Aquel pueblo se estaba quedando sin gente. No nacían niños suficientes y los mayores morían, unos por viejos y enfermos y otros a los que nadie menciona se van del mundo, de repente y en silencio, pero cabreados. Notando esa falta de atención hospitalaria, por las grandes distancias entre puntos de asistencia necesarios y casi por la inexistencia de especialistas clínicos. Aunque graciosamente decían para mitigar el grado, una frase lapidaria, que recordaría Manolo para siempre.
—Es que te
crees, que porque vivas al lado de un hospital no te morirás.
Se estaba notando en la profesión médica, que el destino les importaba
a los licenciados. Los cuales, cuando se facultaban, preferían residir en las grandes
ciudades, intentando dar servicio a los muchos pacientes que podrían tener al habitar
en las grandes urbes.
Aquellos pensamientos los refería Manolo al regreso de sus vacaciones
veraniegas mientras se tomaba su cerveza sin alcohol, con sus amigos en la Peña de los Cuñaos. Sus colegas, los habituales, con los que solía
reunirse.
Refiriendo detalles ocurridos en aquel espacio de tiempo, que no le
parecieron demasiado normales, o que posiblemente pudieran mejorarse. Al tiempo
que daba su punto de vista.
—En la villa donde he pasado el mes de veraneo—apuntaba. Observando
las caras de circunstancia que ponían alguno de sus escuchantes, como si les
costara creer lo que estaba apostillando. Otros lo entendían a la perfección y
muy interesados siguieron atentos a sus declaraciones, que sin retraso aireó.
—Nombre, de donde he estado, no lo diré. Porque hay muchas villas y lugares
a las que podríamos catalogar con las mismas carencias.
Localizaciones que no pueden ser atendidos todos los enfermos, en su
mayoría viejos y accidentados, por falta de enfermeros, farmacéuticos y
personal médico. Las localidades que están ubicadas en el extra radio. Detuvo
la velocidad de expresión para respirar y sin más, siguió aportando.
—Se quedan sin gente. Pueblos que están entre la nada y ningún sitio. Dejados de la mano de Dios, y no digamos de los
políticos.
Sin línea de ferrocarril, con un servicio pésimo en las comunicaciones.
Sin apenas hostales, merenderos, restaurantes, ni servicio de comidas, en según
qué tramos horarios.
Permanecen de momento con un futuro incierto. Sin saber cuál será su papel en este tiempo de la prisa, de lo inmediato y lo artificial. Sin expectativas de ningún tipo y con gobiernos despreocupados, que no los tienen en cuenta, ya que su número de votantes no es óbice ni consecuencia. Son poblaciones que están marcadas con un cero a la izquierda. Que no cuentan para nadie, y son los flecos de la patria vaciada, que se nos echa encima sin solución.
Miguel, entró en la conversación desesperado. Comentando que aún
espera le abonen lo perdido en la última Dana, y así lleva cuatro largos años. Se
arruinó en una sola temporada, y a pesar de tener asegurada la cosecha, no ha
visto ni un euro de compensación. De momento espera, a ver si en la recogida de
aceitunas venidera, levanta un poco la cabeza. Clama al cielo, pero el cielo,
es únicamente azul para los ricos. Nadie soluciona nada, y comentó con desgana.
—Bastante tenían, tendrán y tienen, estos politicastros del tres al
cuatro. A los que encima votamos. Con llenarse los bolsillos, con esos viajes
que se meten, con esas relaciones sexuales que disfrutan y sobre todo, con la corrupción
que impera en todos los gabinetes, y encima tienen cojones para publicarlo en
los diarios. Más no se puede pedir.
Quería seguir quejándose pero, fue interrumpido por Fermín Lasarte,
que es el farmacéutico de la esquina. Asegurando que los mandamases, no imaginan
lo que nos viene encima, y apostaba bastante compungido.
—El cambio climático—dijo severo y seguro, aquel veterano boticario,
sin mostrar acritud, y aunque la rabia le iba por dentro, añadió.
—No tienen ni preparación ni conciencia. Además la naturaleza, nos va avisando
de forma efectiva del peligro, y nadie hace puto caso. Siguió con una tesis la
cual habían declinado en mas de una ocasión.
—En qué piensan estos mandarines, a los que les hemos dejado la
responsabilidad y poder solucionar el cotarro. Nos pedían los votos. Ya los
tienen. Ahora que trabajen. ¡Que hagan algo! … ¡Coño.!
Notó que se excitaba y frenó en su postura, para no encender a
aquellos, que no tienen margen.
—Por lo menos, merecemos un respeto. Si no sirven, que lo han
demostrado, que se esfumen. Volvió a moderar su charla y con un tono más
sosegado acabó diciendo.
—Entre estos políticos, que para mí, son todos muy irresponsables. Y cuando
digo todos. Son ¡TODOS!...
No salvo a ninguno. Dicen ser los salvadores del cocido.
Se van echando la culpa unos a otros sin dar solución, a tantos
afectados.
Hizo un inciso para sorber un trago de la cerveza sin alcohol, que tenia
frente a él y siguió.
—Quien repara, las familias que han perdido un ser querido. Quien les
devuelve a los que se quedaron sin vida, sin casa, sin nada.
Por aquellos terremotos, que ya no quieren recordar. Por las inundaciones de zonas enteras. Por esas lluvias torrenciales. Por los volcanes acaecidos, y además, por los incendios que cada vez son más pavorosos. Me pregunto. ¡Quien!
Interrumpió el ritmo Rubén, otro de los que estaba con ellos en la
charla. Sin cambiar de tema, y sin dar vuelco al escenario de quejas, y volver
a la ciudad sin ley donde vivían todos ellos, anunció sin levedad.
—Llegará el momento. Si no tomamos medidas. No podremos salir a la
calle sin protección. Las avenidas, ramblas y caminos comienzan a parecerse a
campos de batalla.
El tráfico se dispara en la hora punta de la salida de los colegios y
del trabajo sin el control adecuado. Las gentes tropiezan mientras caminan y ni
se miran a la cara. Sin pedir disculpas, sin ceder el paso en las esquinas
señalizadas a tal efecto. Las normas han quedado sin cumplimiento.
Por discrepancias tontas, se molestan y pelean los individuos, llegando
a las manos. Los niños de algunos padres, están tan mal educados que ni conocen
lo que es la urbanidad. Malcriados, irrespetuosos, corren y se llevan por
delante lo que se expone. Nadie los corrige.
Aprovechó el inciso el coordinador que escuchaba para añadir.
—Tenemos lo
que nos merecemos. Siguiendo
el comentario Matías, en forma coloquial. Al ser el defensor de la barriada, y empaparse
de todo lo referenciado escuchando a sus amigos.
Se dirigió a ellos y añadió afectado, añadiendo más pesar sobre el coloquio que trataban. Escuchando sus decepciones, y sumando a las que ayer le comentaron, como si fuera un suma y sigue. Como si se tratara de una tómbola de feria. Donde en lugar de obsequiar baratijas, regalan con molestias y malos modos.
—El bus M73. El que funciona y realiza el trayecto entre la plaza
Moradas del Senado, hasta el barrio de marineros, llamado Paseo Naciente, es
muy conflictivo. No todos los usuarios son iguales. Los hay muy legales y
honrados, aunque siempre pagan <justos
por pecadores>.
Decía y apostaba con firmeza, el comisario Matías Morales Mateos, del barrio
septuagésimo tercero. Sargento del Comisariado de la defensa de los Ciudadanos.
El organizador de protección de aquel distrito de la grandiosa ciudad, y siguiendo
con su exposición seguía argumentando y narrando lo sucedido, hacía tres o
cuatro días, a la señora Piedad Lapeira.
Atracada mientras viajaba en esa línea de transporte. Despojándola de
su bolso, el que contenía sus documentos, sus cartillas de la seguridad social
y la tarjeta de las medicinas recetadas, además del monedero que llevaba. Cinco
euros en un billete y céntimos de euros sueltos para pesarse al volver en la botica.
Fermín el farmacéutico, retomó la palabra, y comentó.
—Esto no pasaba hace unos años, entre todos hemos dejado que nos
aborden los malos modos y la poca educación. Ahora todo vale. Me pregunto… y
habló casi para sí mismo.
—Podremos corregir todos estos meneos.
Uno de los tertulianos, que no había abierto la boca, escuchando a sus
compañeros de repente dijo.
—Yo, como impedido, al tener que andar con bastones, subí el martes
pasado al M73, y los dos asientos marcados en amarillo, los destinados a
personas discapacitadas, iban ocupados por una señorita, con un tipazo de
ensueño, que al verme se hizo la despistada y se puso a ojear su teléfono. La reconocí,
está empleada en la corsetería de la Rosita, la hija de Indalecio.
En el otro asiento, estaba sentado un joven trajeado, que es adjunto
en la caja de ahorros de la esquina de Trovadores, y también se hizo el loco
mirando su agenda y su periódico.
Me agarré como pude a la baranda lateral, y me apoyé en el asidero con
serias dificultades. Ambos vieron que me costaba adaptarme y caminaba con dificultad,
pero ni la guapa dependienta, ni el empleado que concede las hipotecas de los
pisos de nueva adquisición, se dieron por aludidos. Tuvo que ser una joven
preñada, la que se levantó para cederme el asiento, al que me negué a ocupar,
por estar muy adelantada de su embarazo.
El murmullo que se montó en el bus, fue descomunal.
La gente increpando a los dos ocupantes de los asientos para personas
discapacitadas, se hacían los despistados.
Hasta que un señor, que por lo visto pertenecía a la compañía del bus, se acercó a ellos y les solicitó con mucha educación que se levantaran de aquellos asientos, que estaban destinados a personas, con dificultades de movimientos. Al principio parecía que les costaba, pero entre tanto abucheo y con la ley en la mano, no tuvieron más remedio que aceptar la petición que le hacía el empleado. La vergüenza que pasaron en aquellos treinta segundos fue para que recordaran siempre. Tanto fue el desprecio que la gente les mostraba, que no tuvieron más remedio que apearse, en la parada que llegaba.
Todos los amigos, habían descargado sus quejas. Toda la tarde
transcurrió con lamentaciones, de una y de otra índole. La hora ya apuntaba a
recogida.
En sus casas con seguridad, los estarían esperando, después de un
encuentro y de una charla, amena. Repetitiva, donde como a menudo descargaban las
muchas miserias, los muchos puntos de vista que cada cual tenía.
Mañana volverán a encontrarse. Seguramente más de uno, repetirá la
misma canción, el mismo lamento de siempre. Lo bueno del tema, es que como no
tiene ninguno de ellos memoria, le parecerá una nueva aventura, y si no, que lo
pregunten al dueño de la taberna de La Peña de
los Cuñaos, que viene
escuchando los mismos cuentos, las mismas aventuras, los mismos clamores en los
últimos nueve meses.
autor: Emilio Moreno.