Era un disloque hablar con
sus amigos. Aquella pareja parecía haber sido diseñada desde un prototipo. Todos
eran extraordinarios. La suerte que les tocó en la vida, fue milagrosa. Casi irrepetible,
para nadie más. Sus consecuciones en la profesión fueron irreales, inauditas e
improductivas. Los muchos logros conseguidos en sus ocupaciones, eran inalcanzables
para el resto del mundo.
Era una extraña felicidad
la que les embriagaba, haciendo que sus ansias estuvieran todas conseguidas, y
por supuesto cumplidas.
Habían parido unos hijos prodigiosos, inteligentes, agradables y con unos trabajos profesionales que les daban amplitud de miras, gracias a los resultados que consiguieron al estudiar sus carreras. Se transformaron en científicos y se ganaban la vida mejor incluso que sus padres, que ya era mucho conceder.
En una palabra. Daba asco
estar con ellos más allá de cinco minutos.
Jamás en tan poco tiempo,
se podían escuchar tantas ficciones e imprecisiones. Eran cautivos de sus
mentiras.
No tenían apenas
conversación constructiva, ni dejaban que el comunicante pudiera expresarse. Ya
que hipotecaban la palabra ajena, para seguir conjeturando de nada. Porque nada
es lo que había en sus vidas, y todo lo que decían no era cierto.
Parecía ser, en vista de lo que se atendía, que el escuchante, era
algo así como un desgraciado. Por tanto ellos, compadecían a la gente, sin
apenas atenderla, escucharla y entender que no habían podido ser dichosos en la
vida.
Estaban acostumbrados a representar
su propio vodevil teatrero, insoportable de atender. La gente que intentaba escucharlos,
se sentía diezmado al oírlos.
Sin embargo aquella gente, los
Curtis, Maddie y Denzel, le echaban una mirada envidiosa a los que decían ser amistades
de los últimos cuarenta años y a todos los veía presumir. Como hacían ellos mismos.
¡A ver quién podía más! Figurar mucho, ¡Sí! Tanto que llegaba ser sospechoso. Demostrar,
lo que aseguraban, era más peliagudo.
Ellos, el movimiento no lo reflejaban ni andando ni de otro modo. Tenían
una lengua procaz muy atrevida y una memoria mínima que les dejaba fuera de
juego a menudo.
Denzel, era de lo más jactancioso
que ha parido madre. Alardeaba a menudo y en cada ocasión sin venir a cuento de
su vida. Había tenido, según él, una estrella estupenda. Él mismo presumía de
haber defendido una ocupación laboral digna de las envidias de todos sus
colegas, amigos y familiares.
Nadie sabía del todo, lo
que hacía en la Chevrolet, ni a qué se dedicaba, pero según el propio Denzel, decía.
Sin su concurso, los empleados de la sección de montaje no hubiesen cobrado
jamás a su hora.
Gracias a su erudición en el
empeño, cobraron a tiempo siempre. Aunque si hurgabas un poco en la trayectoria
del bueno de Denzel, los compañeros, lo detestaban por chivato, borracho y
asqueroso.
Trabajó en la misma firma
durante veinte años y lo jubilaron cuando llegó la primera crisis de la
empresa. Tenían que desembarazarse de media plantilla. Una criba de empleados. Lo
pusieron en la picota muy joven, sin tener en cuenta aquellas magníficas y
excepcionales dotes empresariales, de las que presumía.
A la puñetera calle, junto a
doscientos compañeros más, se encontraron en las listas del paro, esperando le
dieran la liquidación final.
Cuando le preguntaban que
había ocurrido. Siendo tan vital para la empresa, que lo despidieran sin más. Respondía
con balbuceos y excusas, a las que estaba tan familiarizado, que no le era
demasiado penoso.
Siendo uno más de los
desocupados del país, refería unas aventuras que nadie podía digerir. Comprobando
que de lo que decía, todo era humo.
En su juventud se había
casado con Maddie y siempre habían sido ferices. Eso es lo que nos vendían a
todos. Después no resultó tampoco ser cierto.
Formando una familia no muy
amplia pero si perfecta a ojos de los ciegos.
Tuvieron dos hijos. Declan
y Kingsley. El mayor tuvo problemas de naturaleza con los padres y pronto les
abandonó sin dar señales de donde iba, donde paraba ni si volverían a encontrarse.
Los padres que ya pasaban
por dificultades evidentes quisieron disimularlo diciendo que su hijo al acabar
la ingeniería, había sido escogido de entre novecientos especialistas de la
Universidad. Reclutándolo para los servicios espaciales de la NASA, en el espacio.
Dedicado de lleno en el asunto del despegue y seguimiento en Cabo Cañaveral, de
las naves tripuladas que partían hacia el espacio lunar.
Siguiendo de cerca y advirtiendo
sobre la puntera tecnología de las aventuras del Apolo 12. Cuando realmente
descubrieron que se había ido a una localidad de Dakota del Norte, siguiendo a
una nativa Cheroqui que lo llevaba a mal traer. Trabajando sin descanso en un
supermercado de capital alemán.
Entre tanto, a los más de treinta
años de matrimonio Maddie, abandonó a Denzel. Sin motivos declarados pero a
todas luces imaginados. Tras su despido, se echó al juego y a la bebida y no
era raro el día que no medía con algún que otro golpe a Maddie y le montaba
escándalos por celos.
Ella era una mujer que
necesitaba de mucha atención. Había sido hija de un apoderado local del Condado
y le habían imbuido vicios de ricachona. Con lo que con la pensión del esposo,
el gran empleado y reconocido de la cadena de montaje de automóviles de Chevrolet,
no le llegaba para casi ninguna de sus muchas aspiraciones.
Un buen día de paseo por los grandes supermercados, entró en la joyeria cantonal que lindaba con el búrguer de su amiga Madison. Con la que ya habían corrido alguna que otra francachela disfrutando de los Bois de los salones de perversión. Fue precisamente la descarada Madison la que le presentó a Finn, un representante de joyería al que de primer momento le entró por el ojo y por algún recodo más de su cuerpo. Viéndose y tocándose en el último tiempo durante dos o tres veces a la semana. Hasta que urdieron el plan y ella la buena de Maddie se libraba del esposo que ya era una piltrafa. Enamorada de Finn, dejó a Denzel sin miramiento ni tan siquiera pena. Trasladándose a Massachussets, en busca del amor y de los gozos. Sin saber que escapaba con aquel. Otro sinvergüenza, que la llevó a trabajar para vivir de ella.
La que parecía más formal
de toda la saga era Kingsley, una muchacha, sensata que es la que explicaba
todas estas historias, en la reunión de alcohólicos anónimos de la ciudad, después
de haber pasado por diferentes crisis de salud, provocadas por la bebida.
La hija de Denzel y Maddie,
estuvo casada tres veces, y tuvo cuatro hijos.
Jamás fue feliz, como
infelices fueron sus padres y hermano.
Sin embargo, aquel orgullo
que tenían de querer representar aquello que no eran, la llevó siempre por
bandera, como lo hicieron sus antecesores.
¡Se puede ser feliz así!
28 de marzo, 2025