Aquella
mañana cuando arrancó el motor de su coche para emprender viaje hasta el taller
de confecciones, sabía que llegaba tarde. Pero no imaginaba que iría acompañada
durante todo el trayecto, y al llegar a su puesto de trabajo ya no pensaba ni
mucho menos igual que cuando se pintaba los labios con aquella barra nutriente
en color rojizo.
Se había
entretenido maquillándose para que Rómulo al verla la encontrara atractiva y
sexi. Antes se dio una buena ducha y se frotó su piel con crema y jabones
perfumados. De ese tipo de bálsamos que los publicitan como fragancias
infractoras de deseos inconfesables.
Nalda se
encontraba hermosa, y pretendía desestabilizar el equilibrio de su jefe de
sección. Sin importarle en ningún modo, que Rómulo tuviera una relación íntima
con Lancis su compañera de trabajo. Su propia amiga y además la confidente de
todo lo que tenía a bien contarle, que sin dudar lo aprovechaba en su beneficio
y en detrimento de la confesora.
Esta desleal
y lasciva mujer además de ser una inconsciente sin escrúpulos, actuaba como una
ente desalmada y cínica. Desprovista de consideración y con la escasez de un
sexo necesario, que ambicionaba de forma brutal, para poder calmar todas sus
efervescencias. Ninguneando a la confiada de Lancis su compañera en la cadena
de montaje.
Nalda Show,
la zurcidora, necesitaba acción y sin sutileza, estaba engañando a su amiga.
Con disimulo y con su frenética perspicacia, obtenía información del chulo que
se montaba de momento a las dos hembras. Consiguiendo aquella costurera sacar de
un quicio iracundo, al responsable de la cadena de montaje y al futuro aspirante
de sus gozos eróticos. A la vez que traicionaba a su inseparable amiga, que sin
percibirlo le iba anunciando de como prefería Rómulo los besos, palpamientos y efusiones.
La agitada costurera
pretendía volver a meterse en la cama con el encargado del plantel. Observando que
el patrón de la línea de confección, no dejaba de incitarla para repetir el
primer encuentro que mantuvieron en el último rincón de los trasteros del cobertizo.
Rómulo
fuera de sí, y queriendo rememorar el bis a bis y la hazaña, se paseaba con frecuencia
por el pasillo donde aquella hirviente mujer estaba ubicada. Provocando a
menudo miradas lascivas dirigidas a sus zonas más eróticas. Siendo un lenguaje
corporal carente de palabras concretas, que ambos entendían.
La oficiala,
señorita Show sabía de todas las reacciones y gustos antojadizos del
responsable de producción de aquel obrador. Por las petulancias de Lancis, que
en confianza y sin pensar que se lo podía hurtar, le había instruido a su
íntima.
Lejos de
sospechar, que aquellas vanidades y presunciones pudieran arrebatarle semejante
aventura. Al haber confesado con puntos, detalles y suspiros, todos los meneos
y los ímpetus de Rómulo. Cuando se lo encimaba la ingenua Lancis entre ella y
su colchón y llegaba al éxtasis deseado. Incluyendo sus sensaciones por las caricias,
temblores y pasmos de efusión que registraba aquel amante.
Una vez dispuesta
y preparada salió a la calle. Sin sospechar su futuro más inmediato. El producido
en la siguiente hora y media. Cerró la puerta tras de sí, y antes de subir al
ascensor, repasó virtualmente, que todo estaba como debía. Se encaminó en busca
de su utilitario que había aparcado por suerte, no demasiado lejos. Estaba
cerca de la esquina de Maravillas con Decepción, que es la confluencia vial mas
iluminada de la ciudad. A paso firme caminaba, queriendo ganar segundos a su
retraso laboral y por llegar cuanto antes al trabajo y no perder demasiada
prima de su puntualidad.
Desde lejos
observó que junto a su Chevrolet esperaba una joven trigueña. La conocía. Se
habían saludado en alguna ocasión en las instalaciones de la cafetería de la
empresa. Apenas habían tenido trato. La recordaba vagamente, por haber sido
atendida por ella, en una ocasión en el departamento de Recursos Humanos. Era
la becaria de la oficiala, leidy Dorothy Engels.
Al llegar a
la altura del vehículo, aquella joven se dirigió con prudencia a Nalda. —Hola,
buenos días. Señorita Show. —Saludó gozosa.
—¡Que tal,
muy buenos días! —respondió la recién llegada. —Te conozco de algo ¿Verdad...?,
—preguntó.
—¡Sí…! Me
llamo Diana, y trabajo en Wohothensy Productions, como usted. —¡Ah… cielos. Ya me
parecía que sí! Que te tenía vista. ¡Sí! Es cierto.
Eres la novata
subordinada de la oficina de Personal. Ya recuerdo. ¡Bueno…, y que se te ofrece
corazón!, tan modosita y esperando junto a mi coche. Con mucha guasa y retintín
dijo Nalda, esperando respuesta de la lozana morenita.
—Pues
quisiera rogarle me escuchara. —expresó Diana y matizó.
—Pedirle un
favor. Abusando de usted y aunque parezca una fresca, no sé cómo hacerlo.
—Tú dirás.
Si está en mi mano, ¡Dado por hecho! Le respondió sin inquietarla, esperando la
respuesta de la jovencita.
—Voy muy
retrasada para llegar a la oficina. El bus que me acerca todas las mañanas no
aparece y algunos pasajeros me dicen que esa línea, esta hoy de huelga. Por lo
que viendo y conociendo su llamativo Chevrolet, he considerado que si usted lo
permite, y aprovechando su trayecto, podría acercarme hasta el trabajo.
—Claro… Por
mi parte no hay ningún problema. Dijo la conductora y añadió.
—Debe ser
el destino, ya que me pillas por casualidad. Voy muy rezagada. Mi despiste con el
reloj esta madrugada, consigue que llegue tarde a mi ocupación.
Casi me
duermo en la ducha. Como no tengo costumbre en demorarme. Me sabe muy mal que
ocurra. Aunque si con ello te ayudo, pues mi cabreo será menor.
—Sepa
usted, que doy gracias, a esa providencia que existe. Comentó Diana con gracia
y prosiguió.
—De ese
modo nos conocemos, y seguro que en algún momento podré retornar ese favor que
me hace. La sonrisa que le dedicó a la conductora. La hizo estremecer diciendo
con afecto.
—Anda sube.
—Instó la elegante señorita Show.
—Hazme compañía.
Porque seguro que sufrimos la bendita caravana y el atasco hasta llegar donde
vamos. Lo imagino por la hora. Comentó sin esperar respuesta y acto seguido
destacó.
—Enlazamos
con el estorbo de vehículos que circulan en este horario y nos comemos el
marrón enterito.
El trayecto
desde aquella esquina del Boulevard de Maravillas y la Avenida de la Decepción
no era excesivo. No rebasaba los veinte kilómetros de distancia, pero los atolladeros
y demoras en la circulación lo harían pesado.
No habían trillado
ni la cuarta parte del recorrido, cuando tuvieron que detener la marcha por un
fenomenal estorbo arterial en la vía transversal.
Momento que
aprovechó la educada Diana, para decirle a su adjunta acólita, tras haber
comentado varias menudencias referentes al trabajo, y de las situaciones que se
dan en el mismo.
—Voy a entrar
en algo que no me incumbe, pero deberías llevar cuidado con Rómulo. No es de
fiar y juega haciendo daño a las mujeres guapas.
Aquella
sentencia cayó como un jarro de agua nieve inesperado a la acicalada Nalda, que
sin demora y con bastante destemplanza reprochó.
—Y eso a que
viene ahora. —Esputó la zurcidora con rabia.
—Porque esa
advertencia no es nada gratuita. ¡Ya me dirás de qué vas! Con ese falso
interés… Me escuchas ¡cariño mío! …Que sabrás tú de mis cuidados con la gente
del obrador. Este señor al que ofendes es mi jefe y que yo sepa, solo tenemos
trato profesional. Hubo un suspirar intenso por parte de las dos mujeres y de
repente, se escuchó.
—Lo sé. —respondió
avergonzada Diana y no detuvo su charla.
—Todo lo
que me acabas de decir lo sé bien. ¡Que lo sepas Nalda…qué lo sé, y escucha muy
bien. Como además has de saber, si no lo has intuido antes, o por si lo desconoces.
Te hablo con franqueza y que sepas. Que Rómulo es mi padre, y si te avisamos es
porque sabemos del pie que calza.
Se instaló
un silencio de poco menos de dos segundos, para que la sorprendida señorita
Show contestara haciéndole a Diana, sendas preguntas.
—¿Lo
conocemos?... dices tan tranquila. Lo conocemos… quienes. ¿Quiénes sois las que
lo conocéis? y ultrajáis añadiendo y permitiéndoos la jeta de decirme que lleve
cuidado.
En aquel
instante la marcha en la carretera, estaba frenada por el estorbo de un
vehículo cruzado. Los ojos desencajados de la choferesa, parecía iban a
saltarle como esquirlas de las cuencas, esperando una respuesta creíble.
—Antes de
contestar a la pregunta que me haces, —aclaró Diana—permíteme decirte que a tu
amiga, la señora Lancis, la desprecia desde hace meses. No la desea, le molesta
y no la quiere nada. Después de romper vilmente su matrimonio. Quedará
abandonada. Pretende cambiarla por ti. Sollozó Diana con dolor y sacó su bilis
sin detenerse.
—Tan solo
la usa para sus antojos en el mismo camastro que usa contigo. En el asqueroso
rincón de la alacena de las resinas textiles. Como ha hecho siempre con las
tres o cuatro anteriores a ella. El conflicto es que Lancis, está ciega por él,
y la decepción será aguda. Sufriéndola muy pronto, en el momento menos
esperado. También la avisamos. Aunque no nos hizo caso, ni a mi madre ni a mí. Actuó
como lo haces tú ahora. No creyendo lo que escuchaba. Frenó Diana, la celeridad
de conversar, y matizó.
—Ya es el
momento de tomar cartas en el asunto. Porque vemos, que el muy truhan, se ha
cansado de ella y la quiere sustituir. Dejando en la estacada a Lancis, como lo
hizo antes, con Marlene de la sección de Expediciones, Irene del departamento de
Compras y con Raquel la verificadora, y mucho tiempo atrás con mamá.
—Un momento.
Por favor. Un momento. —Exclamó dejando la conducción y echando el auto
amarillo al arcén.
—Quienes
sois, por cierto las que dices, lo conocéis, y tan preocupadas estáis. Siguió
argumentando encolerizada la conductora.
—Aclárate.
Siendo más directa, o refiriendo algún detalle de los que te callas. Además yo
con ese señor, no tengo ninguna historia. Nada de nada. Y jamás se me ha
ofrecido con proposiciones sensuales.
—Podrás
decir lo que quieras. Sin embargo Rómulo, ya ha contactado contigo en más de
una ocasión, y tú le has abierto tu puerta, desabrochado tu blusa y arremangado
tu falda. Aunque quieras negarlo. Lo sabemos. También estamos al corriente, por
ser su forma de actuar. Replicó Diana convencida y continuando con el diseño de
su charla, para llegar a convencerla.
—Comienza
con sus miraditas y sus encuentros ocasionales en los pasillos del taller,
haciéndose el gracioso y conviniendo casualidades. Hasta que ataca, toca, roza
y obliga, auspiciado por su condición de jefe, con amenazas veladas y si cabe
con el despido inmediato. Algunas tragan y consienten.
La marcha
en aquel vehículo se reanudó y al poco, detenidas en el semáforo que da entrada
al polígono, donde está ubicada Wohothensy Productions, Nalda preguntó.
—Diana. Dime
como sabes tú tanto del tema, y porqué defiendes con esa fuerza a Lancis. A lo
que la joven declaró.
—Porque
mamá y yo, estamos hartas que vaya engañando a las empleadas. Generando un
ambiente cruel en el taller.
—Quien es
tu madre. —Preguntó abochornada. —Y como atacas tanto a tu padre.
—Mi madre
es Leydi Dorothy Engels, la jefa de Recursos Humanos. Otra víctima del hombre
con menos humanidad de la tierra. No sé si la primera, porque ha habido
demasiadas. Dorothy le dio cargo, jefatura y prestigio. Sin embargo él a cambio
la vejó y maltrató hasta que mamá, abrió los ojos y pudo despacharlo. Y aunque
no lo creas. Ella después de mucho sufrimiento, fue la que puso en conocimiento
a Lancis, que ciega por Rómulo, rompió con su familia, con un buen marido y
unos hijos muy jovencitos.
Quizás ese
detalle tu amiga, no te lo ha contado. Sin embargo, ya no hay vuelta atrás. Al
cabo quiso sin evadirse, contestar a la segunda parte de la pregunta. —El
atacar a Rómulo, es por vergüenza y porque ha tenido hijos con algunas
empleadas, a los que ha abandonado y si quieres que sea sincera. Son hermanos míos,
a los que no puedo tratar por no reconocerlos y motivos obvios.
Nalda quedó
estupefacta al conocer tantas noticias agrias en un viaje tan corto. Reseña que
jamás le explicó Lancis, entre otras muchas más que Diana, le fue descubriendo
a Nalda, que arguyó no sin decepción.
—Menudo tipejo.
Si no me lo dices, jamás lo hubiese imaginado. Hasta, claro está. Se hubiese
cansado de mí. No soy ni me considero una nueva inmolada más. De esos jefes abusivos,
que aprovechan su caudillaje para subyugar a las tantas infortunadas, como yo. Porque
he permitido que me sobe, me use y me ensucie, a cambio de nada, porque nada
espero. Tan solo me llevo unos revolcones en ese cuchitril repulsivo donde lleva
a sus víctimas. Dijo entre dientes Nalda comprendiendo que estaba completamente
traída.
Diana para concluir
y dejar el tema poco antes de llegar al taller le dijo a la asalariada de la
cadena de montaje, ya menos brava que momentos antes.
—Te pongo
en antecedentes, por si quieres evitar la vergüenza de lo sucedido con Lancis, y
que ella, ni tan siquiera intuya, ni sepa jamás que estabas dispuesta a arrebatarle
a Rómulo. Liándote con él a sus espaldas.
Sé que
tenéis buena relación y casi todo os lo contáis. Creo que ahora te necesita
porque está a punto de abandonarla.
Nalda
aparcó el Chevrolet amarillo y le comunicó, no sin escepticismo a Diana.
—Me vas a
decir ahora que ha sido una casualidad, el que te trajera hoy a la oficina, que
el transporte público está parado, que no me esperabas desde hacía un buen
rato. Que todo este encuentro y la charla, ha sido simple casualidad, o
producto de la Providencia.
día 22, mayo 2025
0 comentarios:
Publicar un comentario