De las
muchas idioteces que había cometido en el inicio de su vida. No sabía a cuál de
ellas agarrarse para descargar responsabilidades y echarle la culpa. Con ello tener
una justificación. A lo que Donato, creía era la causa de la decepción total que
lo embargaba.
Hizo memoria
hasta comenzar en los anales de su recuerdo, para localizar quizás las causas
de aquella incertidumbre.
Tiempos de
su infancia y juventud, vividos no con agrado, cuando sus propios padres ponían
impedimentos a que siguiera disfrutando de su niñez, gozando de sus pasiones, y
poder seguir aprendiendo.
Aquella
amalgama de obstáculos que se le presentaban a Donato, obedecía tan solo al
capricho de unos responsables, cortos de miras y asquerosamente tacaños.
Medidas que adoptaban queriendo ahorrarse el gasto en darles colegio a sus
sucesores y por una enseñanza obligada, que les debían a sus hijos. Su padre fue
un hombre no feliz completo. Jamás había disfrutado de los favores de la dicha.
Escaso fue el cariño de su familia, que lo hicieron guasón, descreído y
egoísta. Valores que adquirió desde la infancia, al haber nacido en el seno de
una familia más bien rota, al quedarse huérfano en su temprana edad. Teniéndose
que ganar la vida a veces, en formas muy fuera de las leyes. Hombre al que se
le podía catalogar como otro desgraciado venido a este mundo a padecer. Se casó
con una mujer muy miedosa, no adaptada a los rigores y sistema de la
existencia. Esposa que le obedecía sin menoscabo, y sin pedir explicaciones.
Sin decisiones, sin puntos de vista y lo peor de todo sin ganas de afrontar su
pensamiento y deseos vitales. Una esclava en toda regla, sumisa, parca y sin
criterio. La cabeza de familia, que obedecía a “pies juntillas”
lo que decidía el consorte sin estorbo. Ni se inmutó en las decisiones que
afectaban a los frutos de su persona, cuando menos las referentes a sus hijos.
Sin precisar en lo que más les convenía, o perjudicaba, pasando de tomar cartas
en aquellas decisiones tan importantes. Por su miedo y por aquella comodidad
que produce, “el conocido… ya te apañarás”. Prefiriendo vivir en lo ignorado,
y aquella falla de débito manifiesta, que algunos entes exponen por no tener
quimeras rayanas. Sumando a toda aquella torpeza, el haber sido considerada desde
su cuna, como mujer sometida, obediente y muda, ya que desde su inocencia y por
orden paternal, tuvo que criar sin remedio a toda la descendencia que paría la
apopléjica de su mamá.
Sin
menoscabo Donato fue creciendo y queriendo ser aquello que ansiaba. dejando al
final por verse obligado, los estudios de continuación. Porque a su padre le
parecían caros los libros y la manutención escolar. Pretendiendo a su hijo como
ayuda a la causa. Requería a Donato para apostarlo como generador de capital, y
en cuanto pudiera instalarlo en cualquier empleo. Ocupación que le proveyera
unos duros para el monto del gasto mensual y ensanchara el escaso ahorro de
aquella casa. Detalles obsesivos al extremo, y que tenía como norma el papá después
de haber sufrido las consecuencias del hambre y los recortes de primeras
necesidades en su alimentación. Al ser los perjudicados hijos directos de la
guerra.
En este
mundo cada cual viene a desempeñar una labor. algunos los no comprometidos
pasan sin pena ni gloria y los que no son iguales luchan por dejar su huella.
Donato era
producto del polvo nocturno de los sábados de aquella época. Detrás de un
anhelo sexual anacrónico. Jamás fue un hijo deseado. Nadie lo buscó y cuando su
madre comprendió que estaba en cinta, pensó…
— <y que
le vamos a hacer>.
Nació
porque apretaba y lo admitieron como cualquier otro suceso de la vida. Se vieron
en la obligación de criarlo, como aquel que engorda a un pollo para navidad. Nutriendo
al chico para sacarle el jugo y llegado el momento aprovecharse.
Hay padres
que fecundan para tener esclavos, y en cuanto pueden dicen.
— <con lo que yo he sufrido
por vosotros>, añadiendo. <Por procurar una educación, y así lo
pagáis>.
Cuando en
realidad es una falacia manifestada como excusa. Una disculpa como continuación
de sus miserias. De las que no se notan culpables porque ni tan siquiera tienen
la capacidad de auto analizarse.
Donato en
el desembarco de su juventud pudo mezclarse con los delincuentes del barrio.
era lo fácil dadas las circunstancias. Sin embargo no era su vocación el estar
fuera de la ley. Comenzar a cometer delitos sin importancia que le dieran
prestigio con el capo de la banda del barrio.
El joven prefirió
estar en la orilla de los llamados legales junto aquella norma, de ayudar al
prójimo. Gente fértil que se acercaba a la parroquia, y ayudaba en lo que podía.
A desvalidos, enfermos, sin techo y holgazanes. Dando servicio en sus horas
libres a la gente necesitada. Incluyendo a los ancianos discapacitados del
mismo barrio, que estaban olvidados como en todos sitios y nadie ampara.
En uno de
aquellos auxilios sociales, a los que brindaba su atención quedó desorientado,
sin embargo jamás, pudo sortear ni abandonar aquellas atenciones, ni aquella
familia. Fue una tarde de crudo invierno, visitando el domicilio de un tipo al
que el barrio temía. Estaba sito en la calle principal del pueblo y jamás
hubiera imaginado que en semejante mansión hubiera un crónico que necesitaba la
ayuda de los apóstoles del barrio. Se trataba de la residencia de Don Luciano. Un
peligroso ex convicto que había cumplido condena en el presidio de Toulouse,
por delitos de falsificación y de estafa. Del resto de acusaciones, no a lugar,
por falta de pruebas.
Aquellos
que los tribunales juzgaron por sangre y crímenes, no pudieron demostrar ninguno,
por lo que había consumado y cumplido cárcel, por los delitos demostrados.
Condena amplia que lo mantuvo en cautiverio en los últimos diecinueve años.
Ahora liberado tras el cumplimiento de la pena estaba instalado con su joven
cuidadora.
Fuensanta
era hija legítima de Luciano. Su madre fue una conocida y querida cortesana del
preso, que lo visitaba en el <bis a bis> de la penitenciaría,
durante la prolongación de la condena y hasta que le alcanzó la salud.
Manteniendo
un roce muy cercano todos los días que tenía regulados con audiencias externas.
No llegaron a contraer matrimonio, por esos principios que tienen las gentes
que no saben si la vida les durará más allá de dos semanas.
Se crio la
guapa hija al cuidado de las monjas Adoratrices, una vez la parió su madre y
morir en el intento.
La niña, siempre
tuvo contacto con Luciano y ya en su mayoría de edad y habiendo cumplido el
padre su punición, ambos quedaron unidos en total libertad.
Luciano
padecía de una dolencia rara la cual debía ser tratada por personal que le
ayudara en su devenir. Al ir perdiendo movilidad corporal y empeorar hasta el
punto de llegar a estar tullido y atado a una silla. De ahí la necesidad de un
equipo de respiración, higiene, distracción y compañía durante las veinticuatro
horas del día.
Donato en
aquel momento, ya llevaba un año sirviendo a la familia Cavanyaro, dedicado
exclusivamente a Don Luciano. Sin conocer de verdad cómo llegó allí aquel día.
Porqué lo escogieron a él de entre más de una docena de voluntarios sanitarios,
para hacerse cargo de paciente semejante. Para quedar en la plantilla de los empleados,
y dar servicio ininterrumpido al padre de Fuensanta. Contratado con un empleo
fijo y quedando atado al servicio íntimo de aquel complicado enfermo.
Cuando
visitó la hacienda por vez primera de los <Mil Parecidos>. Propiedad del pistolero.
No conocía que el puesto vacante, estaba determinado de antemano para Donato. Fue
requerido por el mismísimo enfermo. Al que sus contactos le habían informado,
de la clase y personalidad del joven, de donde procedía y donde y con quien
disfrutaba o se aburría de su tiempo de asueto.
Buscaba el
afectado Luciano a una persona, en la que pudiera dejar parte de su confianza.
El padre de
Fuensanta, sabía que el mal que padecía, le robaba el lapso, y no contaba con
tiempo material para dejar los puntos vitales, completamente dispuestos en
beneficio de su hija, que era lo que le importaba.
Donato y
Luciano, habían congeniado y el capo le había puesto mucha fe en la forma de
ser de su asistente, que por otra parte había precisado que su niña, cada vez
pasaba más tiempo junto al custodio de su padre, al que no le hacía ningún tipo
de reproches.
Los galenos
del afectado, no le aseguraban mantenerlo en activo y con salud más allá de un
par de años, teniendo suerte, y llegado ese instante, su hija Fuensanta quedaba
sola en la vida.
Una noche
al despedirse Donato de su pupilo, este le abordó y sin zarandajas hizo que le
prestara la máxima atención, que se acomodara, que tenía que proponerle un
dilema, que le concernía a su hija y al mismísimo ayudante. Donato sin
imaginarse lo que le venía encima, accedió y se amoldó en una cómoda butaca de
la estancia. Sin tardanza Luciano comenzó diciéndole.
—Imagino
que sabes que en esta casa, hay chivatos por todos sitios, ¿verdad? El ayudante
de cámara, sin saber a que obedecía todo aquello, respondió con una pregunta.
— Señor. No sé a qué se refiere. Con semejante advertencia. Está disgustado por alguna causa referente a mi trabajo.
—Disgustado
no lo estoy, porque mi Fuensanta me ha explicado que hace unos meses os veis y
no tan solo para reír. Te la llevas a la cama, casi cada noche y ella accede de
mil amores. ¿Es cierto eso, porque imagino tendrás alguna razón para no jugarte
el pellejo, retozando con ella y además de bañarme a mi, por necesidad, también
la bañas a ella por casualidad.
Donato energizó
su postura en aquella cómoda butaca y se meció el cabello, balbuceando y
buscando las palabras adecuadas para convencer al capo.
—No voy a
justificar mi actitud, aunque de verdad le digo, que desde que nos hablamos
Fuensi y yo, le dije que no se lo ocultara. Que las consecuencias podrían ser
fatales. Si de verdad creyera que me estaba aprovechando del amor de su hija. Conociendo
su forma de actuar, puedo ser un fantoche en sus manos. Y esa no es la realidad.
—Tranquilízate, voy a llamarla y que me
cuente, sus cuitas. Es una mujer valiente y no creo nos vaya a engañar a los
dos. Donato intentó interrumpir aquella decisión diciéndole a Don Luciano.
—Por favor
Don Lucho, a ella no le haga daño. Écheme todas las culpas a mí. Por lo que más
quiera. Si hay algún culpable soy yo. Me enamoré de ella, sin tener que
hacerlo, puesto que estoy dando servicio a su condición, y por ello me paga un
sueldo. Si me ha de quitar la vida, ¡Hágalo!
Pero ocúlteselo a ella y a mi madre. Conmigo puede hacer lo que disponga
pero a Fuensi no le haga padecer. No lo merece.
De sopetón
la puerta de la estancia se abrió y entró Fuensanta, tranquila y reposada con
una sonrisa en su cara, dirigiéndose y diciéndole a su padre.
—No he de
explicarte, que he escuchado vuestra charla, y solo decir que es un jodido leal
y sincero. A este nene, no lo podemos poner al frente de tus negocios de expoliación,
ni de despojo de lo ajeno. Es demasiado legal, y comprometido. El padre le
respondió.
—Jamás
mezcles el amor con el trabajo. Tú solita, te vales para llevar mejor que yo los
trapicheos del negocio. De todas formas estoy seguro que con tus dotes de
persuasión haces de Donato, un forajido exitoso.
Autor: Emilio Moreno
fecha: Mayo de 2025