sábado, 3 de mayo de 2025

Fuensanta tenía poco de santa.

 









De las muchas idioteces que había cometido en el inicio de su vida. No sabía a cuál de ellas agarrarse para descargar responsabilidades y echarle la culpa. Con ello tener una justificación. A lo que Donato, creía era la causa de la decepción total que lo embargaba.

Hizo memoria hasta comenzar en los anales de su recuerdo, para localizar quizás las causas de aquella incertidumbre.

Tiempos de su infancia y juventud, vividos no con agrado, cuando sus propios padres ponían impedimentos a que siguiera disfrutando de su niñez, gozando de sus pasiones, y poder seguir aprendiendo.

Aquella amalgama de obstáculos que se le presentaban a Donato, obedecía tan solo al capricho de unos responsables, cortos de miras y asquerosamente tacaños. Medidas que adoptaban queriendo ahorrarse el gasto en darles colegio a sus sucesores y por una enseñanza obligada, que les debían a sus hijos. Su padre fue un hombre no feliz completo. Jamás había disfrutado de los favores de la dicha. Escaso fue el cariño de su familia, que lo hicieron guasón, descreído y egoísta. Valores que adquirió desde la infancia, al haber nacido en el seno de una familia más bien rota, al quedarse huérfano en su temprana edad. Teniéndose que ganar la vida a veces, en formas muy fuera de las leyes. Hombre al que se le podía catalogar como otro desgraciado venido a este mundo a padecer. Se casó con una mujer muy miedosa, no adaptada a los rigores y sistema de la existencia. Esposa que le obedecía sin menoscabo, y sin pedir explicaciones. Sin decisiones, sin puntos de vista y lo peor de todo sin ganas de afrontar su pensamiento y deseos vitales. Una esclava en toda regla, sumisa, parca y sin criterio. La cabeza de familia, que obedecía a “pies juntillas” lo que decidía el consorte sin estorbo. Ni se inmutó en las decisiones que afectaban a los frutos de su persona, cuando menos las referentes a sus hijos. Sin precisar en lo que más les convenía, o perjudicaba, pasando de tomar cartas en aquellas decisiones tan importantes. Por su miedo y por aquella comodidad que produce, “el conocido… ya te apañarás”. Prefiriendo vivir en lo ignorado, y aquella falla de débito manifiesta, que algunos entes exponen por no tener quimeras rayanas. Sumando a toda aquella torpeza, el haber sido considerada desde su cuna, como mujer sometida, obediente y muda, ya que desde su inocencia y por orden paternal, tuvo que criar sin remedio a toda la descendencia que paría la apopléjica de su mamá.

Sin menoscabo Donato fue creciendo y queriendo ser aquello que ansiaba. dejando al final por verse obligado, los estudios de continuación. Porque a su padre le parecían caros los libros y la manutención escolar. Pretendiendo a su hijo como ayuda a la causa. Requería a Donato para apostarlo como generador de capital, y en cuanto pudiera instalarlo en cualquier empleo. Ocupación que le proveyera unos duros para el monto del gasto mensual y ensanchara el escaso ahorro de aquella casa. Detalles obsesivos al extremo, y que tenía como norma el papá después de haber sufrido las consecuencias del hambre y los recortes de primeras necesidades en su alimentación. Al ser los perjudicados hijos directos de la guerra.

En este mundo cada cual viene a desempeñar una labor. algunos los no comprometidos pasan sin pena ni gloria y los que no son iguales luchan por dejar su huella.

Donato era producto del polvo nocturno de los sábados de aquella época. Detrás de un anhelo sexual anacrónico. Jamás fue un hijo deseado. Nadie lo buscó y cuando su madre comprendió que estaba en cinta, pensó…

— <y que le vamos a hacer>.

Nació porque apretaba y lo admitieron como cualquier otro suceso de la vida. Se vieron en la obligación de criarlo, como aquel que engorda a un pollo para navidad. Nutriendo al chico para sacarle el jugo y llegado el momento aprovecharse.

Hay padres que fecundan para tener esclavos, y en cuanto pueden dicen.

<con lo que yo he sufrido por vosotros>, añadiendo. <Por procurar una educación, y así lo pagáis>.

Cuando en realidad es una falacia manifestada como excusa. Una disculpa como continuación de sus miserias. De las que no se notan culpables porque ni tan siquiera tienen la capacidad de auto analizarse.

Donato en el desembarco de su juventud pudo mezclarse con los delincuentes del barrio. era lo fácil dadas las circunstancias. Sin embargo no era su vocación el estar fuera de la ley. Comenzar a cometer delitos sin importancia que le dieran prestigio con el capo de la banda del barrio.

El joven prefirió estar en la orilla de los llamados legales junto aquella norma, de ayudar al prójimo. Gente fértil que se acercaba a la parroquia, y ayudaba en lo que podía. A desvalidos, enfermos, sin techo y holgazanes. Dando servicio en sus horas libres a la gente necesitada. Incluyendo a los ancianos discapacitados del mismo barrio, que estaban olvidados como en todos sitios y nadie ampara.

En uno de aquellos auxilios sociales, a los que brindaba su atención quedó desorientado, sin embargo jamás, pudo sortear ni abandonar aquellas atenciones, ni aquella familia. Fue una tarde de crudo invierno, visitando el domicilio de un tipo al que el barrio temía. Estaba sito en la calle principal del pueblo y jamás hubiera imaginado que en semejante mansión hubiera un crónico que necesitaba la ayuda de los apóstoles del barrio. Se trataba de la residencia de Don Luciano. Un peligroso ex convicto que había cumplido condena en el presidio de Toulouse, por delitos de falsificación y de estafa. Del resto de acusaciones, no a lugar, por falta de pruebas.

Aquellos que los tribunales juzgaron por sangre y crímenes, no pudieron demostrar ninguno, por lo que había consumado y cumplido cárcel, por los delitos demostrados. Condena amplia que lo mantuvo en cautiverio en los últimos diecinueve años. Ahora liberado tras el cumplimiento de la pena estaba instalado con su joven cuidadora.

Fuensanta era hija legítima de Luciano. Su madre fue una conocida y querida cortesana del preso, que lo visitaba en el <bis a bis> de la penitenciaría, durante la prolongación de la condena y hasta que le alcanzó la salud.

Manteniendo un roce muy cercano todos los días que tenía regulados con audiencias externas. No llegaron a contraer matrimonio, por esos principios que tienen las gentes que no saben si la vida les durará más allá de dos semanas.

Se crio la guapa hija al cuidado de las monjas Adoratrices, una vez la parió su madre y morir en el intento.

La niña, siempre tuvo contacto con Luciano y ya en su mayoría de edad y habiendo cumplido el padre su punición, ambos quedaron unidos en total libertad.

Luciano padecía de una dolencia rara la cual debía ser tratada por personal que le ayudara en su devenir. Al ir perdiendo movilidad corporal y empeorar hasta el punto de llegar a estar tullido y atado a una silla. De ahí la necesidad de un equipo de respiración, higiene, distracción y compañía durante las veinticuatro horas del día.

Donato en aquel momento, ya llevaba un año sirviendo a la familia Cavanyaro, dedicado exclusivamente a Don Luciano. Sin conocer de verdad cómo llegó allí aquel día. Porqué lo escogieron a él de entre más de una docena de voluntarios sanitarios, para hacerse cargo de paciente semejante. Para quedar en la plantilla de los empleados, y dar servicio ininterrumpido al padre de Fuensanta. Contratado con un empleo fijo y quedando atado al servicio íntimo de aquel complicado enfermo.

Cuando visitó la hacienda por vez primera de los <Mil Parecidos>. Propiedad del pistolero. No conocía que el puesto vacante, estaba determinado de antemano para Donato. Fue requerido por el mismísimo enfermo. Al que sus contactos le habían informado, de la clase y personalidad del joven, de donde procedía y donde y con quien disfrutaba o se aburría de su tiempo de asueto.

Buscaba el afectado Luciano a una persona, en la que pudiera dejar parte de su confianza.

El padre de Fuensanta, sabía que el mal que padecía, le robaba el lapso, y no contaba con tiempo material para dejar los puntos vitales, completamente dispuestos en beneficio de su hija, que era lo que le importaba.

Donato y Luciano, habían congeniado y el capo le había puesto mucha fe en la forma de ser de su asistente, que por otra parte había precisado que su niña, cada vez pasaba más tiempo junto al custodio de su padre, al que no le hacía ningún tipo de reproches.

Los galenos del afectado, no le aseguraban mantenerlo en activo y con salud más allá de un par de años, teniendo suerte, y llegado ese instante, su hija Fuensanta quedaba sola en la vida.

Una noche al despedirse Donato de su pupilo, este le abordó y sin zarandajas hizo que le prestara la máxima atención, que se acomodara, que tenía que proponerle un dilema, que le concernía a su hija y al mismísimo ayudante. Donato sin imaginarse lo que le venía encima, accedió y se amoldó en una cómoda butaca de la estancia. Sin tardanza Luciano comenzó diciéndole.

—Imagino que sabes que en esta casa, hay chivatos por todos sitios, ¿verdad? El ayudante de cámara, sin saber a que obedecía todo aquello, respondió con una pregunta.

— Señor. No sé a qué se refiere. Con semejante advertencia. Está disgustado por alguna causa referente a mi trabajo.


—Disgustado no lo estoy, porque mi Fuensanta me ha explicado que hace unos meses os veis y no tan solo para reír. Te la llevas a la cama, casi cada noche y ella accede de mil amores. ¿Es cierto eso, porque imagino tendrás alguna razón para no jugarte el pellejo, retozando con ella y además de bañarme a mi, por necesidad, también la bañas a ella por casualidad.

Donato energizó su postura en aquella cómoda butaca y se meció el cabello, balbuceando y buscando las palabras adecuadas para convencer al capo.

—No voy a justificar mi actitud, aunque de verdad le digo, que desde que nos hablamos Fuensi y yo, le dije que no se lo ocultara. Que las consecuencias podrían ser fatales. Si de verdad creyera que me estaba aprovechando del amor de su hija. Conociendo su forma de actuar, puedo ser un fantoche en sus manos. Y esa no es la realidad.

 —Tranquilízate, voy a llamarla y que me cuente, sus cuitas. Es una mujer valiente y no creo nos vaya a engañar a los dos. Donato intentó interrumpir aquella decisión diciéndole a Don Luciano.

—Por favor Don Lucho, a ella no le haga daño. Écheme todas las culpas a mí. Por lo que más quiera. Si hay algún culpable soy yo. Me enamoré de ella, sin tener que hacerlo, puesto que estoy dando servicio a su condición, y por ello me paga un sueldo. Si me ha de quitar la vida, ¡Hágalo!  Pero ocúlteselo a ella y a mi madre. Conmigo puede hacer lo que disponga pero a Fuensi no le haga padecer. No lo merece.

De sopetón la puerta de la estancia se abrió y entró Fuensanta, tranquila y reposada con una sonrisa en su cara, dirigiéndose y diciéndole a su padre.

—No he de explicarte, que he escuchado vuestra charla, y solo decir que es un jodido leal y sincero. A este nene, no lo podemos poner al frente de tus negocios de expoliación, ni de despojo de lo ajeno. Es demasiado legal, y comprometido. El padre le respondió.

—Jamás mezcles el amor con el trabajo. Tú solita, te vales para llevar mejor que yo los trapicheos del negocio. De todas formas estoy seguro que con tus dotes de persuasión haces de Donato, un forajido exitoso.




Autor: Emilio Moreno
fecha: Mayo de 2025

sábado, 26 de abril de 2025

Por si suena... la flauta.

 









Las historias se repiten con frecuencia, aunque tengan entre ellas diferencias mínimas, haciendo recordar a menudo, relatos vividos o contados que nos sobrecogen. 


Magnolia y Crisanto vivieron durante todo su matrimonio vilipendiados, con insultos, descalificaciones, ejemplos irrepetibles y mal trato entre ellos. Sufriendo por parte de ambos, adulterios sangrantes, y lo peor de todo, es que a sus hijos no les dieron suficientes alimentos cuando lo necesitaban. La educación precisa y oportuna para hacerlos gentes de provecho. Ni tan siquiera el cariño necesario para que se sintieran queridos.
Ahora, en su vejez con sus achaques se quejan que están olvidados por sus dos hembras y su varón. Exigiéndoles un imposible. Que cumplan con sus obligaciones de buenos hijos, de forma gratuita. Aquello que ellos, no hicieron jamás. Magnolia, sufre de una depresión justificada, venida por los últimos resultados médicos obtenidos. Nada tranquilizadores, ya que ella sabe, que se le acaban los días y quiere de forma tardía, pero honrosa, justificar el porqué de lo inaudito en su proceder.
De sus descendientes no sabe nada. Ni tan siquiera donde paran, y se acoge a un programa de la televisión estatal, a ver si por casualidad los encuentran, y les llevan un mensaje de lo que les quiere decir.
 
Corrían los años setenta del siglo pasado. Cuando María Magnolia, hija de una mujer desequilibrada y viciosa, caza en último extremo al que sería su descastado marido, durante lo que le quedara de vida. Lo conoció casualmente en casa de una prima de este, y sus conductas sexuales compulsivas, mezcladas con el vodka barato y un fermentar agitado por tocamientos los llevó aquella misma noche al despelote. Siendo el comienzo de sus desquiciadas decisiones y de los futuros infortunios persistentes. Sufridos por los dos, y que sus consecuencias las traspasaron a sus sucesores.
Sin apenas quererlo, y sin estar enamorada del ebanista Crisanto, aquella mujer grotesca sin atractivos femeninos actuó para taponar el retroceso a un hombre que hubiera huido, de no poner remedio.  Sabiendo que para ella, dada la edad, y su escasa belleza se le escapaba el tren de su oportunidad. Su mocedad se finiquitaba y no contaba con atractivos para seducir a nadie. Ató en corto al que creía era un memo pueblerino. El recién conocido. No renunciando a que siguiera babeando con sus artimañas eróticas, tras los caldeos afectivos a los que le sometía.
Crisanto era un tipo suspicaz y neurasténico. Apenas un émulo de los descritos como hipocondríacos. Un falso y flojo gandul, enemistado con los esfuerzos de cualquiera de las ocupaciones laborales.
Retornado de Alemania, al notar que allí, para comer había que trabajar, y ese detalle le proveía de picazones en su gruesa epidermis. Provocándole a su holgazanería, molestias enfermizas.
Había nacido en Alhaurín. Donde aprendió el oficio llegando a ser un destacado artesano de la madera, que por su indolencia no atesoró. En su pueblo natal, tan solo vivió en su infancia y juventud, acudiendo a la escuela y aprendiendo el oficio que el destino le puso por delante. Artesanía no aprovechada por su condición de flojo e indolente. Desdeñando todo lo que se movía y repudiado por todos los que le conocieron.
Hijo de unos padres semejantes al susodicho, los que se habían ganado la vida, mal, tarde y poco. Por ese ácido nucleico, que es la molécula que contiene la información genética dentro de las células del adn. Laxo en toda la descendencia de la familia.
El joven carpintero, siguiendo los pasos de su antecesor, y creyendo que él, tendría más suerte al expatriarse, se equivocó. Al repetir la misma hazaña en buscarse la vida fuera de sus fronteras. Aquella que inició su padre sin éxito. Que se embarcó a principios de siglo, con destino a la nación más popular de la tierra. Llegando a la Florida. Uno de los cincuenta estados del país. Con su porte de señoritingo fanfarrón y engreído guaperas, con la intención de vivir de las señoritas de buen apellido, tan solo por su hermosura y arrogancia.
En Punta Gorda, cerca del golfo de México, se empleó como dependiente y vendedor, de telas y tejidos. Fracasando por su haraganería y absentismos al trabajo. Al no practicar las normas de los que pretendían sobrevivir, y sin aplicar los muchos esfuerzos, que requiere defender un trabajo siendo un emigrante. Desconocer el idioma y carecer de la actitud necesaria.  Por lo que tuvo que regresar a su tierra, sin un dólar y desencantado, para medrar toda la vida dentro de la zona de su comunidad. Mal viviendo de la caridad y de los bonos que la Junta Política, donaba a los vagabundos.
De igual forma Crisanto queriendo mejorar el milagro de su papá, un buen día agarró su hatillo y cambiando de fronteras repitió historia. Yendo donde en aquel tiempo era moda, para poder comer y hacerse de un futuro. La Alemania Federal.
Recalando, como destino inicial en la tierra que le da fama a las Hamburguesas. En busca de fortuna. Enfrentándose a un idioma crudo y lleno de declinaciones agrias, a unas comidas muy diferentes a las acostumbradas y a unas mujeres que no estaban por las mierdas de los fantasiosos señoritos seductores, que tan solo demostraban fuerza, desnudos en la cama, para después vivir del cuento sin trabajar.
Aguantó tres años y medio mal contados, ocupando una plaza en una industria maderera cerca del Elba. Río emblemático que atraviesa la ciudad y desemboca en el Mar del Norte. Lugar donde jamás se habituó con sus costumbres y en cuanto pudo, hizo el camino de vuelta. Con su lacia cola entre los muslos. Tan solo un mérito se trajo consigo que jamás supo aprovechar. La lengua germánica, que casi conjugaba a placer y que a posteriori la usaría para poder defenderse en una ocupación.
Así pudo casi subyugar el difícil idioma teutón, porque lo que se dice fortuna, debió perderla al arribar en la Hamburg Deutsche.  La estación Central de Ferrocarril de la ciudad. Desde donde harto de engañar a cuantas mujeres conoció, y sin cumplir con el empleo que obtuvo, huyó tras un periodo más o menos dilatado.


Un día, de buenas a primeras dejando trabajo, futuro y amantes desapareció. Buscando de sopetón aquel sol que anhelaba, y poder reanudar sus precarios desatinos. Ocupándose en una mueblería del cinturón de la gran ciudad. Pernoctando de momento hasta que resolviera su acomodo definitivo, en casa de su primo. Que fue el lugar donde conoció a María Magnolia.
Cuando regresó de Alemania, Crisanto traía unos cientos de marcos en efectivo. Aquel dinero que ahorró, y que no quiso gastar de momento. Economizado por haber estado acomodado por Frau Mildred. Una divorciada, algo mayor que él, que a cambio de sus caricias y meneos nocturnos, le alimentaba y le daba cobijo. El capital que tenía ahorrado, pretendía usarlo en la reactivación de unas tierras estériles que poseía su padre con olivos y viñedos y con ello vivir con poco esfuerzo. Reservando aquella posibilidad por si no cuajaba, su pretensión.
Recién llegado a tierras castellanas estuvo viviendo con sus primos mientras laboraba en la casa de muebles. Sin poder soportar la presión que le ofrecía María Magnolia, que estaba muy mucho por engancharlo.
Crisanto queriendo liberarse de ella, tras haberla medido suficientemente, volvió a su tierra. Donde pretendía retomar las relaciones que había tenido con una muchacha bien dotada y con bienes suficientes como para vivir del cuento.
 
Antonia no lo había esperado. Aquella joven había tenido en su juventud, una relación más o menos cercana, hasta que detectó que Crisanto no era un tipo legal. Olvidándolo en cuanto desapareció del pueblo, al que no esperó y en cuanto pudo se casó con un legionario malagueño.
En una de las poblaciones colindantes a las playas gaditanas, encontró gracias al idioma importado, un generoso empleo, en un complejo veraniego. Conquistando la plaza de delegado de las salas nocturnas de juego y de recreo. Era lo que le hacía feliz, y le venía al dedillo. Cada noche una mujer diferente sin menoscabo y sin obligaciones. Apartamento incluido en el sueldo y dietas en comidas y demás.
Comenzaba a gozar de la buena nueva, cuando una tarde le llamaron de la conserjería de la discoteca Alkaufawen. Empresa donde laboraba, y se encontró con María Magnolia, anunciándole que estaba preñada de cinco meses, y esperaba descendencia. Que era suyo el bebé y que venía a cobrarse la factura.
Nadie iba a indultar a Crisanto, de la misma forma como lo habían condonado en las tierras arias. Aquella mujer tenía los planes bien preparados y no cejó hasta que lo tuvo en el altar, con padrinos, testigos y velas. Además de restaurante discreto reservado.
Contrajeron matrimonio, y sufrieron mucho. La arpía de Magnolia pasados los meses no tenía síntomas maternos, pero Crisanto ya estaba cazado. Los problemas no tardaron en llegar. Ninguno de los dos preparó documentos para el divorcio, y con el devenir de la vida, parieron a tres hijos. A los que le dieron una vida de perros. Los que en cuanto cumplieron su mayoría de edad, dejaron de tratar a los que supuestamente eran padres. Desterrándolos de sus vidas.

 
Un martes de febrero, el cartero de un programa de televisión, que busca a seres cercanos eclipsados, y reencontrarlos en feliz unión. Visitó a la pequeña de las hijas. Invitándola a protagonizar en el plató de la cadena un encuentro vital con sus padres y hermanos.
María Magnolia y Crisanto, se quedaron esperando sin entender, que ninguno de sus hijos, quisiera abrazarlos.
No se presentaron y no pusieron excusa alguna.
El presentador del espacio ofreció a la pareja, una opción por si querían enviar un mensaje a los que habían rechazado la invitación.
Crisanto, se dirigió a la cámara y plañidero quiso anotar, diciéndoles.
 
Hola soy papá, que sepáis que estamos pagando con creces lo que os hicimos sufrir. Entiendo que no queráis saber nada de nosotros. Recurrimos en última instancia a vosotros, mostrando nuestra pena, por si suena la flauta.  



autor: Emilio Moreno
26 de abril de 2025.

jueves, 24 de abril de 2025

Semana Santa y San Jorge desde el quirófano

 









Semana Santa atípica tras los rigores de una intervención quirúrgica, que me ha mantenido en el dique seco, más de la cuenta. No somos nadie, y menos en calzoncillos. Ausencia larga, más de lo que tenía previsto.

Así que me he perdido la Rompida, y las procesiones en Valderrobres. Lujos que si estoy con salud, jamás me pierdo, por la motivación que me da ese lugar en el que me encuentro maravillosamente bien y donde he recalado con parte de mis años con vivencias, esfuerzos, alegrías y satisfacciones. Añadiré que a la cesta de las indisposiciones y por si NO había suficiente, el día de San Jorge, patrón de Aragón, y Diada de Sant Jordi. Tampoco estuve activo para enfrentarme con esa fecha estupenda, como es para nosotros. Los soñadores de las letras.

El día del libro. Con lo que me ha sido imposible presentar en la Rambla de mi localidad, mi nueva novela. RESILIENCIA EN TRES TRAGEDIAS, la cual si os interesa la podéis conseguir desde la plataforma de AMAZON. 


Todo ello no quita para que recuerde a Valderrobres en su Rompida del silencio, la que con nostalgia, dejo aquí, alguna de las fotos que me han llegado de amigos y de familia para tenerla presente para siempre.

SEMANA SANTA 2025, que siempre recordaré por mi operación de cataratas, que me ha impedido ver el bonito espectáculo que se celebra donde prefiero estar en la semana de dolor.



Mi amigo Diego Garnica, representando la Pasión del Cristo, antes de llevarlo a la Cruz, por los detractores de la religión de aquel tiempo, ordenada por el romano Poncio Pilatos. Detalle representado en una de las procesiones celebradas en Sant Boi, de las cuales también me hago eco.


Uno de los detalles de la procesión del Silencio de Valderrobres, en recorrido por las calles del casco antiguo de la población, con el Silencio, y el rigor que sus ciudadanos le dan al acto. Merecedor Vía Crucis por las calles escarpadas de Valderrobres, que le dan el sabor a lo que realmente se trata de representar.







La Rompida del Silencio, es un estruendo grandioso, que se establece en la plaza de España de Valderrobres, donde se concentra gran parte de la mas amplia variedad de turistas, que mezclados con los habitantes del territorio, dan un colorido precioso. 


Una vez se da fin a la llamada ROMPIDA, la comitiva de los tambores pasea por las calles de la localidad, con el repique y el estruendo de los TAMBORES, que dan un prestigio bonito a Valderrobres. Esta tradición viene desde años pasados, y dan paso a los siguientes días de luto y pasión que se celebra en el Matarraña, en el gran Valderrobres 






Reportaje hecho a distancia, desde la reserva y con ayuda de las fotos recibidas de todos los amigos y familiares que me han ayudado en estas fechas de descanso obligado.

Gracias a Todos ellos, y seguiremos.


Emilio Moreno
abril de 2025.

domingo, 20 de abril de 2025

La virtud de Doña Virtudes.


 

Filiberto es una persona muy dedicada a la gente de fuera de su familia. Es una especie de ilusorio encantador invariable, con pretensiones de nobleza falsa, desagradable y servil. Lo que se conoce como un “sinvergüenza”.

Si estas condiciones se refieren a sus allegados, es otro cantar. Con ellos se comporta como si fuera una simple comedia obligada. Mero compromiso de atención pasajera. Como si su gente, la que lo trata y lo conoce, les importase menos que aquellos que considera sus amigos. Y todo obedece a que el cariño que por ellos siente, no es de la fortaleza que invierte para quedar bien con el prójimo cercano, en el intento de su presunción.

A sus allegados los acepta de una forma rara, siempre que no les comporte obligaciones ni esfuerzos. Es tan egoísta, que se cree, que el único que existe es él. Viviendo para representar un papel que no le corresponde.

Este dilema se suscitó en uno de los pasajes de su vivencia que acabó de forma intempestiva, pero que Filiberto pretende disimular como suele hacer las cosas. Siempre quedando o tratando de quedar como <Salvador del Mundo>.

Llevando muy en secreto su doble subsistencia. Aquella que compartía con la mujer que nadie hubiese imaginado, a escondidas de Gertrudis su esposa.

La verdad es que después de la boda de su sobrina Virtudes, quedó a la vista de todos que no era tan profundo y encantador como pretendía.

Consiguió entablar una relación fortísima con los padres de Ildefonso, novio de la sobrina, que en breve iba a contraer matrimonio. Erigiéndose como embajador familiar, y dejando a la altura del ribete a Madrona y Segismundo su cuñada y su hermano, padres de la novia.

Conformando una relación casi umbilical, y anti natura con Torcuata y Donato, que rayaba lo sublime por lo elevado de su confianza y trato cercano, con un beneplácito extraordinario. Tan solo para medrar de vez en cuando con los padres de los consuegros de su hermano y tener acceso a visitarlos cuando le apeteciera. Cubriendo aquellos momentos donde no sabía dónde colocarse. Aun y cuando los espacios de tiempo fueran extemporáneos

Virtudes hija primogénita de su hermano, estaba para casarse con un mozalbete muy apocado y servicial. Un chaval que parece ser del todo corriente. Atento y educado y sobre todo enamorado de la promiscua doncella. Con unos padres que lo querían, y atendían todas sus necesidades, al ser hijo único. Estando dispuestos a ayudar en todo lo que surgiera siempre, y ahora más por la proximidad de la celebración de su matrimonio. Actividad que jamás la dejaron de lado, tratándose de Ildefonso.

Los futuros suegros de Virtudes, Donato y Torcuata, adoraban a su niño, y procuraban complacerle siempre. Por estar profundamente abocados a sus gustos, caprichos y necesidades. Aquellos padres estaban encantados con la novia que había escogido su angelito. A la que desde un principio respetaban y querían, con un afecto insoslayable. Estando dispuestos a hacer lo que se pusiera por delante con tal de complacerla.

Aquella joven, prometida de su Ildefonso, les caía tan bien que para ellos no era una nuera. Era una hija más. Para Donato era algo extraordinario y sublime, tener en la familia a la guapa que encandiló a su chiquillo. La culpable que le mejoraba como persona, como suegro y como hombre.

Por lo que llegado el momento de casarse, Donato no repararía en gastos, por lo que ayudó a preparar un bodorrio extraordinario.

Buscando un lugar impar y celeste que fuera un paraíso asombroso. No demasiado alejado, que a la vez, no representara locura alguna, y que pudieran acomodarse los amigos y conocidos. Haciéndose cargo de las costas, y como no, que ofreciera garantías, para el disfrute de semejante celebración. Dentro de lo que se podían permitir por su economía.

Contrajeron matrimonio, con aquella alegría impostada de pretensión esperada, con algunas dudas razonables en ambos desposados.

El ambiente enrarecido, y las típicas reacciones de envidia entre alguno de los asistentes pululaban cortantes, mezclando el aura climática. Protagonizando la credencial de amenizador de la fiesta, el inefable Filiberto. Como no podía ser de otra forma. Dejando en un segundo plano a los padres de sendos protagonistas, que no movieron un dedo para evitar aquella pantomima.

 

El tiempo pasó y la relación carnal, se presentía floja. No existía pasión en aquella pareja. Parecían estar hechos de hiedras secas y sedimento enlodado. Ocupaban un apartamento conveniente a ellos, sin lujos. En una zona de la ciudad, que a los padres de la esposa no les gustaba. Por el vicio de no poder presumir de cierta opulencia, que a la postre era inexistente.

La pareja intentaba hacer su vida, siempre con las molestias provocadas por su tío Filiberto, que de tanto en cuando, se presentaba sin previo aviso, en casa de los sobrinos para perturbar su bienestar, con sus métodos de incauto indecente. Aquel matrimonio trabajaba como es natural en las mismas ocupaciones, que defendían cuando eran solteros. Por lo que cada uno de ellos, acudía a sus respectivos puestos laborales. En turnos que no se complementaban, cosa que no les permitía relacionarse demasiado en la cama. Existiendo detalles en el entorno que no acababa de funcionar.

Quizás faltaba la suficiente atracción varonil, o el necesario deseo para compartir por parte de la joven esposa. No dejando que el deseo, el sexo y la lujuria llegasen al complemento y a la consumación ideal.

Ildefonso trabajaba en una empresa de componentes de equipos electrónicos, defendiendo su oficio, desde una de las cadenas de montaje de piezas para la inteligencia artificial. Donde se encontraba lo suficientemente bien, como para seguir cumpliendo y subsistiendo. Su esposa abrigaba su ocupación profesional desde las instalaciones de un gran supermercado. Donde ocupaba la plaza de reponedora y cajera del establecimiento.

Aunque a vista de los demás, y con la pretensión de seguir falseando y presumiendo. Decía ser la delegada del negocio, estando al cargo de un equipo de señoras y señoritas bajo su tutela. Imaginación preñada desde las hendeduras de sus fantasías. Pretendiendo demostrar, que ellos eran los escogidos de entre la gente más superlativa. Sin precisar que sus conocidos sabían desde donde procedía toda aquella estirpe fantasiosa de embusteros.

Como quiera que sea que aquella relación de pareja no cuajaba, no llegaban hijos al matrimonio. Virtudes, no estaba por la labor de ser madre, ni tan siquiera por la dignidad de dar placer a su Ildefonso, que pasaba días y noches sin el roce ni el pálpito de su compañera. Encontrándola a faltar en casa, en la cama, y en su devenir próximo. Con y por motivos infundados e irreales, que comenzaban a ser inauditos, y del todo sospechosos.

Excusas que no se podían achacar a la negación, y con ello quedarse en cinta. Detalles y relaciones sensuales evitadas con su propio marido, provocadas por la joven esposa, sin motivo declarado. Y que afectaba mucho a sus suegros, al ver que no les llegaba el ansiado nieto.

Cosa que les hubiera encantado, según decía con presunción la buena de Torcuata, madre del joven esposo, que esperaba esa buena nueva con agrado infinito.

Ofreciéndose a la crianza, caso de llegar, y dejarles tiempo a ellos, a los jóvenes, para defender sus ocupaciones y disfrutar de su diversión. Cuidándoles a sus descendientes, al no poder atenderlos ellos, por los motivos que fueran.

Sin embargo todo esto era pura ficción y engaño. Ella aprovechaba los festivos para dormir, medrar y fingir que hacía la faena de la casa. Teniéndolos a todos engañados.

No quería salir a ningún sitio con su marido. Lo evitaba descaradamente, y sin miramientos ni vergüenzas lo repudiaba. Apenas visitaban a Madrona y Segismundo, padres de la desenfrenada Virtudes.

Sin embargo Donato cada vez se acercaba más a la alcoba de su nuera. A la que sin demasiadas locuras sedujo hasta meterla en la cama. En secreto, sin alharacas y con frecuencia.

Llevando sumo cuidado en no dar escándalos. Sobre todo no fuera a llegar al conocimiento del tío Filiberto, al que no se le escapaba detalle. Demostrando a todas luces que Ildefonso, y sin saberlo llevaba una cornamenta taurina de campeonato.


 Sin percatarse el tiempo se esfumó, pasando más de lo imaginado. Hasta que un buen día la noticia cae en principio en la familia, como una bomba de gas pimienta tan destructora como real.

Virtudes e Ildefonso, se han separado.

Todos lo sabían, sin embargo con falsedad, se preguntaban qué había pasado.

Su entorno lo imaginaba, pero creían que no sería capaz la “Virtuditas”, la buena esposa, de romper con su marido, esperando que el timorato dada su timidez tomara la decisión de callar y seguir fingiendo. Quedando ella libre de todos sus excesos y evitar las explicaciones que tendría que dar al mundo, sobre el atropello cometido con el esposo. De momento no se había descubierto el que la arrimaba con pasión. No se sabía con quién.

La relación se había hecho insoportable, por tantas y tantas faltas graves dentro de la normalidad. Sin contar con aquella relación que Virtudes contrajo en secreto y que de momento llevaba sin dar a conocer.

Algunos creían que se entendía con uno de los jefes del almacén donde trabajaba. Cosa que estaba muy lejos de la realidad, ya que el desempeño de la empleada, no llegaba a tanto. En su dedicación a reponer estanterías y ser cajera suplente de la cadena de nutrición.

Siendo el esposo el que puso punto y final a aquella relación tan sumamente engañosa. El primer afectado por la tragedia fue el tío Filiberto, que le sobrecogió la noticia y no le dio tiempo material para poder frenar aquella decisión tan imprevista para él.

Preguntándose el propio Filiberto, como actuaría, con la buena relación que mantenía con los padres de Ildefonso. La de visitas que les llegaba a hacer al cabo del mes y las tantas noches que se quedaba a cenar con Donato y Torcuata. La compañía que hacía a la esposa de Donato, mientras el marido iba a jugar su partida al billar al local del centro.

Se le desmontaba el chiringuito al bueno del tío, que trató de mediar primero con su hermano y cuñada Segismundo y Madrona.

Hablar de Virtudes y de la ruptura con Ildefonso es una cosa que todos en realidad la podían imaginar. El joven es un tío tranquilo, un chaval ordenado que le gustaba el pop y salir de vez en cuando con su mujer. Tal y como hacían cuando eran solteros. Les gustaba ir a ver algún partido de fútbol. Un joven muy bueno dentro de lo que se conoce como normal, porque sus padres lo habían criado de una forma honrada. Sin embargo todo fue distinto al mes de aparear a su esposa. Cambió como de la noche al día, dejando a parte al tonto de marras.

Los parientes de Virtudes venían de una familia obrera. Una gente sin genio, y muy servidores por la costumbre que tenían al haber servido a señoritos y gente de posición desalmada, que les había robado su personalidad.

Una estirpe sumisa a niveles de enfermedad.

De las que no gusta, pero sabe tratar las consecuencias como se debe. Venían del oriente agreste y seco de la nación. Precarios todos ellos por la poca preparación académica y la escasez vivida en su infancia y juventud. Por aquella insolvencia en el modo de ganarse la vida y llevar el pan a su mesa. Todos ellos campesinos, y pastores del monte profundo, con ganas de crearse un futuro resistente y dejar de ser el denostado y clásico sirviente. El esclavo del señorito de la hacienda y el “siete pelos” de las señoras caprichosas de la heredad. Aquel mezquino y servil empleado al servicio de los caprichos de sus amos.

Patrones y dueños de las vivencias de sus criados. Siempre con la palabra en la boca para rebajarse a los señoritingos de entonces

— “< lo que usted diga señorito Don Patricio...> y de las declamaciones hacia la marquesa del bohío,

—“<lo que usted mande buena y dulce señora de las Mercedes.>

Frases declamadas y conocidas en los esclavos de finales del siglo XVII y principios del XVIII, en las serranías de los latifundios.

Gentes que se bajaban los pantalones, y eran exigidos por el principio de pernada hacia los pudientes. Tan solo por agradecer a sus bienhechores que les dejaran vivir en la casa de los peones camineros.

Campesinos que habían pasado miles de necesidades hasta que migraron a otra comunidad más alejada, donde nadie los conocía y podían evitar el relato de todo lo que habían soportado.

La ruptura definitiva de Virtudes y de Ildefonso fue un buen día laborable, en el que la esposa hacía fiesta del super, y medraba por su casa con su amante.

Por motivos de salud, tuvo que salir de la empresa Ildefonso, buscando reposo en su domicilio, sin que la esposa lo imaginara.

Al llegar el enfermo confiado a su residencia, carente de fuerzas, la sorpresa fue monumental. Llevándose el disgusto y el escándalo de su suerte. Hallando su cama ocupada con Virtudes y Donato. Disfrutando del sexo que ella le privaba.

La gripe y la fiebre se caducó de inmediato, y sin saber donde ir se acercó desesperado en busca de su madre para informarla del penoso asunto.

Su decepción fue inaudita, al encontrar a Filiberto desnudo, en la suite de matrimonio de Madrona, desabrigada, descalza y sin vergüenza, encima del cuerpo del amante en relaciones íntimas con el tío carnal de su esposa.

 

autor Emilio Moreno
Abril, 20 del año 2025

miércoles, 9 de abril de 2025

El hechizo de Romina.

 



—Nena pareces bruja. Le aseguró la abuela. Después de la última mirada que le regaló su nieta.

—Por qué me dices eso. Sabes que me molesta. Advirtió Romina sabiendo la próxima reacción de Amarilda.
—Pues aunque te moleste que te lo diga estoy segura que has nacido con los mismos poderes o incluso mayores que tu bisabuela Madrona.
—No lo sé. Yaya. A qué viene todo esto.  Disfrutas comparándome y además parece me lo estés imputando de forma gratuita.
Romina le dijo a su nana con una sorna espectacular, y aquella anciana, comprobó que aquello que imaginaba, sobre los poderes paranormales de su joven sucesora, se hacían evidentes.
—Aunque trates de disimular, que sé que lo haces mi niña. Para mí no es muy difícil de entender. Yo sé que vas por delante de todos nosotros con ventaja.
De lo qué me alegro, porque ese poder te ayudará a llegar donde tú quieras. Siempre y cuando lo sepas administrar, y lo uses en el beneficio de la justicia.
 
Romina es la nieta más avispada de Amarilda. Siendo una niña en etapa de aprender por su corta edad. Es una mocita de siete años qué despunta dejando atónitos a los que la atienden y rodean. Desde que inició su lactancia se queda con todas las impresiones que escucha alrededor de ella, sabiendo a que corresponden las diferentes expresiones hechas por los demás.
Sin que estos estén al corriente, que una baby tan sumamente jovencita, esté controlando y entendiendo, coloquios de mayores. Sin haber participado jamás en los momentos que se produjeron.
Comprende los secretos dichos a medias tintas. Entendiendo perfectamente todas las reacciones hechas por los dialogantes y con los subterfugios que completan. Disipando su importancia. Nota los celos que vierten los envidiosos, y los miedos entre la gente que la rodea. Fuera o dentro de su propia familia.
Conociendo muy bien a las personas que pertenecen a su estirpe.
Intuyendo virtudes, caso de tenerlas y definiendo sobre todo, la clase de defectos aportados. Desdeñando sus detalles ocultos, que les ahogan en secreto y en el más absoluto silencio.
 
Desde prematura edad disfruta de semejante facultad. Un suceso insólito, difícil de creer. Decir que era precoz a los siete años, es definir el asunto como imposible e impensable. Dado que desde su nacimiento, atendía coloquios delicados, que sus mayores con gracia disfrutaban. Como si fueran cosas extraordinarias, sin saber, a lo que realmente correspondía.
—Mira cómo te conoce. Concibe lo que decimos. Nos entiende la chiquilla cuando hablamos. Se reían sin imaginar, diciendo.
—Parece una vieja esta niña. Que graciosa es Romina. ¡Va a ser lista, esta chavala!  y no se equivocaban, porque concebía a la perfección de lo que se estaba tratando.
 
Comenzó a hablar y a caminar, con tan solo ocho meses. Sin pronunciar las clásicas palabras sueltas de <agua, papá, o mamá>. La buena de Romina, una mañana le dijo a su madre, sin que esta lo esperara.
 
<Mamá. Te quiero mucho. Has de saberlo siempre>. Desde ese instante aquella niña, hablaba y se hacía entender, mejor que alguno de sus hermanos mayores.
Al saberse dueña y poseedora de semejante poder, callaba con disimulo sin dar rienda a sus poderes. Al ser protagonista directa de situaciones que jamás había vivido, y comprender las reacciones tenidas del prójimo, como si en alguna vida anterior hubiera sido copartícipe de aquellas vivencias.
A pesar de sentirse superior a los que la rodeaban. Disimulaba continuamente y escondía ese poder, que la predestinaba a saber de buena tinta el remoto pretérito. Y sin lugar a dudas prever el futuro inmediato. Lo que se suele llamar vulgarmente, “Verlas venir”.
En cualquier reunión establecida con ella presente, jamás perdía el relato, ni el punto diferencial, que ofrecían los ponentes. Sin abrir la boca, entendiendo, pero mostrándose como si fuera muda. No pronunciaba ni una sola palabra. Extrayendo sus propias conclusiones. Caso de no llegar los oradores más lejos, en sus declaraciones, por vergüenza o por mentiras, y tapar cortedades, la propia Romina, acertaba en la conclusión final, y determinaba donde estaba la verdad.
Callando para sí sus opiniones y catalogando a cada cual, en el lugar que le concernía.
Además y en charlas sin relevancia, siempre sacaba alguna conclusión del porqué se decía aquella frase. Dándole el sentido con el que se asentaba.
Si la conversación era por críticas, y el palabreo, la miga o el meollo acababa en clave de discusión para navegantes. Ella para no levantar suspicacias, y que fluyeran los secretos no pronunciados y escondidos o enterrados, se levantaba y sin hacer ruido, se desplazaba a otro lugar. Dejando que sus mayores discutieran o revelaran anónimos. Escuchando atenta mientras disimulaba con algún juguete.
Si tocaban un tema inoportuno, estando presente la jovencita. Sin esperar a que nadie se percatara, desaparecía y se ubicaba en lugar preminente, para seguir en la brecha, enterándose con disimulo.
A menudo la familia juzgando que la niña no estaba capacitada para comprender por su edad. Conversaban creyendo que Romina, estaba en otra fase.
Tranquilos seguían en sus chácharas, y ella toda esa información la recibía con placer.


 
Entre la charla de la abuela y la nieta, hubo una interrupción comedida, que aprovecharon ambas para definir posturas. Poniendo los puntos sobre las is. Hasta que Amarilda, irrumpió sin timidez preguntando a su retoño, apretándole para conocer, hasta qué punto dominaba la historia familiar.
Aquellos secretos de su propia abuela. Referentes a su desquiciada juventud y la de sinsabores que tuvo que soportar Amarilda. Al haber abandonado la casa paterna, cuando no tenía la mayoría de edad.
 
—Dime cariño. Que sabes tú de mis aventuras de juventud, porque si nadie te ha explicado nada, igual soy yo la que debe contarte. Romina se miró con expectación a Amarilda y replicó.
 
—No creo hayas de explicarme nada. Abuela deja las cosas en paz. En este tiempo he sabido todo aquello de lo que quizás no estés orgullosa y creo no ser quien, para hacerte reproches. Tengo siete años y no debo. La interrumpió la yaya con aspereza, matizando.
 
—Tienes siete años, pero parece que disfrutes de setenta. ¡que sepas! Que nadie lo ha advertido, pero yo, si qué sé, que eres algo bruja.
 
—Ahora no es la expresión correcta. Le advirtió Romina, interrumpiéndola como si fuera una persona madura.
 
—En estos momentos nos denominan Videntes, y mejor lo dejamos ahí.  ¿Quieres?
 
—No quiero. Hasta que me digas que es lo que has llegado a saber de mis inicios de juventud.
 
—Te gustaría que empezase por decirte que tus hijos son cada uno de padres diferentes. Cosa que desconocen todos ellos, y creo sin duda, que es preferible para su buena relación. O quizás escoges que te refresque la memoria, cuando te escapaste de tu casa, con dieciséis años, y te fuiste a la ciudad.
No trabajaste en una lavandería, como declaraste al volver a los ocho años de ausencia. Desconocen que pertenecías al lupanar de Doña Casilda.
Rubias morenas y todas son casi como Amarilda.
¿Quieres que siga? Interpeló su nieta.
 
—Quien sabe todas estas cosas. Preguntó Amarilda un tanto alterada. Replicando Romina, muy serena y discreta. Poniendo cordura y sensatez ante los nervios de Amarilda.
 
—Solamente tú, Abuelita. Y tú conciencia. La niña persistió evidenciando fechas, que para Amarilda, estaban desechadas, y continuó escuchando aterrada.
 
—Estoy segura, que quieres dejar de hablar de este asunto peliagudo y olvidarlo para siempre. Además de mantener el secreto.
Amarilda, su yaya, santiguándose, aseguró no sin ruborizarse y decir.
 
 —Te das cuenta Romina, como nunca me he equivocado contigo. Eres la viva imagen de tu bisabuela. Aquella criatura, sin querer insistir advirtió.
 
—No te equivoques yaya. Madrona no era hechicera ni vidente, era monja de clausura y tuvo cinco hijos, además de ti. Todos engendrados en el Convento, que por supuesto, esa historia jamás te la contaron.



 
 






Autor: Emilio Moreno
09 de Abril 2025