martes, 6 de mayo de 2025

Agravios entre hombres y mujeres.

 







Es cierto y se nota en el ambiente que hay hombres que maltratan muchísimo a sus mujeres, a sus compañeras, novias, madres y tantas otras señoras que les rodean. Es una lacra que existe desde que el tiempo es tiempo y cuesta Dios y ayuda corregir estos comportamientos criminales.

Las autoridades imponen penas de cárcel, multas y sentencias de separación para evitar que todas estas afectadas se vean dañadas, violentadas y despreciadas. Sin embargo alguno de los valientes de la raza humana. Ésta ralea imperfecta, de los gritados machos defectivos abundan en la flora del país. Estos chulillos de escaso nervio. Cobardes y desalmados que no escarmientan ni con las condenas que les imponen, siguen haciendo daño.

Matando en algunos casos y violando al género femenino. Los que se creen valientes al hacer daño a una mujer. Además de criminales son despreciables. Porque estos mismos que dañan a sus esposas y novias, no tienen valor para enfrentarse con cualquiera que los rete.

Es una lacra que venimos aguantando y no parece haber encontrado el punto y final. Sin embargo, como dice la voz popular. Todas las reglas tienen sus excepciones y estas anomalías sin tener que compararse, también ocurren en el sentido opuesto. Aunque no son homogéneas ni análogas quizás sean semejantes. Aquellos usos y abusos que alguna fémina ofrece de forma disimulada a sus parejas. Se dan con menos frecuencia en la sociedad, pero suelen haber casos aunque no se airean tanto. El motivo es difícil de estimar sin embargo, también hay buenos hombres que están soportando injusticias, vejaciones y desprecios.

 


Esperanza aquella tarde despedía desde su celda al que fue su esposo, que partía para ser incinerado desde el tanatorio del ensanche, al cementerio de Las Cruces.

Florentino había sido su marido. Confidente y amigo desde que se conocieron justo al acabar la enseñanza primaria. Aquel hombre apocado y timorato, que se escudaba siempre en las decisiones de su guapa esposa. Una gacela redomada de tomo y lomo, que lo tenia enamoradito completo y podía hacer con él, hasta sopa si se lo proponía. El esposo era una persona afable y poco enérgica. Tan sumisa que no hablaba por no ofender, cosa que a ella, con su porte de generala, le tocaba su organillo. Tanto que en mas de una ocasión, le había dado algún sopapo cruzándole la cara. Sin tener por parte de Florentino ninguna repercusión.

Una vez le pasaba el mal genio a Esperanza, esta quería convencerlo que ella le atizaba no porque no lo quisiera. Le azotaba para que saliera del letargo que parecía tener y ella lo quería macho, con brío y malote.

Excepto los viernes por la noche que ella salía de juerga, y él se quedaba en la casa haciendo las labores de limpieza e higiene del hogar. Planchaba, lavaba y cosía todo lo que era menester, sin quejarse ni poco ni mucho, por no perder a su querida esposa que sin ella, el bueno de Florentino, no sabía vivir.

Nunca se supo con quién pasaba aquellas horas de asueto la guapa Esperanza, sin embargo retornaba a la morada conyugal, los domingos de madrugada satisfecha, y henchida de ardores femeninos. Encontrándose a su esposo esperándola y extrañándola.

Si el marido le preguntaba más allá de lo que podía responder, se encolerizaba y lo justificaba con algún detalle que no le parecía bien. Sin preguntar, ni pedir explicaciones, comenzaba abofeteándolo y concluía por atizar y repartirle una somanta para su escarmiento.

La última vez que Florentino visitó a su madre, ésta le preguntó delante de su esposa, como se había hecho el cardenal que llevaba en un pómulo y los arañazos sinuosos de su rostro. Disimulados con el maquillaje de la fausta Esperanza.

La esposa respondía antes que el hijo de Matilde pudiera hacerlo, y le confesaba a su suegra, que tenía un hijo medio salvaje en la cama. Que lo asumía sin frenar en su ímpetu por su frenesí libidinoso, y que con su arduo proceder se hacía los moratones que lucía. Matilde se miraba a su nene y este sonreía.

Todo lo más. Si mucho le apretaba su mamá, para que diera una respuesta. Éste complacía los oídos de su mujer. Comentándole que no le iba a dar explicaciones de su vida marital, que ya era mayor para lucir lo que el mismo se buscaba. 

La última noche que Esperanza preparaba una nueva escapatoria, reprochó al marido por la forma en que la miraba. Con los celos de un hombre despreciado esperando desistiera en su salida. Como no podía ser de otra forma, ella quería justificar la necesidad de tener la libertad de romper con la monotonía y le demostraba que necesitaba aquel escape para seguir soportándolo. Con lo que le exigía que no se moviera del domicilio. Mientras ella estuviera ausente, tomando fuerzas para seguir con su martirio. Que se fiaba de Florentino, pero que tampoco atendiera al teléfono si llamaban, porque a nadie le interesaba nada de lo que ocurría en su entorno matrimonial.

El miedoso esposo, por no tener otra discusión le juró que como siempre, haría caso y seguiría las instrucciones que ella marcaba.

Pronto salió del hogar dejando la compañía de su seducido y con un taxi llegó al centro de la ciudad. Ingresando en la mejor sala de espectáculos de Albacete, con tan poca fortuna, y mala suerte para Esperanza, que después de desatarse de un apretado meneo, con un pibe en la pista de baile, se tropezó con la hermana de Floren, que bailaba a su vera y hacía ya un buen trecho la estaba viendo cómo se comía al jovencillo que se había ligado.

Le preguntó dónde estaba su hermano, mientras ella retozaba con un pavo larguirucho. Aquel encuentro no acabó bien, a pesar de las excusas que la cuñada le daba a Merceditas, que puesta al loro por su madre, podría entender el lucir de los hematomas en la cara de Florentino.

Sobre las cuatro de la madrugada volvía Esperanza a su residencia, encontrando a Florentino completamente dormido, al que despertó súbitamente con cajas destempladas. Acusándolo de haber dado aviso a su familia de su salida a divertirse y del frenesí que necesitaba. Como siempre Florentino no musitó palabra, mientras su desesperada esposa le atizaba con un pesado jarrón de porcelana, que estaba situado sobre el tocador de la cámara matrimonial.

Con tan mala fortuna que le produjo una caída a Florentino hacia atrás dañándose con el quicio de la mesilla de noche, quedando en el sitio.

Más seco que la mojama y más muerto que el Faraón.  Con buenas artes aquella afectada esposa, preparó la estancia apañándola de tal manera, que todos tragaran llegado el caso de justificar, que el indomable super hombre de Florentino, se había desnucado buscando fieramente a su mujer en un amanecer frenético y sexual.

Del soberano batacazo que le propinó a Florentino, lo dejó sin vida. Aquella mujer que no tenía ni un gramo de humanidad, tuvo que improvisar para que la víctima pareciera haber tenido un desliz esporádico. Incitado por el propio esposo en su exaltación por habitarla en un arrebato y deseo instintivo. 

Aunque el escenario, el contexto y la situación no le favorecía a la escrupulosa delincuente de Esperanza. Ya que hacía pocas horas había librado con su cuñada un rifirrafe de pronóstico reservado. Cuando pudo sorprenderla en el Club Meneo de Culatas.

Dejándose tocar por cualquier salido de aquel tugurio. La sala magna de la perversión del adulterio por antonomasia de la capital regional. Dándose el orillo con un hombre desconocido bastante más joven que ella. Sin poder ofrecer una excusa convincente a Merceditas, a la pregunta de

—dónde está mi hermano. No hubo respuesta, tan solo un bufido de rebelión por haber sido descubierta sin excusas. 

Esperanza pensaba desesperadamente en hallar una evasiva que fuese creíble y la eximiera de cualquier culpa en aquel homicidio. Sin poder descubrir cuál sería su estrategia, optó por lo más común. La defensa por agresión.

Con mucho talento perfilado, se golpeó ella misma en la cara y en el cuello. Propinándose lesiones visibles, más que por su deterioro por la imagen presentada de pavura y algo más terroríficas.

Movió al difunto Florentino desde el lugar que ocupaba en el rincón de la estancia y lo colocó tendido sobre el colchón ensangrentado por la herida que llevaba en la cabeza. Sobresaliendo su medio cuerpo inerte, que palpaba la alfombra. Buscando el ángulo propicio y que coincidiera con la magulladura que le había inducido con el jarrón duro de porcelana. Con el que le atizó su compungida esposa.

Le despojó del pijama que vestía y lo dejó en la posición adecuada que le buscó. Completamente desnudo lo perfumó en demasía con la fragancia que ella usaba y llamó a urgencias sin pensar en más pruebas que aseveraran la versión que tenía prevista para relatar. Sin analizar por olvidarlo al pasarle desapercibido del encuentro que tuvo en el soportal de su casa con una vecina que llegaba a la misma hora al edificio. Coincidiendo en el pórtico con ella.

Cuando llegaron los servicios médicos y analizaron al difunto, vieron que la versión del accidente que daba Esperanza, no se correspondía con la herida contusa asestada y con las grandes pruebas postizas circunstanciales, que la causante adornó alrededor del cuerpo del extinto. Con lo que los sanitarios llamaron a la policía, en contra de la voluntad de la afectada esposa. Que aprovechaba el instante al no tener más remedio que dar la noticia a la familia del cadáver.


Tras la investigación y las pesquisas de los agentes del orden, detuvieron a Esperanza, después de manifestar lo ocurrido, relatando una versión inaudita. 

Los investigadores hurgando y destapando llegaron a casa de la vecina con la que se tropezó aquella madrugada en el porche de su casa. La que declaró que la acusada siempre había tratado a Florentino con un desprecio y un poco amor visible y despreciable. Que sabía por haberlo presenciado la mucha camaradería ofensiva y dolosa que le propinaba al esposo, sin que este levantara una voz en contra de ella, soportando toda clase de vejámenes.

Los abogados de la fratricida hicieron muy poco por ella, dado que todas las pruebas obraban en su contra.

La juez llegada la hora de la reflexión, la sentenció a quince años de presidio por dar muerte a Florentino, más cinco y medio más por despotismo conyugal.



Autor: Emilio Moreno
Mayo 2025
 

 

 

 

 

 


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