jueves, 28 de agosto de 2025

Ninguno de ellos, tiene memoria.

 



Aquel pueblo se estaba quedando sin gente. No nacían niños suficientes y los mayores morían, unos por viejos y enfermos y otros a los que nadie menciona se van del mundo, de repente y en silencio, pero cabreados. Notando esa falta de atención hospitalaria, por las grandes distancias entre puntos de asistencia necesarios y casi por la inexistencia de especialistas clínicos. Aunque graciosamente decían para mitigar el grado, una frase lapidaria, que recordaría Manolo para siempre.

—Es que te crees, que porque vivas al lado de un hospital no te morirás.

Se estaba notando en la profesión médica, que el destino les importaba a los licenciados. Los cuales, cuando se facultaban, preferían residir en las grandes ciudades, intentando dar servicio a los muchos pacientes que podrían tener al habitar en las grandes urbes.

Aquellos pensamientos los refería Manolo al regreso de sus vacaciones veraniegas mientras se tomaba su cerveza sin alcohol, con sus amigos en la Peña de los Cuñaos. Sus colegas, los habituales, con los que solía reunirse.

Refiriendo detalles ocurridos en aquel espacio de tiempo, que no le parecieron demasiado normales, o que posiblemente pudieran mejorarse. Al tiempo que daba su punto de vista.

—En la villa donde he pasado el mes de veraneo—apuntaba. Observando las caras de circunstancia que ponían alguno de sus escuchantes, como si les costara creer lo que estaba apostillando. Otros lo entendían a la perfección y muy interesados siguieron atentos a sus declaraciones, que sin retraso aireó.

—Nombre, de donde he estado, no lo diré. Porque hay muchas villas y lugares a las que podríamos catalogar con las mismas carencias.

Localizaciones que no pueden ser atendidos todos los enfermos, en su mayoría viejos y accidentados, por falta de enfermeros, farmacéuticos y personal médico. Las localidades que están ubicadas en el extra radio. Detuvo la velocidad de expresión para respirar y sin más, siguió aportando.

—Se quedan sin gente. Pueblos que están entre la nada y ningún sitio. Dejados de la mano de Dios, y no digamos de los políticos.

Sin línea de ferrocarril, con un servicio pésimo en las comunicaciones. Sin apenas hostales, merenderos, restaurantes, ni servicio de comidas, en según qué tramos horarios.

Permanecen de momento con un futuro incierto. Sin saber cuál será su papel en este tiempo de la prisa, de lo inmediato y lo artificial. Sin expectativas de ningún tipo y con gobiernos despreocupados, que no los tienen en cuenta, ya que su número de votantes no es óbice ni consecuencia. Son poblaciones que están marcadas con un cero a la izquierda. Que no cuentan para nadie, y son los flecos de la patria vaciada, que se nos echa encima sin solución. 

Miguel, entró en la conversación desesperado. Comentando que aún espera le abonen lo perdido en la última Dana, y así lleva cuatro largos años. Se arruinó en una sola temporada, y a pesar de tener asegurada la cosecha, no ha visto ni un euro de compensación. De momento espera, a ver si en la recogida de aceitunas venidera, levanta un poco la cabeza. Clama al cielo, pero el cielo, es únicamente azul para los ricos. Nadie soluciona nada, y comentó con desgana.

—Bastante tenían, tendrán y tienen, estos politicastros del tres al cuatro. A los que encima votamos. Con llenarse los bolsillos, con esos viajes que se meten, con esas relaciones sexuales que disfrutan y sobre todo, con la corrupción que impera en todos los gabinetes, y encima tienen cojones para publicarlo en los diarios. Más no se puede pedir.

Quería seguir quejándose pero, fue interrumpido por Fermín Lasarte, que es el farmacéutico de la esquina. Asegurando que los mandamases, no imaginan lo que nos viene encima, y apostaba bastante compungido.

—El cambio climático—dijo severo y seguro, aquel veterano boticario, sin mostrar acritud, y aunque la rabia le iba por dentro, añadió.

—No tienen ni preparación ni conciencia. Además la naturaleza, nos va avisando de forma efectiva del peligro, y nadie hace puto caso. Siguió con una tesis la cual habían declinado en mas de una ocasión.

—En qué piensan estos mandarines, a los que les hemos dejado la responsabilidad y poder solucionar el cotarro. Nos pedían los votos. Ya los tienen. Ahora que trabajen. ¡Que hagan algo! … ¡Coño.!

Notó que se excitaba y frenó en su postura, para no encender a aquellos, que no tienen margen.

—Por lo menos, merecemos un respeto. Si no sirven, que lo han demostrado, que se esfumen. Volvió a moderar su charla y con un tono más sosegado acabó diciendo.

—Entre estos políticos, que para mí, son todos muy irresponsables. Y cuando digo todos. Son     ¡TODOS!...

No salvo a ninguno. Dicen ser los salvadores del cocido.

Se van echando la culpa unos a otros sin dar solución, a tantos afectados.

Hizo un inciso para sorber un trago de la cerveza sin alcohol, que tenia frente a él y siguió.

—Quien repara, las familias que han perdido un ser querido. Quien les devuelve a los que se quedaron sin vida, sin casa, sin nada.

Por aquellos terremotos, que ya no quieren recordar. Por las inundaciones de zonas enteras. Por esas lluvias torrenciales. Por los volcanes acaecidos, y además, por los incendios que cada vez son más pavorosos. Me pregunto. ¡Quien! 

Interrumpió el ritmo Rubén, otro de los que estaba con ellos en la charla. Sin cambiar de tema, y sin dar vuelco al escenario de quejas, y volver a la ciudad sin ley donde vivían todos ellos, anunció sin levedad.

—Llegará el momento. Si no tomamos medidas. No podremos salir a la calle sin protección. Las avenidas, ramblas y caminos comienzan a parecerse a campos de batalla.

El tráfico se dispara en la hora punta de la salida de los colegios y del trabajo sin el control adecuado. Las gentes tropiezan mientras caminan y ni se miran a la cara. Sin pedir disculpas, sin ceder el paso en las esquinas señalizadas a tal efecto. Las normas han quedado sin cumplimiento.

Por discrepancias tontas, se molestan y pelean los individuos, llegando a las manos. Los niños de algunos padres, están tan mal educados que ni conocen lo que es la urbanidad. Malcriados, irrespetuosos, corren y se llevan por delante lo que se expone. Nadie los corrige.

Aprovechó el inciso el coordinador que escuchaba para añadir.

—Tenemos lo que nos merecemos. Siguiendo el comentario Matías, en forma coloquial. Al ser el defensor de la barriada, y empaparse de todo lo referenciado escuchando a sus amigos.

Se dirigió a ellos y añadió afectado, añadiendo más pesar sobre el coloquio que trataban. Escuchando sus decepciones, y sumando a las que ayer le comentaron, como si fuera un suma y sigue. Como si se tratara de una tómbola de feria. Donde en lugar de obsequiar baratijas, regalan con molestias y malos modos. 

—El bus M73. El que funciona y realiza el trayecto entre la plaza Moradas del Senado, hasta el barrio de marineros, llamado Paseo Naciente, es muy conflictivo. No todos los usuarios son iguales. Los hay muy legales y honrados, aunque siempre pagan <justos por pecadores>.

Decía y apostaba con firmeza, el comisario Matías Morales Mateos, del barrio septuagésimo tercero. Sargento del Comisariado de la defensa de los Ciudadanos. El organizador de protección de aquel distrito de la grandiosa ciudad, y siguiendo con su exposición seguía argumentando y narrando lo sucedido, hacía tres o cuatro días, a la señora Piedad Lapeira.

Atracada mientras viajaba en esa línea de transporte. Despojándola de su bolso, el que contenía sus documentos, sus cartillas de la seguridad social y la tarjeta de las medicinas recetadas, además del monedero que llevaba. Cinco euros en un billete y céntimos de euros sueltos para pesarse al volver en la botica.

Fermín el farmacéutico, retomó la palabra, y comentó.

—Esto no pasaba hace unos años, entre todos hemos dejado que nos aborden los malos modos y la poca educación. Ahora todo vale. Me pregunto… y habló casi para sí mismo.

—Podremos corregir todos estos meneos.

Uno de los tertulianos, que no había abierto la boca, escuchando a sus compañeros de repente dijo.

—Yo, como impedido, al tener que andar con bastones, subí el martes pasado al M73, y los dos asientos marcados en amarillo, los destinados a personas discapacitadas, iban ocupados por una señorita, con un tipazo de ensueño, que al verme se hizo la despistada y se puso a ojear su teléfono. La reconocí, está empleada en la corsetería de la Rosita, la hija de Indalecio.

En el otro asiento, estaba sentado un joven trajeado, que es adjunto en la caja de ahorros de la esquina de Trovadores, y también se hizo el loco mirando su agenda y su periódico.

Me agarré como pude a la baranda lateral, y me apoyé en el asidero con serias dificultades. Ambos vieron que me costaba adaptarme y caminaba con dificultad, pero ni la guapa dependienta, ni el empleado que concede las hipotecas de los pisos de nueva adquisición, se dieron por aludidos. Tuvo que ser una joven preñada, la que se levantó para cederme el asiento, al que me negué a ocupar, por estar muy adelantada de su embarazo.

El murmullo que se montó en el bus, fue descomunal.

La gente increpando a los dos ocupantes de los asientos para personas discapacitadas, se hacían los despistados.

Hasta que un señor, que por lo visto pertenecía a la compañía del bus, se acercó a ellos y les solicitó con mucha educación que se levantaran de aquellos asientos, que estaban destinados a personas, con dificultades de movimientos. Al principio parecía que les costaba, pero entre tanto abucheo y con la ley en la mano, no tuvieron más remedio que aceptar la petición que le hacía el empleado. La vergüenza que pasaron en aquellos treinta segundos fue para que recordaran siempre. Tanto fue el desprecio que la gente les mostraba, que no tuvieron más remedio que apearse, en la parada que llegaba. 

Todos los amigos, habían descargado sus quejas. Toda la tarde transcurrió con lamentaciones, de una y de otra índole. La hora ya apuntaba a recogida.

En sus casas con seguridad, los estarían esperando, después de un encuentro y de una charla, amena. Repetitiva, donde como a menudo descargaban las muchas miserias, los muchos puntos de vista que cada cual tenía.

Mañana volverán a encontrarse. Seguramente más de uno, repetirá la misma canción, el mismo lamento de siempre. Lo bueno del tema, es que como no tiene ninguno de ellos memoria, le parecerá una nueva aventura, y si no, que lo pregunten al dueño de la taberna de La Peña de los Cuñaos, que viene escuchando los mismos cuentos, las mismas aventuras, los mismos clamores en los últimos nueve meses.







autor: Emilio Moreno.

                                                  


miércoles, 27 de agosto de 2025

El abrigo de temporada.

 










La reportera más enérgica, vital y destacada del semanario <Reseñas Sublimes>, se entrevistaba por primera vez con el Ceo del Clúster de aquella institución. El mandamás de todos los jefes, por encima incluso del director del periódico y cadena de noticias donde prestaba sus servicios.

Era la primera vez, en los seis meses que hacía que colaboraba con aquella firma, que la llamaban a capítulo. No por discrepancias, ni por inconvenientes. Todo lo contrario. Era debido a la buena marcha en que funcionaba su sección, con un cambio sustancial y un incremento de lectores. En más de un treinta por ciento si se relacionaba con los datos arrojados con el profesional anterior.

La activación de la sección “Entre trapos y cosas”, que así se denominaba la publicación que firmaba semanalmente la dueña del abrigo negro según hiciera calor o frío, mutó para bien. Sufriendo una contundente metamorfosis beneficiosa para la marca. La cifra según el último barómetro de medición de audiencias, seguía en progresión y aumento. Detalle positivo que alertó a los responsables del rotativo. Interesados por descubrir que esencias varias, había combinado la nueva responsable de la publicación, para favorecer aquella inigualable pujanza.

Era inaudito e inexplicable la temperatura que había tomado aquella sección, en cuanto al interés de los lectores. Ya que incluso a la actual responsable se le pagaba menos, y se le habían cortado ciertas preferencias, que antaño gozaba el que firmaba las mismas entrevistas y quizás menos reportajes.

Liliana Luna Lausín, más conocida por el nombre con el que firmaba sus escritos. Lilí Luna y con Gracia.

Licenciada en sociología y periodismo. Graduada psicóloga y corresponsal de guerra. Se había graduado en las dos universidades más punteras de Canadá, habiendo prestado servicios en diversos hospitales de Ottawa y en los dos últimos años defendiendo la corresponsalía de noticias en los campos de batalla de lo que fue la antigua Yugoeslavia.

Recalando en la ciudad de nuevo, por un periodo de transición excedencia y descanso. Con lo que colaboraba en aportaciones dispensando sus conocimientos y valores periodísticos en la citada revista semanal <Reseñas Sublimes> 

Consiguiendo en tan breve espacio de tiempo, y demostrando sobre la marcha y la actualidad, que sus reportajes llegaban a mover la compunción de sus lectores. Que cada vez, estaban más interesados en sus aportaciones y crónicas.

Por ello, y por sus resultados, los accionistas y responsables del Clúster, quisieron atarla si podían con alguna estratagema. Convenciéndola para firmar un contrato prolongado con la empresa y evitar, llegada el fin de su excedencia volviera al frente de cualquiera de las conflagraciones y guerras establecidas.

Aquella tarde Lilí, llegó al edificio principal de la entidad, ascendiendo a la planta noble. La novena. Donde la esperaba su jefe inmediato, su director que fueron los que la acompañaron a lo largo del pasillo hasta llegar a la sala magna de reuniones. Al entrar Lilí, con aquel desparpajo esencial que derrochaba, los quince jefazos que esperaban su presencia, se levantaron de sus poltronas y sus dos acompañantes, quedaron al filo del acceso sin permiso para acceder a la entrevista. Fue saludando uno por uno, a todos los asociados. Ayudada, por su descubridor, el que tenía la indulgencia para permanecer junto a ella y servirle de guía llegado el instante.

Aquellos destacados consocios, se la miraron de arriba abajo, queriendo absorberla con ojos de gavilán desorbitados. Pretendiendo saber con una simple caída de ojos, de que iba, como respiraba y que pretendía.

Una vez estrechó la mano de todos ellos, descubrió quienes eran falsos y embusteros. Tan solo a dos pudo destacar, como dignos y comprometidos con la causa. No eran por supuesto ni tenían categoría actuarial, para tomar decisiones directas y concisas.

Lilí no se despojó del símil veraniego de Astrakán, en color negro, que le llegaba por encima de sus rodillas. Abotonado total, mostrando parte del cuello y poco más. Dejando visible la canalilla de sus pechos que estaban circundados por una medalla en oro, con la efigie de Atenea. Diosa de la mitología griega, quien además es deidad de la conciencia y la táctica militar.

Le mostraron su butaca, que la ocupó con gracia, sentándose sin cruzar las piernas, ladeándolas hacia la izquierda, dibujándose de inmediato un par de extremidades largas y bien dotadas, que se dejaban advertir por debajo del abrigo. Detalle que no pasó desapercibida por los observadores presentes. Zapatos negros con engarces cristalinos, pertrechados desde el empeine hasta el tacón no demasiado alto, y a juego con el gabán en unos pies no demasiado prolongados. Medias indesmayables transparentes, que permitían la esbeltez de la dama. Al tomar asiento se tocó el flequillo, apartándolo de su frente y puso toda la atención que pudo. No sin antes quedarse con el reflejo y las efigies de todos los allí presentes. Hombres de negocio, recios y corpulentos. Oscilando entre edades no demasiado juveniles.

Su historia profesional fue expuesta por su mentor, aquel que la había contratado, en cuanto la entrevistó. Sabiendo que su labor sería efectiva. Siendo un estilete con la forma de sutil daga que abriría las respuestas a los entrevistados y daría conclusiones humanas a los lectores de su columna semanal. Una vez hecho el preámbulo tomó la palabra el Ceo del Clúster, Doctor Agrippin Highlander de Guilty, el que dominaba un perfecto francés, idioma que usaba Lilí para expresarse.

—Señorita o señora. Preguntó Agrippin. Esperando una sentencia, y siendo observada por el resto de ojos de los presentes. Personajes cínicos y desleales, que se la comían desde la cabeza a los pies. Notando en ella una sencillez supina, impropia de una guerrera. La que respondió sin ningún tipo de timidez comiéndose al Chief Executive Officer con la vista.

—Mejor me llama Lilí, sin más. En confianza, es usted en la actualidad, uno de mis jefes, y le correspondo como lo hace usted con mi persona. Tiene la venia y si lo prefiere puede tutearme. Yo suelo hacerlo con todo el mundo. Gracias. —Obligatto. Dijo el Ceo. —Creo que nos vamos a entender. Pienso igual. Las cosas claras y de frente, sin censuras. La verdad evita la mitad de los conflictos que se suscitan. Sin embargo de usted no tengo dudas, quería conocerla sin más.

—Bien. Doctor Agrippin, tu dirás para que me mandaste llamar, en plena campaña de trabajo y sin haber finalizado mi periodo de pruebas en <Reseñas Sublimes>. Aunque si me apuro, acabas de responder, con lo que podría partir.

—Sí, pero antes una duda, que me aturde y no comprendo. Es totalmente personal, con lo que si no quieres responder, lo entenderé y además estoy convencido que Lilí, sabrá despejar, con la maestría a la que nos acostumbra, semana tras semana.

—Adelante con esa duda. Forzándolo a preguntar sin más, se preparó a dar respuesta. Aunque añadió la corresponsal.

—No sabía yo, que un Ceo de tal prestigio, mandara llamar a la empleada, para descifrar dudas personales. Creo Agrippin que podrías haberme llamado por teléfono y preguntar esos titubeos. Con gusto te los hubiera resuelto.

Todos los allí presentes, rieron por la jeta de la periodista, sin darle la menor importancia, ya que el doctor, sabía muy bien que tecla tocar en cada momento y la empleada, supo por dónde iba a agredir.

El doctor Agrippin, trataba de forjar un deshielo, que de momento no había conseguido, y sabía que de no hacerlo, todo esfuerzo por atarla a su cadena, quedaría en nada. Volviendo a inquirir.

—Observo Lilí, que jamás te desprendes del abrigo. Si es invierno suele ser de Astrakán o Cachemir. Le dijo y sin dejar que respondiera, continuó.

—Lo he comprobado siempre. Te sigo en tu publicación, y en las fotos jamás te desprendes de ese uniforme. Ni dejas de vestir, esa prenda que te he nombrado. Imagino que estará forrado de una especie de piel sintética calorífica y evite los desafíos del frío seco y de la humedad. Detuvo su tesis para hacer un inciso, respirar y persistió.

—Si es verano, luces el mismo modelo de abrigo, bastante más ligero y fresco. Fabricado en un lino negro de calidad. Siempre negro. ¿Tiene respuesta esa duda?... Con lo que me encantaría la respondieras con tu lealtad y desparpajo.

Lilí, sonrió y atrevida ni pensó en las consecuencias, replicando.

—La tiene, aunque no sé, si la contestación que te voy a dar es la que esperas. Segura estoy que los presentes ni lo imaginan. Tan enjutos, y religiosos. Todo bastante falso. Quizás deberías desistir. Porque a la respuesta que daré, pretenderás una ratificación, y puede ser fuerte. Muy fuerte.

—Adelante con tu atrevimiento. Quiero comprobar si es cierta toda esa nube que te rodea. Tu valentía total de la que presumes. Aquí nadie se morirá con el resultado. Lilí sin pensarlo dos veces apuntó.

—Debajo del abrigo y en invierno. No llevo más que las ligas que aguantan mis medias que cubren hasta los muslos. Ahora es verano. Nada más llevo a Atenea entre mis tetas. Voy desnuda. Así de real.

—Demuestra esa verdad. Apuntó el Doctor Agrippin Highlander de Guilty.

Lilí Luna y con Gracia. Se levantó de su poltrona, y a la vista de todos, desabotonó la gabardina de lino, que cayó a sus pies. Mostrando su desnudez.









Autor: Emilio Moreno.


martes, 26 de agosto de 2025

Tonto de narices.


Nadie comprendía como Gabriel era tan torpe en su día a día. No daba pie con bola en ninguna de las ocasiones que se le necesitaba y siempre lo excusaban como si fuera “lelo”. Distante y despistado cuando le interesaba, o estuviera entumecido por alguna causa desconocida, que físicamente le impidiera realizar lo necesario en su momento.

Nadie le invitaba ni forzaba a hacer absolutamente nada.

Era un tipo que parecía desdichado, sin serlo. En ocasiones demostraba que estaba más cuerdo que todos los que le rodeaban, pero al muchachito le venía muy bien que lo tomaran por “tonto de narices”, como a su papá. Con lo que el bueno de Gaby vivía fausto.

Tan feliz y propicio, que en ciertos momentos, no sabías si era así desde la simiente o es que le beneficiaba aparentar aquella presencia que todo el mundo aceptaba.

Se había acostumbrado desde jovencito, a que nadie le obligara a nada. Por supuesto no se apreciaba lo que hacía o dejaba de hacer. Era como un cero a la izquierda, para padres y hermanos. Con lo que se dedicaba a vegetar tan pancho, encontrando todo su entorno a su medida y sin esfuerzo llegaba a todas partes. Tenía de bueno, su paciencia, su talento oculto y su disimulo por todo lo que no le interesaba.

No había sido lerdo en los estudios pero como lo consideraban “Tonto de narices” le dejaron al margen. Sabiendo que para comer y vegetar, jamás le faltarían medios. Dadas las pertenencias de sus papás.

Tampoco se dedicaba al arte, ni trabajaba porque no lo necesitaba. Vivía la mayor parte del tiempo, con su madre, una señorona acaudalada que se había casado en su día con Fructuoso del Barrio y de los Lamentos.

Ahora jubilado por edad, y con ausencias prolongadas con su familia, lo mantenían alejado por temporadas. Sin conocer demasiado bien los motivos.  

Había sido un plenipotenciario Nicaragüense, destacado en Costa Rica. Donde conoció, mejor dicho donde fue engatusado y enamorado por Helga Matarín de Lirios, una elegante modelo de ropa interior femenina, que hizo pinitos en la gran pantalla, sin demasiado recorrido artístico. Ya que fue retirada de los escenarios y de los aquelarres sexuales por el bueno de Fructy, que se enamoró locamente de la preciosa señorita, ahora trasformada en una señorona de mucho empaque y recorrido.

Obra de esa relación nacieron el fantástico Gaby, y su hermana Puri.      Loles, la hija mayor de Helga, era fruto de otra relación que tuvo la Doña, con Mario MacNamára.

Un caza talentos mexicano que trató sin conseguirlo en ponerla en el candelero exitoso de la Moda, y hacerle agarrar la fama que necesitan las bellas señoritas. Sin suerte, dado que la bella Helga, era demasiado prepotente, presumida y poco trabajadora. Con lo que poco a poco quedó para exhibiciones particulares de firmas poco conocidas.

Su relación carnal con Mario se rompió de la noche a la mañana al relacionarse con Fructuoso.

Mario y Helga, disiparon sus días entre fiestas y meneos. Con escándalos propios de gente que no se entiende ni se respeta. No llegaron a casarse, pero tuvieron una hija. A la que acristianaron con el nombre de Loles.

La que se crio prácticamente en albergues para señoritas pudientes. Sacando sus estudios adelante sin el cariño paternal, que una criatura necesita.

Helga la muy sensual modelo de bragas y sostenes, un buen día tropezó con el plenipotenciario que pleno, no estaba. Ni tampoco harto, y muy poco cuajado, y de potencia, la justa. Más bien debilitada y esponjosa. Con lo que aquella sílfide de apellido Matarín de Lirios, lo provocó haciendo un paseo frente a él con esos ajustados bikinis, que lo desbarataron sobre la silla y tras el meneo que le proporcionó la buena de Helga, lo dispuso a poder hacer con el bueno del embajador lo que le viniera en gana. Seduciéndolo para siempre.

Fructuoso, el bueno de Fructy que así le llamaba cariñosamente, era un gentil hombre que padecía de hiposmia, que no es otra cosa que tener reducida la capacidad para el olfato.

Era incapaz de detectar cualquier olor. Dificultad menor que le traspasó después, por los genes a su hijo Gaby. Siendo ambos con seguridad lo que el pueblo denomina. “Tontos de narices”. 

Aquella familia ocupaba un palacete del siglo XIX, que había sido propiedad de Armando del Todo y Cortés, un cantor de tangos argentino, muy afamado que era familia alejada de Fructuoso. El que por deudas y bastantes intereses le había cedido al sobrino primo nieto, para que regentara aquella propiedad, y se la mantuviera sufragando los gastos que ocasionaba, hasta que pudiera el tanguista superar el mal bache que cruzaba.

La hija del último matrimonio de Helga. La señorita Puri, tenía como todos los apellidados “del Barrio y de los Lamentos”. Unas sobresalientes ínfulas de superioridad. Excesivas y extraordinarias, que rayaban lo indescriptible. Las cuales evitaban la felicidad a todos ellos.

Descarada, soez y vulgar que mostraba en cada centímetro cuadrado de su desmedido cuerpo, y que en ocasiones hacía partícipe de caricias y agasajos excesivos a su hermano Gaby.

Conociendo el proceder del asilado “tonto de narices”, que no abriría la boca, ni comentaría absolutamente nada de los trasiegos habidos entre él y su hermana Puri.

Creyendo a su vez, que de esa forma lo espabilaría y le haría recobrar el rumbo que jamás poseyó.

Puri era de lo más cariñosa, atenta e inconsciente. Creía que tratando y mostrándose libremente, sin cortapisas ni prohibiciones con su hermano, y actuando frente a él sin censuras ni vergüenzas, podría llegar a reactivarle el intelecto sin dañarlo.

Le hablaba sin esperar respuesta alguna por su parte. Tan solo recibía aquella sonrisa pueril de despistado. Por lo que en ocasiones lo utilizaba como mero espectador de sus pasiones. Con lo que se desnudaba frente al hermano, para ver que reacciones sufría. Sin tener reparos ni encogimientos. Actuando en vivo y en directo, con inclinaciones eróticas cuando encarnaba alguno de los papeles teatrales que interpretaba.

Ensayándolos descaradamente y a bote pronto, comparando la reacción recibida de Gaby, como si le llegara del patio de butacas del público que le aplaudía, desde las butacas de platea de cualquiera de los teatros, donde actuaba y de los platós de televisión donde grababa aquellas series románticas, llenas de momentos sensuales, acaramelados y tórridos. Roles y argumentos que representaba dentro de su carrera de actriz descarada y destacada. 

Loles residía fuera de la capital. Defendía su ocupación de una forma digna. Se había licenciado en Psicología y estaba empleada en el House Hospital Costarricense, como jefa del departamento de Psiquiatría. Una eminencia la hija del tal MacNamára y Matarín de Lirios.

La que vivía separada de sus padres desde que Helga comenzó a tontear con Fructuoso y el inicio de su preparación académica.

Estuvo en colegios mayores rodeada de tutores y compañeras hasta que llegó a la mayoría de edad y acabó los estudios universitarios. Ofreciéndose como becaria en los distintos centros de atención mental, que daban servicio a las tantas personas que padecían crisis de identidad, y depresiones varias.

Ocupó con el tiempo, plaza en el hospital. Donde se abrió paso como una especialista de renombre.

Con Helga su mamá, tenían discrepancias desde la infancia. La tal Loles, era una mujer con educación seglar, y de estudios superiores. Equilibrada y sencilla, y su madre, parecía representar todo lo contrario.

Con papá, era de otra forma. Se veían de uvas a peras, debido al trasiego que llevaba Mario MacNamára, ahora con su tercer matrimonio, y con hijos de todos ellos.

Sin haberle faltado nada que pudiera ser mitigado con dólares.

La relación entre hermanas era distante. Jamás se habían entendido, ya fuera por distancia al criarse separadas o porque no se llegaban a concebir como hermanastras.

Seguramente por la diferencia de caracteres, y sin dudarlo por la poca dedicación y trato entre ellas y los padres. La ausencia de complicidad, y la falta de trato habitual con el correspondiente desconocimiento de gustos. Herencia recibida de sus progenitores.

Aquellas fechas navideñas, se reunían todos, en el palacete del siglo XIX.

Un lujo magnífico, dado a conocer a casi todo el barrio.

Tan solo se reunía la familia. Por lo que la mansión estaba repleta de lujos. Pleno de cortinajes de lino, de grandes alfombras y cuadros, de excepcionales figuras en los recodos de las escaleras.

Un paradigma de placer, por la ostentosidad del arte tan puro y grato en tan pocos metros cuadrados.

Los que se habían excusado a la cena, fueron Mario por problemas de agenda y Loles, por tener guardia y servicio en el hospital.

Apareció Fructuoso llegado de las Malvinas, con un semblante envejecido y falto de animosidad. Como si estuviera enfermo, o intoxicado por alguno de los medicamentos que se autocomplacía. Atento como siempre, se hizo pronto con la dirección del festejo.

Helga que hacía de mamá gallina, la que mandaría hacer al servicio una contundente cena de Noche Buena.

Con manjares llegados de partes ignotas. Regadas con buenos caldos de bastante gramaje y gradación, que a todos en su momento, les dejó, más allá de la conciencia.

Puri, había llegado justo del estreno de su última película. Muy artista, y segura.

Un éxito en la América hispana.

La interpretada como protagonista, en el papel de la “amante cautiva” y acompañada en el reparto con el guapísimo actor, James Givenchy el primer actor de los estudios cinematográficos de Chile. Al film lo titularon de forma graciosa. El suspiro de un camión. Argumento que contenía en esa rotulación uno de los enigmas del amor.

Cuando finalizó la cena, la dama Doña Helga, despidió a todos los sirvientes para quedarse tan solo, los componentes de la familia. Que muy bebidos reían y se meneaban por aquel contorno. Momento que Gabriel, el bueno de Gaby, quiso encender la mecha de una antorcha, para hacerle una gracia a su hermana Puri, y le hiciera una representación de las que acostumbraba.

Puri, completamente bebida, como el resto de la gente del palacete, jadeaba bajo los efectos de las bebidas etílicas consumidas. Sin percatarse que su Gaby le pedía guerra.

La antorcha se desbocó y al ser “tonto de narices”, más de uno de los que dormitaban en aquellos lujosos sillones, no pudieron contarlo.

El incendio fue prodigioso, quedando atrapados todos los apellidados “del Barrio y de los Lamentos. Perdiendo la vida, abrasados por las colosales llamaradas de un infierno infinito, aquel veinticinco de diciembre, tras una cena familiar.








autor: Emilio Moreno.
26-8-2025
 
 

  

domingo, 24 de agosto de 2025

Bizcochos de carne.

 

La dirección de Sanidad, había mandado a todos los grandes almacenes, tiendas y comercios medianos, la prohibición, distribución y venta de las galletas La Viajera. Ordenando fueran sustituidas de las estanterías para evitar que los consumidores pudieran degustar la última partida de producción.

No habían dado ningún tipo de excusa. Tan solo el bando indicaba fueran retiradas de las estanterías de los avituallamientos.

En la otra parte del país, estaban de fiestas patronales y los ayuntamientos en agradecimiento a la gente veterana, les obsequiaba con un viaje hasta la playa. Con una tarifa super reducida para que nadie se quedara con las ganas de mojarse los pies en las aguas del mar. Los interesados buscaron plaza y ninguno tuvo problemas para quedarse sin su abono en el bus.

Aquella agencia se dedicaba a preparar excursiones baratas y rápidas para jubilados. Había conseguido una fama bastante aceptable entre sus parroquianos porque a comparación de otras que no tienen medios, ésta tenía sus gajes que facilitaban toda expedición.

En todas las salidas proporcionaban todo lujo de comodidades y ventajas para los clientes. En su mayoría jubilados. Disponían de un servicio especial de asistencia dedicado a guiar a los viajeros. Con un éxito fenomenal.

Todas ellas mujeres. Jóvenes muy preparadas, amables y serviciales, que les reportaba a cuantos lo necesitaran atención individual.

Describiendo, explicando y comentando a lo largo del trayecto, cuantas efemérides hubiesen ocurrido en aquella ruta. Noticias y sucesos acaecidos por mínimos que fueran en el contorno. Historias habidas en la región, y eventos de todo tipo, que les servía a los clientes, de cultura y de distracción en los desplazamientos.

Con intervalos en el trayecto nunca más allá de una hora, para no hacer padecer a ninguno de los pasajeros.

Detenían el bus, con frecuencia para que aquellos paseantes, en su mayoría bastante ancianos, pudieran desaguar sus vejigas.

Los acaramelaban con dulces preparados con sedantes y analgésicos, para evitar que en las curvas, y en los peligrosos adelantamientos. Incluso en la propia duración de los traslados pudiera haber discordancias, mareos, y aquellos pequeños líos que suelen existir entre los humanos.

Al llegar a la hospedería convenida por la empresa con antelación, todo estaba a punto, para ser recibidos con alegría.

Con accesos fáciles, y seguros. Conveniencias ya concertadas por temporadas. Acomodando a los comensales en sus lugares, según disponía la guía de cada uno de los autobuses.

En grupitos más o menos homogéneos, en mesas de cuatro convidados, para disfrutar de la pausa y que les aprovechara en salud la comida servida.

Platos muy especiales, no siempre al gusto de aquellos veteranos que se las sabían todas. Sin embargo los víveres eran complacientes y adecuados a preservar la salud de tanto abuelo.

Dentro de la dieta floja y continental, para que su digestión fuera acorde con lo que la empresa de viajes a menudo presumía. Con todo ello, y bajo los estudios de los dietistas de aquella firma viajera, cualquiera de los alimentos, portaban unos aditivos que mitigaban las ganas de conflictos y desafío por parte de los invitados. Dejándoles una vez ingerían su menú, y sin que ellos lo imaginaran, en un estado relajado y bajo el control de las institutrices que marcaban el tempo. Sin eructos, sin malas digestiones, sin apreturas de barriga. Con cierta pasión de sueño, que tampoco les venía nada mal a las tantas ganas de cachondeo, que querían iniciar aquellas personas de la tercera edad.

Con lo que a la vez que disfrutaban de una sobremesa, y una digestión perfecta, quedaban anonadados en los acomodos del autocar.

Una vez se reemprendía la marcha de regreso a casa. Siempre después de haber participado en el baile y en el sorteo de la cesta que como norma solía disponerse, bajo pago mínimo de una aportación especial.

Aquella salida partía del centro de la península y era una expedición que pretendía llegar a las inmediaciones del mar.

Donde pasarían de visita concertada. Por una piscifactoría en la cual ellos mismos podrían pescar la dorada que quisieran comerse.

Otra visita inexcusable, dar una vuelta por la granja de embutidos en la que podrían comprar aquel jamón de bodega que les tenían dispuesto en sendas bolsas de una tela azulada.

Sin olvidar y como final de fiesta recorrer sin apreturas una de las fábricas de turrones y galletas de la zona, donde horneaban productos y amasaban cuantas deleitosas masas de trigo, anís y jengibre hubiera.

Pudiendo adquirir también, semejante delicatesen. La que tenían prohibida los diabéticos, aunque nadie les pusiera control. Añadiendo en sus adquisiciones las tantas obleas, bastoncillos y carquiñoles quisieran.

Turroncillos y toda la gama amplia de productos artesanos. Para en su caso, regalarlos a la vuelta a sus familiares o amigos, incluso poderlos degustar ellos mismos en los desayunos. 

En aquel viaje iba un tal Manolo, Manuel Pérez Riñones, contratista de obras. Un adinerado albañil hijo de una ciudad murciana, el que no se callaba ni por asomo y siempre tenía una opinión de todo cuanto se suscitara.

Versado en muchas batallas y que en sus años verdes habría sido un “rasgacalzas” habitual. Que a pesar de toda su experiencia y meneos, estaba casado con Sole.

Soledad Calchín, una aficionada cantaora de “muñeiras”, muy cariñosa con cualquiera, y que en su juventud trabajó en la compañía teatral de una afamada artista malagueña. Una vicetiple muy experimentada en amoríos. A la que le sobraba descaro y en ocasiones pecaba por su ignorancia y educación.

Ambos, Manolo y Sole hicieron amistad en aquel preciso viaje, con Gump. Gumersindo Brazales, un médico rural de la provincia de Albacete, que una vez retirado, por llegarle la jubilación expandía toda su enjundia grata y dedicaba sus tiempos y locuras a pronosticar sufrimientos y posibles epidemias que estaban por venir.

Acompañado de su segunda compañera, Marilyn.

María y Linda Porcioles, licenciada química, que ya retirada ocupaba sus momentos en la composición de nuevos bebedizos experimentales, con aquel punto de alcohol que dejaba a quien lo cataba más tieso que el bacalao. 

Los cuatro parecía, entenderse y disfrutar de aquella experiencia agradable que les había proporcionado la asociación del barrio de Hortaleza.

Manolo, de buenas a primeras le comentó a Gump, una impresión que tenía, y que sacaba por las conclusiones de un viaje anterior de la firma, en la que muchos de los excursionistas, padecieron, o tuvieron un incidente bastante grave, que no fue demasiado difundido por la empresa.

Quedando oscurecido en las noticias diarias, por otros hechos que fueron de más calado.

Todo obedecía a disimularlo entre mil cosas y que fuera un incidente de poca monta.

Intereses nacionales podrían verse perjudicados por aquel suceso, que de conocerse hubiese sido notorio, pero dispuesto en segundo plano, como muchos de los eventos sucedidos quedan nublados.

Siendo la responsabilidad de lo sucedido de aquella agencia en la cual viajaban los cuatro amigos recientes. 

—Te enteraste Gump, —preguntó Manolo—que en la excursión anterior. La del mes pasado tuvieron un percance estos pollos.

—No sabía nada. ¡Qué me dices! Cuenta por Dios. Apostilló Gumersindo.

—Pues nada. Veo que no lees las noticias. Lo han querido disimular, pero publicado, está publicado. Fue portada de la Hoja del Lunes, de hace quince días. —conversó Manolo.

—Lo han llevado muy oculto, pero creo que está bajo secreto de sumario. Ha habido víctimas y el Avenida Hospital está lleno de abuelos con la barriga como regaderas.

—Anda, que me cuentas. Nos hubiésemos enterado, de ser algo serio. ¿No crees? pero dime. Explícame lo ocurrido. Replicó Gump. 

—Dicen que el bus se salió de la calzada y volcó con algún daño que lamentar en alguno de los viajeros. Sin embargo, sé positivamente, por amigos y empleados de mi empresa que pueden certificar lo que te voy a decir, que todo es una patraña. Lo han disimulado por cuestiones políticas. Asumió sin cortarse Manolo.

—Oye. Comienza. Dime lo que sepas, no me tengas en ascuas. cuenta tío. No me enciendas las brasas. Insistía Gumersindo.

—El bus tuvo un desliz, pero no en la carretera. Le anunció Manolo y siguió hablando y haciendo caso al nervioso del médico, que aún estaba incrédulo.

—Fue dentro de la fábrica de galletas y turrones La Viajera. La misma que nos llevan a nosotros, para que la visitemos y eso me parece raro.

La esposa de Gump, que estaba al loro de lo que comentaban Manuel y Gumersindo, quiso entrar en el tema, y comentó a su vez.

—Es verdad, o debe haber algo de cierto. Ahora que lo refieres. Yo en el mercado escuché que todos los excursionistas no volvieron, y según quise entender ninguno de ellos salió de las instalaciones de la compañía galletera. Siguió esgrimiendo Marilyn. Cuando fue interrumpida por la esposa de Manolo, Soledad, que interesada pretendía saber el final de la macabra historia. Añadiendo que ella, escuchó por radio que Sanidad, había mandado retirar de las estanterías de las tiendas la última partida de bizcochos y galletas, sin dar motivos.

Lo que no sé yo, es que aducían los que regresaron. Finalizó su tesis para añadir sin poder, por ser interrumpida por Gumersindo.

—Y los que volvieron en condiciones. Qué decían…

Me refiero a los que no sufrieron daños. Que es lo que alegaban… al preguntarles por los accidentados no regresados. 

Se hizo un silencio al no conocer la respuesta para seguir con el razonamiento del médico rural, don Gumersindo. Que dejó en el aire la duda. 

—No creo yo que eso pueda ser cierto, de alguna manera se sabría. Acotó, el médico. En sus cábalas quiso ser gracioso y comentó.

—Mira que si en cada una de las excursiones, agarran a diez o quince vejetes y los muelen para hacer galletas sin que nadie lo sospeche…


















autor: Emilio Moreno
fecha 24 agosto de 2025