Sonia había
escrito a un concurso de televisión para encontrar pareja. Atiborrada de
esperar que el destino le propusiera hombre con el que compartir cama, risas y
amparo. ¡Estaba harta de esperar! No había tenido demasiadas oportunidades en
su juventud, y el muchacho por el que se desvivía y pirraba, era demasiado
timorato y poco decidido.
Mediatizado
por sus padres, los cuales le buscaban, lo que entonces se denominaba “<Un
buen partido>”. Hijo de un artesano forjador del pueblo, que
pertenecía a una estirpe de vanidosos integracionistas.
Tan solo
por ganarse mejor la vida que sus convecinos, hacían selección. Discriminando quien
eran amigos y los que jamás entrarían en su círculo. Por lo cual el niño tenía
prohibido acercarse a ella.
La joven,
prometía por belleza y encanto, viviendo otras aventuras con muchachos
forasteros que llegaban al pueblo, con los que perdió y encontró gozo.
La decisión
de participar en esos eventos públicos de “encuentros” se dio viendo que su
tiempo se esfumaba, que las carnes de sus antebrazos, se hacían blandas y
ñoñas, colgando pellejos. Sus ojos dejaban de ser preciosos, y sus pechos se aliviaban
y descargaban sobre su vientre.
Una mañana viéndolo todo perdido, se decidió a romper con su vergüenza y la mentira de estar conforme siendo una sumisa. Ansiosa de sexo, necesitada de querencias y rabiosa por haber dejado perder las pocas oportunidades que se le presentaron, por aquello de creer que vendrían “otras golondrinas mejores y provistas de riquezas”. ¡Mierda para todo eso! —<pensó y se decidió>.
Intuía que
más pronto que tarde, algún hombre llegaría a enamorarse de ella. Se harían
compañía y cruzarían juntos ese lapsus de vejez que a todos llega.
El tiempo
se le echaba encima, se había dedicado a perderlo en pijadas y en creer en los
milagros, cuando no existen. Ni han existido jamás.
Sin embargo por los síntomas accidentales de la salud de Sonia, comprendía que restaba poco para entrar en la vejez.
Mientras la
seleccionaban y escogían para participar en ese coñazo, en el que conocías gente
diferente, se instaló en el centro de la ciudad en uno de esos hoteles que
están acondicionados para estacionarse por una temporada.
La guapa y
cuarentona Sonia, venía de un poblado del noroeste, con un clima desagradable
la mayor parte del año. Cuando se instaló en el Hotel Comodoro, la vida le
pareció que era de color claro.
Así que
entre la diversión del lugar, los tantos restaurantes que tenía para escoger su
menú, la diversidad de opciones, y sobre todo, el que nadie mangoneara en sus
paseos, de idas y venidas, porque pasaba desapercibida. Ya que no la conocían.
Le pareció definitivamente atractivo.
Los teatros
abiertos incluyendo los días laborables, comercios de todo tipo, con variedad
de ropa y calzado, peluquerías, cafeterías y rincones para perderse. La imbuían
en las películas que veía en el casino de la zona donde nació.
Pensó de
pasada, y sin castigarse demasiado, que había perdido la mitad de su paso por
la tierra, y quizás no la mitad, el completo de llegar a la felicidad soñada.
Pretendiendo
que hasta que llegara esa ilusión, quería probar ese néctar invisible que
desconocía. Percibió un aire de nostalgia con olor de naftalina. El que le
mostraba su pretérita vivencia y seguramente, de haber salido antes de los
márgenes de su zona, hubiese podido encontrar su media manzana. Sin tener ahora
en su madurez, que armarse de valor. Sin poseerlo e intentar desterrar los
principios anacrónicos que atesoraba. Con sus mil y una vergüenza para llegar al
otro punto de su yo. De su mundo a intentar repararlo y con suerte encontrarlo.
Aquella
mujer no había pasado demasiadas vicisitudes en casa. Todos los días tuvieron
el plato de comida sobre la mesa. Sin extraordinarios pero, lo que se dice
<hambre>. No pasó. Era hija del delegado de Correos de aquel pueblo y su
madre fue siempre la hija ilegítima de un antiguo gobernador de la región, que
siempre la repudió. Su madre, pudo amancebarse con Dionisio que venido de otra
ciudad, y estando solo compartieron sus vidas.
La miraban
por encima del hombro, como infamándola por su condición de ser hija de madre
soltera. Siendo denostada a menudo. Asistiendo a la escuela hasta que cumplió
los catorce años, y sus padres la colocaron como operadora en la central de
teléfonos de la villa. Sin salir de su Villaldoliendo natal.
En su
infancia y en su pueblecito no es que hubiera mucha distracción. Más bien
ninguna, pero sí en el colegio contaban con suficientes niños como para tener
profesora y poder llenar completamente un aula.
Toda
aquella muchachada, crecieron y algunos, pudieron migrar a la ciudad y
establecerse para no volver jamás. Otros se quedaron profesando las tradiciones
conocidas, sin abandonar su área de confort. Con lo que había mayoría de
mujeres solteras desesperadas sin confesarlo y excesivos hombres desquiciados
que se embriagaban para paliar aquella sordina de soledad obligada.
De los
jóvenes de su quinta, no congenió con ninguno. No porque no le gustara alguno
de ellos. Si no porque era hija de una mamá soltera, que se había amancebado
con el encargado de la Caja Postal. Sin posesiones, sin terrenos de cultivo y
sin ganado que aportar a la dote.
Al morir Dionisio
el que siempre hizo de padre, la invitó a que migrara, dándole unos consejos desde
su lecho final. Aconsejándole buscara un hombre que la pudiera hacer feliz, y
que intentara montar su familia. Vendiera, alquilara o cediera las posesiones
de Villaldoliendo y dejara de lado la infancia. El agrio pasado, y si podía. Generase
un futuro con garantía, que le valiera para su dicha, sin dejarlo escapar. Que se
rodeara de buena gente. Amando a alguien, y haciéndole feliz, sin dudarlo. A pesar
de los consejos nefastos escuchados de los que la rodearan.
La señorita
López de la Loma, llevaba tres semanas empapándose de ciudad, de museos y
mercados. De cuánto se le presentaba y podía gestionar. La salud la acompañaba
y ya miraba la posibilidad de encontrar un pisito de dimensiones reducidas que
estuviera en el centro de la capital para poder instalarse. Ya que si sus deseos
iban hacia adelante y encontraba pareja en el show le parecería estupendo. En
caso contrario, lo entendería pero jamás volvería de donde procedía. Estaba tan
ilusionada, que cada jornada era para Sonia, un descubrir, un dar gracias a
Dios, por el abanico de detalles que se le presentaban y pudiera abordar. Aquel
día había comido en el Tío Lucas, un antro del barrio viejo. Se cuidaba en sus
menús y los saboreaba un tanto triste al tener que compartirlos con su soledad.
Después de tomar el café, Salió a la calle y en aquella inesperada y lúgubre esquina
pasó. En el tenderete de cacharros de segunda mano, se detuvo. Mirando unas
castañuelas muy antiguas que pendían del gancho de una percha. Desde el
interior del cuchitril tras del escaparate la estaban observando, sin que ella
lo notara. Al girarse tropezó con un espejo ancho y alto que le cubría toda su
figura y se detuvo para gustarse. Llevaba escarolado el cabello, y muy mal
peinado, sin importarle. Se vio tan guapa, que suspiró. El aire y la brisa lo
había trastocado, y entre mecerlo y retocarlo sobre la marcha el moño perdió la
compostura, cayéndole un mechón sobre la cara. Sus pestañas aun conservaban el
rímel que se puso en la mañana y su cara sonrojada por la tensión adquirida del
último café tomado brillaba solemne. Vestía una camisa no muy ajustada con los
tres ojales superiores desabotonados que dejaban entrever e imaginar sus senos.
Una falda por encima de las rodillas plisada y unos escarpines veraniegos de
tirantes planos que le permitían volar por aquel paseo.
La persona
que desde el interior la observaba, al notar que se interesaba por unos guantes
de lana salió a atenderla y le preguntó.
—Nena. Te
gustan esos guantes?
—La verdad,
es que sí. Los miraba porque tuve unos iguales que me tejió mi mamá. Y me ha
recordado aquellos días. Siguió argumentando, hasta que la interrumpieron.
—A ver si
son los mismos, vaticinó la enjuta dependienta.
—Mujer no
lo creo. Respondió Sonia, refutando.
—Estos son
de adulto y a mí me los trenzó cuando tan solo tenía diez añitos. Muchas
gracias por su atención, le dijo Sonia a la señora, despidiéndose muy educada.
Sonia se
giró con un soslayo en sus labios hacia la intersección de su derecha, cuando
aquella vendedora del chiribitil, la llamó y le dijo.
—No sé cómo
te llamas y quizás no viene a cuento, pero permíteme te pregunte. Vas a algún
lugar en especial.
—No señora,
paseaba. Pretendía disfrutar de las edificaciones del casco antiguo.
—Pues si es
así. Hazme caso, y en lugar de torcer a la derecha toma la dirección opuesta.
La contraria y camina por la cera zurda. Creo que te espera la suerte que andas
buscando. Sonia carcajeó abiertamente, mostrando su dentición y con mucho
agrado le devolvió respuesta.
—Bien. Sin
problema. Le complaceré, porque algo de eso que usted invoca necesito. Muchas
gracias señora, es usted muy amable.
Anduvo tal
y como le había indicado aquella abuela, y al llegar a la plaza tomó la acera
izquierda, amplia y diáfana, que daban sus esquinas e intersecciones a una gran
plaza.
Por ser la
hora inicial de la tarde, las callejas no estaban demasiado pobladas de
paseantes. Sin embargo, a lo lejos notó una figura que le sorprendió.
De entrada
le atrajeron aquellos andares, y la silueta no desconocida. Al cruzarse aquel
hombre que a su vez la miraba insistente, caminó diez metros y se detuvo en su
marcha. Girándose y quedando quieto, complaciéndose al mirar a Sonia.
Ella, notó
en su nuca una fuerza impulsora que a su vez la frenó deteniéndola en un
portal. Y no solo se giró para observar al caballero, si no que hasta le
sonrió.
Fue un
instante de miradas que tropezaban en silencio. Que después volverían a sus
mundos y a sus destinos. Sin embargo aquel hombre, se acercó a Sonia y le
preguntó.
—Perdona,
pero no he querido ser descortés, cuando te he mirado desde la distancia me ha
parecido que te conocía, y sigo pensándolo. Por ello me he volteado. ¿Nos
conocemos? Preguntó gentil.
—Pues
perdona, pero a mí me ha pasado algo parecido. No sé, creo que conocernos, no.
Por lo menos no lo sé de buena tinta, pero sí es cierto, que su cara la he
visto en algún sitio. ¿No serás artista?
—No, para
nada. No lo soy. Aunque deberá perdonar mi reacción humana. Dispense mi
injerencia, no he querido molestar. Que le vaya bien señorita.
—Dispensado queda caballero, que tenga buenas tardes.
Habían pasado dos meses desde que Sonia, había enviado la participación, al En busca de mi media ilusión. Aquella mujer, ya pensaba en otras ideas, y enredada estaba limpiando el apartamento que arrendó cerca de la plaza Nueva. Cuando un mensaje le llegó notificando que había sido seleccionada para el espacio y se presentara en dos días para la grabación del mismo. Opción que en un principio dudó en aceptar, pero al no haber hecho amistades en su nueva residencia, no lo dudó y pensó que no estaría de más personarse y participar.
Estaba
puntual en los estudios de Talismán, que es donde estaba citada para las
pruebas de grabación del concurso. La hicieron esperar en un salón y pronto la
colocaron en maquillaje y peluquería. Fue un momentazo, el recibimiento que le
hizo la presentadora de aquel buscador de ilusiones, que salía en pantalla, los
jueves en la tarde.
Le ofrecieron una copa, que ella declinó para tomar agua mineral a la espera de la persona que debía conocer en breves instantes. Y la acompañara cenando con las cámaras grabando en la próxima hora y media. Cuando la conductora del programa fue a la puerta de acceso a recibir al partenaire de Sonia y ella lo miró, quedó sobrecogida.
Se trataba
del desconocido, el que se cruzó aquella tarde en la avenida, cuando cambió el
rumbo, a petición de la vendedora de guantes, la que modificó su trayectoria.
Haciéndola pasear por la izquierda.
Recordando
su encuentro, sus palabras y sus gestos. Además de su suerte.
El
caballero también la reconoció, y su sonrisa delataba el agrado que de momento
se instalaba en el set de televisión.
La guía del
espacio los presentó, viendo que el filin que se daba era de los que no podía
comprenderse. —Sonia, —dijo la locutora—te presento a Silverio.
Se
saludaron con un beso en la mejilla y él le dijo al oído
—He tenido
suerte, vuelvo a verte y estoy encantado. Ella no pudo responder, dadas las
circunstancias.
Los
llevaron a su mesa quedando frente a frente, mientras esperaban la carta de la
cena, sin dejar de mirarse a los ojos.
—Te llamas
Sonia, he escuchado, Verdad.
—Así me
llaman. He quedado gratamente sorprendida con usted, ¡perdona! Contigo. Replicó
Sonia. Queriendo cerciorarse le preguntó.
— De dónde
eres. A que te dedicas, porqué has venido aquí, que buscas.
—Muchas
preguntas de golpe. No crees. Vivo en esta ciudad, pero nací en Villaldoliendo,
un lugar que ni sabrías situar en el mapa.
Sonia muy
lista y antes de descubrirse, quiso ver donde llegaba aquella coincidencia. Provocándole
para que hablara y poder sacar partido de sus palabras. Habiendo reconocido perfectamente
al hijo del herrero.
Con lo que
respondió diciendo para disimular.
—Fíjate.
Creo que te equivocas. Conozco esa villa, de mi infancia. Como te has venido a
vivir a la gran urbe, siendo aquel pueblito tan lindo.
—Uy tan lindo. Ya sabes lo
que dicen… Pueblo chiquito; infierno grande. No te imaginas los
problemas que tuve. Comenzando por el abismo de mi familia. La estirpe del
herrero, desconfiados y separatistas. Me independicé pronto por desavenencias. Se
detuvo en seco y le dijo a Sonia, pero eso es “harina de otro costal”.
Aquí venimos a conocer gente nueva, y tratar de gustar. Con lo que no voy a
marearte.
Sonia le
propuso continuara con esa revelación, que le era muy interesante para apreciar
la calidad del alma de la persona que relata. Sin duda lo reconoció. Que aquel
hombre era el Silverio de su infancia, que también descubría a Sonia.
—Me gustaba
una moza y ellos se opusieron, porque era hija de una soltera.
Tampoco sé,
si a ella le gustaba. Es algo que pronto sabré. Porque me está escuchando
ahora.
—He deambulado
por este lugar, tengo un empleo y voy tirando. Las relaciones que he tenido han
sido cortas. Es difícil tropezar con alguien que en principio te entienda, te
escuche y valore. Es muy espinoso.
Se frenó en
seco, viendo que aquel no era un espacio de confesiones, y quiso que Sonia,
hablara de lo que buscaba, de sus alegrías y de sus sueños. Hizo una pausa,
sabiendo que las cámaras lo estaban registrando todo, pero sin importarle continuó.
Aquella confesión le servía de declaración y ella lo disfrutaba.
—Te pareces
tanto a una persona que dejé atrás. Y además se llama como tú. El pasado día,
cuando tropezamos. Te reconocí. Me dio vergüenza presentarme, por si me rechazabas.
Luego viendo que no me dabas crédito supe que era una odisea alucinante. Se
detuvo y asintió.
—Ahora, no
digas nada. Sé que eres tú. Sigues tan guapa como entonces, y creo que el
destino te ha reservado para que tropieces dos veces conmigo.
He de describir
mi vida, para compartirla contigo. ¡Claro está… Sí tú me aceptas! Sonia sólo
respondió.
—Dios mío,
se han cumplido mis plegarias. ¡Gracias!
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