz.

—La verdad, es que llevas razón. Confesó Marvin.

—Por dejarme llevar por mi madre, mis amigos y por lo que decían cuando me veían contigo. Te traicioné, y no supe cómo salir de aquella situación. He perdido tanto. Que estoy convencido y lo creo sin dudarlo. Por la ausencia de la felicidad que jamás he tenido. Aquella sensación de sentirme lleno contigo, tus caricias imaginarias y, sobre todo. Lo que quien sabe, hubiese pasado o llegado a suceder. De haber proseguido aquella incipiente relación nuestra. Marvin, sobrecogido continuó temblándole la voz.

Llegaron a amenazarme, los chaveas y las jóvenes de mi quinta, aquellos que componían mi peña de juventud. Si me veían acercarme a ti, cuando volvías por vacaciones de tus estudios en los meses veraniegos, dejarían de hablarme durante el invierno.

Fui cobarde, como lo sigo siendo ahora ya maduro. Confesó sin reparos ni cortapisas el arrepentido Marvin. Dejando que Allison tomara la palabra.

—No solo te ha pasado a ti, tener ese miedo por los aldeanos que te rodean. Es un mal, más que eso. Es un defecto intrínseco por falta de seguridad, que imagino se disipará con la mezcla, que se está dando en el país. Aunque para que desaparezca esa conducta en este lugar, han de pasar aun dos o tres generaciones. Siguió aduciendo la esbelta y preciosa Allison. Indicando el suceso habido con su hermana.

—Mirren, se enamoró de Robert, desde la escuela, de bien chiquitos, y por los consejos de las demás nenas, diciéndole que se iría a estudiar a la ciudad, y por detalles que no me atrevo a difundir si no lo hace mi propia hermana, me callo.

—Lo sé, de primera mano—Dijo sin preámbulos Marvin.

—Karel mi hermana pequeña ayudó a que se enfadaran, porque a ella, también le iba el amigo Robert, y no paró hasta seducirlo y que se olvidara de Mirren.

Se casaron y fueron de lo más infelices y desgraciados que puedas llegar a imaginar. El pobre acabó siendo un beodo, y no digo borracho por respeto. Olvidado por mi hermana que después de tanto desprecio que les hacía a los forasteros. Acabó enredándose con un honrado, trabajador y buen africano. Sin importarle nada más que su bragadura.

Allison aun no entendía la valentía de su vecino y conocido de la infancia, y siguió indagando con una ferocidad exportada.

—Te has atrevido a sentarte en el mismo banco que yo. Junto a mí. Esto no es por una casualidad, aunque sea noche casi cerrada. Sabiendo de tu arrojo, ya me dirás que se te ofrece.

—Simplemente quiero que sepas que no tengo compasión posible. El que no es valiente y no se enfrenta a quien sea por su futuro, su felicidad y su dicha, no merece más que el desprecio y el insulto. Y ese soy yo.

Me gustabas de chiquita, de jovencita y no te digo como me ponías a tus quince años, poco antes de marcharte a estudiar a la ciudad.

Lo más seguro es que tu ni me valorabas, ni tan siquiera te hubieras fijado en mí, pero si me hubiese atrevido a poner freno a los detractores, y declararte mi pasión. Igual podríamos haber tenido algún momento de ilusiones, de caricias y de amor platónico.

Lo digo con prudencia porque tú jamás me hiciste señal alguna de tener apego por mí.

Con eso quiero que veas lo atrevida que es la vida y lo desgraciados que somos muchos de los que nos creemos algo. Allison no lo interrumpió y dejó que prosiguiera con aquella confesión en el descansadero de la rambla.

—Me casé con la hija del notario. Sin quererla, pero en casa me decían que era buen partido. Que ya me enamoraría de la lozana y morena de buenas caderas para engendrar, y así poder mantener el estatus de macho. Y dejar de ser uno de las tantas docenas de solteros del pueblo. Casi me obligaron a agarrar ese tren, y comprimir todas mis necesidades fisiológicas. Me decían…Aprieta los ojos o mira a otra parte. Cuando veas algo que no te gusta. Acotaba el hombre con desprecio hacia sí mismo.

Lo merezco todo. —confirmó sentenciando Marvin.

—Nuestra unión duró menos de lo que imaginaba mamá.

Me abandonó por un comercial de mercería nacido en Bolivia. Un buen día se marchó del pueblo. Sin dejar pliego notarial. Sus padres jamás entendieron el proceder de Laya. No nos dio tiempo a tener descendencia cosa que agradezco al cielo por lo que hubieran sufrido. Ahora vivo solo, sin el apego de todos aquellos que me aconsejaban que tú serías mi perdición. Los que querían favorecerme diciéndome que me alejara de ti, y te dejara. Que no dudara en olvidarte, porque tú, eras una paloma de muchos comederos.

Ellos sí que han sido mi perdición. A parte de mi cobardía indecente. Los primeros en olvidarme en los momentos malos. Dios les ha castigado a todos, sin dejarse a uno en el tintero. Todos son unos desgraciados como yo. Los que veo y noto que tampoco tienen dicha. Siempre hay alguna excepción, pero a la mayoría no los noto venturosos. Se quedó mudo por unos instantes, y Allison aprovechó para atacarle.

—Cómo es que te atreves ahora—le dijo Allison—al cabo de cincuenta años de todo aquello. A confesar tus sentimientos. Cuando sabes que ya nada es posible. Le interrumpió Marvin la palabra a la doctora y con energía apuntó.

—Porque creo que no tendré otra oportunidad de hacerlo, —dijo compungido—y quiero pasar la vergüenza que me toca y más si pudiera. Tan solo por haberte dicho lo que llevaba en mi corazón y por el castigo que estoy penando desde hace años. Saber cómo te ha ido a ti durante este tiempo en el que has triunfado.

Se hizo una especie de impás aletargado que rompió Allison sin cortapisas.

—Pues no sé si debo ser sincera. Ya que confianza no has tenido jamás conmigo. Y contestando a las dudas que mencionabas antes. Decirte. Que igual te excitaba en aquel tiempo y quedabas fuera de quicio. Como has alegado hace un minuto, pero ni tú, ni tu entorno permitía que llegara a imaginar esos deseos ocultos que sufrías en silencio.

Por lo cual después de intentar seducirte con mucho cuidado y al ver que no se despertaba tu pasión por tenerme. Miré hacia otro lugar y me olvidé del despertar de mis ilusiones. He de decir que de entre todos los nenes de la escuela, eras el que me apetecía pudiera acercarse a mí, y me rozaras con tu piel en los juegos que nos permitían.

No me importa decírtelo ahora que paso de todo. Sin embargo, esperaba con ansia, quisieras besarme alguna tarde de aquellas que nos quedábamos solos bajo aquella higuera. Que me empotraras con todo tu deseo, en el tronco de aquel árbol grandioso y me hicieras ver las estrellas a media tarde.

Jamás sucedió y vi que serías siempre un buen hijo y un mal compañero de vida. Te faltaba arranque, y era porque seguías los consejos de tu mamá, que te limitaba en tus libertades sobre todo si eran referentes a mí.

Yo no estaba para aguantar las costumbres de las gentes que pretendían guiarme en mi conducta. Incluidos hábitos familiares, que también los había, y eran de pronóstico.

Decidí una vez estaba graduada en medicina, no curar a las gentes que siempre me habían despreciado. Hizo un detente en su charla y se miró a Marvin, que bebía sus palabras como un poseso. Para seguir con la cháchara.

—Quedándome en la ciudad, a iniciar mi vida. En contra de mis padres, que tan solo buscaban su comodidad. Arranqué sola como la persona abierta y decidida que creo que soy. Conociendo gentes con sus defectos y malicias, pero lejos de las maquinaciones de los familiares, conocidos y aldeanos de nuestro pueblo.

Conocí a Jeremy y siendo de carácter más o menos como el mío, ese que uso a diario y con esfuerzos sobrellevo, nos entendimos. Creímos que no hacía falta casarnos para compartir las sábanas. Con el hecho de socorrernos en el lecho, dábamos por conclusa esa alianza de orgasmos futuros y ese cooperar en la vida. Sin celos, ni mezquindades. Sin promesas, con las mínimas normas de urbanidad, y sobre todo sin mentiras.

Hijos jamás quise tenerlos, pero esa es otra historia, que no viene al caso.

Duró el idilio hasta que me enamoré de mi ayudante. Un doctor veinte años más joven que yo, que me cuchicheaba guarrerías en el laboratorio y el romance comenzado con Jeremy se acabó, quedando como colegas alejados sin trato.

Una noche de fiesta pillé a Friedrich follándose en nuestro apartamento a una farmacéutica que decía ser amiga. Esperé que finalizaran de disfrutar en un coito prolongado y allí mismo puse fin a todas las andanzas habidas y por haber. De eso hace ahora quince años, los que me dedico a vivir y a pulular como puedo con la gente que me cae, y sin querer cometer errores de bulto. Hasta que deba entrar en la residencia de los Desmayos de la población donde vivo.

Marvin quiso rematar aquellas confianzas confesando a Allison el porqué del despecho de su madre, hacia con ella. Y se lo contó.

—Que sepas Allison, que todo el odio que le notas a la anciana de mi madre cuando te mira y del deseo de fundirte, obedece a un hecho que sucedió. En un principio yo tampoco comprendía aquella rabia desmedida que obraba contra mí, cuando yo le decía que me gustabas y te quería.

Viene dado por una causa que desconoces y yo pude enterarme una noche que estaba completamente bebida. Según habló entre dientes, confesándole a mi hermana, un secreto de alcoba entre mi mamá y tu padre. Ambos estaban enamorados, y él le había prometido matrimonio. De hecho, en alguna ocasión la midió en la era, montándola a placer tantas veces como decidieron. Según dice era pasión y deseo desde hacía años,

Ella enamorada lo permitió, hasta que tu madre se puso por delante y se llevó al hombre al que amaba, sin más.

Que sepas que mi hermana mayor Ros Mery, es hija de tu padre, el que no quiso reconocerla y mamá, tuvo que apañárselas para arreglarse con el mozo que todos despreciaban en el pueblo. Al que jamás amó y fue mi padre fisiológico. De ahí posiblemente mi falta de valor, justicia y arrebato.

Por ello comprenderás que cuando mamá te mira, te escucha y te ve, igual imagina que tu podrías ser hija suya. La conversación quedó salpicada por los desconocimientos de ambos que tan solo se miraron y archivaron sus opiniones.

—Tenía que confesarte este detalle, —le adelantó Marvin a Allison y a continuación le expresó.

—Aparte de todas las noticias desenmascaradas, que con seguridad no conocías y entre otros motivos los cuales he procurado dejarte claro. Siempre te quise. Con seguridad no me hubieses aguantado y eso lo sé. No soy tu tipo, quizás ni te llego a la altura de tus pretensiones, me falta educación, por lo que te hubieras cansado de mí. De mi presencia y de todo lo que me rodea. Con seguridad. Se frenó en su emoción evitando sollozar delante de Allison y prosiguió.

—Esta noche me he sentado en este banco junto a ti. Mi hermana sabe cómo yo, lo que acabo de contarte, pero ella jamás lo divulgará a nadie. Sin embargo, me ha dicho para que te lo participe a ti personalmente. Frenó Marvin, ante aquella revelación y cayéndole un par de lágrimas por sus mejillas, mientras Allison temblaba por desazón, le confesó.

—Si tengo el valor de hacer lo que acabo de contarte. Te diga que si la necesitas nada más tienes que buscarla, sin dar explicaciones.

Marvin se levantó del apoyo donde estaba acomodado y sin mediar más conversación se fue alejando de Allison, sin que esta pudiera reaccionar.
















Autor : Emilio Moreno
día 5 de julio de 2025
Me aconsejaron que serías
mi perdición.