Gildo era la abreviatura para sus pocos amigos. Era un empleado muy serio y eficaz. Aún más cuando estaba enfrascado en sus quehaceres.
Hermenegildo
Caldachino, era un tipo callado y dedicado a su compromiso laboral. Responsable
de sus actos y muy dado a analizar y comprender el momento en que vivía. La
necesidad del sueldo que esperaba a fin de mes le obligaba a cumplir con su
oficio, de manera efectiva. ¡Sin más!
Iba a la
oficina a ganarse el pan y el resto de sucesos le resbalaba, por eso muy pocos
lo trataban de forma habitual, y menos eran los que le entendían. No estaba por
menudencias ni fruslerías. En su privacidad no cambiaba demasiado, era solemne,
honrado y crítico. La relación con su escasa familia, apenas existía, y no daba
explicaciones del resto de sus ocupaciones. Albano, su perro era su sombra y lo
estimaba por la compañía y lo agradecido que se mostraba.
Cada mañana
con puntualidad fichaba en el reloj de presencia una vez estaba cambiado con el
uniforme de trabajo. Era repetitivo. Siempre igual. No había más. Trabajaba por
necesidad. Sin embargo aquella ocupación no le permitía ser ni demostrar todo
lo que podía dar. Obligado a seguir al capataz de la sección. Estaba seguro que
le pagaban menos de lo que valía, pero dadas las circunstancias y al no poder
demostrarlo tenía que aguantar el tipo. Soportar aquel tedio y a según que
compañeros, vacíos y deshonestos, irresponsables, gentes de cuidado y a tener
en cuenta por expandir falsedades imaginarias de aquellos que les rodeaban.
Cínicos intrépidos que por cierto, siempre han existido. Estoico soportaba. Más
que eso, resistía.
Con esos
principios, no desdecía de la labor que hacía, ya que si encima de tener que ir
a lo que llaman “trabajar”. Iba con desgana, con apatía o le fastidiara,
sería un serio problema para las dos partes. Para la empresa, que pagaba a fin
de mes sin obtener resultados. Y para él, que se iría vaciando a medida del
hastío congregado en sí, hasta notarse roto por su infelicidad.
Agradecía
al cielo tener un puesto de trabajo, incluso siempre con ese pero.
El turno,
el ruido y madrugar. Soportar a tanto imbécil que integran las secciones y laboratorios.
Con frecuencia se hacía duro tener que morderse los labios por no contestar a
tanto charlatán. Algunos de aquellos cofrades que le rodeaban en el recinto, no
tenían la misma forma de pensar, y diferían de sus propios principios. Como
norma se dedicaban a murmurar y reprocharlo todo.
Causando
daño al compañero que en aquellos momentos no estaba presente.
Para
después cuando regresaba el criticado, dorarle la píldora, agasajarlo
cínicamente, y si venía a cuento comérselo con gracejos y finuras. Siempre mintiendo.
Tratando de
sonsacarle detalles y filiaciones que después pudieran usarlos para volver a
cuchichear y reírse.
Gildo era
un tipo bastante observador y detallista. Minucioso y concurrente, con una retentiva
de esponja y con un procedimiento para salir de los dilemas bastante entrenado.
Procuraba
no entrar en revelaciones ni en disputas, y además llevaba mucho cuidado en
mezclar su vida privada con los acompañantes de la oficina.
Según sus tasaciones
y por experiencias vividas en anteriores ocupaciones, sabía, que dar confianzas
a los llamados camaradas, compañeros y colegas, traían una larga lista de escollos.
No hacía
más de cinco años que pertenecía a la sección de “Verificación de productos
acabados” y estaba ocupado como técnico de la firma Kinboylen,
dedicada a fabricar accesorios para el automóvil.
Compañía con
una plantilla superior a los trescientos productores, entre personal
administrativo, técnicos y obreros de los talleres. Sin contar a la cúpula de
mando que no sobrepasaba de los veinte fiadores para todas las dependencias de
la Compañía. De entre ellos sobresalía la mandamás.
La directora
gerencial. La licenciada que a su modo y sin contemplaciones democráticas
decidía como, cuando y por qué. Todo un genio. Una líder completa y por ello
criticada. Un personaje sumamente interesante, que se preocupaba por la vida y
milagros de la gente que estaba bajo su influjo de mando. Distinguiendo los
esfuerzos en el trabajo, de según quien. Sin poder descubrir todos los milagros
de sus productores ya que la información que en ocasiones le hacían llegar los
encargados no era precisa y sazonadas de manejos interesados.
Aquella
consejera era caprichosa, sagaz y muy juiciosa. No parecía ser una presumida y
engreída doctorada. Adrede hacía que de vez en cuando, se le escaparan detalles
y comentarios que debería haber callado por no molestar al plantel de
jefecillos enchufados que soportaba a desgana.
Pormenores
que al producirse, parecía molestara a tanto mediocre.
Con
disimulos lo aceptaban no de buen grado, aquellos subalternos que la rodeaban y
reían sus gracias a mandíbula batiente. Mientras permanecían a su alrededor
fingiendo como bellacos amaestrados.
Otro cantar
tenían, y entonces no le reían las gracias. Cuando se reunían aquella cúpula de
apoderados, y comentaban, siempre a sus espaldas por la última pifia de la
Mandamás. Denostando a la doctora, y tratándola con el menosprecio que usan los
que saben que están superados por el talento de una
mujer.
No la
admitían, y no les parecía demasiado bien según qué acciones llevaba a cabo Adelaida
Heckelbawn, la infamada, entre sus subordinados. Los jefes de los diferentes departamentos
responsables de sección, encargadillos de poco pelo y “cagamandurrias
enchufados”, la habían bautizado como la “Dama de las Luces”.
Apodada con desprecio, para aludir a la directora de la fábrica.
En un tono
despectivo y siempre cuando no los podía escuchar. Como lo hacen los miserables
y los cobardes. Por la espalda.
Frente a
ella y en su presencia todos se sentían desvividos e ilusionados. Todo lo que
manifestaba la Jefa, era de rechupete.
Aquella
gentuza de la cúpula superior de la firma Kinboylen, estaba parida con
otra pasta. Manteniendo una ambición desmedida entre sus virtudes. Sabían que
no podían defenestrar a la directora por motivos obvios, sin embargo no perdían
ocasión para complicarle su día de trabajo.
Adelaida
era una mujer con un nivel de erudición muy superior al mejor de los
componentes del gabinete de dirección y estaba amparada por sus logros en el
sector, por el porcentaje de fabricación en toda la amalgama de accesorios
puestos en el mercado. Garantías que valoraban los accionistas de aquella
sociedad anónima y no iban a permitir fuera trasladada a otra sede de la firma.
Heckelbawn, procuraba mantener el
secreto de sus días, ante semejante jauría de desquiciados y egoístas
compañeros de mando, y siempre actuaba con un disimulo propio de una espía
secreta. Ninguno de sus colegas sabía de su estado personal. No conocían su
dirección habitual, ni qué clase de amigos frecuentaba. Tampoco habían
descubierto donde ni de qué forma procedía. Nada.
Un buen día
apareció en las dependencias de la factoría acompañada por el responsable de
Recursos Humanos Europeo, que la presentó como la CEO. Chief Executive
Officer, siendo desde aquel instante la persona encargada de dirigir la
empresa. La máxima responsable a nivel operativo de todos los directivos de la
planta noble de la zona franca aragonesa.
Delegación
de Kinboylen, en el país. Credenciales suficientes como para ensombrecer al más
pintado.
Cinco
idiomas tres carreras acabadas, la industrial como ingeniera, la social como psicóloga,
y la humana como licenciada en medicina.
Cursadas,
la primera en Bolonia, donde hizo el master de ingeniería mecánica. Después la
psicológica en Londres. Haciendo la instrucción de master, en Cambridge. La última
la de cirugía en Harvard.
Idioma
Alemán por nacimiento, español por parte de madre, francés por los abuelos
maternos, italiano por haber residido en la infancia en un colegio de señoritas.
Inglés por vocación y larga estancia en la Queen Mary University of London.
Su ficha
personal no obraba en las instalaciones fabriles, por lo que sus compañeros
desconocían edad y estado civil. No estaba declarado su domicilio social, y
excluidos detalles de su religión. No la relacionaban con amigos ni aficiones. ¡NADA!
El nombre
completo por los correos postales que recibía era la única referencia de la
mandamás. Adelaida Heckelbawn Velilla.
Connotación
graciosa que idearon los colegas responsables de las diferentes áreas, tan solo
por hacer la burla y procurar daño. Llegando a componer un slogan jocoso que
trascendió por toda la fábrica. Alcanzando a sus oídos.
El aforismo
era sandunguero y casi sutil, y decía. Que siendo directora de un complejo de accesorios
de grandes luces intermitentes y faros tuviera como apellido Velilla.
Aquella
navidad fue muy diferente a las anteriores. Adelaida no quiso separar el coctel
de Fin de Año, entre jefes, obreros, y demás personal productor de la empresa.
Determinando que se celebraría en la nave más amplia del complejo. El hangar de
manufacturados, lugar extraordinariamente amplio donde entraban juntos los casi
cuatrocientos componentes de Kinboylen.
Más de la
mitad de la cúpula de mandos estaba en desacuerdo con la medida. No les gustaba
tener que compartir la despedida laboral del año junto a los peones, a los
mecánicos, porteros, gente de limpieza, embaladores, y el personal de las
cadenas de montaje. Patidifusos quedaron aquellos estirados jefes.
La mayoría
desquiciados, cuando observaron que la mandamás bajaba a las cadenas de
producción y congraciaba con las braceras para disponer entre todas de la
celebración y despedida del año.
Fue ya
entrado el mes de febrero, aquel último fin de semana cuando Gildo paseaba en
la noche por su barriada con su perrillo Albano. La noche cerrada y muy fría
invitaba a regresar a casa. De pronto al girar la esquina observó que desde el
coche aparcado en la acera de enfrente, estaban asaltando a una mujer. Ya
estaba más que violentada y forzada. Desnuda y gritando con desesperación. La
asediaban un par de delincuentes que se aprovechaban de su cuerpo.
Gildo
viendo que podía ser un quebranto de mucha gravedad, llamó desde su celular a
emergencias y a la policía, dando dirección del hecho, y los detalles que pudo,
además de lo que estaba sucediendo.
Una vez
enviando el S.O.S, y notando que la agresión no cejaba yendo a más, se acercó
jugándose la vida y gritando para mirar de disuadir a los malhechores. Estos, al
acercarse aquel desconocido con ganas de poner fin al asalto le propinaron
media docena de navajazos, que lo dejaron deshecho en el suelo. Albano con sus ladridos quiso mediar, pero la
primera patada lo dejó alejado de la tragedia, doliéndose del severísimo golpe
recibido.
En la
calzada Gildo, moribundo estaba bañado en su sangre. Se moría arropado por los aullidos
de Albano.
En el coche
maltrecha, malherida y desnuda, traslucía la imagen de horror. La joven despanzurrada,
que vapuleada y dañada había perdido hasta el sentido y sin cognición
permanecía desmayada tras haber huido aquellos agresores, al escuchar las
sirenas de emergencias.
Los asistentes pronto subieron a Gildo con urgencia con destino al quirófano, para ser atendido por los cirujanos del hospital más cercano. Directos a cirugía sin saber qué resultados tendría, en el Memorial Alliance Hospital, donde permanecía meciéndose entre la vida y la muerte.
A la señorita
la ingresaron sin perder tiempo en otro furgón de exigencias buscando las
mismas asistencias que el apuñalado, con la salvedad de la compañía de Albano
que los sanitarios creyeron que el chucho era propiedad de la mujer, y dejaron
que el perrito la acompañara en la misma ambulancia.
Los responsables
del Servicio de Asistencia atendieron a los dos heridos y pronto levantaron
acta.
Aquellos atracadores
habían desaparecido sin dejar apenas rastros. Delito abierto que ya era
atendido por los agentes de la policía judicial.
Al llegar
al hospital atendieron a la joven, en el Citizen Clinical Hospital, con ingreso
ambulatorio. Curaron sus heridas físicas y una vez hecha la denuncia la
enviaron a su casa a la espera de atestiguar en la comisaría. Regresó a su
domicilio dañada, muy rota, herida sin la gravedad física, que en un principio
se creía tener. Desconsolada.
Regresó con
albano, y con la mochila de las pertenencias del que la quiso socorrer. Su móvil,
las llaves de su casa y el bozal que pertenecía al fox terrier, que ahora se
acercaba muy mucho a la transgredida. Que respondía al nombre de Adelaida H.
Velilla.
Los
periódicos locales al día siguiente daban la noticia sin detalles amplios, ya
que la propia dirección del rotativo lo desconocía. Sin embargo Alicia pudo
saber lo que el gacetillero escribía. Indagó y rebuscó en las pertenencias de
su salvador y supo el nombre, la dirección y poco más. En el teléfono no tenía
suficiente información como para versarse sobre él. Tampoco relacionó el nombre
de H. Caldachino con personal de la empresa.
Con mucho
cuidado y con ayuda del maquillaje Adelaida, disimuló heridas y dolores y aquel
lunes se presentó como si no hubiera pasado nada a su trabajo.
Se enteró de
la repercusión de la noticia de su propio suceso, a la hora del desayuno,
cuando paseaba por las dependencias de los comedores, y una empleada de la
cadena de montaje de faros, informó a Alicia al verla pasear por aquellos
pasillos. Comentando lo que le había sucedido a Gildo. Empleado de la sección
de los verificadores. Dándole detalles del muchacho.
Sin suponer
la montadora de luces, que la agredida en aquella atrocidad, era la que estaba
escuchando.
Alicia
directa fue al despacho y demandó la ficha del operario Caldachino y todo lo
que fuese notorio sobre su persona. Coincidían los datos reflejados de Gildo,
con los que ella descubrió en su celular. Era sin duda el que la socorrió.
Sin dar
explicaciones Alicia salió hacia el hospital donde estaba ingresado su
empleado, en el Memorial Alliance Hospital, donde le informaron que estaba
ingresado aun en la UCI, con pronóstico reservado.
Desde allí
Alicia envió información a la empresa, diciendo que estaba en aquel recinto
hospitalario, para que supieran sobre su paradero.
No dio más
información. Era de la plantilla de la Kinboylen y debía estar allí. Sin más
explicaciones. Una vez resueltas las primeras atenciones y dejando su dirección
en el hospital, por si se diera el caso de más incidentes, volvió al trabajo
sin dar señales de pena, ni de valerosa.
Dos semanas
estuvo Gildo en el depósito crítico de redenciones vitales. Sin dar señales de
vida. Alicia todas las noches iba hasta altas horas de la madrugada esperando su
recuperación y decirle que Albano, estaba esperándolo.
Además de
darle las gracias por su valentía. Sabiendo donde vivía y sin tener familia
cercana, por la documentación obtenida en la mochila que le pasaron los del
servicio de urgencias.
Se personó discreta
con su enjundia alemana en el domicilio del herido. Sin explicar nada a nadie y
atendió y atendió aquel domicilio como si se tratase de su residencia.
Aquella
noche al llegar al Alliance Hospital, no lo encontró en las dependencias
reservadas. Creyendo que Gildo había muerto sin poder darle las gracias, y se
apenó. Hasta que la enfermera nocturna, aquella con la que había hecho migas
durante tantas noches. A la que le explicaba su vida, le informó que el
paciente no pudo superar las heridas mortales y su cuerpo ya estaba en la
morgue.
Emilio Moreno.
junio, 20 año 2025
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