Era una mujer extravagante muy rara y poco honrada. Soltera, cobarde y traicionera. Jamás decía una verdad. Estaba regañada con la exactitud. Así montó su vida desde el final de su pubertad, con errores demasiado graves y acciones inconfesables. Procedentes de una afección de nacimiento, que habían ocultado sus valedores, pero que a todas luces demostraba en cuanto opinaba, reía y razonaba. Además por una educación precaria recibida por parte de su madre. Otra pieza singular. Que a todos los hijos que parió, les dejó mácula indesmayable de por vida.
Aurora Clara, le tocaba razonar con ella misma. Ni tan
siquiera eso. No tenía arqueo para analizar lo mucho o lo poco vivido y
disfrutado.
Por tantos escenarios infamantes que sucedieron a
lo largo de su dilatada e indecente subsistencia. Le faltaba un hervor, sin
embargo sabía cuales eran los principios de moralidad a los que faltaba a
menudo. Sin importarle a quien hacía o no hacía daño. Era una mujer que a
simple vista daba pena, pero cuidado con las confianzas, que podían reportar
fuertes compromisos sin antídoto de alivio. Una pieza personal de cuidado con
declives de gatuna agresiva.
Ahora ya estaba en la fase de la vía alternativa, entrando en el carril de su vejez, sin darse cuenta de ello. Que con descaro olvidaba creyendo que la gente la miraba con celos, por un encanto y presencia, diluidos aun y usando cremas nutritivas con el contenido de ácidos hialuronicos.
La falta de nutrición, de aspecto y apariencia, por
cuidar el saldo del banco, la hacían avara. Sin darse caprichos si no los costeaba
el ajeno. Antojos alimenticios, o por divertimento, quedaban fuera de su norma.
Al pensar que eran caros para su economía. Imaginando la pobre infeliz, que
viviría más allá de los cien años de paso. Desterrando el pensamiento de
soledad, que le horrorizaba. Pudiéndose ver desvalida con semejante situación a
esa edad y sin el cobijo necesario. Sabiendo que nadie se encargaría de ella,
tal y como hizo Aurora Clara, con sus cercanos.
Todos esos espejismos la desmadejaban. Forjándola a
ser aún más tacaña, egoísta y hambrienta.
Denostada por amistades y familia, que sin remedio
al llegar celebraciones, no tenían más remedio que invitarla. Padeciendo por el
espectáculo que desempeñaba. Ansia en comer, en tragar para llenar su estómago
falto de la costumbre de un menú equilibrado y por los tantos bocados sabrosos
que atizaba a cuantos manjares hubiera. Descubría sin darse cuenta, su conducta
incívica. No hablaba, no sacaba conversación, ni departía con la confianza de
afecto para los suyos. Jamás le sucedían cosas, no compartía ocurrencias ni
permitía libertades. Tan solo escuchaba, asentía y devoraba como un vulgar
roedor si quedaba algún alimento en la mesa.
Sin precisar ni importarle que la miraran y cada
cual pensara para sus adentros, la mala educación exhibida y el apetito que la
desahuciaba.
Aquella velada con amigos la gozaba contundente.
Por el manjar dispuesto para el consumo que le permitía como siempre llenarse
el buche a tope.
Aurora como tradición, creaba acto silencioso de presencia. Sin pronunciar palabra, sin dar opinión. Ni tan siquiera reía con las barbaridades que decía Llorens que era uno de los amigos, que no saludaba desde la muerte de Cornelia. Madre de la famélica. Muriendo aquella mujer en circunstancias muy raras.
Llorens no tenía demasiado claro, los motivos que
dio Aurora sobre la muerte de Cornelia, y como siempre buscaba respuestas convincentes,
de todo lo que le había contado aquella desquiciada. Sabiendo que no todo era
como lo explicaba. La conocía de toda la vida, y recordaba lo embustera que
podía ser sin proponérselo. Había algo en el suceso que no casaba, con lo que
le habían informado al investigador en la Residencia de los Bérchules donde
estaba ingresada a la fuerza. Podrían ser perfectamente, detalles incorrectos y
raros, por lo que aún y a pesar de haber pasado los años, le quedaba pendiente en
el tintero al agente. Sería defecto profesional, ya que el tal Llorens era un
intelectual privado de la Comisaría de Los Ángeles.
Mientras en aquella reunión se reía, se charlaba y se rememoraban tiempos pasados, incluyendo temas de actualidad. Fondos sin trascendencia, incluso pasajes de la puesta a punto de su graduación, pasado de todos cuantos participaban del encuentro. Partes intrascendentes de ocurrencias pretéritas, y de barbaridades cometidas entre todos ellos, en el tiempo de estudios.
Aurora Clara, masticaba y disfrutaba teniendo su boca
colma de manjares, que engullía sin menoscabo. Cuando se le acercó Llorens con
intención de sonsacarle algo de información, a la probadora insaciable de
canapés.
— Te has casado Aurora. Vives con alguien. Tienes hijos.
—No. Estoy sola, desde que murió mamá. No estoy por
la labor de mantener a ningún capullo.
—No digas eso mujer. Que todos necesitamos de
alguien que nos escuche. Además sé de buena tinta que tu tenías un meneo de
faldas con tu jefe, al que llamabas el Obispo. ¡Cómo acabó aquel rollo! ¿Recuerdas?
que me lo contabas. Incluso me habías pedido algún consejo, caso de que su
mujer lo descubriera, para que tus espaldas estuvieran cubiertas.
—Oye Llorens, tú te inventas cosas o te has vuelto
tonto. Yo jamás te comenté nada de eso. Ni me tiraba a mi jefe, ni me enredé
con un Obispo. Quiso dejar claro la mujer, con una nueva mentira. Metiéndose
una aceituna rellena en la boca.
Negando que en su día, queriéndole dar celos a Llorens,
le contó los revolcones que se regalaban empleada y patrón.
Fue entonces cuando recordó el funcionario, lo que
le habían advertido sobre la protagonista farsante, que no recordó al inicio de
su charla con Aurora, y la de trabajo que le costó quitársela de encima, en
aquel tiempo que ella pretendía seducirlo.
—No…Perdona Aurora. No me invento nada. Eras tu la
que recababas información sobre los contratiempos del adulterio. Pero igual
estoy equivocado y te confundo con una representada, que asesinó a su madre
mientras dormía. Llevo tantas cosas en la cabeza, que a veces…dijo Llorens, haciéndose
el loco. Aurora desquiciada y fuera de si embistió con la desfachatez de
siempre.
—Tampoco pude decirte eso. Cuando vi a mi madre que
se atragantó, dejé que pasara tiempo a ver si volvía a tragar normalmente. Ya se
lo dije, ¡Traga que te ahogas! No me hizo caso. Peor para ella. Quizás fui
tarde a dar el aviso. Mala suerte. Se engollipó pero se murió entonces, porque
le llegó su hora. Imaginas lo que me costaba tenerla a pan y cuchillo en Los
Bérchules. Gastaba toda su pensión y encima yo tenía que poner algunos duros
más. Sabes que te digo. Respiró después del traguito de la copa de vino y
suspiró diciendo.
—Creo que ha descansado y me ha dejado descansar a
mí.
Llorens la dejó que siguiera agotando la bandeja de
jamón ibérico y se apartó de semejante princesa.
autor: Emilio Moreno.
junio de 2025
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