martes, 28 de octubre de 2025

Funciona como el corazón.

 







Aquella relojería llevaba en servicio y abierta al público desde hacía más de ochenta años. Mónica, en su infancia paseaba al ir y volver del colegio frente a la puerta de aquel establecimiento acompañada de su abuelo el señor Don Cayo. La niña solía quedarse extasiada frente al gran ventanal de la casa de los relojes admirando y prendada con el Vacheron Constantin, pendular que lucía insensible marcando las horas exactas del día y de la noche.

Los cuartos, las medias y las horas con un sonido especial de carrillón que a ella, al oírlo le sobrecogía. Su abuelo en su tiempo ya le explicaba a su nieta que la relojería de Sancho, la inauguraron mucho antes de la guerra del treinta y seis. Entonces regentada por Don Blas de la Montre, el abuelo de la saga de los horólogos, que en aquel tiempo se encargaba de la exactitud de la hora en el equipo de la Casa Consistorial y los pocos medidores de las horas de aquellos tiempos y en semejantes zonas.

Entonces Cayo contaba con nueve años, y también a él como a su nieta le habían cautivado tanto, los termómetros de la destemplanza, como los medidores del frío en el invierno y calor en verano.

Además de aquellos grandes relojes medianos y chiquitos. De pulsera y despertadores. Unidades censoras, que todas expuestas dentro de aquel bazar de inminentes segundos, próximos minutos y de horas venideras, yacía ante el lapsus de un santiamén.

Lugar que sin duda era especialidad exacta y singular de la villa. Representando a las marcas Suizas más precisas como han sido en todos los tiempos los Omega, Longines y Rolex. Atendiendo averías y puestas a punto tan precisas en el alma de cada uno de los relojes.

Ventas a los adinerados y pudientes de aquellos años y demás atenciones al futuro desde aquellos censores del tiempo.

Era una maravilla, en aquella época de principios y mediados del siglo XX, ser poseedor y propietario de un ábaco y portarlo en la muñeca del brazo izquierdo, o en el bolsillo secreto del chaleco, que te daba el punto del sol exacto cada vez que lo mirabas. Así como tenerlo en la pared del salón principal de la casa, solemne alto y serio, que además de pausar, llegadas las horas te avisaba con aquel sonido. Tan sutil o desgarrador que llegaba a ser un quejido por lo pasado que no había de volver.

De todo aquello recordado por Mónica, habían transcurrido más de treinta años. Que palmarios, segundo a segundo, por los péndulos de la casa de Sancho, esperaban tener su minuto, o quizás y por lo menos, su segundo de gloria. 

Aquella mujer, se había hecho a sí misma poderosa. Una profesional de la información de las que destacaba por preparación, cultura y belleza. La que había conseguido mucha fama, y le había dado a su impronta muchos momentos mágicos, y felices.

Gracias al programa de la televisión que presentaba, en una de las cadenas nacionales. Espacio popularizado por la esencia trasmitida por la propia Mónica Monroy Valdeblanquez.

Hija de un costurero sastre y de la farmacéutica de la población, además de ser la nieta de Don Cayo el historiador, el poeta y cronista de la zona.

De buenas a primeras todo se paró. ¡Súbitamente!

¡Alto de inmediato, a todo lo que se conoce por tiempo feliz!

¡Estamos en una pandemia que no se sabe si podrá sobrevivir persona alguna en este planeta. Fue el mensaje que les dieron los responsables políticos del tiempo. Todo se detuvo en horas. Hospitales a rebosar, médicos y enfermeros sin dar abasto, cayendo como víctimas en las avanzadillas del imaginado campo de batalla, que eran entonces las salas de los dispensarios, de las urgencias y de las clínicas.

Las calles estaban vacías, los supermercados sin viandas, faltaba harina, frutas y verduras.

Todo se detuvo o se alteraba, menos los relojes de la casa de Sancho, que estando barrada la puerta, los péndulos de aquellos imparables registradores, oscilaban yendo de izquierda a derecha, persistiendo en su baile inalterables y sin detención.

En aquella penitencia y purgatorio, Mónica volvió a la casa de su infancia a recluirse, buscando salud, y huyendo del microbio de aquel Covid, que se llevaba por delante al más pintado.

En una repetición de los paseos que solía dar a la edad de doce años, se detuvo frente al ventanal de la relojería de Sancho, que desde su vidriera amplia, volvió a reconocer el carillón que inalterable parecía la esperaba. Aquel Vacheron Constantin de su infancia, que no había sufrido ni una sola demora en los miles y miles de segundos, transcurridos desde aquel maravilloso tiempo que la acompañaba e instruía su abuelo. Se vio reflejada en el cristal que separaba la sala de la botica de la calle y se notó cambiada. Volviendo en aquel segundo que le permitía el tiempo a revivir instantes de antaño. Tuvo un arrebato y se acercó a la entrada. Tocó la manecilla de la puerta de acceso, que indicaba en un cartel adosado al espejo lateral. <Por favor al entrar, pónganse la mascarilla.

Dudó si debía acceder al bazar, y en no más de dos segundos, traspasó el umbral de la puerta y tras pisar el zaguán, saludó.

—Buenos días, atiende alguien. De entre las cortinas interiores apareció un anciano, muy encorvado ayudado por un bastón metálico, con el pelo cano y unas gafas de culo de botella que le respondió.

—Hola Mónica, buenos días.

—¡Uy… que alegría, ¿Es que me conoce?

—¡Claro que te conozco!, como no iba a conocerte mujer.

—¡Ah… claro! Por el programa de la televisión, que tonta, perdone usted.

—No señora, ¡Por el programa no! Hizo un inciso de dos largos segundos y respondió.

—Te conozco desde que eras una chiquilla, porque tú, eres la mocosa que se paraba con Cayo, frente al escaparate y ponía su naricilla sobre el cristal para no quitar ojo con aquella ansiedad, del reloj que hace unos segundos volvías a observar.

—Cayo, era mi abuelito. Adujo con nostalgia la mujer.

—Lo sé muy bien Mónica—le respondió el empleado—Como sé de buena tinta, que tu yayo, era el que te explicó la historia de la relojería Sancho.

—Entonces usted debe ser el nieto de Don Blas de la Montre. Aún recuerdo las palabras de mi abuelito.

—Soy el nieto de don Blas, mi padre era Ataulfo y yo me llamo Ferdinand Sancho, y sabíamos que tarde o temprano, volverías a este bazar a escuchar el sonido del reloj que te sigue fascinando.

Un tanto nerviosa la guapa Mónica, se ruborizó al escuchar semejantes palabras, que le retrotraían al pasado. Sin saber conducir aquella impronta, le preguntó al anciano Ferdinand.

Antes de prorrumpir con la pregunta, el Vacheron Constantin, sonó dando las diez de la mañana, y ambos esperaron a que diera el ultimo gong.

—¿Cuánto le duran las pilas al reloj de la pared? Se las ha cambiado hace poco, o están por renovarse. Lo digo por el sonido tan enérgico que se le escucha. Interrogando Mónica al empleado, con curiosidad esperó respuesta.

—Este reloj va sin pilas. Funciona como el corazón. ¡Por impulsos!

—Quiere usted decirme, que está funcionando desde el principio sin darle cuerda.

—Eso precisamente quiero decir y así lo afirmo.

—No me lo puedo creer, nunca lo hubiese imaginado. De eso no me habló mi abuelo. Se acercó bajo el gran montre suizo y suspiró para hacerle una proposición al anciano Ferdinand.

—Cuanto me costaría si decidiera comprarlo.

—Este carrillón estaba esperándote desde hace setenta años. Le dijo Ferdinand a Mónica, y continuó informándole.

—Sabíamos que sería para ti. Mi padre Ataulfo ya se había fijado en ti desde que ibas a la escuela, y a diario te postrabas frente al cristal, colocando tu nariz en él, para observar al gran reloj.

—Si es así, cuanto cree usted que durará el mecanismo del carrillón. ¿Vale la pena que lo compre?

—Durará hasta que estés viva. En el momento que cierres los ojos, dejará de funcionar. Si no eres capaz de explicar a alguien la historia, como hizo tu abuelo

—Quien eres tú, que lo sabes todo. Preguntó descarada la mujer, evidenciando lo que iba a suceder a continuación. Escuchando la respuesta.

—Tú me lo preguntas, que lo has sabido desde la muerte de Cayo. Le comunicó el encorvado Ferdinand. Mirando la clase de gesto que iba a presentar la señora Mónica. La que imaginando todo lo que vendría a renglón seguido, argumentó.

—Imagino quien puedes ser, pero siempre lo he tenido en la duda. Ahora que me decido a comprar el tiempo que me resta, ¡Dímelo! Preguntó Mónica, sin mostrar nerviosismo. Rememorando unas frases que su abuelo pronunció antes de partir, y jamás había comprendido hasta ese mismo instante.

—Te llevaremos el reloj a casa. Espera tranquila, no te contagiarás de este virus maligno. En cuanto el Vacheron Constantin, salga por la puerta, la cerraré para siempre. Serás tú la que deberás delegar la historia a quien creas merece vivir con esta incógnita. Cayo, te está escuchando y creo que alegre. Sabiendo que eres la poseedora del secreto que él, retuvo por más del tiempo que vivió.











Autor Emilio Moreno.






domingo, 26 de octubre de 2025

Eres mi ángel custodio, y ...

 


 



Lucía, había abandonado a Indalecio sin zarandajas. Se había acabado el amor, y se había enamorado de un antiguo conocido de juventud, que por casuales coincidieron en la autoescuela. Siendo Celio, su instructor de circulación y preparador de su examen.

El mismo que tras instruirla en la teórica de su regla, la iniciara en montar por la derecha, hacer el stop y marcha atrás. Ceder el paso y perfeccionarla en el mete y saca, el acelera que no corres, y del estrechamiento si vas calzada. Todo relacionado con las marchas y velocidades dentro y fuera del vehículo.

El que acabó pilotando el carruaje corporal de Lucia. con la anuencia de ella y con el deseo de no saltarse un semáforo en rojo, ni ser embestida sin previo aviso.

Metiéndole la directa, en su caja de cambio, momentos antes de pasar el reconocimiento de su tráfico físico. Celeridad de crucero que gozaba con Celio, la que fue fiel esposa de Indalecio.

Hasta que se enamoró de la instrucción recibida en el manejo que la conducía a su éxtasis.

Indalecio se quedó solo en su pisito de la calle Vergara, desde que su ex conductora se mudó con el Coach, que le regalaba una nueva vida.

De hecho. El burlado no se lo tomó demasiado a pecho, encontrarse en vías del divorcio, y camino de su soltería. Ya que se quitaba de encima a una adúltera espabilada, que no lo quería, y además trataba de disimular de maravilla frente a la familia. Dando motivos y excusas vanas, por las cuales dejó de amar al que fuera su marido.

Transformándose el esposo abandonado, a la fuerza, de la noche a la mañana en un disponible más. En otro liberado de cuidados y compromisos.  

Aquella mañana calurosa, cuando Indalecio subía a la piscina del terrado de su edificio, habían pasado siete largos meses desde que Lucía, no vivía en aquella dirección, tenía su total libertad, y ya podía conducir su Chevrolet. Estaba a punto de firmar su separación. La relación estaba completamente rota, y al no haber niños que mantener, pues miel sobre hojuelas, y cada cual a su manzano. Ella con la nueva pasión de su viejo amigo Celio, y el desafortunado Indalecio, libre como un taxi en el inicio del servicio.

Tendió su toalla sobre el falso césped de la terraza y tomaba el sol de maravilla, viendo desde las alturas la congestión de la ciudad, que abarrotada de vehículos, de ruido y de prisas, moraba frente a sus ojos y debajo de sus pies.

La altura del edificio era de quince plantas, que es la elevación que tenía la magnífica piscina y las instalaciones de recreo del inmueble.

De buenas a primeras apareció una esbelta señora, de mediana edad, muy bien cuidada por el aspecto que mostraba bajo su bikini, la que sin saludar apenas y con un disgusto visible, se acercó a la baranda del límite del perímetro de asueto permitido.

Intentando franquear la seguridad, violando la prohibición de aproximación, al subirse por encima de la balaustrada que separaba el espacio seguro con el mismísimo precipicio del abismo.

Daba a entender por sus sacudidas que intentaba tirarse desde esa altura hacia la cara posterior de la calle Mendizábal, la opuesta a Vergara.

Indalecio sin más, se acercó a la mujer y le impidió que siguiera con su ofuscación, primero alertándola con su propia voz y al ver que no le hacía caso, fue en su busca y con empeño bruto, la reclinó sobre la barandilla de seguridad del pasillo.

—¡Qué le sucede. ¡Mujer…! Ha perdido la cabeza. No ve usted, que malgastará la vida si se lanza desde aquí. Ande respire a fondo y vamos a sentarnos los dos sobre mi toalla que es grande y nos puede arropar sin más. Le incitó con vehemencia a la morena decidida a volar desde las nubes. Comentando casi sin que ella le escuchara.

—No se quite de en medio sin que la gente haya sacado entradas para ver la película de una mujer desesperada. Es usted una tía guapa y no merece este final, por mucho que quiera usted contarme. Aquella guapa hembra, con titubeos le increpó, por meterse en su vida sin permiso. Exponiendo con mucho desacato y mal humor la intervención del caballero.

—Si le hubieran hecho lo que me ha sucedido a mí, seguro que ya haría horas se hubiera cortado las venas, o se hubiera ahogado en el mar. Yo no soy tan valiente pero me veo con valor de quitarme de este mundo, saltando desde la azotea de donde vivo.

 —Serénese por Dios. No hay nada en esta puta vida que merezca la pena, ni se pueda evitar, con decisiones mal tomadas. Argumentó Indalecio, sujetándola para evitar maniobras inesperadas.

—¡Déjeme usted, que no quiero vivir! No me agrada en las condiciones que el destino me provee. ¡Quiero morir! ¡Ayúdeme usted caballero! O deje que acabe yo misma con mi propuesta.

Aquella mujer temblaba como la hoja de un papel de fumar al intentar montar un pitillo, por una inexperta.

Con lo que el recio Indalecio pudo casi a la fuerza, llevarla a una zona de seguridad, alejada de la que iba a sacrificarse en breve.

A la par que con muecas y su mirada persuasiva y ayudado por sus gesticulaciones les había dado instrucciones al resto de personal de la piscina, que se apiñaba alrededor de ellos, al ver el meneo sucedido en las instalaciones. Decidiendo con educación, se ausentaran del lugar sin demasiadas alharacas, y poder entablar motivos con la desesperada.

—Vamos a ver, señora. ¡Cómo te llamas! Permíteme que te tutee, pero veo que no eres una tía mayor, que no sea consciente de lo que se le dice por su bien. La mujer, además de temblar, tenía una sudoración algo superior a la temperatura y la humedad que hacía.

Como si padeciera de alguna esquizofrenia compulsiva. Por lo que le insistió Indalecio, en que le dijera su nombre.

—¡Vamos tía ¡Dime como te llamas.! Y si me cuentas que te pasa y lo veo claro, seré yo el que te ayudará a saltar por encima de la baranda. Hasta que te aplastes los sesos en la puñetera calle, y antes que te des cuenta te atropelle uno de los camiones, que pasan por el paseo de Mendizábal.

No te preocupes llegado ese caso, que te recogerán del pavimento hecha una mierda, y ya no tendrás que justificarte con nada ni con nadie.

¡Me entiendes… así que comienza a largar! Le vaticinó aquel hombre, que tan solo pretendía quitarle la idea de tirarse desde la azotea. Siguiendo con los contratiempos que tendría le siguió hablando.

—Que si pretendes estar muerta para medio día, no tenemos tiempo que perder.

La reacción fue casi de inmediato. Indalecio, no sabía ni él mismo como había dicho semejantes palabras a una suicida que ni conocía, y que además le importaba un pimiento lo que le pasaba con su vida.

Tan solo quiso asistir a una mujer nerviosa, y desesperada no cometiera un descalabro con su propio cuerpo.

Un poco más serena, comenzó a responder a las preguntas que le había formulado Indalecio.

—Me llamo Natalia, Natalia Manrique, tengo treinta y ocho años, trabajo en el Banco del Tesoro de Numancia, y estoy desesperada.

Mi marido me ha engañado con una prima mía, mas joven que yo y con menos kilos. Además, le he facilitado un préstamo mediante el banco, que soy su avaladora y me ha dejado en la quiebra total.

—Has perdido el trabajo quizás, estás delicada y enferma de gravedad, tienes hijos contagiados sin curación, o hay aún más. Le preguntó de nuevo Indalecio. —¡No. El trabajo lo conservo! De momento si no lo estropeo todo. No padezco de nada que yo sepa, a Dios gracias. Tampoco tengo hijos ni pequeños ni grandes. Me ha dejado endeudada y no sé como voy a salir de esta mierda, que me ha metido el hijo de la pluma de su madre. La respuesta del hombre, no se hizo esperar.

—Por esa jodienda incompleta, te quieres ir a tomar viento, de una forma tan poco elegante, quedando aplastada en la puñetera calle, con tus carnes y vergüenzas al aire, y encima después ¡Todos!, además de decir que estabas loca y que no controlabas tu vida, te considerarían una idiota perdedora. ¡Eso quieres Natalia! … ¡Eso quieres de verdad tía!

Detuvo la perorata y le palpó su espalda, notando que ya no temblaba, ni sudaba.

Le colocó uno de los conos del pecho. El del sujetador derecho, evitando se le saliera el seno de la cuenca del sostén y le acarició el cabello, diciéndole.

—Si lo haces estás loca y no podrás incluso ni conocerme a mí, que he sido como si fuera tu ángel custodio. ¡Nada más que por eso, deberías planteártelo. Me llamo Indalecio, y a mí también me pasan cosas denigrantes y muy feas, y sigo en esta terraza, pero bañándome y bronceando mi piel por si aparece una sirena como tú para salvarla… y eso…es así tía. Sin más. ¡Qué te parece Natalia!

—Estoy desesperada, no lo sabes bien. Quiero morirme ahora mismo. ¡Déjame que me tire al vacío! Ayúdame. Le imploró desesperada, y él respondió.

—Te he comentado, que si veía un desastre en tu vida, yo te ayudaría a inmolarte. Sin embargo no mereces perder esa preciosa cara por un adulterio. De verdad confía en mí, baja conmigo a casa. Vivo aquí mismo en el piso nueve. Tengo unas pizzas sabrosas, preparadas y una botella de agua mineral, vino y cava. Podemos incluso tomarnos un café con gotas si te apetece, y si continúas pensando en que debes sacrificarte.

No me opondré, te dejaré que subas de nuevo, y te abras como un ave fénix sin alas. Después yo mismo daré parte a tu familia, del óbito que has propinado por una decepción que te has llevado con tu marido y tu prima.

Ellos se reirán de ti, por dejarles el camino libre, y sin tener que excusarse con nadie. Procura darles para el pelo con fuerza en sus errores. Resurge y vive, que vean que no han podido con su engaño. Mantén la cabeza clara, apura ese futuro lleno de ilusiones y un par de ovarios para enfrentarte a lo que viene.

La cubrió y tapó con su toalla con amabilidad y la abrazó como se ciñe a una amiga desconsolada, o quizás algo más.

Ambos iniciaron la retirada del lugar y bajando por el ascensor hasta la novena planta, frente a la puerta de la vivienda de Indalecio. Natalia sugirió.

—Prefiero que vengas tu a mi casa, así me puedo vestir con mi propia ropa. Pulsa al piso sexto, no vivo lejos de ti. Lo que no sé, como es que jamás habíamos tropezado.

Indalecio, le concedió el deseo y al descender hasta la sexta abrió la puerta permitiendo bajara, y le comentó.

—Aquí me quedo. No te preocupes por las toallas, ya me las devolverás. No me corre prisa y ya sabes dónde encontrarme. ¡Prométeme que no volverás a las andadas!, y no te molesto más.

A Natalia no le pareció justo, había sufrido un repentino cambio, gracias a la reprimenda que Indalecio le indicó y le propuso.

—Ven conmigo. ¡No me dejes! Natalia sin soltarle las manos y acercándolas debajo de sus pechos, mientras lo miraba a los ojos con descaro, insistió.

—No… no. No me dejes sola. Te lo ruego.

Ahora no me dejes caer al vacío.

Necesito que estés conmigo y que sigas arropándome, como has hecho con esta toalla y con ese abrazo delicado que me ha conmovido.

Almorzaremos juntos sin prisas, y me desahogo.

Acabo de explicarte mi desengaño, que no sé cómo ha sido, pero que desde que he notado la calidad de tu estrujón y como me has envuelto entre tus brazos, ha dejado de importarme. Lo veo lejano, distante y que no me pertenece.

No voy a desechar mi felicidad cuando me llega. ¡Antes te he pedido que me ayudaras! ¡Se que no me negarás! No hace tanto me has dicho que eres mi ángel custodio, y podrías tener razón. ¡No intentes ni despreciarme, ni abandonarme! Te necesito.

 


Emilio Moreno.

 


jueves, 23 de octubre de 2025

¡Todo! Todo y ¡Todo!

 



En aquel sorteo del viaje al caribe, denominado con el nombre comercial de Melodía Nocturna, no aparecía el agraciado. De momento no se descubría el poseedor del boleto premiado con dos pasajes. Papeletas que se comenzaron a vender aquel pasado domingo de Ramos, a los amantes del buen vivir y de las cuentas corrientes saneadas, que por supuesto podían abonar el elevado coste de la participación.

Era difícil que apareciera el destinado a disfrutar del viaje de inmediato. El que sería retribuido con todas las grandezas de aquella magnífica expedición.

La venta de billetes de la rifa, llevaba abierta dos semanas con lo que era impredecible saber si el favorecido, participaba en aquella fiesta.

La gente disfrutaba de la música del Gran Combo, que actuaba en la lonja de Puerto Banús, ubicado en la nueva Andalucía, justo en la genuina Marbella. Periferia encantadora para el disfrute el cachondeo y la jarana.

En la magnífica alfombra verde del hotel, aquella noche de celebración estaba lo mejor y lo peor de Marbella.

Entre las personalidades mediáticas de la información y editores se mezclaban políticos, actrices con sus atuendos y los adinerados empresarios. Además de la presencia de personajes de la llamada Jet Set, o "jetsetters", que sin duda son personas de la Alta Sociedad. Dignísimos escritores y poetas. Camuflados entre los cuerpazos de las modelos de pasarela y deportistas. Junto con los invitados y agregados que nadie sabe de dónde vienen, y que resultan ser en ocasiones mangantes de guante blanco. Siempre al cuidado de algún despiste.

La gente estaba expectante por si aparecía el suertudo con el boleto premiado del crucero para dos personas con todos los gastos cubiertos.

El decir todos los gastos. Significa que abarcaba cualquiera de los caprichos que pudieran imaginar. ¡Todo! Todo y ¡Todo!

Incluidas toda la amplitud de necesidades y deseos para los dos agraciados que presentaran la boleta premiada.

Cenas a bordo del mega barco, denominado Embrujo del Suspiro. Asesora personal, de atención al pasajero. Excursiones y salidas culturales, vestuario de gala y de diario a estrenar, pasajes de avión adjuntos, en los trayectos intermedios, bonos en restaurantes de lujo al recalar en las diversas ciudades a visitar en el meneo.

Estancias parciales en paradores y albergues de las diferentes sedes del recorrido y accesos gratuitos a museos, teatros y diversiones habidas. ¡Una maravilla! ¡Un encanto! Dos meses de lujo y derroche. ¡Todo! Todo y ¡Todo!

 

Se preveía un recorrido de quimera por descubrir. Un regalo para el portador del boleto 099, de la serie 09, que era la papeleta premiada.

Seis mil participaciones agotadas en cuanto se pusieron a la venta, de forma paulatina. Idea de los promotores del Hotel Larios Málaga, al precio de 600 euros de coste y que se había rifado el día del Viernes Santo en el propio y lujoso hotel.

De este evento habían participado el matrimonio Anchoriz. Gisela y Patxi recientes millonarios de la cúpula del norte.

Presentes en aquel agasajo, los que habían comprado dos participaciones dobles para aquel fenomenal sorteo que a su vez regalaron a sendas colaboradoras suyas de San Sebastián.

Por servicios prestados en el negocio de la familia y por ser empleadas dignas desde el comienzo de las actividades industriales de aquel apellido e industria.

Aquel joven matrimonio, estaban disfrutando de aquella magnífica noche, con los duques de Ayllón, que fueron los magnates que invitaron a la pareja feliz aquel fin de semana en su palacete de Álora, donde ellos normalmente residían. 

El hotel Larios estaba desbordante con la cantidad de famosos que bailaban y disfrutaban. En uno de los momentos Patxi se interesó por su billetera, que le había desaparecido del bolsillo interior de su americana y preguntó a Gisela si por casualidad había notado algún movimiento raro para perderla.

No apareció la cartera por ningún sitio. Quizás fue hurtada entre el bullicio, de camareros y de personal que albergaba el salón principal del magnífico Larios Málaga, o pudiera haber quedado en la residencia de los duques sin precisar. Los que fueron informados y estos llamaron a su domicilio y el portamonedas no estaba.

El duque al pronto preguntó a Patxi, preocupado por lo que traía aquella chequera, y si dentro iba el boleto del sorteo.  

—Que es lo que llevabas en el monedero. ¿Iban los boletos del juego dentro? —Pues mira llevaba en su interior el pasaporte, un talón firmado de cinco mil euros, las tarjetas bancarias, del Banco Sabadell y la Ibercaja, y tres mil euros en efectivo.

—Y los boletos de la rifa, donde los pusiste. Preguntó el Duque.

—¡Nada! No sufras. Los regalé a mis colaboradoras, están en su poder en San Sebastián, que por cierto las voy a llamar para saber qué número llevan.

Ni sabían la fecha del sorteo y como es una rifa privada del hotel, ni se habrán enterado que ocurrió en Semana Santa.

La música volvió a sonar, y los pregoneros y animadores del Larios Málaga, recordaron por enésima vez la cualidad y prolegómenos del viaje.

Al recorrido se le había dado la categoría de estupendo. Saliendo del puerto marítimo de Málaga. Atracando en primer lugar en la bahía de Cádiz, haciendo escala de dos días para recorrer la tacita de plata, comer sus pescadillos, y disfrutar del clima estupendo del sur español.

Subiendo por el mar hasta Lisboa, principal puerto de Portugal, situado en el estuario del río Tajo. Donde recalarían un par de noches para poder disfrutar del juego y sin duda, visitar El Casino Estoril. Situado en el municipio de Cascáis, a muy poca distancia de la capital del fado, y del dulce símbolo de la ciudad, los nevaditos de nata y pastelitos de Belén.

Prosiguiendo la ruta preciosa por el Atlántico, y girando en la trayectoria norte sur, hasta atracar en el enigmático y precioso archipiélago Canario, llegando como primer fondeado al muelle del Puerto de la Cruz. Anclando en el muelle más antiguo de los chicharreros. Conocido informalmente como "La isla de la eterna primavera.Para soñar otro par de días en el conjunto de las siete islas, trasladados por vía aérea a todas ellas. Un sueño ideal, donde entraba además de la ilusión, ¡Todo! Todo y ¡Todo!

Desde ahí ya partían a cruzar el Atlántico hacia la América Latina, Santo Domingo, Cuba, y recalar como final para dar la vuelta en Miami.

Patxi y Gisela, fueron a dar parte a la Comisaría más próxima de la Policía Nacional, donde le tomaron nota de cuanto dijeron y quedaron en darles noticias de llegar a encontrar aquel talón firmado y la documentación personal del esposo de Gisela.

Los agentes les informaron que no fueron los únicos a los que les había faltado la documentación y la billetera.

Fue Gisela la que se puso en contacto con Nerea y Amaia, para saber si eran las poseedoras del boleto premiado. A la primera que llamó fue Amaia, y esta nerviosa fue en busca de su papeleta.

—A ver Gisela, cántame el número premiado y esta le respondió.

—Mira guapa ha sido el 099, de la serie 09.

Quedó a la espera de la revisión del guarismo, mientras Amaia, lo rebuscaba.

De pronto se escuchó un estruendo.

¡Un grito espeluznante de alegría! En el fondo de su auricular se notó una especie de arrebato.

—¡No me lo puedo creer! ¡Por Dios Gisela! ¡Repite! Dime de nuevo el putísimo número premiado.

No había duda, era justo el boleto laureado.

Cuando Gisela se regocijaba por la buena suerte de Amaia, a las dos se le saltaron las lágrimas.

Gisela se emocionó y aun mas cuando le preguntó a Amaia.

—Harás el viaje con tu novio ¿Verdad?... y Amaia respondió muy segura.

—¡Ni hablar!, haremos el viaje ¡Nerea y yo! No voy a dejar sola a mi amiga, teniendo una participación exacta. Anterior o posterior, pero que no se me ocurre dejar a mi compañera. Sin deleitarse de ese sueño de viaje junto a mí. ¡Además me lo pasaré mejor con ella!  El pobre de mí Ander es muy soso, y así nosotras nos lo comeremos ¡Todo! Todo y ¡Todo!

 

 






 Autor: Emilio Moreno


miércoles, 22 de octubre de 2025

Carne picada.

 



Es conocido que los empleados de los mataderos a menudo han de empujar a los vertebrados y acarrearlos hacia el tiro en la cabeza, la descarga eléctrica o la extirpación de las carótidas.

Sin embargo investigaciones profundas han desenmascarado que alguno de los trabajadores ineficaces, van mucho más allá de estas conductas de apresurar el momento para conducirlos hasta la muerte.

Otros, bastantes de los que se dedican a este empleo, tienen dificultades por sus depresiones profundas, que padecen por llevar a cabo este tipo de ocupación. 

El padre de Marcela, es un jerarca de varias empresas del sector de la alimentación. Para dar ejemplo a su descarriada hija y pudiera distraer sus excesos diabólicos. Con amigachos y gente vinculada en el mundo caótico del consumo, del vicio y de su prostitución practicada.

Trató de colocarla en una de sus empresas más extenuantes en pro de debilitarla, y agotarla al enfrentarse a diario con la muerte. Poniendo a prueba su compromiso, en quitar la salud a vertebrados que a la postre sirven para el consumo humano. Con el fin de corregir sus desviaciones 

—La verdad es que no sé qué voy a hacer con ella. Dijo Manuel tocándose el flequillo. Dirigiéndose a Facundo, su jefe y gestor del departamento de montaje, que le escuchaba y estaban entre los dos, para decidir si la corregían y encauzaban con más determinación. Cosa peliaguda para el responsable de la línea de montaje porque a Marcela se la estaba tirando a deshoras, cuando hacían la pausa en los vestuarios y a la hora del cambio de turno en los congeladores del frío.

—Es un caso perdido. —dijo Manuel. —No sé cómo actuar, ni donde debo ir a rezar para que el cielo me ayude. He de salir de este atolladero cuanto antes de lo contrario acabará con mi paciencia. Le comentó Manuel el operario principal del equipo de matarifes de aquel cadalso.

En aquella empresa rural que sacrifican y procesan ganados de cortijos y granja. Empaquetando el despiece de productos de origen animal, en bolsas que después irán destinadas al consumo.

—Has de tener paciencia. Le decía Facundo a Manuel.

—Es nuestra mejor muchacha, la hija más guapa del director y la que en un futuro no lejano, con su descaro y arrogancia, permitirá la gran difusión de la empresa.

Hemos de enseñarle y comprometerla. Creo que con su apariencia, su estampa y su desvergüenza nos hará ser conocidos en medio mundo.

—Mira no sé, dónde le ves tanta valía. Deberías estar más con ella y te darías cuenta que es una pervertida y una indecente.

—Crees que no lo sé —le comentó Facundo. — pero eres el más indicado en ponerla a tono en aplicarse en el trabajo. En cuanto sepa defenderse desnucando a las vacas más grandes y degollando a los cerdos más gordos, aprovecharemos un poco más de sus meneos y la experiencia que adquiera y sumado a su egoísmo la trasladamos a la sección de Publicidad.

Donde el pájaro de Damián, la acabará de poner a tono con ese don que tiene para seducir a las mujeres indómitas.

Ya que la niña Marcela, entre su descaro, su cuerpo y su ansia de mostrar belleza, igual se reconduce y podemos quitárnosla de encima y nos hace un favor a todos.

—Pero no lo entiendo. Porque he de ser yo, el que le enseñe todo ese proceso tan complicado y peligroso. Aseguró Manuel censurando la apatía de su jefe y aseverando.

—Oye Facundo, que esos animales no son salvajes, pero te empitona una vaca y te hace un siete en el pecho, o te muerde un gorrino y perdemos una mano cuando menos. Me juego la vida estando con ella. No está por el curro. Tan solo piensa en divertirse y enseñar el culo. 

—Pues que hacemos. Es hija del delegado de la empresa, y hemos de tener paciencia con ella. De momento no podemos despedirla ni colocarla en otro espacio. Hemos de acabar con el cometido que le prometimos a su padre, en que sabríamos encaminarla y quitarla de los vicios que la desquician.

—Debemos, debemos…, debes tú. Yo no me comprometí con Don Alfonso del Carbón en nada. Si no te hubieras metido en ese berenjenal, todo nos iría mejor. Acabó diciendo Manuel y Añadiendo.

—Frénala, porque va explicando que se acuesta contigo y creo que lo dice para provocar, a ver si me da celos y le propongo lo mismo.

No me importa vuestra relación, sin embargo, creo que te costará caro. Es una mujer de armas tomar y no se va a conformar con lo poco que tú le puedes dar.

—No me digas que tiene la desfachatez de ir pregonando que nos acostamos. Inquirió Facundo.

—Ah… pero… no lo sabías. Pues chico, imagino que si lo va difundiendo será verdad. Dice que ¡Contigo se acuesta desde hace meses!

Tranquilízala porque ya vas en boca del personal de fabricación y si llega a oídos del señor del Carbón, ¡Pues ya me dirás! 

En aquella industria de despiece para el consumo. A los vacunos se les quitaba la vida mediante un disparo al cráneo con una pistola de aire comprimido de bala cautiva. Que atontaba al carnero y desde ahí comenzaba el largo proceso de preparación.

En el desacople de la carne de cerdo, se utilizaba el método de degüello, que era dar muerte al gorrino cortándole las carótidas. Que están debajo de la capa grasienta de la papada.

Extirpando aquellas arterias profundas y dejando que el cuerpo se desangre.

Estos procedimientos hechos de forma industrial terminaban con la vida de aquel ganado que alimentan al mundo. 

Un buen día, siendo fin de mes de febrero. El del pago de nóminas a los obreros de aquella industria, no encontraban a Facundo, el jefe del departamento de montaje.

El gestor de todo lo que se cocía en aquel patíbulo, y el que tomaba medidas de los tinglados de aquella cadena de chacinería futura.

No se le localizaba por ningún sitio.

Se tenía conocimiento que había tenido unas palabras muy duras con una de las empleadas a la que Facundo más estimaba.

Con la que tenía trato especial durante la jornada de trabajo y la que al ser hija de uno de los gerifaltes del tinglado creía la dama, que podía hacer lo que le venía en gana.

El compañero de Marcela, el operario Manuel, fue en su busca.

Aquel que más o menos le había vaticinado malos momentos a su jefe y amigo Facundo, fue a indagar a la señorita que estaba en aquellos instantes acabando tarea en la cadena de remate y despiece.

Dando finito al proceso del fin de vía, en las cincuenta vacas de aquella partida.

Disparándole en la cabeza, con el perno cautivo. La varilla de hierro que penetra el cráneo del animal para que se desangre de forma paulatina. 

Al llegar a su altura Manuel preguntó con energía a Marcela.

Donde está Facundo, que nadie sabe donde para. ¿Puedes informarme? Aquella pervertida, mostraba signos del consumo de sicotrópicos o de alguna sustancia prohibida, además de oler a ginebra barata.

Le costó responder. Su lengua torpe estaba trabada por el alcohol que corría por sus venas y su descaro al informar fue de lo más impetuoso.

—Ahí lo tienes. ¡Ya calladito!  Le he empotrado un perno de las vacas en su cabeza. Ya no molestará más.

El cuerpo de Facundo, estaba en el suelo desnudo, preparado para procesarlo como carne picada.





Autor: Emilio Moreno