—En pie. Preside
este juicio la magistrada Doña Clara Deverd Justin.
En el caso del asesinato de Rosendina Carmona. Pronunció el auxiliar de la sala
mientras entraba la jueza y ocupaba su sillón de presidencia.
Los
asistentes en aquel salón de instrucciones se pusieron en pie. En silencio
mientras tomaba posesión de su butaca la magistrada.
Tocada con
su toga roja mientras el auxiliar judicial le apartó el sillón y ella tomó
acomodo. Ordenando con una voz medio templada y oprimida.
—Pueden sentarse.
El
auditorio presencial sonó con rigor, sin evitar el clásico murmullo, y ocupó sus
localidades, de las que se habían erguido momentos antes.
Los
componentes de la vista y ayudantes de los letrados, ya estaban activos. Acompañando
al grueso de aquella representación judicial.
Un taquígrafo
(en la parte inferior de la escalinata), un secretario y un alguacil, todos
prestos a las órdenes de su señoría.
Como
siempre las partes eran las habituales en un origen procesal. Siendo las que iniciarían
la causa legislativa, para quedar resuelta, tras la sentencia de la Magistrada.
Después de legislar los conflictos o controversia presentadas, por parte de la
Fiscal, y refugiadas en su caso por la defensa
Juristas y
procuradores, letrados de la Administración de Justicia, acompañaban a la Enjuiciadora,
sin olvidar a peritos y traductores e intérpretes legales. Además de los testigos,
que estos estaban prestos pero fuera de la sala.
Era el
clásico procedimiento donde intervenían diferentes personas con roles específicos.
Definidas con claridad las partes demandante y demandado.
En aquel
instante la jueza les anunció, que se aproximaran al estrado los representantes
legales de las partes.
Los abogados
se arrimaron a la tribuna y convinieron con ella.
La parte
defensora. La abogada que representaba al acusado, era Virginia
Vidarra Terés. Que actuaría tras la Fiscal, Doña Madrona Cortés y Grasilla.
Perteneciente
a la fiscalía y que actuaría como tal. Recayendo este litigio acusatorio, en su
persona. Muy refutada y con fama de severa.
Con el noventa
por ciento de los casos ganados, los que representaba por oficio, a los que sumaba
éxitos. Siendo cada querella una condena.
La misma
que presentaba cargos contra Marcelo Botada Sentí. Un asesino reincidente y
salvaje con sus víctimas.
Con cargos
de asesinato contra Rosendina Carmona. La que fue
hasta poco su esposa.
Además de
infringir abusos vicarios contra dos de sus hijastras.
La
Magistrada principal, una vez había departido con la fiscal y la defensa, indicarles
como prefería resolver las inconveniencias y los clásicos avisos demostrativos,
las hizo volver a sus respectivos pupitres. Mientras tomaba la palabra para ordenar
que entrara el jurado popular. Dando paso al auxiliar judicial para que hiciera
entrar en la sala al completo a los escogidos como tribunal. Que se compondría
de los diez y ocho miembros, que ya hacían presencia en el acto.
Repartidos
equitativamente en nueve mujeres y nueve hombres. Los cuales en su momento
pasaron con las garantías legales su aptitud y solvencia, para determinar
llegado el instante un veredicto. Todos ellos al entrar giraron la cabeza para
conocer al acusado, y observar en la postura que estaba junto a su defensora.
Una vez
estaban los protagonistas en aquel recinto se escuchó la voz asíncrona de la
magistrada.
—Damas y caballeros lo que
debo decirles no me tomara mucho tiempo, compórtense, están ante un caso de
asesinato. Un homicidio realizado contra la vida de Rosendina, que Dios la
tenga en la gloria.
Seguidamente
le dio la palabra a la fiscal, para que expusiera los hechos y formulara su
petición de condena. Se levantó una mujer, recia y cejijunta, que obedecía al
nombre de Madrona Cortés y Grasilla. Dirigiéndose al centro del hemiciclo y
comenzando su alegato.
—Quiero que
ustedes se pregunten que clase de humano le quita la vida a otro, simplemente
porque le satisface. Que clase de salvaje arrebata una vida a la mujer con que
comparte sus días y noches.
Cuál es la
fiera que viola a dos niñas menores porque le viene en gusto. No existe entre
los irracionales. Sólo se da en inquisidores baratos de nuestra sociedad, que
creen ser el ombligo de sus víctimas y pueden hacer con ellas lo que les viene
en gana.
—Aquí lo
dejo, finalizando el fundamento y continuó.
—Ya verán a
lo largo de este proceso, como ocurrieron los hechos y el porqué de este indecente
suceso, que nos tiene empleados a todos nosotros para sacar conclusiones y la
Magistrada pueda emitir la condena.
Por parte
del Ministerio Fiscal, pedimos treinta años por homicidio y diez por abusos
vicarios. Dio las gracias y pasó la palabra a la abogada defensora. Volvió a su
rincón y en ese instante, doña Virginia Vidarra Terés, alzaba su figura para
proceder con su súplica desde el lateral de la ubicación donde estaba aquel
jurado popular.
Mirándolos
a todos ellos de lado y dando además cara hacia el grueso de las localidades
del público, para ser entendida, escuchada y comprendida
—Señores y
señoras del jurado. Ustedes saben que en ocasiones, las personas con
dificultades matrimoniales y sujetas al engaño. Inmersas en el adulterio de sus
propias esposas, cometen actos reprobables no controlados, que son dignos de
corrección. Trances incomprensibles perdiendo el oremos y cayendo en una
especie de enajenación mental inquisitoria.
Difícil de adivinar.
Que es el delito que cometió mi representado. Un hombre vulgar como tantos, que
al llegar de sus ocupaciones, encuentra a su pareja con una relación prohibida.
Momento en que pierde los estribos y sin querer la estrangula.
Espero que
a lo largo de esta vista, quede mitigada y sobre todo consentida, la ingenuidad
de mi representado, que cometió el delito cuando estaba poseído por su rabia.
Gracias por
su atención. La abogada se miró a la Jueza de la sala y con un gesto y su voz
anotó.
—No diré
nada más por el momento Señoría.
Aquel
encuentro comenzó su desarrollo, y fueron pasando por etapas todas las
declaraciones habidas y escuchadas con atención manifiesta, por la enjundia, y la
diversidad de pareceres instruidos.
Su Señoría,
Doña Clara Deverd Justin, además de intentar cumplir con su obligación e impartir
equidad, tomaba buena nota, de lo que se iba planteando en aquella vista, y
casi dictaminada, mucho antes del adelanto de las causas. Dilemas y
significados que le servían para el argumento de su novela.
La que no
sabía cómo concretar y esperaba que la condena que se preveía, le sirviera para
concluir aquella incoherencia que estaba cometiendo.
Impensable
por lo arriesgado y desleal, demostrando que como escritora tenía poca
imaginación y mucho delito corregible y castigable. ¡Como jueza Dios dirá!
Dejó de
buscar un final a su invención, pensando en que la propia realidad le daría la
salida que necesitaba. Basándose por completo en la complejidad de la historia,
que trataba de juzgar. Acción ilegal e inaudita, que de haber sido descubierta
por alguno de los letrados de la vista, podría haber tenido serios problemas,
por incumplir con lo más sagrado de la Adjudicatura. Lealtad, libertad y
justicia. Detalles que la decana carecía.
Así que en
el grueso del desarrollo final de la novela, sería según dictaminase y
dispusiese los avatares de lo tratado “in situ” por las letradas que le estaban
haciendo el trabajo literario. La disposición y trayectoria que tomaba el
juicio estaba dentro de las alegaciones normales del ministerio de la defensa y
fiscalía. Sin embargo en la aceptación de algunos trances parecía que se
tratara de un relato previsto o de un protocolo escrito con anterioridad.
Lo que
despistaba y desorientaba a la fiscalía. Por no regirse por una reflexión tradicional.
La
Magistrada seguía con sus intereses con lo que anotaba cualquier detalle que
pudiera ser significativo para su ficción. Ensayo que una vez concluido,
corregido y publicado por la editora de su señoría, iba directamente al Criminal
Festival of Bloody stories, que traducido es el Festival Criminal de
relatos sangrientos.
Por ello y
sin más, el protagonista de la novela de la funcionaria era el acusado de
aquella causa. Marcelo Botada Sentí. natural de los
Bérchules, municipio de Granada. El que había comenzado su trayectoria criminal
desde muy joven.
Pudiendo
driblar los delitos cometidos dadas sus facultades innatas para delinquir,
contra la propiedad privada, robos atracos y desfalcos.
En lo
referente al trato íntimo con sus parejas. Aquellas que llegó a tener, se libraron
de él. Despreciándolo por maltratador, menos la última víctima, que pagó los resultados
con su vida.
Lo
aborrecieron por el trato indecente a que las sometía. Los insultos y golpes
propinados a escondidas.
En la
actualidad había sido detenido por el atentado y crimen, contra Rosendina Carmona su expareja, y por violación vicaria
contra las hijas de la mujer.
La
periodista Nuria Ayunes del rotativo El Escándalo, la seguía desde hacía años,
porque sabía de la falsedad de esta literata jueza, o jueza literata. Sin dudar
una tramposa. Consiguiendo laureles literarios arbitrarios.
Nadie
discutía su rigor, aún y sabiendo que no eran relatos de autora. Tan falsas, que
se alejaban de la certidumbre y retórica establecida.
Calcos de los
juicios que fallaba. Levantando la curiosidad de la cronista Nuria, que lo publicó,
y generó resultados.
Dudar de Clara
Deverd Justin. La justiciera. Era impensable en el mundo literario, entre sus
colegas, aunque no todos tenían exactas opiniones sobre ella y su forma de
proceder.
La autora
firmaba sus novelas con un seudónimo, que a Nuria, no le pasó por alto. Intentando
desviar la atención de su dedicación literaria, sin comprender los motivos.
Cuando Nuria,
levantó la trama de Su Señoría, tuvo un accidente casual desnucándose en la
puerta de su casa, en condiciones muy poco claras.
La novela se
publicó con el título: El violador de la Alpujarra. Fue un fracaso de ventas y en
la presentación del Criminal Festival of Bloody stories, no fue
seleccionada entre las diez primeras.
Al acusado
de dar muerte a su esposa y maltrato a las hijastras, Marcelo Botada Sentí, lo
condenaron por dos delitos. A treinta años de prisión por el homicidio de Rosendina
Carmona su expareja, y por la violación de las dos menores a doce años de
cárcel en la Penitenciaría de su región.
Las investigaciones
de la muerte de Nuria Ayunes, quedaron sobreseídas por falta de indicios y
pruebas.
Autor: Emilio Moreno.