Aquella mujer no hablaba más que para mentir. Era una embustera compulsiva, que vivía en un entorno ficticio y enfermizo, sin discernir lo real de lo imaginado. Por ello para Níxie Serrines, sus mentiras eran realidades absolutas que las vivía en su mundo inestable.
Toda la familia observaba
aquella tendencia y mal que menos lo soportaba. Por supuesto estaba al
corriente de sus hipocresías, fingimientos y trolas.
Pocos se atrevían a
afrontar ese grave inconveniente que poseía y lo sobrellevaban como un mal
menor, y un vicio sicótico, que le venía de sus propias decepciones y
desengaños.
A sus espaldas la
censuraban, le criticaban los embustes y las falacias, catalogándola de lo que
era. Una patrañera cojonuda.
Lo normal y habitual en la
señorita Serrines, era el despiste, y el silencio cuando debía dar
explicaciones claras de las tantas pifias que la embargaban.
Sobrando ocasiones, a los
que la rodeaban para mofarse y reírse a mandíbula batiente por sus futesas.
Cuando no le habían de
parar los pies por encontrarse metidos en algún embrollo y tratar de deshacerse
de los mismos como podían.
A menudo los que la
trataban decían de la poca vergüenza que poseía, y hasta el punto de dolo que llegaba
a mostrar en sus tinglados.
Tenía tics de persona
poco estable y pasada de rosca, convencida al explicar sus invenciones, que la
gente la envidiaba, y que daba dentera a sus escuchantes. Por una suerte
especial, inexistente que creía poseer.
En no pocas ocasiones
aquellas falacias, enredos e imprecisiones daban paso a discusiones y malos
tragos.
Cuando montaba tinglados y
maldades de mucha enjundia con quien fuera, parecía disfrutar, con aquellos
detalles decadentes. No le importaban los protagonistas, ya podían ser amigos, hermanos,
o primos. A todos jodía. Causando broncas de mucho alcance. Consiguiendo tener
enfadados a la mitad de la familia entre sí y al conjunto de los amigos divididos.
Nada que decir de las relaciones,
que las había perdido sin más. Todas las amistades la abandonaban debido a su
lengua falaz. No podía guardar un secreto, y si cazaba alguno lo revelaba sin
criterio a los demás, agregando alguna mendacidad de su cosecha.
Era un ser, que todos los
que estaban a su alrededor dejaban de atenderla y valorarla, de preocuparse por
sus necesidades y despreciarla por sus reacciones.
Níxie
tampoco permitía que entraras en su mundo irreal de depravación y vicio, que
sin dudar lo poseía y practicaba a espaldas de sus allegados. Llevando una vida
secreta y anónima, que nadie llegaba a entender dada la edad en la que estaba
entrando, al ir deponiendo su juventud, por el paso del tiempo.
En conciencia a nadie le
importaba mínimamente la vida y los infundios de la infeliz Níxie. Aunque todos
le notaban esa falta, vicio o tendencia que alguno de los que la trataban más o
menos con frecuencia, consideraba como enfermedad.
Seguramente de haber sido
tratada por sicólogos o terapeutas, hubiesen descubierto que la tendencia
mitómana se debía a un defecto del nacimiento, o una falta cognitiva de su
cerebro.
En cualquier caso
confusión de la personalidad.
Una dolencia que
arrastraba desde niña. Herencia de sus genes, y que le afectaba principalmente
a ella, y alguno de sus hermanos.
Todos ellos habían
adquirido en mayor o menor medida, inseguridades y desconfianzas que por pasar
casi disimuladas, se confundían por trastornos leves. O lo que vulgarmente se
le denominan “manías”.
Siendo esas perturbaciones difíciles de detectar con facilidad.
En el viaje que preparó
aquellas vacaciones a Puerto Rico, le debieron pasar una ingente cantidad de
circunstancias, buenas y malas que las tuvo que disfrutar a su modo y sin que
nadie supiera con quien se fue, donde se alojó y a que dedicó los quince días
de asueto con que contaba.
Hechos que se conocieron a
posteriori. Gracias al hospital, donde ingresó y a la Guardia Civil que aun
está intentando resolver el caso.
Cuando informó a los
amigos y allegados, de la marcha a un país tan bonito, tan lejano y con un
paquete de vacaciones tan sumamente caro, alguno pensó en que mentía. Dejándola
diera más detalles y se explayara.
En ocasiones la gente
prestaba atención a lo que declaraba para notar en su relato, donde se escondía
el engaño.
Normalmente cuando
viajaba, siempre había alguien que la acercaba a la estación más próxima, o al
aeropuerto, y en esta ocasión comentó que había solicitado un taxi para ese
momento.
Que no necesitaba a
nadie, que se bastaba sola. Les dijo a todos los que preguntaron.
Otra ocasión para pensar
que algo escondía. Sabiendo lo avarienta y egoísta que era, lo encontraban
inaudito.
Demostrando otra vez su
falta de confianza en exponer los mínimos detalles de ese viaje previsto, y
comunicando de viva voz.
—Lo haré a mi manera. No
tengo porque dar más explicaciones.
Sin que absolutamente
nadie pidiera más detalles, informó sin ganas sobre los itinerarios y fechas. Sin
participar si la acompañaban amigos, o conocidos.
A pesar de ser preguntada
por Analía, una de sus cuñadas, por aquello de precisar alguna cosa en tierras
tan alejadas y tener un mínimo punto referencial por si cabía dar o recibir
noticias de calado.
—Si ocurriera alguna
urgencia, podemos ponernos en contacto contigo en algún sitio, ¿o avisar algún
conocido? Insistió la esposa de su hermano.
Volvió a mentir, Níxie diciendo.
—Voy sola. Argumentó repitiendo
otro refrán.
—Más vale sola que mal
acompañada.
Añadiendo sin más, con
aquella suficiencia que le proporcionaba la medicación que tomaba.
—No necesito a nadie para
visitar la capital de San José. Sabré valerme por mí misma y no preciso absolutamente
a nadie más.
La falsa invención tiene
las zarpas exiguas, o lo que es lo mismo. La mentira tiene las patas muy
cortas. Por lo que <Se pilla antes a un embustero que a un cojo>. Eso
dice el refrán y será por algo.
En la fecha predicha, desapareció del barrio y de su residencia, y tanto los amigos, como los vecinos, lo encontraron muy raro, que no se despidiera. Incluso alguno de los familiares cercanos, pensaron. Que ya estaba en las américas. Disfrutando de su copita de Caipiriña, de Martini y sus zumos de papaya.
Dejaron de recibir noticias de la desquiciante Níxie.
Ya dejaba de ser normal y comenzaba a ser insólito, pasados nueve días, no saber absolutamente nada de la española en tierras portorriqueñas.
Tampoco respondía las
llamadas que se le hacían a su móvil, con lo que uno de sus amigos, comenzó a inquietarse.
La familia no se acordaba
de ella, y creían que lo estaba pasando en grande con su mondongo, con los
jibaritos, con el clima, y con el baile de salsa precioso de aquellas tierras
maravillosas.
Con lo que no se alertó,
ni poco ni mucho.
La conocían muy bien, y
esas decisiones de no dar señales de vida, las usaba en ocasiones. Sobre todo
cuando salía con sus amigos, y alguno de ellos le daba bejuco de almíbar,
lisonjas en el moño y aplausos en las nalgas. Por ello y algún detalle más que
se guardaban y no revelaban. Nadie la echaba en falta.
Sin embargo la verdad de toda la osadía que no explicó, se descubrió porque a veces el destino se muestra tal cual tenemos sentenciado.
Una mañana aquella cuñada
que se interesó por ella, intentando saber un punto de referencia por si
ocurría alguna urgencia, recibió una llamada.
—Buenos días, Me llamo Ángela
Monterde, secretaria de personal del hospital Municipal de Níjar. Pregunto por una
tal Analía. ¿Es usted quizás? Es familia de la mujer Níxie Serrines, o la
conoce?
—Sí, claro. Es mi cuñada.
Está de vacaciones en San José de Puerto Rico. La pasante del hospital volvió a
preguntar para asegurar.
—A ver, si nos
entendemos. Es usted Analía, familia de Níxie Serrines Serapio, con residencia
en la provincia de Zamora. Hija de María Serapio y de Aniceto Serrines. Todos
ellos naturales de Salamanca.
—Preguntó la voz de Ángela
Monterde, desde el auricular del teléfono, por si no se trataba de la enferma
que residía en el hospital.
—¡Pues claro! …Es de la familia.
Es hermana de mi marido, Servando Serrines, y la hija de Aniceto y María.
Hizo un inciso Analía, y
respiró pensando que ya la había vuelto a joder aquella mitómana.
—Y dice usted que está en
Puerto Rico. Preguntó Ángela.
—Eso nos dijo antes de
marchar de veraneo, que se iba a la ciudad de San José. A la América Central, y
se quedaría en Puerto Rico. Acotó Analía.
La comunicante, Ángela
Monterde, aclarando y viendo que era a quien buscaba volvió a preguntar, para
certificar definitivamente.
—Níxie. Está en el pueblo
de San José, pero de la zona del cabo de Gata, en la Andalucía española. Y para
nada esto pertenece a Puerto Rico. Creo que hablamos de la misma mujer, pero
que sepa que está ingresada en el hospital de San Isidro en Níjar.
Analía, la cuñada pronto
cayó en las falacias que decía Níxie, y le vino un mal augurio repentino, respondiendo
con claridad y sabiendo de que iba el percal.
—Sí. Creo que sí. Ya entiendo
y perdone señora. Usted dirá. Le escucho con atención. Replicó la esposa de Servando,
pensando que se trataba de un nuevo y grosero disimulo de la falsaria Níxie.
Aquella mediadora, se
dispuso a relatar los hechos que conocía del estado de la accidentada en aquel
centro hospitalario.
—Menos mal que le hemos
podido localizar. Al buscar en su teléfono móvil y a la primera de cambio, y comenzando
por el inicio de la agenda. Nos refleja como primer contacto Analía, por ello
perdone, pero le hemos de dar una noticia urgente.
—Está bien de salud Níxie,
preguntó Analía.
—Sí, está recuperándose,
pero está fuera de peligro. Ingresó bastante mal, contusionada, y quizás
forzada. Aunque ella lo niega, como no queriéndole dar importancia al hecho. Es
más, no ha querido interponer denuncia en la policía. Es una persona muy rara y
poco sociable. Afirmó la enfermera, cediendo la palabra al contacto, que
insistió en la pregunta.
—Que ha ocurrido. Instó
la cuñada, con interés para saber por qué se debía aquella urgencia desde un
hospital andaluz, que nadie esperaba.
—Nos ha costado dar con algún
familiar de esta mujer. Anunció la enfermera y prosiguió informando, tras el
silencio aterrador desde la otra parte del auricular.
—La paciente, —dijo
Monterde—se negaba a que nos pusiéramos en contacto con la familia. Alegando
unas excusas que no vienen al caso. Sin embargo dicen bastante de su conducta,
poco legal y muy incomprensible. Aquella empleada hospitalaria recabó.
—Hicimos en su momento, además
del ingreso en las urgencias del centro, la información obligada a los agentes
de la Guardia Civil, dado el estado calamitoso que presentaba la paciente. Consiguiendo
mejoría, restablecerla del coma etílico que acarreaba. Hemos podido encontrar a
sus cercanos, con la ayuda de los agentes del orden. Se detuvo la señorita
Monterde y añadió más datos para el conocimiento familiar.
—Hemos elaborado un
informe para que lo lleven a su clínico de cabecera o mejor, al especialista
sicológico más próximo de su zona. Creemos que Níxie, padece de una enfermedad
mental acuciante y peligrosa.
—Pero a ella que es lo
que le ha ocurrido. Insistió Analía, y esperó respuesta.
—A ciencia cierta no lo
sabemos, —respondió la asistente Monterde, y sin dejar que le entrara la
siguiente duda, apostilló.
—La paciente señora
Serrines, cambia de excusa cada diez minutos. Alucinando al médico más pintado.
Lo que si podemos decir es que lleva diez días ingresada en este hospital y no
ha manifestado una sola verdad. Aquella empleada quiso agregar sin estar
obligada.
—La encontraron desnuda
unos pescadores, con contusiones y heridas de arma blanca, tirada en la playa,
con una infección etílica de grado sumo. Hizo un mínimo receso y prosiguió.
—La policía local, y
sobre todo el cuerpo de la Benemérita, en sus pesquisas, supieron que se
alojaba en la pensión La Trola Nijareña, y en su habitación, encontraron dos teléfonos.
Uno de ellos es del que
hemos sacado la información de su agenda.
El otro Smartphone, está
sujeto a una contraseña que de momento los agentes no han descubierto. Creo que
están intentando hallar la causa de la agresión, pero todo este affaire está
bajo el secreto policial.
Ellos, los gendarmes serán
los que pongan a ustedes al corriente.
Tengan la bondad de pasar
a hacerse cargo de sus pertenencias, y recogerla. Creemos que ha perdido los
papeles, y no sabe quién es. Aunque puede ser mentira.
Un silencio lúgubre se
estableció entre la empleada del hospital de Níjar y Analía, hasta que esta
volvió en sí, del trauma que le había causado aquella noticia, despidiéndose agradecida
de la señorita Monterde.
—Muchas gracias, tomo
nota y nos pondremos en el asunto, para solventar los detalles y personarnos en
ese centro de salud.
Autor: Emilio Moreno,
fecha 13 de septiembre 2025.
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