Estaban
reunidos celebrando el cumpleaños de una de las amigas más delicadas del grupo.
Una señorita exclusiva por su buen gusto. Su belleza y donaire, la hacía
emerger aún más de lo que se considera distinguida. Con una intuición y
destreza propia de la espía más delatora. Una mujer de las que todos admiran, pondera
y desean.
Era su
treinta aniversario, y todos aquellos amigos la premiaron con un presente, a
cuál de ellos más gracioso, curioso y distinguido. Aprovechando que lo
celebraba en su propio domicilio, todo era más sencillo para poder agasajar
directamente a la felicitada con aquello que cada uno decidía.
Hugo le
regaló una efigie, preciosa. Un payaso de porcelana bañado en marfil, con unos
ojos exorbitantes que resplandecían al mirarlos. Reflejando un espejismo
interior insoslayable. El clown Ruperto.
— ¡Qué cosa
más bonita. —expresó Lucía Martina—, al recoger aquel detalle ofrecido por su
antiguo pretendiente. Aquel que aún notaba su perfume en las noches de deseo.
Lucía había
rechazado a Hugo por estar prendada de Herbert, un chulapo que no le hacía puto
caso, del que estaba enamorada desde que era una niña. Sucesos que pasan en la
juventud y que no en pocas ocasiones contraen dificultades en el futuro, con
sus consabidos rencores.
Aquel
capítulo había quedado en el pasado, casi en el olvido de Lucía, pero jamás en
la psiquis de Hugo, que normalmente se compadecía a sí mismo, deseándola.
Ante el
bonito obsequio Lucia supo apreciar el detalle y lo celebró de momento con una
alegría demostrada, ofreciéndole un abrazo sincero y unas palabras de gratitud.
— Tiene un
cargador adaptado. —Le dijo Hugo. —Si está a tope luce con un tono agradable en
lo más oscuro de la noche, y sirve para iluminación tenue de la estancia, aunque
tiene una duración bastante larga. Puede aguantar sin perder luminaria, sobre
tres semanas, incluso más.
—Es muy
curioso. ¡La verdad.! Comentó Lucía, y siguió con los piropos hacia el payaso.
—No sé;
pero me atrae mirarlo fijamente. Esos ojillos pardos y brillantes parece que me
escudriñan el alma. Son dos faros vitales que marcan y destacan mi presencia.
Me encanta, y los orejones que presenta, son como altavoces de la verdadera
sinceridad. ¡Me gusta mucho.! Has tenido tanto gusto. ¡Como siempre.! ¡Gracias;
Hugo! Dándole un beso en la mejilla recogió su presente dejándolo a buen
recaudo en su aparador, frente a su alcoba, y siguió atendiendo a los demás
colegas que a su vez la abrazaban, estrujaban y con mucho afecto le regalaban
sus presentes.
Marianela,
su mejor amiga, le acompañaba en su recorrido por la conversación mantenida con
todos aquellos distinguidos amigos, a los que Lucía, siempre recurría en sus
encuentros y salidas. Aunque el apego que mantenían aquellas dos señoritas,
venía desde su tierna infancia, y permanecía a lo largo del camino.
Senda que
cada una de ellas había emprendido en direcciones opuestas.
Aquel
cumpleaños fue precioso. Todos rieron y disfrutaron hasta altas horas de aquel
viernes de puente. Por ser las fiestas de la Inmaculada y juntarse todas
aquellas fechas con el festejo de la Constitución. Sumado al fin de semana de
asueto que gozaron a placer.
Llegada la
despedida, todos fueron pasando a dar un beso y una consideración a Lucía
Martina, que acompañada de Marianela, despedían con gratitud a los de siempre, a
todos los amigos considerados que ellas tenían.
Una vez se
quedaron a solas, fueron finiquitando todo el desmadre que suele darse cuando
hay mucha gente reunida en casa. Recogiendo regalos y tirando los envoltorios
de cuantos paquetes cubrían aquellos presentes.
Marianela
preguntó llegado un instante a su amiga.
—Te han
gustado los regalos que te han hecho, desde luego algunos son preciosos.
—¡Claro que
sí! —respondió Lucía.
—Cada cual
regala lo que puede y tampoco vas a ponerte a valorar cuál de ellos tiene más
relevancia. Para mí todos son bonitos y entrañables. El problema es que al
final, no sé dónde los voy a colocar. Ya tengo demasiadas cosillas y luego para
quitar el polvo, me tiro el tiempo del mundo.
—Tienes
razón nena. —le dijo Marianela.
—El que me
ha sorprendido, ha sido el payaso que te ha traído Hugo. ¡Menuda figurita
preciosa! Comentó la amiga con entusiasmo, a lo que Lucía respondió con su
encanto.
— Es muy
fina, y le ha debido costar una pasta. Es un buen tío Hugo. Conmigo se porta
siempre de diez. Es educado amable y lo valoro mucho, después del chasco y
desprecio que le di en su día. No ha dejado de tenerme presente. Recordó Lucía
Martina a Marianela.
— No crees
que sigue enamorado de ti. Comentó su amiga. Te mira con esos ojos de pavo
degollado, que yo diría que te sueña. ¡Sigue estando por ti! Finalizó aquel
pensamiento Marianela dejando que la agasajada diera su parecer.
— Y mira
por dónde, —comentó dolida Lucía.
—Lo rechacé.
Creyendo que Herbert, me iba a escoger a mi como novia y pasó de mis encantos. Susurró
abiertamente añadiendo.
— Te lo
llevaste tú, y ve a saber que le concederías o como lo camelarías. Sabiendo que
yo estaba loca por él. —Hizo una pausa y siguió.
— Me quitaste el amor de mi vida y reconozco que me enfadé mucho contigo. Aunque ahora te doy las gracias, porque me hubiera hecho lo mismo que te hizo a ti. Engaños, adulterios, amarguras y deudas.
Habían
pasado dos horas desde que la fiesta había finalizado, y aquellas jóvenes
seguían dándole vueltas al tiempo pasado, recordando citas, líos y escándalos, cuando
Hugo conectó en su ordenador personal, el contacto con aquel regalo hecho a
Lucía. El famoso Clown Ruperto.
Ingenio que
conectaba por tecnología con el móvil y el ordenador de Hugo.
En el instante de la conexión hizo una especie de sonido, que las dos mujeres escucharon sin saber de dónde procedía aquel pitido corto y delicado que las alertó, sin imaginar que el bueno del muñeco Ruperto comenzó a mandar imágenes y sonido al equipo de Hugo.
— Has oído ese ruidito, preguntó Marianela.
— No he
oído nada. A que ruidito te refieres. insistió Lucía.
— ¡No nada.!
No me hagas caso, he percibido como el ruido de una cafetera, pero habrá sido
imaginación. Exclamó Marianela.
Hugo ya las
observaba y escuchaba sin ninguna reserva, mediante la red y el contacto que
suministraba el Clown Ruperto.
Las dos amigas
sentadas en el sofá despachurradas, charlando de secretos personales y
enseñando muslos y mini braguitas, sin imaginar que estaban emitiendo una
película real de sus comentarios, gracias al regalo que les pareció tan
sublime.
creyendo
que nadie las observaba, mostraban sus entretelas que recogía los ojos
vidriosos del Clown.
Lucía
Martina de buenas a primeras le preguntó sin cortarse a su amiga Marianela.
Queriendo continuar con el principio de la conversación que habían dejado
aparcada, por el ruidito auscultado.
— Una cosa
que siempre me ha tenido pillada fue el cómo y porqué dejaste a Herbert, con lo
cachas que es, y lo bueno que estaba. Imagino que te haría alguna cosa
desagradable.
— Ya que estamos en la sinceridad te diré, que fui la causante de desviar el interés de Herbert hacia tu persona. Me gustaba como a ti, y sin querer hacerte daño. Te lo hice. ¡Fui una irresponsable.! Cuando me di cuenta, nos habíamos enrollado una noche de copas y aquello lo repetimos en más de media docena de ocasiones. Creí me había dejado en cinta y no tuvo más remedio que tragarme. Estuvimos juntos año y medio y de embarazo nada. Siguió haciendo de las suyas, tirándose a esta y aquella. Un día lo pillé en mi cama con una prima mía y fue el punto del final. No era mal tío, pero se pasaba con los enredos de las mujeres. Ahora está con una tía madura, que lo mantiene y así van.
Lucía puso
de su parte y entró en sus remordimientos. Diciendo un detalle que jamás había
revelado a nadie.
— No sabes
lo arrepentida que estoy de haber ofendido a Hugo, y haberle dado calabazas. Es
una cosa de las que me arrepentiré toda mi vida. ¡Hoy mismo, me lo hubiera
comido.! Está como siempre, y es ahora cuando me he dado cuenta que es un tipo
estupendo. ¡Me hubiera cuidado toda la vida.! ... ¡Dios que tonta fui.!
Acabó diciéndole
a su amiga Marianela, con aquella coletilla.
— Cuando me
ha dado el abrazo, después de regalarme el bonito payaso. Lo hubiese besado. Me
he quedado con ganas de amarrarlo.
Si el
destino nos volviera a juntar, sería un milagro de la naturaleza. Su amiga,
quedó estupefacta y le comentó.
— Quien
sabe nena. A veces las paredes oyen, y transmiten los mensajes. Igual le llega
ese S.O.S. que le estás mandando.
Aquellas amigas
aun estuvieron un buen rato de charla, y Lucía Martina le dijo a Marianela que
se quedara en su casa a pasar la noche, ya era demasiado tarde, y no eran horas
para que saliera sola a la calle.
Sobre las
dos de la madrugada sonó el teléfono de Lucia Martina, y pensó … —<quien
será a esta hora… > Exponiéndole a su amiga que sorprendida como ella se quedó
mirándola a ver qué decisión tomaba.
— No levanto el teléfono. No sé quién puede
ser. Quien sea llamará mañana si es que le apetece.
El mensaje
quedó grabado en el buzón del teléfono de Lucía.
La voz quedó registrada de modo que pareciera que era un impulso repentino de Hugo, sin confesarle que el payaso Ruperto, fue el chivato que le daba luz verde para atreverse a referirle aquella confesión de amor, y dejó grabado.
— Soy Hugo.
No podía quedarme dormido sin que supieras una cosa.
Perdona, pero
si no confieso que me importas me moriré de padecimiento. Además de darte las
buenas noches y las gracias por haberme invitado en tu cumpleaños. Quiero que
sepas que me incumbes, me importas y te quiero. No he podido olvidarte jamás. Sé
que poco te importo, sin embargo no quiero morirme sin que lo supieras. Me conoces
y sabes que no soy demasiado atrevido para confesártelo sin más.
Pasados unos
minutos Lucía vio que la llamada intempestiva dejó un mensaje en su contestador
y lo escuchó en compañía de su amiga Marianela.
Ambas se quedaron perplejas al atender el desahogo de Hugo. Bien parecía que las hubiera percibido de sus bocas.
— ¡Que hago.!
Dijo Lucía, indagando en Marianela
— Pues tu
verás. Si tanto lo deseas, no esperes a mañana, no sea que se enfríe el niño. Además
si es cierto lo que me has confesado antes, estás enamorada de él, con lo que
sería tonto obviarlo. ¡Llámalo ya. Ahora.!
Hugo seguía
viendo la película de la reacción de las dos amigas que frente al Clown
Ruperto, estaban hablando sin cortapisas, diciendo cosas agradables y otras que
no lo eran tanto, pero Hugo se estaba empapando.
— Entonces
tú Marianela, le llamarías.
— ¡Yo. Seguro.!
¡Lo despertaba.! ¡Sí me interesara como te atañe a ti.! No perdería el tiempo y
lo sacaría de la cama. ¡Es más; haría que viniera esta misma noche y me amara.!
— Me da vergüenza. No sé como hacerlo. Y quiero
que sepa que yo siento lo mismo que él. Marianela se preparó para volver a su
casa y dejar que Lucía y Hugo se encontraran, recomendándole que le llamara sin
falta.
Mientras Marianela
salía por la puerta, Lucía marcaba el numero de Hugo, y este se preparaba para
recibir la llamada.
Dejó que el
sonido del teléfono sonara seis o siete veces y descolgó el auricular, como si
no fuera con él.
— Dígame.
Notó una respiración jadeante al otro lado del aparato y como no hablaba Hugo,
fue el que le dijo.
— Lucía. Sé
que eres tú. ¡Habla.!
Al cabo de
unos segundos se escuchó el murmullo que decía.
— Hugo, te
espero esta misma noche. ¡No tardes, voy desnudándome! Por cierto, es como si
el destino nos juntara para siempre. ¿No crees que puede ser así.?
— Puede
ser, así como dices o puede ser diferente. Le aseguró Hugo, de forma
clandestina y sin descubrir, que estaba muy contento, por como se habían
sucedido los hechos.
La señorita
emocionada volvió a preguntar a Hugo.
— Quien
crees que nos ha alertado esta noche, de nuestra decisión. ¿Podría ser el
destino. Verdad Hugo? Y Hugo le contestó sinceramente.
— Te quiero
mucho. Espérame que llego, y que sepas que todo esto se ha dado gracias a un
payaso.
autor: Emilio Moreno.









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