lunes, 15 de diciembre de 2025

¡Pasión! Gracias al payaso.

 

Estaban reunidos celebrando el cumpleaños de una de las amigas más delicadas del grupo. Una señorita exclusiva por su buen gusto. Su belleza y donaire, la hacía emerger aún más de lo que se considera distinguida. Con una intuición y destreza propia de la espía más delatora. Una mujer de las que todos admiran, pondera y desean.

Era su treinta aniversario, y todos aquellos amigos la premiaron con un presente, a cuál de ellos más gracioso, curioso y distinguido. Aprovechando que lo celebraba en su propio domicilio, todo era más sencillo para poder agasajar directamente a la felicitada con aquello que cada uno decidía.

Hugo le regaló una efigie, preciosa. Un payaso de porcelana bañado en marfil, con unos ojos exorbitantes que resplandecían al mirarlos. Reflejando un espejismo interior insoslayable. El clown Ruperto.

— ¡Qué cosa más bonita. —expresó Lucía Martina—, al recoger aquel detalle ofrecido por su antiguo pretendiente. Aquel que aún notaba su perfume en las noches de deseo.

Lucía había rechazado a Hugo por estar prendada de Herbert, un chulapo que no le hacía puto caso, del que estaba enamorada desde que era una niña. Sucesos que pasan en la juventud y que no en pocas ocasiones contraen dificultades en el futuro, con sus consabidos rencores.

Aquel capítulo había quedado en el pasado, casi en el olvido de Lucía, pero jamás en la psiquis de Hugo, que normalmente se compadecía a sí mismo, deseándola.

Ante el bonito obsequio Lucia supo apreciar el detalle y lo celebró de momento con una alegría demostrada, ofreciéndole un abrazo sincero y unas palabras de gratitud.

— Tiene un cargador adaptado. —Le dijo Hugo. —Si está a tope luce con un tono agradable en lo más oscuro de la noche, y sirve para iluminación tenue de la estancia, aunque tiene una duración bastante larga. Puede aguantar sin perder luminaria, sobre tres semanas, incluso más.

—Es muy curioso. ¡La verdad.! Comentó Lucía, y siguió con los piropos hacia el payaso.

—No sé; pero me atrae mirarlo fijamente. Esos ojillos pardos y brillantes parece que me escudriñan el alma. Son dos faros vitales que marcan y destacan mi presencia. Me encanta, y los orejones que presenta, son como altavoces de la verdadera sinceridad. ¡Me gusta mucho.! Has tenido tanto gusto. ¡Como siempre.! ¡Gracias; Hugo! Dándole un beso en la mejilla recogió su presente dejándolo a buen recaudo en su aparador, frente a su alcoba, y siguió atendiendo a los demás colegas que a su vez la abrazaban, estrujaban y con mucho afecto le regalaban sus presentes.

Marianela, su mejor amiga, le acompañaba en su recorrido por la conversación mantenida con todos aquellos distinguidos amigos, a los que Lucía, siempre recurría en sus encuentros y salidas. Aunque el apego que mantenían aquellas dos señoritas, venía desde su tierna infancia, y permanecía a lo largo del camino.

Senda que cada una de ellas había emprendido en direcciones opuestas.

Aquel cumpleaños fue precioso. Todos rieron y disfrutaron hasta altas horas de aquel viernes de puente. Por ser las fiestas de la Inmaculada y juntarse todas aquellas fechas con el festejo de la Constitución. Sumado al fin de semana de asueto que gozaron a placer.

Llegada la despedida, todos fueron pasando a dar un beso y una consideración a Lucía Martina, que acompañada de Marianela, despedían con gratitud a los de siempre, a todos los amigos considerados que ellas tenían.

Una vez se quedaron a solas, fueron finiquitando todo el desmadre que suele darse cuando hay mucha gente reunida en casa. Recogiendo regalos y tirando los envoltorios de cuantos paquetes cubrían aquellos presentes.

Marianela preguntó llegado un instante a su amiga.

—Te han gustado los regalos que te han hecho, desde luego algunos son preciosos.

—¡Claro que sí! —respondió Lucía.

—Cada cual regala lo que puede y tampoco vas a ponerte a valorar cuál de ellos tiene más relevancia. Para mí todos son bonitos y entrañables. El problema es que al final, no sé dónde los voy a colocar. Ya tengo demasiadas cosillas y luego para quitar el polvo, me tiro el tiempo del mundo.

—Tienes razón nena. —le dijo Marianela.

—El que me ha sorprendido, ha sido el payaso que te ha traído Hugo. ¡Menuda figurita preciosa! Comentó la amiga con entusiasmo, a lo que Lucía respondió con su encanto.

— Es muy fina, y le ha debido costar una pasta. Es un buen tío Hugo. Conmigo se porta siempre de diez. Es educado amable y lo valoro mucho, después del chasco y desprecio que le di en su día. No ha dejado de tenerme presente. Recordó Lucía Martina a Marianela.

— No crees que sigue enamorado de ti. Comentó su amiga. Te mira con esos ojos de pavo degollado, que yo diría que te sueña. ¡Sigue estando por ti! Finalizó aquel pensamiento Marianela dejando que la agasajada diera su parecer.

— Y mira por dónde, —comentó dolida Lucía.

—Lo rechacé. Creyendo que Herbert, me iba a escoger a mi como novia y pasó de mis encantos. Susurró abiertamente añadiendo.

— Te lo llevaste tú, y ve a saber que le concederías o como lo camelarías. Sabiendo que yo estaba loca por él. —Hizo una pausa y siguió.

— Me quitaste el amor de mi vida y reconozco que me enfadé mucho contigo. Aunque ahora te doy las gracias, porque me hubiera hecho lo mismo que te hizo a ti. Engaños, adulterios, amarguras y deudas.

 

Habían pasado dos horas desde que la fiesta había finalizado, y aquellas jóvenes seguían dándole vueltas al tiempo pasado, recordando citas, líos y escándalos, cuando Hugo conectó en su ordenador personal, el contacto con aquel regalo hecho a Lucía. El famoso Clown Ruperto.

Ingenio que conectaba por tecnología con el móvil y el ordenador de Hugo.

En el instante de la conexión hizo una especie de sonido, que las dos mujeres escucharon sin saber de dónde procedía aquel pitido corto y delicado que las alertó, sin imaginar que el bueno del muñeco Ruperto comenzó a mandar imágenes y sonido al equipo de Hugo.


 — Has oído ese ruidito, preguntó Marianela.

— No he oído nada. A que ruidito te refieres. insistió Lucía.

— ¡No nada.! No me hagas caso, he percibido como el ruido de una cafetera, pero habrá sido imaginación. Exclamó Marianela.

Hugo ya las observaba y escuchaba sin ninguna reserva, mediante la red y el contacto que suministraba el Clown Ruperto.

Las dos amigas sentadas en el sofá despachurradas, charlando de secretos personales y enseñando muslos y mini braguitas, sin imaginar que estaban emitiendo una película real de sus comentarios, gracias al regalo que les pareció tan sublime.

creyendo que nadie las observaba, mostraban sus entretelas que recogía los ojos vidriosos del Clown.

Lucía Martina de buenas a primeras le preguntó sin cortarse a su amiga Marianela. Queriendo continuar con el principio de la conversación que habían dejado aparcada, por el ruidito auscultado.

— Una cosa que siempre me ha tenido pillada fue el cómo y porqué dejaste a Herbert, con lo cachas que es, y lo bueno que estaba. Imagino que te haría alguna cosa desagradable.

— Ya que estamos en la sinceridad te diré, que fui la causante de desviar el interés de Herbert hacia tu persona. Me gustaba como a ti, y sin querer hacerte daño. Te lo hice. ¡Fui una irresponsable.! Cuando me di cuenta, nos habíamos enrollado una noche de copas y aquello lo repetimos en más de media docena de ocasiones. Creí me había dejado en cinta y no tuvo más remedio que tragarme. Estuvimos juntos año y medio y de embarazo nada. Siguió haciendo de las suyas, tirándose a esta y aquella. Un día lo pillé en mi cama con una prima mía y fue el punto del final. No era mal tío, pero se pasaba con los enredos de las mujeres. Ahora está con una tía madura, que lo mantiene y así van. 

Lucía puso de su parte y entró en sus remordimientos. Diciendo un detalle que jamás había revelado a nadie.

— No sabes lo arrepentida que estoy de haber ofendido a Hugo, y haberle dado calabazas. Es una cosa de las que me arrepentiré toda mi vida. ¡Hoy mismo, me lo hubiera comido.! Está como siempre, y es ahora cuando me he dado cuenta que es un tipo estupendo. ¡Me hubiera cuidado toda la vida.! ... ¡Dios que tonta fui.!

Acabó diciéndole a su amiga Marianela, con aquella coletilla.

— Cuando me ha dado el abrazo, después de regalarme el bonito payaso. Lo hubiese besado. Me he quedado con ganas de amarrarlo.

Si el destino nos volviera a juntar, sería un milagro de la naturaleza. Su amiga, quedó estupefacta y le comentó.

— Quien sabe nena. A veces las paredes oyen, y transmiten los mensajes. Igual le llega ese S.O.S. que le estás mandando.

 

Aquellas amigas aun estuvieron un buen rato de charla, y Lucía Martina le dijo a Marianela que se quedara en su casa a pasar la noche, ya era demasiado tarde, y no eran horas para que saliera sola a la calle.

Sobre las dos de la madrugada sonó el teléfono de Lucia Martina, y pensó … —<quien será a esta hora… > Exponiéndole a su amiga que sorprendida como ella se quedó mirándola a ver qué decisión tomaba.

 — No levanto el teléfono. No sé quién puede ser. Quien sea llamará mañana si es que le apetece.

El mensaje quedó grabado en el buzón del teléfono de Lucía.

La voz quedó registrada de modo que pareciera que era un impulso repentino de Hugo, sin confesarle que el payaso Ruperto, fue el chivato que le daba luz verde para atreverse a referirle aquella confesión de amor, y dejó grabado. 

— Soy Hugo. No podía quedarme dormido sin que supieras una cosa.

Perdona, pero si no confieso que me importas me moriré de padecimiento. Además de darte las buenas noches y las gracias por haberme invitado en tu cumpleaños. Quiero que sepas que me incumbes, me importas y te quiero. No he podido olvidarte jamás. Sé que poco te importo, sin embargo no quiero morirme sin que lo supieras. Me conoces y sabes que no soy demasiado atrevido para confesártelo sin más.

Pasados unos minutos Lucía vio que la llamada intempestiva dejó un mensaje en su contestador y lo escuchó en compañía de su amiga Marianela.

Ambas se quedaron perplejas al atender el desahogo de Hugo. Bien parecía que las hubiera percibido de sus bocas. 

— ¡Que hago.! Dijo Lucía, indagando en Marianela

— Pues tu verás. Si tanto lo deseas, no esperes a mañana, no sea que se enfríe el niño. Además si es cierto lo que me has confesado antes, estás enamorada de él, con lo que sería tonto obviarlo. ¡Llámalo ya. Ahora.!

Hugo seguía viendo la película de la reacción de las dos amigas que frente al Clown Ruperto, estaban hablando sin cortapisas, diciendo cosas agradables y otras que no lo eran tanto, pero Hugo se estaba empapando.

— Entonces tú Marianela, le llamarías.

— ¡Yo. Seguro.! ¡Lo despertaba.! ¡Sí me interesara como te atañe a ti.! No perdería el tiempo y lo sacaría de la cama. ¡Es más; haría que viniera esta misma noche y me amara.!

  Me da vergüenza. No sé como hacerlo. Y quiero que sepa que yo siento lo mismo que él. Marianela se preparó para volver a su casa y dejar que Lucía y Hugo se encontraran, recomendándole que le llamara sin falta.

Mientras Marianela salía por la puerta, Lucía marcaba el numero de Hugo, y este se preparaba para recibir la llamada.

Dejó que el sonido del teléfono sonara seis o siete veces y descolgó el auricular, como si no fuera con él.

— Dígame. Notó una respiración jadeante al otro lado del aparato y como no hablaba Hugo, fue el que le dijo.

— Lucía. Sé que eres tú. ¡Habla.!

Al cabo de unos segundos se escuchó el murmullo que decía.

— Hugo, te espero esta misma noche. ¡No tardes, voy desnudándome! Por cierto, es como si el destino nos juntara para siempre. ¿No crees que puede ser así.?

— Puede ser, así como dices o puede ser diferente. Le aseguró Hugo, de forma clandestina y sin descubrir, que estaba muy contento, por como se habían sucedido los hechos.

La señorita emocionada volvió a preguntar a Hugo.

— Quien crees que nos ha alertado esta noche, de nuestra decisión. ¿Podría ser el destino. Verdad Hugo? Y Hugo le contestó sinceramente.

— Te quiero mucho. Espérame que llego, y que sepas que todo esto se ha dado gracias a un payaso.








autor: Emilio Moreno.

 

 

 


jueves, 11 de diciembre de 2025

¡Rayan, no se rayó!

 

Aquel hombre trabaja en una oficina como funcionario del estado, y parece tener las ideas muy claras. No es que lo parezca, es que las tiene. Debido a antiguas experiencias nefastas se cuida, y no descuida su proceder.

Sabe que tiene un contrato laboral extenso, que finalizará en cuanto acabe el proyecto. Para escalar peldaños de relevancia, caso de ser exitoso el cometido que ahora lo embarga. Que no es otro que la seguridad del personal del ministerio.

Tarea que engendra además de la privacidad y el amparo personal de cada uno de los empleados, formas de actuación y conducta, modos y normas de entender lo anónimo de sus tareas, y sobre todo la vigilancia en los comentarios que se hacen privadamente. En evitación de qué clase de repercusión futura han de tener.

Impidiendo sean recogidos por confidentes y delatores que siempre se ocultan tras un semblante de bondad. Personajes que existen en todos los cometidos laborales de relieve.

A diario se ha de mezclar con personas afines y otras que no lo son nada. Camaradas de oficina y profesión, que con seguridad buscan un prestigio que no tienen, y dadas las conveniencias en que concurren, les va a costar mucho trabajo, tiempo y esfuerzo conseguirlas.

Al escapárseles por la boca testimonios, datos y declaraciones sin precisar, y algún que otro secreto o inconveniencias reservadas.

Rayan Delaxen cuida muy mucho su integridad.

Es cordial pero no abusa de agasajos para con los demás. Normalmente va con <pies de plomo> por la vida.

Es en él una máxima y un condenado axioma. Evitar pronunciarse en cualquiera de los dilemas suscitados, con lo que nadie sabe de <qué pie calza>.

Nunca regala declaraciones si raramente opina por obligación.

Jamás entra en <Camisas de once varas>.

En ningún momento depende de ningún encubridor, y evita en lo que puede los piropos velados, que normalmente ocultan situaciones emocionales, que suelen echarle alguna de las asistentes femeninas de su departamento.

Nada más que por probar si tiene fluidos machistas, o reacciones sensuales que pudieran usarlas para denostarlo.

Disimula a menudo sin presumir demasiado de lo que tiene. Que es una vida estable y un matrimonio equilibrado.

Rayan es un tipo que únicamente va a la suya.

De ninguna forma participa de convenciones con los colegas de profesión.

Evitando mezclarse y disfrutar de cenas y reuniones con ellos. Se limita a compartir tan solo temas relacionados con el trabajo, y en el lugar que corresponde.

Cuando se libera de sus ocupaciones laborales olvida todo el cargo y las cargas y se dedica a su gente y a vivir su vida, sin mezclarse con ninguno de los hombres y mujeres de su profesión.

El abogado Delaxen fue descubierto por sus dotes de hombre preparado y cabal, en uno de los juicios iniciados por fraude y revelación de secretos en la persona del ex Viceministro de Asuntos Exteriores.

Un pollo de cuidado. ¡Un sinvergüenza de tomo y lomo.! Al que protegió como abogado

Defensa y representación, que llevó pulcra y ganadora desde el comienzo del proceso derivado del expediente. Que acusaba al mencionado político.

Con un argumento elaborado que lo eximía de toda participación y culpa de los cargos que lo acusaban.

Simplificando su inocencia con una breve declaración en los juzgados.

Encumbrándose sin paliativos frente a los gerifaltes del PARTIDO, que de inmediato lo promovieron a jefe del D.A.O.

Rayan Delaxen. En el instituto cuyas iniciales significan Departamento de Analítica Oculta. Ejerce a su manera.

Desde que ocupa su cargo, ha ido confeccionando su propio análisis de cuantas personas están bajo el prisma de la investigación.

Algunas de ellas, disimuladas por su bonhomía, su carisma o su impronta.

La relación de sospechosos que al acceder a la jefatura del D.A.O, le ofrecieron fue entregada de forma anónima.

Se trataba de un inventario de posibles autores de graves infracciones. Que recaían en funcionarios de realce, responsables distinguidos que ocupan en la actualidad bufetes del gabinete.

Recayendo las sospechas delictivas sobre tres líderes.

Dos eran los subdirectores más emblemáticos, y la que cerraba el círculo era la dirigente de moda del Partido, la que gozaba de mayor preeminencia.

El jefe de Protocolo; Narciso Tontuna Garete.

El responsable de Seguridad de la Información; Segismundo Ballarina, y la gobernadora de cuantos dilemas se descubrieran en el ámbito. Que no era más que la Subdirectora de Asuntos Centrales. Doña Patrocinio del Cono.

 

Confesiones protocoladas que le habían suministrado de forma poco ortodoxa y que venían en nombre del antiguo jefe del D.A.O, cargo que ahora ocupa el señor Delaxen.

Observando que en aquel listado faltaban alguno de los nombres que en su tiempo de dedicación observó que eran merecedores de por lo menos alguna indagación.

El nuevo director de la D.A.O, no carecía de envidiosos que procuraban ponerle palos en las ruedas, y hacer que su trabajo no fuera tan agradable como debiera, y entre algún componente de aquel consejo le prepararon una trampa.

La guapa Patrocinio, no creía que Rayan fuera tan exacto, tan honrado y tan arisco y una vez advertida por sus contactos más allegados que la investigaba el señor Delaxen. Se puso en guardia.

Rayan, la tenía en análisis, y quiso conceder a la piadosa dama del Cono, el primer golpe de gracia.

Tema que llevó muy en sordina con aquellos dos afectados que a su vez eran vigilados en silencio por los tentáculos del conductor de la D.A.O.

 

Aquella mañana los servicios de mantenimiento y estructuras, solicitaron entrar en el despacho del señor Delaxen, que llevaba dos horas trabajando. Con la idea de presentarle al nuevo equipo de limpieza de sus dependencias laborales, y golpeando su puerta se hicieron ver y escuchar.

— Buenos días señor Rayan. Con su permiso. ¿Podemos acceder?

— Si claro. Faltaría más, adelante.

— Le presentamos la nueva dependienta de la limpieza de su despacho, que ha recaído sobre la señorita Glenda Rosquilla Chingua.

— Adelante. Pasen por favor. No se queden en la puerta. Entren y cierren.

El director se levantó de su sillón y se acercó a recibir a la comitiva que llegaba a presentar a la señora, que sería su adjunta para la ordenación pulcritud y limpieza. De las dependencias e instalaciones de su despacho.

Mostrando su desacato, por la falta de información dispensada, y recalcó

— Y como es que han cambiado de persona. Preguntó Rayan y al no tener respuesta siguió averiguando.

— Quien ha decidido el cambio en el cuidado de mi perímetro. Quien lo ha ordenado. El encargado del mantenimiento no supo contestar y Rayan advirtió sin entender aquella permuta innecesaria y a la vez repentina

—Pues eso lo desconozcoAdujo el responsable de mantenimiento alegando.

Han sido modificados en su totalidad los servicios, y la empresa que lo llevaba hasta el momento. El motivo lo desconozco, pero debe cumplir con seguridad con alguna de las normas que exige el protocolo.

— Bien. No perdamos más tiempo, ya habrá lugar para enterarme y para exigirte como emprendes una tarea sin conocer los detalles… —dijo Rayan—y dirigiéndose a la mujer le preguntó, como si fuera la primera vez que trataba con ella. Haciéndose el despistado y no entrando en más preámbulos

— Cómo te llamas

— Me llamo Glenda Rosquilla Chingua, para servirle señor.

Soy empleada de la empresa LERDA, Limpiezas Especiales Reunidas de Antioquía, y he sido designada exclusivamente a atender sus dependencias.

— Muy bien Glenda, ya puedes incorporarte a partir de mañana. Tu horario ha de ser muy de madrugada. Acostumbro a incorporarme al despacho a partir de las siete, y espero que la limpieza esté realizada al completo.

— Muy bien señor, así será. Espero serle de utilidad y no causarle problemas, dejando sus detalles tal y como los encuentre y perfectamente aseados.

Glenda ahora con otro nombre, simuló o trató de pasar desapercibida del conocimiento del señor Rayan, que su mente ya trabajaba en otra dimensión.

— Muy bien. Encantado de haberte conocido. Exclamó Rayan con algo de guasa en su rostro y en el tono de su vocabulario.


 Glenda llevaba tres semanas haciendo sus labores en los despachos.  No se veía con Rayan, ya que cuando el ejecutivo accedía al lugar, ella debía estar fuera de las dependencias.

Un día de forma inesperada, al entrar el burócrata en su reservado, se encontró a Glenda sentada en su sillón, medio vestida y en situación de comprometerlo. — Que haces aquí en esa pose. No recuerdas te dije que debías limitarte a tus deberes.

— Claro que lo recuerdo. Al que se le ha esfumado la memoria es a ti.

Quieres hacerte el despistado pero no podrás librarte de mí tan fácil como crees. No soy uno de tus peones. Ni lo fui antaño, cuando tuvimos nuestros instantes placenteros y aquellas asombrosas relaciones íntimas.

— Sé muy bien que pretendes y quién eres. ¡Espera.! —dijo Rayan—Me lo dirás delante del servicio de seguridad de la planta.

—  Evita ese encuentro, o perderás tu empleo y credibilidad. Le amenazó la agregada medio desnuda.

— Bien pues lo perderé, pero tu no me vas a chantajear a cuenta de quien te haya contratado. Que imagino quienes son, y por qué te han ordenado permanecer medio desnuda esperándome.

Serán los mismos que han colocado cámaras en mis dependencias, micrófonos ocultos y demás.

Detalles que ya imaginé y siempre fui por delante de vuestras aventuras.

— ¡Pero tendrás cara dura.! ¡Es que no me conoces.!... ¡Rayan.! Es verdad que pases tanto de mí sin molestarte. Preguntó Yamira, la misma que ahora se hacía pasar con el nombre de Glenda.

—  Claro que paso de ti, te conozco muy bien y no voy a repetir los errores que tuve contigo dos veces. Engañar al mundo con tus juegos eróticos en aquel despacho de la empresa Plascuri, en la que mantuvimos una aventura. Corta, pero intensa. La que me llevó a tantos disgustos.

De aquello hace más de veinte años. No duró porque tu jamás quisiste que aquellos arrebatos sexuales que teníamos en las dependencias ocurrieran en tu propia casa. Tenías miedo que conociera a tus hijos y a tu marido, además de las muchas cosas que no confesabas.

Yo tampoco quería destrozar mi matrimonio de entonces, con la hija del dueño de la firma y me dejé llevar por tus perfumes, tus pechos, tus besos y tus mentiras.

Estaba recién casado con mi primera esposa. Dos años de fingir, y no era el momento de montar un escándalo.

Ahora; mejor dicho desde hace tiempo, no me oculto de nada.

Lo pasado es pasado. ¡Soy como soy.! Con mis defectos y alguna que otra virtud, pero en la actualidad me debo a una tarea y la pienso cumplir.

No me vas a seducir de nuevo.

Aquello es pasado y además ya estás demasiado tocada como para que vuelva a caer en tus redes carnales. Hizo un gesto y apuntó.

— Espera no te menees. Será un trámite muy rápido, porque te esperábamos y además todo esto se está grabando.

Rayan pulsó un timbre que llevaba en su móvil.

No tardaron y en un “santiamén” apareció el séquito de guardaespaldas del ejecutivo, que lo tenían todo preparado para el momento aquel.

El instante preciso en que se dio. Como podía haberse dado meses más tarde.

Era cuestión de que Glenda se destapara, enseñara sus tetas provocando y queriendo excitar a Rayan, o montara una teatralidad de las suyas.

— Que te ha prometido la señora del Cono, para que te jugaras la cárcel. Le preguntó tranquilo Rayan esperando su inmediata respuesta.

— Cómo sabes tú, que está complicada en este tema Patro. La buena y amable señora Patrocinio. ¡Es que tienes algo con ella.!

— No debo darte explicaciones, pero tú, debes confesar la trama que habéis montado, antes de que te lleven detenida.

— Patro me dijo, que la habías engañado, que te la montabas y de buenas a primeras conociste a Hardy, y la abandonaste.

— Te ha engañado. ¡Es una arpía.! Patrocinio del Cono, es una mujer depravada, que finge cuando lo necesita y engaña para conseguir sus deseos. La tal Patro, la buena señora está junta con su secretaria y hace mas de diez años que conviven felizmente. Por lo que yo, jamás la he tocado. Ni ella lo hubiera permitido.

Glenda, comunicó sin miedos el cómo y el porqué, de su actuación, y manifestó

— Conocí a Patrocinio en un lío que mantuvimos las dos con un embajador. Yo lo embaucaba a gusto de Patro, y ella hizo todo lo posible para que lo pusiera en un brete. Me pagó muy bien y lo filmamos desnudo haciendo posturas raras. Perdió el cargo, la embajada y la familia.

— Para quién trabaja del Cono. Lo sabes verdad. Quiso Rayan que confesara delante de los servicios que hacía minutos presenciaban el espectáculo.

—¡Sí.! Claro que lo sé. ¡Como no voy a saberlo! pero no lo diré. Prefiero que sea ella la que se confiese y sea tan íntegra como dice y presume.

Se llevaron detenida a la falsa Glenda, que tampoco se llama Yamira. Se le conocía en los ambientes integracionistas como Kotorowa, el verdadero nombre de la seductora de Rayan.

Patrocinio del Cono, era una de las espías de un gobierno sudamericano, que tenía influencias con el este europeo.


Autor: Emilio Moreno.





 


domingo, 7 de diciembre de 2025

¡Llevan el mismo nombre: Inmaculada!

 






Recordaba lo sucedido en aquella fecha en cuestión. Tiempo que le venía a la memoria por haber quedado en sus intersticios para siempre por el efecto que le produjo. Habiendo participado, en las tres historias que evocaría. De una manera u otra, sin pretenderlo.

La primera de modo presencial y como intérprete, y las dos restantes por enterarse en la sala de espera del hospital Nuestra Señora de Aránzazu, de una ciudad del norte. Después de soñar mientras paría Palmira. 

Era un ocho de diciembre del año setenta y cinco del pasado siglo.

Tan solo transcurrieron desde ese instante la friolera de cincuenta años. Alguien diría como acotación, y lo mencionaría con el título de aquel precioso bolero de… <Toda una vida.>... y seguiría en sus pensamientos con lo típico.

Frases hechas que todos sabemos y que por ello, no dejan de ser ciertas.

Así pensó aquel que era tan jovencillo, y que ahora peina poco cabello. Y el que crina hoy, es canoso y rebelde.

<—¡Como pasan los meses, y cómo se escapa la vida! No tiene freno. Es una carrera cuesta abajo que nadie la puede detener>...

Pensaba en sus adentros Henry, aquel que medio siglo atrás, se las daba de “Sabelotodo.”. Ahora, las cosas no eran como entonces. La experiencia lo amparaba y temía muy mucho a lo imponderable. Por lo poco que cuesta que te cambie la vida en un minuto, y por los miedos que se unen al ir cumpliendo años.

En su alegría recordaba aquella noche del siete de diciembre, que después de la ingesta para cenar, a base de sopa de fideos y de la pechuga de pollo, quería mantener el tipo viendo las noticias del día.

Sin conseguirlo. Imposible poder aguantar el envite de la presión de una jornada dura y llena de alternativas, que lo había descerrajado físicamente.

Decidiendo ir al vulgarmente llamado “sobre”, a descansar. Comentándole momentos antes a Palmira su compañera, que todo saldría bien.

Con el convencimiento que el parto, seguía su transcurso y aún quedaban varios días para el alumbramiento. El nacimiento de su primer hijo, que entonces no se sabía con la antelación de ahora. Si venía un chavalín o una princesita.

Expresada su ilusión a Palmira, le estaba indicando que se retiraba a descansar, no sin antes anunciarle con cariño.

—He tomado vacaciones y espero disfrutarlas a tope, mientras el alma me lo permita. Para llegar a conseguir estos días de fiesta he tenido que menearme como un loco. Sin que nadie lo viera y nadie me lo agradeciera. Lástima de la lotería que no nos ha tocado. Lo hubiese mandado todo a “freír monos”.

Al primero de la lista sería mi jefe. Que nada más hace que apretar para conseguir resultados, pero a los currantes no nos toca el sueldo desde hace tres años y nos fustiga de forma vehemente.

Estoy de mi director hasta los tuétanos, y con gusto lo perderé de vista en unos días. Acabó aquella revelación y le guiñó un ojo a Palmira, que lo escuchaba con atención. Embarazada y muy a punto de parir, no las tenía todas consigo y le avisó señalando.

—A ver, si puedes conseguir ese descanso. Y no tenemos que salir pitando hacia la clínica. ¡Esto está a punto de caramelo!  Me encuentro muy pesada y no sé, si podré aguantar a la fecha que el doctor nos ha indicado.

—No pasa nada nena. Si llega sin previo aviso, lo hará a su casa, y entonces haremos todo lo que esté en nuestras manos para que el trámite del alumbramiento sea lo más sencillo que se pueda. Nada más le pido a Dios, que tanto tu como el bebé. Estéis bien y la salud no nos abandone.

Recogieron los trastos de la cocina y antes de las once de la noche, se metían en la cama super fatigados. Sin ver películas ni atender a concursos televisados.

Palmira mucho más nerviosa que Henry, sabía medir los tiempos, y no acelerar aquel futuro inmediato, para evitar el nerviosismo de su compañero.

Sobre las cuatro y cuarto de la madrugada del día de la Purísima, Palmira dijo que hasta ahí llegaban las esperas. Rompiendo aguas y avisando al boquiabierto de Henry, que dormía a pierna suelta, sin atender más que lo que convenía.

—Despierta Henry, que esto ya está aquí. Desorientado y recién despierto, no sabía donde ubicarse y preguntó.

—Quien está aquí, no son horas para visitas.

—¡Nada de eso. Tonto! He roto aguas y debemos ir a la clínica, que el parto se avecina y sin tardar.

—Estás segura. Comentó asustado Henry, poniendo excusas por si servían de algo y mitigar el miedo que en aquel instante le embargaba.

—Mira que si vamos y no es la hora, quedaremos como tontos.

—Oye tío. Aquí el único que parece sea tonto eres tú.

No te das cuenta, del charco que pisas. Déjate de simplezas, levanta el cuerpo y vámonos directos al hospital, que esto no se detiene.

En menos de diez minutos se pusieron en marcha hacia la gran policlínica de la ciudad.

Un revuelo espectacular al llegar a la puerta de Urgencias, les hizo ponerse un poco nerviosos. Policía buscando a alguien, que no encontraba, sirenas aturdiendo al mundo y ruidos extraordinarios les sacó de su premura por un instante.

Cuando accedieron a recepción los camilleros atendieron a la futura mamá y la pasaron a la sala de dilatación. Donde se encontró con todas las muchachas que iban para lo mismo. Dar vida a un ser humano. 



En el otro punto de la ciudad. En el extrarradio de la gran urbe, Ernesto y Amarilda, esperaban su tercer hijo. Hacía tan solo cinco años que habían unido sus vidas, sin pasar por la sacristía y ya tenían asumida e iniciada la carrera de ser papás de un regimiento. Buscando el título de familia numerosa.

Eran dos personas fuera de quicio, que creían que los niños que traían al mundo, absolutamente todos vienen con un pan bajo del brazo.

Cuando es en ocasiones todo lo contrario, y gastos y sacrificios que han de soportar. Deben por fuerza delegarlos en su familia, por falta de posibles.

Que puestos sin remedio en un callejón sin salida, miran de solventar el poco juicio de los que viven, a lo loco sin pensar en consecuencias.

Amarilda era una mujer muy guapa, y seductora. La habían criado sin enseñarle obligaciones, esfuerzo y trabajo. Con ínfulas de preciosa dama, que además fantástica ella, trabajaba en aquellos días en el despacho de Don Hipólito Tragaluz.

Un abogado que además de ser un descarado machista y abusador con las empleadas, las provocaba para que desfilaran frente a él haciendo presunción de sus escotes y falditas cortas. A cambio de agasajos dinerarios y regalitos anónimos. Detalles que el procurador no tenía con su esposa. Usando modos poco elegantes en el trato para con ella.

Las empleadas sin embargo, entre ellas Amarilda, permitían con gracia y a cambio de presentes todo aquello que el señor Tragaluz, se encaprichaba.

Para con su casa y familia era un caballero religioso de ir a misa todos los domingos del brazo de Doña Virtudes, que era otra pieza de museo. Excesivamente promiscua y amante de las aventuras y amoríos con caducidad premeditada. Todo en aquella familia se hacía para revertir efectos dentro de una ficticia y denominada honradez.

Ernesto, el compañero de Amarilda, era uno de esos tipos que se creen guapos y atrayentes para las chicas. Agente de bolsa poco estabilizado que asumía riesgos bastante delicados, con lo que en las tres o cuatro últimas operaciones había dejado su balanza de pagos en números rojos. Teniendo que paliar cuantiosas pérdidas en su cartera de clientes.

Aquella parejita, se habían acomodado en una urbanización cercana a uno de los parques más emblemáticos de la ciudad. Si se trataba de presumir era válido.

Un barrio que a pesar de toda la tranquilidad y el sol, y la gente bonita que pululaba por sus calles. Tenían alejados todos los servicios.

Las distancias con la ciudadanía era grande, médicos, tiendas, farmacias y comercios, caían demasiado alejados. Teniendo que usar el coche hasta para ir a comprar el pan. Dándolo por bien visto y aceptado.

Gozaban de la tranquilidad de vivir en aquella zona de ricachones siendo unos pelagatos, queriendo demostrar sin conseguirlo, que eran una gente de alto copete.

Aquel siete de diciembre Amarilda se le había complicado la tarea en el despacho y tuvo que ahondar en su horario, no pudiendo salir a las cinco de la tarde como en ella era costumbre.

El volumen corpóreo que tenía Amarilda, por su inminente alumbramiento era para tomárselo con mucha más cautela y con otro tras. Llegó a su domicilio en la avenida de los Pasos Tristes y se cambió de ropa, instalándose más cómoda.

Ya se notaba muy pesada y poco hizo alrededor de la casa. Sus hijos, todos chiquitos, hacía días estaban al cuidado de sus abuelos, viendo que su madre no dejaba de trabajar, ni menearse sin sentido y en cualquier instante podía sonar la flauta, como así fue.

Cuando Amarilda llegó a casa, se encontró a Ernesto, tomando una copa de Jerez, pensando en como y de que manera pondría su estrategia para librar de sus números rojos, a tanto cliente con el que estaba enmerdado. Prepararon una cena de esas de trámite, para entrar en la festividad del día ocho de diciembre con el ánimo enternecido por la llegada de su nuevo hijo, que tampoco sabían si había de nacer varón o niña.

Pronto Amarilda se desnudó y se dio una ducha para dejar atrás todas las bravuconadas que había protagonizado con el abogado del despacho, y se metió en la cama esperando que Ernesto hiciera lo mismo sin tardar demasiado.

Antes de retirarse el esposo hizo una llamada a Nolan Watson, un antiguo colega y casi amigo que sabía de enredos y negocios turbios.

Nolan hacía menos de tres meses que había salido de la cárcel. Finalizando una condena de cuatro años, de la cual jamás le puso nombre ni detalles.

Malversación que protagonizó cuando trabajaba en una delegación de la entidad financiera sita en Castellón, de uno de los bancos punteros entonces en el país. Con nombre de misterio y de intriga. Donde defendía el cargo de subdirector del Banco Capitowsen. Con la Sede Central en la ciudad de Chicago

Al ser un empleado de alto rango, en cuanto se descubrió el desbarajuste en más de cien cuentas corrientes, pertenecientes a los clientes más importantes, lo despidieron. Acusándole y denunciándolo por fraude continuado y derivación de capitales.

Al descolgar el teléfono se escuchó una voz frondosa que sin duda pertenecía a Watson, a la que sin más preámbulo abordó.

—Nolan, soy Ernesto Pancilla. Tu adjunto en el Capitowsen. ¡Me recuerdas!...

—Cómo no te iba a recordar. ¡Eres un puto gamberro! Sin embargo me fuiste leal en los momentos duros. Además aun me debes una comida y doscientos dólares, que no voy a perdonarte. Después de una carcajada falsa, le preguntó.

—¡Tú dirás.!... ¡Que bicho te ha picado. ¡O qué te duele.! Dejando que se explicara Ernesto. Aunque volvió a cortar, con una onomatopeya. Antes que su interlocutor hablara y comentó.

—Si me llamas. ¡Es que algo anda bastante mal! Debes estar metido en una mierda gorda, o estás a punto de entrar en Chirona. Argumentó Nolan, riendo como una bestia salvaje, y aguardando saber el motivo de aquella prisa a horas intempestivas.

—Verás. Ahora estoy con el agua al cuello. He patinado y tenido unos errores gruesos. Tengo que verte lo antes posible. Aunque decirte, que mi mujer, está a punto de parir, pero a punto a punto. Tanto que creo que de esta noche no pasa. Te llamaré en cuanto pueda para proponerte un negocio.

Nolan Watson le indicó con bastante claridad y sin rodeos.

—Ernesto. Que sepas que minucias no quiero. ¡Ni una, ni media.!

He purgado lo que hice, aunque este tiempo me ha servido de universidad y creo ser, algo mejor que antes. Hizo una pausa y le dijo.

—No sabía que tenías mujer, y menos que estaba a punto de parir, con lo que espero saber más de ti.  Sin embargo que sepas. Menudencias. ¡Ni una ni media...  

No me hagas perder el tiempo.

Cuando Ernesto se dispuso a entrar en la habitación, Amarilda había roto aguas y salía para que su esposo la llevara directamente al hospital. 




El suburbio de la Trontolla, estaba no demasiado alejado del sur de aquella ciudad. Allí radicaba casi la mayor parte, de los migrados del mundo entero. Compartiendo espacio y oxígeno con la gente menos pudiente y los que vegetaban en la más absoluta pobreza.

Vivían como podían. En barracas, en chabolas y bajo los chamizos que ellos mismos se construían. Decir que comían, es pensar en algo más de lo que la imaginación nos engaña.

Moraban en condiciones infrahumanas casi todos. se resguardaban del frío, a base de maderas, plásticos y enseres viejos encontrados en la cloaca de la capital, que no radicaba a demasiados kilómetros.

En la cabaña once de la calle se escuchan inesperadamente unos alaridos de mujer joven. Que pedía a gritos ser atendida. Allí se encontraba Adelita Michelena, una lozana criatura de veinte años que embarazadísima, pedía socorro a quien fuera, para ser atendida y parir cuanto antes.

Desnuda sobre un jergón de paja, con las piernas abiertas esperaba que alguien pudiera socorrerla.

Tras aquellos chillos entró Macarena, la médium de la zona y fue la que primero atendió a Adela. Y viendo que la descarga no venía conforme a regla, llamó a su sobrino Marcelo, para que con el coche de su amigo Johnny, pudieran llevarla al hospital mas cercano, ya que perdían la vida Adela y su criatura, de no ser atendidos en breve.

Marcelo dándole órdenes, casi obligó al pillo de Johnny, que justo había birlado y forzado un elegante, precioso y robusto Mercedes de último modelo en la zona VIP, que pretendía desmontarlo y vender a piezas. En el submercado del contrabando, la totalidad del despiece.

Precioso, de color perla, que tenía aparcado a la vera de su bohío.

—No me hagas esto Marcelo, dijo su amigo.

—Acabo de desvalijarlo y no puedo presumir por el centro de la ciudad con este trueno de coche.

—¡Joder tío, que se nos muere Adela.! Comunicó Marcelo con prisas, y siguió.

—Ya sabes que somos responsables de su barriguita. No sabemos quien de los dos la ensambló, pero uno de nosotros, somos el padre de lo que nazca.

Que el tipo de morcilla que luce y tiene ahora, es por nuestra culpa.

Mi tía lo sabe. Y no nos permitirá que nos salgamos de rositas con esa nena. Así que muy seria me ha mandado que la saquemos de este trance y que sobre todo. Ni le dé por morirse. Que si le pasa algo ya podemos pirarnos, porque si no nos encarcelan, ella se encarga de hacernos papilla.

—Pero tío, que si nos pillan nos meten en la trena.

—Y si nos quedamos aquí la Adelita, se muere. Macarena, o sea mi tía, nos funde. ¡Anda y tira para el hospital!

—Marcelo, mira que mañana es el día de la Purísima, que las carreteras están llenas de pestañís y nos la jugamos. ¡Es mucho mejor y con menos riesgo llamar a una ambulancia.!

—Johnny la Adela se muere, y yo no quiero que eso pase. A mí me va esa tía, y lo que trae es mío. Te pido por lo que más quieras que me ayudes. 

Como pudieron encima de una manta roja, la sacaron y la colocaron en la parte trasera del gran Mercedes pomposo, con asientos de cuero negro y con un lujo incomparable con cualquier otro vehículo a motor de la Trontolla.

Salieron pitando hacia el hospital, con una velocidad máxima y enloquecida, que es la que pedía aquel cacharro. A unos tíos irresponsables y raterillos que intentaban salvarle la vida a Adela y a su bebé.

En uno de los momentos del trayecto, los radares de uno de los coches de la guardia comarcal, los localizó y comenzó la persecución.

Pronto Marcelo y Johnny se percataron que comenzaba el juego.

Dos patrullas de los agentes regionales les pisaban los pies para detenerlos en la vía pública.

Un recreo al que ellos estaban acostumbrados y les apetecía poner en vilo, el llegar antes que los gendarmes al hospital y darle apaño y médico a lo que iba en las entrañas de Adelita.

La carrera fue fenomenal. No podían con la agilidad de Johnny, y el comando en la gestión, de por dónde transitar bajo los alaridos de Marcelo.

Por encima de bordillos, cruzando esquinas imposibles y desdibujadas. No había más que jugársela por la vida de Adelita.

Atravesaron la avenida en sentido contrario, perseguidos por las sirenas y miradas de los gestores del tráfico. Callejas estrechas que parecía imposible pasara un “Mercedacos” como aquel. Saltándose cuantos semáforos se tropezaron, mientras Adela y sus gritos iban a mayores.

Llegaron al gran hospital, y bajaron a Adela. La llevaron a urgencias con la tranquilidad de personas serenas.

Encomendándola a los sanitarios y advirtiéndoles que no le pasara nada a su chica. Si no querían tener problemas.

La calle quedó en silencio y el Mercedes aparcado.

Lo cual significaba que habían despistado a los agentes. Cuando llegó tras ellos la comitiva de los gendarmes, no había movimiento en la entrada de la clínica. Encontraron el coche con el motor apagado. Aparcado sin un rasguño frente a la entrada de la Clínica, y no supieron quienes condujeron de aquella manera aquel vehículo de gente pudiente.

Una nota escrita esperaba ser leída que decía; <Devuélvanlo a su dueño, lo usamos prestado, para salvar la vida a una amiga>.  

Todo aquello. Aquel desenfreno y sudor se detuvo cuando el enfermero tocó el hombro de Henry que se había quedado dormido mientras esperaba que Palmira diera a luz y le dijo.

—Es usted Henry el compañero de Palmira.

—¡Si soy yo mismo.! ¡Como ha ido el parto.

—¡Muy bien.! Eres papá de una niña preciosa y Palmira está bien. La verás en un rato. Espera aquí, te llamaremos.

—Oye, una pregunta. Habéis atendido a una tal Amarilda y a otra joven llamada Adela.

—¡Si.! No hace ni diez minutos han quedado en planta con sus bebés. ¿Es que las conoces? Sois amigos, vecinos o algo por el estilo. Os conocéis.

—No, pero tengo algunas referencias.

—Pues Ernesto es aquel que habla por teléfono, padre de otra nena. Marcelo es el joven moreno del fondo que venía con Adela y han sido papás de un varón.

Todo ha sido perfecto. Han nacido un ocho de diciembre y todo absolutamente todo, ha ido perfecto.









Autor: Emilio Moreno