viernes, 28 de marzo de 2025

No es riqueza todo lo que relumbra.

 













Era un disloque hablar con sus amigos. Aquella pareja parecía haber sido diseñada desde un prototipo. Todos eran extraordinarios. La suerte que les tocó en la vida, fue milagrosa. Casi irrepetible, para nadie más. Sus consecuciones en la profesión fueron irreales, inauditas e improductivas. Los muchos logros conseguidos en sus ocupaciones, eran inalcanzables para el resto del mundo.

Era una extraña felicidad la que les embriagaba, haciendo que sus ansias estuvieran todas conseguidas, y por supuesto cumplidas.

Habían parido unos hijos prodigiosos, inteligentes, agradables y con unos trabajos profesionales que les daban amplitud de miras, gracias a los resultados que consiguieron al estudiar sus carreras. Se transformaron en científicos y se ganaban la vida mejor incluso que sus padres, que ya era mucho conceder. 

En una palabra. Daba asco estar con ellos más allá de cinco minutos.

Jamás en tan poco tiempo, se podían escuchar tantas ficciones e imprecisiones. Eran cautivos de sus mentiras.

No tenían apenas conversación constructiva, ni dejaban que el comunicante pudiera expresarse. Ya que hipotecaban la palabra ajena, para seguir conjeturando de nada. Porque nada es lo que había en sus vidas, y todo lo que decían no era cierto.

Parecía ser, en vista de lo que se atendía, que el escuchante, era algo así como un desgraciado. Por tanto ellos, compadecían a la gente, sin apenas atenderla, escucharla y entender que no habían podido ser dichosos en la vida.

Estaban acostumbrados a representar su propio vodevil teatrero, insoportable de atender. La gente que intentaba escucharlos, se sentía diezmado al oírlos.

Sin embargo aquella gente, los Curtis, Maddie y Denzel, le echaban una mirada envidiosa a los que decían ser amistades de los últimos cuarenta años y a todos los veía presumir. Como hacían ellos mismos. ¡A ver quién podía más! Figurar mucho, ¡Sí! Tanto que llegaba ser sospechoso. Demostrar, lo que aseguraban, era más peliagudo.

Ellos, el movimiento no lo reflejaban ni andando ni de otro modo. Tenían una lengua procaz muy atrevida y una memoria mínima que les dejaba fuera de juego a menudo.

Denzel, era de lo más jactancioso que ha parido madre. Alardeaba a menudo y en cada ocasión sin venir a cuento de su vida. Había tenido, según él, una estrella estupenda. Él mismo presumía de haber defendido una ocupación laboral digna de las envidias de todos sus colegas, amigos y familiares.

Nadie sabía del todo, lo que hacía en la Chevrolet, ni a qué se dedicaba, pero según el propio Denzel, decía. Sin su concurso, los empleados de la sección de montaje no hubiesen cobrado jamás a su hora.

Gracias a su erudición en el empeño, cobraron a tiempo siempre. Aunque si hurgabas un poco en la trayectoria del bueno de Denzel, los compañeros, lo detestaban por chivato, borracho y asqueroso.

Trabajó en la misma firma durante veinte años y lo jubilaron cuando llegó la primera crisis de la empresa. Tenían que desembarazarse de media plantilla. Una criba de empleados. Lo pusieron en la picota muy joven, sin tener en cuenta aquellas magníficas y excepcionales dotes empresariales, de las que presumía.

A la puñetera calle, junto a doscientos compañeros más, se encontraron en las listas del paro, esperando le dieran la liquidación final.

Cuando le preguntaban que había ocurrido. Siendo tan vital para la empresa, que lo despidieran sin más. Respondía con balbuceos y excusas, a las que estaba tan familiarizado, que no le era demasiado penoso.

Siendo uno más de los desocupados del país, refería unas aventuras que nadie podía digerir. Comprobando que de lo que decía, todo era humo.

 


En su juventud se había casado con Maddie y siempre habían sido ferices. Eso es lo que nos vendían a todos. Después no resultó tampoco ser cierto.

Formando una familia no muy amplia pero si perfecta a ojos de los ciegos.

Tuvieron dos hijos. Declan y Kingsley. El mayor tuvo problemas de naturaleza con los padres y pronto les abandonó sin dar señales de donde iba, donde paraba ni si volverían a encontrarse.

Los padres que ya pasaban por dificultades evidentes quisieron disimularlo diciendo que su hijo al acabar la ingeniería, había sido escogido de entre novecientos especialistas de la Universidad. Reclutándolo para los servicios espaciales de la NASA, en el espacio. Dedicado de lleno en el asunto del despegue y seguimiento en Cabo Cañaveral, de las naves tripuladas que partían hacia el espacio lunar.

Siguiendo de cerca y advirtiendo sobre la puntera tecnología de las aventuras del Apolo 12. Cuando realmente descubrieron que se había ido a una localidad de Dakota del Norte, siguiendo a una nativa Cheroqui que lo llevaba a mal traer. Trabajando sin descanso en un supermercado de capital alemán.

 

Entre tanto, a los más de treinta años de matrimonio Maddie, abandonó a Denzel. Sin motivos declarados pero a todas luces imaginados. Tras su despido, se echó al juego y a la bebida y no era raro el día que no medía con algún que otro golpe a Maddie y le montaba escándalos por celos.

Ella era una mujer que necesitaba de mucha atención. Había sido hija de un apoderado local del Condado y le habían imbuido vicios de ricachona. Con lo que con la pensión del esposo, el gran empleado y reconocido de la cadena de montaje de automóviles de Chevrolet, no le llegaba para casi ninguna de sus muchas aspiraciones.

 

Un buen día de paseo por los grandes supermercados, entró en la joyeria cantonal que lindaba con el búrguer de su amiga Madison. Con la que ya habían corrido alguna que otra francachela disfrutando de los Bois de los salones de perversión. Fue precisamente la descarada Madison la que le presentó a Finn, un representante de joyería al que de primer momento le entró por el ojo y por algún recodo más de su cuerpo. Viéndose y tocándose en el último tiempo durante dos o tres veces a la semana. Hasta que urdieron el plan y ella la buena de Maddie se libraba del esposo que ya era una piltrafa. Enamorada de Finn, dejó a Denzel sin miramiento ni tan siquiera pena. Trasladándose a Massachussets, en busca del amor y de los gozos. Sin saber que escapaba con aquel. Otro sinvergüenza, que la llevó a trabajar para vivir de ella. 

La que parecía más formal de toda la saga era Kingsley, una muchacha, sensata que es la que explicaba todas estas historias, en la reunión de alcohólicos anónimos de la ciudad, después de haber pasado por diferentes crisis de salud, provocadas por la bebida.

La hija de Denzel y Maddie, estuvo casada tres veces, y tuvo cuatro hijos.

Jamás fue feliz, como infelices fueron sus padres y hermano.

Sin embargo, aquel orgullo que tenían de querer representar aquello que no eran, la llevó siempre por bandera, como lo hicieron sus antecesores.

 

¡Se puede ser feliz así!



Emilio Moreno, autor
28 de marzo, 2025
 

miércoles, 26 de marzo de 2025

Las sobrinas de Gengis Kan.

 







Aquel taxista recogió a dos mujeres muy tapadas. Excesiva y exageradamente cubiertas con el velo musulmán, debidamente ajustado. Donde tan solo se les advertía parte de la frente, y los dos ojos. Por lo que bien podían ser musulmanas, o disimularlo.

El auto se detuvo en la puerta del Liceo y ascendieron al precioso Mercedes negro de inmediato. El reloj de la Rambla de las Flores marcaba las tres y dieciocho minutos de la madrugada. De un viernes santo, reincidido en aquel 7 de abril, del año 2023. Cuando accedieron al vehículo y se acomodaron, con cierto escándalo.

Una de las dos sarracenas. Muy asustada, indicó muy seria y con un acento desconocido, dónde pretendía dirigirse llevadas por aquel transporte público.

—Vamos a la calle Montaner número 9012. —Con voz lejana, se dejó oír.

El taxista a la vez que proveía con un gesto, haber escuchado donde las llevaría, las saludó tocándose la frente en señal de cortesía.

—Buenos días. Ante todo saludarlas con pretensión de servirlas. Tienen preferencia por alguna ruta hacia Muntaner, o prefieren que el “GPS” automático del vehículo haga su oficio. Ustedes dirán. —esperó respuesta el chófer, sin resultado.

Aquellas señoras vestidas con aquella prenda tradicional, que la denominan Burka, y les cubre todo el cuerpo y la cabeza, no contestaron. Con mucha parsimonia, ajustaron el volumen de su atuendo dentro de la parte trasera del vehículo y cerraron la puerta de acceso. Creyendo el taxista, al no recibir respuesta, que ni tan siquiera entendieron por dónde preferían ir a la dirección de destino. Sin más arrancó y se puso en marcha de inmediato sin dar explicaciones.

Las dos pasajeras no hablaban en un idioma conocido, y sabiendo que el cochero no las entendía, comenzaron su diálogo. En tono alterado y pesaroso. El conductor, quiso aminorar un poco aquel nivel de agresividad, interviniendo. Les dirigió la palabra, con la presunción de entablar conversación y aflojar aquel arrebato. Preguntando con mucha gracia y eufemismo.

—De dónde sois, porque en esta ciudad, no habéis nacido. Apostilló mirándolas por el retrovisor. Aprovechando el semáforo rojo de la confluencia y continuó hablándoles.

—¡Eso, no lo podría jurar, pero es casi seguro.! ¡Estoy en lo cierto.! ¿Verdad, o me engaño sólo? —aclaró con glamour y sin dejar la palabra les dijo.

—Porque el idioma que utilizáis. Si es que no es un galimatías, y no sea una graciosa forma que tengáis de contender entre las dos. No es ni inglés, ni francés. Ni tan siquiera árabe. ¡Es más! Yo diría que ni es idioma. Soy nacido en Ceuta, hijo de musulmanes y como imagináis he tenido mucho trato con diversas formas de hablar, y lo que vosotras utilizáis es tan raro como increíble. Acabó la interpelación y sorprendidas, contestaron con poca gana y menos garbo.

—Somos de muy lejos. —Por qué lo pregunta. Indicó la “Nahif”, de la túnica clara y siguió con su jerigonza.

—No es normal que suban a su taxi personas de otras latitudes?... interrogó la mujer ofendida.

—Nada de eso. Respondió el chófer y matizó. —¡Para nada.! Entiéndanme. Se me hace extraño. A estas horas en el día de dolor de la Semana Santa, atender a personas que parecen extranjeras, que no extrañas. A deshoras, tomando un taxi a la puerta de un teatro, cuando la religión que practican les prohíbe semejantes hechos. Aclaró el guía.

 —Venimos de muy lejos como le decía. Nuestro país queda muy lejano. Entre el sur de China y el norte de Rusia. —Volvió a decir, aclarando, aquella “Shabun”. La misma que había entablado conversación anteriormente y siguió argumentando, mientras el pillo del taxista oía.

—Pertenecemos al país de Gengis Kan. Aunque parezca que venimos de la rusia fría, no es de ahí donde procedemos. Se detuvo para escuchar la respuesta del incrédulo conductor.

—¡Uy qué lejos! — dijo el chófer y siguió exprimiéndoles para que hablaran.

—No os da reparo—preguntó— Salir tan de madrugada con la cantidad de chorizos que recorren la ciudad. No lo veo muy normal.

La muchacha que aún no había pronunciado vocablo, respondió acompañando la palabra con una sonrisa invisible, queriendo reflejar el blanco de sus dientes entre el entramado del tocado que llevaba y el espejo retrovisor, expresando en tono coloquial.

—A veces no queda más remedio que exponerse. Aunque habiendo delincuencia como imagino que hay en esta ciudad. No llega ni por asomo, a los niveles de infracción, que se consiguen donde nosotras hemos nacido. Sin dejar pasar dos segundos el conductor les preguntó.

—¡Pero de dónde venís muchachas! Por cierto me llamo Ayeiron, para serviros. Que sepáis que si debéis hacer cualquier otro trayecto, llamadme, mis servicios son pulcros, secretos, medidos y baratos. Os recojo frente donde estéis, y sin cargo excesivo os facilito el viaje donde sea. A la hora que sea. Os dejo mi tarjeta.

Les acercó el cartoncillo y la que viajaba tras de él, la recogió y sin aclarar nada más, la guardó. Volviendo a reprochar Ayeiron el no haber escuchado su país de procedencia.

—Perdonad, pero no recuerdo el país donde dijisteis venís.

—No puedes haber escuchado ese dato porque no lo hemos dicho. Sin embargo no creo que tenga demasiada trascendencia en este instante. Hizo un inciso y sin pensarlo demasiado le aclaró pronto la misma “sayida”, la que poco antes había recogido la tarjeta de visita.

—Somos de Mongolia. Yo soy Mirna y mi hermana se llama Narnia. Se miraron las dos y siguieron discutiendo disimuladas, en lo que decían ellas. Era su idioma original. La jerga de origen de su país. Mezclando palabras gallegas, con las valencianas y las procedentes de Baracaldo. Un disloque vergonzante. Una chapuza de timo el que preparaban. Notando Ayeiron, que estaban fingiendo, que ni eran mongoles ni mucho menos. Eran dos entretenidas que salían de un cabaret dispuestas a quedarse con lo que no era suyo. El chófer viendo la hora que era, se dejó llevar por ellas, a ver hasta donde llegaba la broma. Conectando la conversación del taxi con la Central y la Dirección Comarcal de la Policía, para que estuvieran al tanto, de aquellas hembras peligrosas.

De pronto y sin más, queriendo sorprender, recriminó Narnia a Mirna, que hubiera dado una información privada a un desconocido. Replicando ésta en el idioma en el que Ayeiron, pudiera entender que es lo que les estaba ocurriendo. 

 —Estamos en peligro. Alguien tendrá que ayudarnos, o es que nosotras podemos o sabemos. Debería ser alguien que conociera la ciudad, para poder encontrar a Moxa

Ayeiron, que no perdía puntada escuchó el mensaje de espanto que daba Narnia y pronto les preguntó.

—No es que deba meterme donde no me llaman pero veo y observo que estáis en una situación algo rara. He notado a Narnia que te decía con mucha pena que tu hermana ha desaparecido y estáis muy preocupadas. Ya que hace algo más de un mes y medio que falta de vuestra casa.

Interrumpió de malos modos y de golpe Narnia, a Ayeiron exigiéndole aclaración inmediata.

—Oye amigo, y tú cómo sabes que mi hermana me ha dicho semejante recado. Si en todo momento ha hablado en dialecto Jalja, idioma oficial Mongol. Quien eres tú. Que buscas. No lo entiendo. Respondió con temor Mirna. 

Ayeiron ya hacía muchos minutos, que estaba dando una vuelta soberbia para llegar al punto donde aquellas mujeres le habían contratado. Sin que ellas hubiesen apreciado la de vueltas y retrasos que el taxista le estaba propinando al servicio, para llegar al número doce de la calle Montaner.

El fino Ayeiron en un acto de ayuda, y por llegar al fondo de la tomadura de cabello que intentaban montarle a su propia persona fingió. Sabiendo además, que desde la prefectura de policía ya los estaban escuchando. Les propuso una solución, para ver hasta qué punto tenían urdido el teatro y embrollo. Planteando su ayuda, con la condición que llegara a saber y percibir la tortura de las que decían eran hermanas.

Hallar a Moxa, que aseguraban, faltaba de su casa desde hacía una cuarentena de jornadas.

Narnia que era más atrevida fue la que comenzó con el relato de la desaparición de Moxa. 

 —Somos una familia procedente de Zaporiyia en Ucrania, que nos afincamos en Ulán Batór, capital de Mongolia. Evitando los rigores de la guerra, y además y sobre todo. Intentar desaparecer para siempre de las vejaciones, violaciones y desmanes, de nuestros esposos. Subrayó suficiente su alevosía y prosiguió.

—Nuestra hermana Moxa fue la primera que huyó de Ulán Batór, hacia España, sin papeles, sin dinero. Sin nada. Tras asesinar a su esposo en defensa propia.

Después de una agresión criminal, que por poco no la deja sorda y parapléjica.

Otgonbayar, sin saberlo nosotras, pertenecía a una entidad de delincuentes y embaucadores. Ese tipejo Otgonbayar, era el marido de Moxa. Sus compinches, al descubrir que lo habían dejado seco y faltarle la vida sin haber podido liquidar todas las cuentas pendientes. Lo buscan para recuperar lo que es suyo. —suspiró mirando por la ventana del Mercedes y exclamó.

—Según hemos podido llegar a averiguar, le debe mucho a esa panda de sinvergüenzas, que por lo visto les hacía la pirula. Dejó de hablar para respirar y fue cuando Mirna, reanudó con la charla, matizando muy mucho. 

—Nos buscan a todos creyendo que nos hemos apoderado del dinero, de las drogas y de las comisiones habidas. Por lo que creemos que vinieron tras de ella, a buscarla.

Se la han llevado y no sabemos su paradero, faltando ya de su casa desde hace casi dos meses.

El taxista se hizo cruces y les preguntó a las “(mughataaa)”, mujeres tapadas.

—Entonces vosotras dos, como os pudisteis liberar de vuestros esposos.

—Del mismo modo que lo hizo Moxa, —adujo Mirna—pero nosotras los acuchillamos, antes de que nos mataran ellos a palos, golpes y vejaciones. Los enterramos en dos sarcófagos de piedra antiguos que es difícil encuentren si no los buscan con esmero.

 


El taxi llegó a Muntaner, y frente al numero nueve mil doce, se detuvo el Mercedes. Donde les esperaba una vieja muy acicalada con la piel acartonada, que les hacía desde lejos señales, que llegaba en nada. Ya a la altura del taxi, aquella mujer le preguntó al taxista. 

—Que te han contado estas dos nietas mías, que son más embusteras que Maleni Medrano, la bruja de Cáceres. ¡Que esa soy yo! Presumió la mujer sin menoscabo.

Ayeiron el conductor, sonrió y no hizo más que conectar la emisora con su auricular, indicando el fin de carrera. Caso de alguna acción oportuna y por si tuviera que tomar medidas. Atendiendo desde su radio frecuencia que llevaba minutos conectada directamente con las urgencias de la Asociación de Taxistas. Acciones que se usan para evitar robos, atracos y demás fechorías a los conductores y en casos extremos conectan directamente con la policía.

Lo dispuso todo con mucho disimulo, dejando abierta la sesión mientras aquellas listillas presumían.

—Verá usted chófer, —dijo la yaya— la vida está muy cara y el coche que conduces, no está nada mal, para venderlo por piezas en el mercado africano. Además la caja que has hecho esta noche nos la quedaremos. Siempre que no te sepa mal, y no quieras salir herido. No pienses en acciones salvadoras. Estás pringado y te estoy apuntando con un revólver. Lo teníamos atado y todo pensado y diseñado por mi que he sido la que les enseñé el oficio. Miró a sus nietas disfrazadas, que se iban despojando de las telas que cubrían sus cuerpos, esperando mínimamente

Ayeiron, tranquilo ni se inmutó, y dejó que aquellas trotaconventos hablaran, desfogaran y escupieran todas las bravatas que habían imaginado mientras él, les seguía la corriente. 

—¿Ha salido bien el plan de engaño? —les dijo la abuela a las nietas.

—No me vais a decir que este pavo no se ha tragado la trola. Miranda, la que se hacía pasar por Mirna, le dijo a su abuela.

—Pues mira, que no es tan memo como creíamos. Ha dudado de nosotras, pero ha sido incapaz de llevarnos a la comisaría y denunciarnos. Igual no se lo imaginaba. Siguió apostillando

—Lo más gracioso que he estado a punto de mandar el plan al garete por la risa.

Ha sido cuando hemos imitado el lenguaje que nos dijiste. No se lo ha tragado para nada. El tuno, entendía la mezcla del valenciano, del vasco, el Chapurriàu y del gallego. Tiene muchos tiros pegados este tipillo. Absolutamente todo lo ha entendido. Por lo que no creo que sea tan pavo. ¡Verdad! 

—Me vais a decir, que no me he dado cuenta del peine que llevabais. Nada de lo que habéis contado es cierto—dijo Ayeiron.

—Sin embargo, tanto la compañía de taxis, como la guardia civil, os ha estado escuchando todo el relato, mientras me iban dando indicaciones por el pinganillo que llevo puesto en el oído izquierdo. 

—Creíamos que no eras tan listo. Le dijo Mirna al chófer, que en realidad se llama Miranda y es una ladrona infeliz.

Junto a ella poco antes del susto, Narcisa, la que hizo las veces de Narnia su hermana. Se le cortó la sonrisa de los labios. Al ver tras del Mercedes, dos furgonetas de la policía que les rodeaba y ya no se atrevió a soltarse el moño.

Por la espalda detuvieron a la abuela, y la desarmaron. De la pistola de plástico que portaba. Las dos gacelas mongolas bajaron del auto, invitadas por los agentes.



Autor; Emilio Moreno
26 de marzo de 2026
 

lunes, 24 de marzo de 2025

Bríos de celestina.

 







La familia Martinete, era como era. Difícil de concebir y sobre todo muy alejada de normas y cumplimientos. No digamos de leyes y respetos ajenos. ¡Eso sí!... Unida entre ellos y apasionada. En temas de divertimento. Permitiendo toda clase de temeridad, inflexión o barbaridad cometida hacia terceras personas. Sin importarles consecuencias y acusaciones veladas, que normalmente debían resistir.

Vivían al borde del delito, la infracción y el precipicio legal. Sin que les afectara lo más mínimo. A pesar de las muchas y frecuentes visitas de la policía a su domicilio. Sito en una boca calle de la Ronda del Río, esquina con la pendiente de San Pedro. Que era una avenida en construcción sin salida, muy pertinente para el servicio de sus fechorías. Justo y muy cerca de lo que ellos llamaban los almacenes alemanes.

Tenderete donde se servían de aquello que les era preciso, y no era más que la bodega de la tía Carmina. Donde fiaban sus compras y avituallamientos. Sus bebidas y tabaco, hasta el final de mes, que si podían lo pagaban y si no, pues ¡A joderse toca!

¡No pasaba nada!

Carmina la tendera, se lo prorrateaba en su débito. Cargándoles un algo, sin medida y sin previo aviso, en su cuenta. Lo que a ella le venía en gana, hasta que aquellos descreídos podían pagar la deuda.

Trinibel, la abuela de todos sus nietos, y madre de sus cinco hijos, era una inconsciente y apática mujer, llegada hacía muchos años de su territorio bético original. Que se ganaba la vida de forma pasmosa, para sostener a sus niños y a su esposo. El vanidoso Jesús.

Un inválido para el esfuerzo continuo, y una máquina forjadora de embarazos y engaños. Experto en adquisiciones y provechos ajenos. Un jeta presumido y desalmado de guante blanco al que le llamaban “el Baldao.” Abreviatura de entumecido para un oficio, o nulo para desempeñarlo por sus escasos bríos y vagabundeo.

Siempre había contado con la atracción y devoción que le profesaba su Trinibel. Que saboreaba con él, y le permitía en demasía, sus auras, sudores, mojes y antojos. Todo lo que daba su “don de gentes” y su gracia innata para las bromas chistosas. Escarceos con las mujeres ajenas y como es natural, con los botellines de cerveza y tragos de todo vigor y gradación, que le proveía la buena de Carmina. Cargados con suficientes y relevantes niveles etílicos. Causa necesaria para la combustión que en los momentos denominados “A la postre “. Le aportaba en buena medida toda su singularidad.

Era un tipo desenvuelto ya con cierta edad, pero que en sus años verdes sin duda fue un ejemplar bello, al que las señoras, pudieran rifárselo por aquello de “su hermosura”. 

Jesús estaba con la condicional. Derivada de una condena que cumplía desde hacía varios años, en el presidio de la comarca, por un atraco a mano armada cometido en la Joyería de Trancho, y el escamoteo de carteras y relojes sustraídos en la estación del metro del Liceo y las Ramblas. Correctivos que lo llevaron a la trena sin preámbulos, retrasos, ni cancelaciones. Dejando a la familia su legado, que no era otro que el de seguir haciendo la calle, el timo, el robo y el escamoteo.

Tiempo el de su presidio en la penitenciaría que mantuvo a Trinibel en su salsa. Volviendo al arte y ensayo sin espectadores legales, pero sí, con aquellos anónimos tipejos del burdel que frecuentaban el poco salubre meretricio.

Madám Trinibel, conocida en el ambiente del lupanar, como la Adonis descalza, estaba empleada en el Chinchimén, un antro de la calle Unión, donde daba servicio completo a clientes selectos.

De los hijos que tenían en común aquella pareja compuesta por Trini y Jesús. Eran los tres últimos que nacieron. Los dos nacidos anteriores fueron fruto tan solo de Trinibel. 

Teresa, Fernando y Remedios estaban en la mayoría de edad, y ya pululaban en quehaceres semejantes o parecidos, a lo que habían mamado en la infancia.

Poco miedo, poco curro y mucha marcha.

La hija mayor, Teresa, frecuentaba una nueva modalidad de puteche. Dando servicio de mancebía a domicilio. Con lo que alimentaba mal y escasamente a su hijito Arsenio.

Un niño de tres años, que carecía de todas las culpas de sus antecesores. Chaval que se criaba solo sin instrucción, y apenas cariño. Estando cuidado mientras su mamá fornicaba. Al cargo de Mercedes, una prima hermana que le hacía labores de nurse. 

Fernando siguiendo las enseñanzas paternas, trajinaba como proxeneta con media docena de señoritas de alterne, y les hacía las veces de secretario, vigilante, y guardaespaldas. Sin llegar a desenvolverse como Jesús, su padre. Que con eso de la cárcel, no le había dado tiempo a enseñarle todo el tinglado.

Remedios no era del mismo palo que sus congéneres. No le gustaban los gatuperios, ni el sendero marginal que llevaba parte de su ralea. Estaba empleada en unos almacenes de mantas, colchas y ropa de cama que existía en la calle Junqueras, y se administraba como podía con el sueldo que obtenía a fin de mes. Además de atender, cuando le era posible y en cierta forma, de Arsenio. Su sobrino, que estaba casi dejado de la mano de Dios. 

Dolores y César, los hijos paridos por la Adonis descalza Trinibel, no la reconocían como madre. Cuando nacieron, estaba soltera y amancebada con un tal Enrique, padre de las criaturas. Que los trajeron al mundo para hacerlos sufrir.

Una vez fueron mayores, la historia siguió siendo penosa para ellos. No solían tener cercanía con la mamá. Apenas se veían y jamás coincidían, por existir aquel rencor que suelen dar los hijos abandonados. Que fruto de no tener el cariño de sus padres, pierden todo apego y llegan incluso al olvido.

Enrique, desapareció en un carguero que iba destino a Guinea, y ella, sin perder tiempo se enfrentó a su pírrica vida como pudo.

Sus dos hijos mayores jamás la consideraron madre, y soportaron con estoicidad su pasado. Trinibel jamás los echó en falta, siendo muy desconsiderada con aquellas criaturas que estaban pagando el reverso de un destino aciago. Sufriendo en sus carnes la falta de cariño y de cuidados. Consecuencias que los destruyeron psíquicamente durante toda su infancia.

Los había traído al mundo cuando aun era una mocita que apenas despuntaba y se habían criado fuera de su cuidado, con los abuelos maternos, que eran los que les habían dado instrucción y alimentos. Hasta que la muerte de los ancianos separó a los dos hermanos, que fueron adoptados cada uno con familias diferentes, tras haber soportado un hospicio durante tres años. 

Dolores era una muchacha enfermiza y desolada con grandes depresiones provocadas por las insuficiencias que tuvo en su crianza, las cuales la llevaron al punto de enajenarse y estar recluida en el manicomio de la Santa Cruz. Sin visos de mejora ni de reactivación vital. Con recaídas constantes que la dejaban fuera de una feliz vivencia.

Era visitada a menudo por su hermano César y la familia de este.

César se había empleado en la compañía de tranvías y conducía un trole de la línea del número veintinueve, que era el transporte de la circunvalación por toda la ciudad.

Estaba casado con Amparo, una mujer muy piadosa, que le atendía y respetaba como jamás lo había hecho nadie. La pareja eran padres de un par de niñas jovencitas.

Resurrección y Matilde. Sin embargo, el padre de estas niñas, a pesar de no ser mal tipo, jamás quiso mezclar a su nueva familia con la que decían era su madre.

  

 

Sin precisar en el tiempo, les pasaron a todos veinte años. Que si los vives con decencia, cuidado, y pocos excesos, y la salud te respeta, llegas a la edad, de la expresión usada … “Si no fuera… por… 

La Adonis descalza, se ha transformado en una vieja inmunda, que después de la muerte de Jesús, se enredó con un tal Paco, un abulense que le sacó todo lo que pudo y le dio una vida de perros. Devolviéndole así el destino parte de lo que había hecho sufrir a los que la rodeaban. 

En la actualidad está como moradora en la residencia los Tiernos Egoístas de la ciudad de Ávila. Su venerado y guapo Jesús, había muerto en la cárcel. Tras haber entrado y salido mas veces de lo que pudo imaginar. Una infección fecal, se lo llevó por delante. Siendo un vicioso personaje, abandonado por todos sus hijos. El Baldao, murió penando por tantas barbaridades cometidas, sin menoscabo, engañando al mundo entero hasta sus últimos días. Su hija Teresa murió una tarde de colmo y consumo de substancias. Al tirarse desde la azotea del hospital, donde trataban de paliar la cirrosis galopante que se apoderaba de ella. Sin tener contacto con su Arsenio, que la repudiaba y jamás llegaron a tratarse como madre e hijo. Aquel sufridor, trabajó como albañil en las obras, y se casó con Lucinda, una muchacha decente. Siendo padres de dos hijos muy queridos. Que a pesar de la educación correcta y medida que les dieron. Evitando se repitiera la tradición y llegaran a ser gente desordenada y ruin, cómo lo habían sido los abuelos. Pusieron medios.

Sin embargo aquella familia, estaba destinada al sufrimiento excesivo. Sus hijos no fueron tampoco comedidos, ni honrados. Volvieron a ser como sus parientes ancianos. Gente que vive fuera de la ley y del orden.

Arsenio y Lucinda, fueron castigados de nuevo con el tormento y acciones de sus descendientes. Con seguridad portaban los genes fermentados de la rayana estirpe. Dedicándose al galanteo, al cachondeo, y al desplume. 

Fernando el hijo de Trinibel y Jesús, está cumpliendo una condena de veinte años revisable, por haber apaleado a un viandante al que liquidaron de la somanta enorme que le dieron, tan solo para robarle doce euros y un teléfono.

Un sinvergüenza, el tal Fernando. Un desgraciado de tomo y lomo, que siempre anduvo huyendo de la ley y de las normas establecidas. Un forajido que vive preso por sus atrocidades y jamás dejará de ser carne de presidio inexcusable.

Remedios, se jubiló en la fábrica de mantas y jamás se casó. No confiaba en la gente, después de padecer lo impensable. Tiene contacto con su sobrino Arsenio y su familia, pero ninguno quiere recordar aquellos años, ni pensar en lo que tuvieron que soportar. 

Dolores se recuperó de sus depresiones y se marchó a Tegucigalpa, capital de Honduras como ayudante de enfermera con una Organización de Ayuda para los huérfanos de la guerrilla. Encontró la felicidad, dentro de un mundo de miserias y de pobreza, ayudando a los desvalidos. Se ve con su hermano César, de peras a uvas. Por Navidad. Cuando Dolores recala en España por motivos vacacionales.

César es abuelo de tres niñas. Se prejubiló, al aprovechar una oferta de la empresa de transportes y ha borrado definitivamente su historia pasada. Sin querer saber nada de su madre biológica, que desde la residencia de los Tiernos Egoístas, le manda recados quejándose de que tiene hijos que no la cuidan.

Repitiendo una frase que aprendió a destiempo, sin saber tampoco, lo que significa. “Cría cuervos que te sacarán….

A ella no le pueden sacar nada, ni tan siquiera el arrepentimiento.




Autor: Emilio Moreno
fecha: 24 de marzo 2025

sábado, 22 de marzo de 2025

Tatuaje en la teta izquierda de Palmira.

 











Benedict hacía años que pertenecía a la firma inglesa de modas Short Camufles y tenía una relación estupenda con Bendy Smith, la diseñadora especial y reconocida en medio mundo. La que por confianza solía, explicarle a Benedict, todas las alegrías, penas y efemérides de su existencia.  

En aquel taller se confeccionaban vestidos y trajes para celebridades, con lo cual, aquello de la apertura siempre fue un estandarte para los propietarios de la sastrería.

La magnífica firma, regentada por el insigne creador de tendencias, Cecilio Delgatto, dejaba agradecido a sus clientes por la calidad y diseño de los modelos que fabricaban, que agradaban a modelos de pasarela y como no, a todos los que allí colaboraban y cumplían, obteniendo un éxito sensacional.

 

El nombre de Benedict, era un apodo artístico del buen costurero Benito Cayuela, un tipo sencillo de moral innata y de principios serenos. Algo egoísta y poco hablador, rendido por las mujeres sin excepción. Todas, todas. A las que callado, con su mirada baja, y tantos suspiros disimulados, consumía con la vista. Por ser decenas de bellezas, las que con gusto les probaba la ropa y a menudo solía verlas sin ella.

Aquellas mujeres preciosas, lo veían y lo determinaban como un profesional de los mejores y más destacados de la tijera europea. Al artista de la aguja y el hilo, se le iban siempre las miradas, tras los escotes y las faldas cortas. Damas, señoras, y señoritas que pasaban por aquellos obradores de confección, unas a probar modelos, otras a adquirir nuevos vestidos y todas por la presunción y la buena presencia.

Atraído por las curvas, perfumes y poses de tanta belleza femenina, vivía en el mundo de la pasión no ensayada. Deseos impíos y aspiraciones vorágines sombrías, lo desquiciaban a menudo. Tratándolas con la resignación de su dulzura, y con una atrevimiento y gozo, cada vez más inconfesable.

En ciertas ocasiones se le iban las manos más de la cuenta a lugares corporales, que quizás eran prohibidos, pero que aquellas damas, lo admitían de buen grado, sin exaltaciones ni brusquedades.

Permanecía soltero y ya contaba con más de cuarenta años. De los cuales según decía el silencioso modisto, a su amiga Bendy Smith, en una de las confidencias que solían tener a menudo.

—No he podido disfrutar con mujer alguna. No sé lo que es tener tacto sincero con mozas ajenas. A parte de algún que otro escarceo que como norma aparecen sin más y a espaldas de mamá. Le comentaba con muy poca pena a su colega y guapa compañera. 

Como suele suceder, es mejor proyectar los yerros a terceros, para evitar el enfrentarse con la propia responsabilidad. Así que Benedict, le echaba las culpas de su miedo a mamá, que lo tuvo siempre marcado, y no le permitía ni mínimos gozos, ni excesos máximos con amigas. Mucho menos con cualquiera de los disfrutes con chicas de su tiempo.

A no ser que aquellos deleites los compartiera con ella misma. Con su propia madre. De ahí su falta de rigor con las señoritas por su inacción. Acostumbrado a compartir el sexo de forma incestuosa.

Había sido un hijo excesivamente timorato y corto. Falto de carácter para enfrentarse libremente al sexo, padecía sus ridículas aspiraciones.

En la actualidad al quedarse huérfano, comenzaba a querer abrirse y vivir con retraso todo aquello que se había quedado en su nexo.

Ocupaba el pisito de sus papás y pretendía llenarlo con alguna mujer que lo entendiera y no le complicara mucho la vida.

Bendy sabiendo del percal, lo atosigó preguntando a ver que respondía, y en una de las charlas amistosas, le exigió que le confesara sus inclinaciones y respondiera con certidumbre a su pregunta directa. 

— Entonces Benito, cuando me miras el escote de forma furtiva, o te inclinas bajo la mesa para verme el final de mis muslos, disfrutas o padeces. Ya que no son vistas cómodas, ni son carnes de tu madre. 

— Gozo de tu talle. Te has dado cuenta que te miro cuando estás despistada. Me encantas. Eres casi una obsesión, pero se que eres una mujer comprometida y no hay más que hablar. Te debo respeto, aunque miro siempre lo que enseñas. Que además sé que lo disfrutas, porque te encanta mostrar tu cuerpo. Bendy sin cortarse le respondió cual amante sumiso, queriendo satisfacerlo. 

— Lo hago para ponerte a tono. Cuando lo consigo lo disfruto como no puedes imaginar. Te transformas, y eres más recíproco. Y sé que tú, te has dado cuenta. A menudo, lo forjo para disfrutar de ti. Viendo cómo te gusto y te humedeces. Lo preparo descaradamente para advertir, y deleitarte por lo ciego que te pones conmigo. Confesó la descarada Bendy, con una sonrisa picante. 

—Has de perdonarme. —Le solicitó Benedict. —Procuraré evitar ese contratiempo. Sin embargo quiero que sepas que tienes un talle precioso. Dejó que respondiera su colega. 

—Fíjate que bien sabes ponerme fogosa. Todas las clientas lo han notado. Y algunas me preguntan si estamos liados. No saben que esas acciones quedan reservadas para cuando se dan los instantes pertinentes. Que yo tramito y reservo para ocasiones originales. Si se dan fuera de mi matrimonio. Comentó con descaro aquella mujer, y siguió confesando a su colega Benedict, con aquella impronta de la que solía presumir. 

—Lo sé, amigo Benito. ¡Que te gusto! Aunque jamás has tenido valor para decírmelo. Me hubiera emocionado saberlo de tu boca. ¡No solo te gusto yo, como sabemos y se nota! Sin embargo, has de ir con talento, y procurar llevar cuidado, con tus reacciones. Siguió argumentando la señorita Smith. 

—Cuando le pruebas los vestidos a según que clientas, pon mucha atención. Hizo un preámbulo y le advirtió amigable. 

—Esos tipazos que se creen son lo mejor de la huerta. Tienen peligro y saben montar escándalos para sacar partido y salir en las revistas. Siguió aconsejando. 

—Se muy talentoso, y no te pases ni abuses en los roces ni caricias. Alguna puede acarrearte dolores de cabeza, por abusos. ¿Me entiendes? Acabó su locución la compañera y no tardó Benito en responder con agrado. 

—Procuro, ser profesional, y no dejarme llevar por mis reacciones mundanas. —ilustró aclarando la respuesta. 

—De todas maneras quiero darte las gracias por ser tan cordial y comprensiva conmigo. Me sirves de mucha ayuda, y lo sabes. Le conminó Benedict, dejando que siguiera confesando sus secretos.

Bendy en un alarde de revelación le adelantó una noticia que el modisto, desconocía y con seguridad en el momento de conocerla, le iba a hacer temblar las piernas. 

—Sabes, que las mujeres todo lo hablamos. Y ayer sin ir más lejos en el vestuario, probándole el corsé a Palmira Ronces, me dijo. Hizo una pausa comedida y sustentó. 

—¡Sabes de quien te hablo! La conoces verdad.

Lo miró con sorpresa, pensando que se hacía el tonto. Esperó tras la interrogación la respuesta en forma de gesto y siguió. 

—Es la dama que lleva tatuado un plátano en la teta izquierda. ¡Sabes de quien te hablo. El amigo respondió con un gesto de cabeza y succionándose los labios, dejó que finalizara. 

—Imagino que has disfrutado mirando aquella teta de Palmira. Y por supuesto, plácido si te hubiese permitido comerte su fruta, que en su punto debe estar. Siguió riendo y señalando. 

—Quien sabe lo que llevará doña Palmira, dibujado en partes invisibles al público. Hizo un mínimo mohín y siguió. 

—¡Es una tigresa. Una tía que está muy buena, aunque ya es madura! Y bebe los vientos por ti. Se frenó para proseguir y adujo jocosa. 

—No te hagas el estrecho. Que las mujeres tenemos ansias. —dejó que se impresionara y vaciló. 

—Como te iba diciendo. Palmira con descaro me preguntó por tu situación. Si eras potente, ardiente y sensual porque servicial si te ve. Quiso saber si estás en pareja o casado. En fin ya sabes. Por lo visto le gustas más como tío que como sastre.

Me hizo jurar que jamás te lo diría. Se lo prometí con la boca medio vana. Ya me conoces. Si puedes acercarte a ella, y le sacas algo, eso es lo que te llevas. Añadiendo una sonrisa  continuó. 



—Cartera tiene, y de lo demás le sobra, aunque ya está en una edad como la tuya.

Quizás sea algo mayor, pero las carnes las tiene bastante duras. Imagino quiere conseguir alguien que la caliente en las noches de frío y la engrase en las madrugadas de verano. De pronto se frenó y aclaró. 

—Fuera bromas. Te digo y pude ver que le vas y la desquicias. Casi la vuelves loca con tus caricias. Sabiendo ponerla a caldo. —añadió. —Me confesó que cuando tú la desnudas para probarle la ropa, se excita. Entra en un gozo sensual y queda más tibia de lo normal. Cuando la palpas con esa maestría seductora, se deshace a chorros de gusto, y a veces con descaro y gestos se te ha insinuado para que la acaricies.

Incluso se ha brindado a que siguieras con los arrumacos y tú no le has hecho caso. Detuvo la conferencia de pronto y muy seria le manifestó.

Un consejo que te doy. Puso énfasis en el final de su perorata y anunció. 

—Creo que si te lo propones, y le entras, te la llevas al catre y posiblemente algo más.

No te haría ascos, si tú le ofrecieras unas relaciones serias. ¡Lo está deseando! Está por la labor, para que la seduzcas, la enamores y por supuesto la fecundes.

¡Claro!, como es natural me lo dijo en una charla privada. A modo de aviso.

Ya sabes, siempre es así. Aunque lo anunció, para que me quedara con el cuento.

Tuve que jurarle que no te lo diría. ¡Creo que mentía! Lo hizo con la boca pequeña, a ver si se me escapaba y te llegaba el mensaje.




Autor: Emilio Moreno
Marzo de 2025, día 22.
 

jueves, 20 de marzo de 2025

La Frau y empleadas con síndrome al afán sexual.2ª Parte

 










En el epicentro de la sala de cálculos de la empresa Bitteres Fleisch, se acomodaba el jefecin de sección, que ocupaba despacho frente a los gestores a sueldo. Aquel responsable era un tipo inepto y muy holgazán, engreído y desustanciado.

Sobrino del Subdirector del Partido CDU, que lo habían enchufado, siendo colocado por recomendación política, con escasa valía. Solucionando poco los asuntos corporativos, ya que el incapaz de Herr Cruasse, era un desencanto. Cobarde, miedoso y chivato.

Tres virtudes que sobresalían de entre su incapacidad. Que sus inmediatos conocían, por motivos obvios. Al soportarlo en escenarios nada dignos. Además de la inmoralidad de su conducta, por insolvencia técnica.

Creyendo ser un adonis, del cual todas las vasallas de la agencia bebían los vientos por Dogerthy Cruasse. Aquel que al alterarse tartamudeaba, quedándose obstruido por menos de un céfiro.

Un indudable fan de la magnífica Frau Hexelman. La diréktor. La Froilán que cuando aparecía por la sala de procesos, se desvivía por su sombra. Incluso, el muy patán había cambiado de marca de perfume. Cuando supo que la Frau, le encaprichaba la colonia de bebés recién nacidos. Por ello, substituyó su loción por la de neonatos. Intentando dejarla prendada, con aquellos aromas expelidos.

Un sumiso infeliz que accedía a todos los consejos que su jefa la froilander le dictaba y sin más preámbulos, se le cuadraba y reclinaba, como acto de obediencia. 

Aquella directora, no podía tragar aquel responsable del negociado, por muchos motivos entre los cuales, era notorio su poco apresto y por su temor ante los dilemas del oficio. Además de conocer la tendencia de Dogerthy. Por estar deslumbrado por la mujer de la limpieza del departamento. Que de vez en cuando la trajinaba en las dependencias del lugar de trabajo. Burlando a las cámaras de seguridad. Sin conocer que la teniente Nélida Country, los había grabado en varias ocasiones, mientras desnudos yacían fornicando apostados entre los productos de fabricación.

Todas las tardes aparecía la limpiadora, por su mesa y lo miraba con ojillos de querer llevarlo al huerto. Pretendiendo recoger los pepinos sembrados en el jardín y que emergían erectos como palos, en el vergel trasero de las oficinas.

La junta de responsables aún y conociendo los detalles ocurridos entre Dogerthy y la “vermissen”. No se atrevían a despacharlo y ponerlo en la acera del polígono, ya que tenía una recomendación de altura, y podían perder los aranceles con que el partido beneficiaba a la empresa Bitteres Fleisch Sibrabaw. 

Aquella Frau, estaba fuera de sí, al conocer por boca de la exteniente, los meneos del fulanito.  Sin poder tomar medidas a pesar de que todo lo verificaba. Con ayuda de sus ojos y de las cámaras, que destacaban los meneos de todos los que ocupaban el perímetro de trabajo.

Habían sabido burlar la seguridad. Por ello estaba iracunda buscando un motivo para despedir al encargado, y buscando la excusa le preguntó a Dogerthy Cruasse, de pronto. 

¿Qué clase de colonia se pone usted, que huele a dodotys. El asustado jefecillo sin más y creyendo que le agradaría subtituló la respuesta de un modo caótico. 

Sabiendo que a usted le gusta la colonia de bebés, me he permitido el detalle de rociarme todas las mañanas para agradar. 

— Usted es un necio. Quizás un tontolo o un caradura. Eso me parece usted Dogerthy. Un hipócrita descentrado. Igual estoy equivocada, pero así lo intuyo. Asestó la Frau Hexelman, esperando respuesta. 

—No sé a qué obedece esa pregunta, soy un fiel servidor de la firma y siempre actúo con la solvencia que se me exige. 

—Mire usted.  Herr Cruasse, ¡no lo parece! 

El caballero muy servicial supo sobreponerse y preguntar a la CEO. 

—Cómo puede expresar semejante afirmación, Frau Hexelman, soy todo servicio para la empresa y hago mi trabajo de forma intachable. Aquella mujer casi fuera de su propio quicio le comunicó. 

—Le cuento. Porque parece que sea un descerebrado. Hemos despedido a Jennifer Platt, la muchacha de limpieza, la que nos ha confesado que usted, le atosiga, y la violenta llevándola al almacén de semielaborados, le baja las prendas interiores y se la trajina. 

—Eso es imposible que Jenni se lo haya dicho. La llevo al almacén para recontar los químicos para la limpieza. Estoy en que se gasta demasiada lejía. Además el que estemos enamorados no quita para nada nuestro servicio. En uno de los recuentos, juró que ahorraría todo lo que pudiera, simplemente por agradarme, al estar encariñada de mí, y que sería siempre fiel a mi persona.

La carcajada de la germana llegó a inquietar a los que trabajaban en la sala, y de pronto le comunicó. 

—Yo de usted, pediría la cuenta y me abriría, antes que le mostremos la grabación que ha hecho el servicio de la seguridad, de ustedes. En posiciones nada corporativas y mostrando sus inquietudes en imágenes de colores.

Jenni la despedida, nos ha confesado—continuó balbuceando, aquella carabina femenina. 

— Que un día usted la mandó llamar en horas de trabajo. Ella sin menoscabo, se acercó y se le insinuó de forma sensual, sin que usted detuviera aquel impulso premeditado de la descarada, y usted le puso sin más sus grandes manos en el rostro. Creyendo la empleada iba a quitarle una mota de carmín, que mal relucía en su barbilla.

Al acercarse, se besaron como iracundos sin que la señorita pusiese oposición, ante el soberano pico que le propinó delante de todos los compañeros de la sala de cálculos.

Se detuvo y tragó la agria saliva que se acumulaba en su garganta, para acabar diciéndole. 

—Usted se la llevó. Mejor dicho. La arrastró al almacén. Dónde la desnudó y con la complacencia de la limpiadora, copularon hasta la extenuación.

Volvió a frenarse en su cólera aquella berlinesa aguerrida para decirle sin compasión. 

— Dogerthy Cruasse, me da usted una especie de asco profundo, que no puedo pasar por alto y aunque tenga la protección política del partido, en mi departamento no le quiero ni un minuto más. 

Morgan, se empachaba de todas aquellas ridículas manifestaciones. Interrumpía su cometido y sus labores para no perder el hilo de todo lo que se cocía en aquel departamento de análisis y sistemas.

Observando que la Frau Hexelman, aprovechaba coyunturas y extraía su beneficio. Sin menoscabo de lo inmediato. Así tapaba la historia que tenía con el esposo de una de las empleadas en aquella empresa. Decidiendo que sus pensamientos no eran diferentes a lo que suele pasar, en ambientes donde no se suelen cumplir las normas establecidas, y abundan los enchufes, los chivatos, los rastreros y los que no llegan a ser del todo profesionales.

En dos semanas, Frau Hexelman se despedía de su trabajo, y de sus compañeros, había sido despedida repentinamente, con excusas harto inexplicables. Sin saber de dónde llegaba la orden, aunque se lo imaginara.

El jefecillo Dogerthy Cruasse, fue trasladado de departamento, con un cargo y un sueldo superior. Ostentando el lugar del Departamento de Servicios Sociales.

 

A veces, triunfa lo inaudito. ¡Casi siempre!


Autor: Emilio Moreno
marzo de 2025