Aquella
vivienda molona, había quedado maqueada, después de las profundas reformas que
le hicieron aquellos abuelitos, en su tiempo. Lola y Chus. Fueron transformándola a medida que iban
acopiando recursos de lo sobrante de sus mensualidades.
Ya estaban
a punto de disfrutarla al cien por ciento. Se habían jubilado hacía tan solo
tres meses y esperaban por parte del Ayuntamiento, los permisos de residencia
para ocupar aquel esfuerzo trasformado en vivienda, que ya iban a inaugurar,
ocupándola como residencia habitual.
La pareja se
había conocido hacía más de veinte años. En uno de los viajes que hacían con el
Imserso, siendo además casi vecinos del barrio. Por ser Chus el tendero de la
tienda de ultramarinos donde Lola compraba a diario.
En aquel
tiempo, ambos separados en trámite de divorcio, y los niños habidos eran de
Lola, todos ellos jovencitos.
Chus había
estado en pareja con una americana no hacía demasiado. No cuajando la cosa y
sin el menor de los compromisos, dejó de asistirla por motivos que se buscó
ella misma.
Libres como
el aire, Lola y Chus, se entendieron en principio y se unieron en pareja. Esperando
ver cómo les iba, hasta que el tiempo el cariño y la razón les puso en marcha.
Se enamoraron
y se unieron.
No sin el
compromiso de la crianza por parte de Lola de sus dos niñas, que llegaron a
querer a Chus, como si hubiese sido su padre fisiológico.
Vivían sus
vidas de la forma más agradable que les permitía su naturaleza.
Lo que
significaba que estaban jóvenes y podían soportar aquellos altibajos que el
destino propina.
Entre los
dos compraron aquella casa en el pueblo de sus sueños. A pesar de rechazos y
contratiempos naturales, que sufrieron por parte de la familia.
En
principio por unirse en la compra y escriturarla a nombre de los dos y después
por aquello de y si…
—<<Y
si os separáis. Se preguntaban en secreto los amigos>>.
—<<Qué pasará con la casa, quien se la quedará. Aducían los más egoístas>>.
—<<Alguien
exigirá, para acaparar y disfrutar de la misma… Invocaban los envidiosos.
—<<Seguro que tendréis peleas. Decían la familia y amigos de Lola y los sobrinos de Chus, que jamás habían visto bien que el soltero del tío, se uniera con Lola>>.
Como
siempre opinaban todos. De forma gratuita, los conocidos, y no digamos los
allegados, que siempre están para un apuro.
Aquello era
una odisea. Una especie de chiste.
Alguno de los
opinantes gratuitos, ya pensaba en el futuro. Haciendo sus quinielas y
apuestas. En quien estaría en mejor posición, quien sería el más beneficiado.
Todas las cábalas imaginadas.
Excepto,
pensar en la felicidad de aquellos tortolitos, que parecía disfrutaban, viendo cómo
familia, conocidos, amigos trataban de solucionarles la vida mientras la
tuvieran y después la muerte cuando llegara.
Comentado por
todos, la decisión de ir a vivir al pueblo, estaba en boca de sus conocidos,
como si hubiesen de pedir permiso para disfrutar la disposición que tomaron. Tan
solo por el placer de hurgar en los sentimientos ajenos. Sin que además viniera
a cuento.
—<<Mira
que tú; Lola. Tienes hijos de otro matrimonio>>. Opinaban los íntimos.
—<<Lo
habéis considerado. Porque será un lío en el momento que faltéis>>. Juzgaban
los enterados.
—<<Y
más si no está escriturado en el testamento. No me veas>>. Atribuían los poco
informados muy escandalizados.
—<<Las
cosas han de estar muy claras… Aún y así, siempre hay líos>>. Discutían
los hermanos y sobrinos de Chus a espaldas de cuantos beneficiarios hubiera>>.
Consejos vendo, que para mí no tengo. Que la gente suele dar sin más, aunque
no a menester ni los pidas.
Aquella
compra fue una oportunidad que se les dio años atrás. Que se presentó sin más, después
de un paseo por la parte más antigua de la villa, donde había nacido Lola
Zarasmendi. Una mujer que vivió prácticamente su vida entera en la ciudad. Alejada
de la villa que la vio nacer.
Trabajando
como enfermera en el Hospital de Infecciosos, y que el destino, la casualidad,
la frecuencia en visitar aquella tiendecita del distrito, la fue a llevar a los
brazos de Chus Iturbe. Tendero del establecimiento de coloniales de su vecindad.
El que en
su momento la ayudó, fiándole las compras hasta que la buena mujer podía abonarlas.
Tanto fue la complicidad entre ellos, que acabaron siendo pareja.
Criando aquellas
dos niñas de Lola, que llamaban a Chus, papá, y que él las quería como propias.
A los dos veteranos,
le llegó la edad del “Si no fuera por esto.” y “si no fuera por lo demás”. Ambos disfrutaron con
mesura lo que la vida y las circunstancias le deparaban. Lolita y Cecilia, las
hijas de Lola y de Chus hicieron sus vidas y visitaban a sus viejos cuando se
acordaban.
Ellos, la
pareja que habían reformado la casita, fueron felices y se lo trasmitieron a
sus nenas. Disfrutaron la vida juntos mucho mejor que pudieron hacerlo en sus
matrimonios iniciales.
Lola se
había divorciado después de una vida de penas y apuros dinerarios. De malos
tratos y de desprecios. Hasta que llegó la democracia, que envió a su agresor
donde no pudiera molestarla.
Chus fue
objeto de un engaño matrimonial. Había sido un soltero empedernido hasta los
cuarenta años, y se fue a casar en primeras nupcias con una señorita cubana,
muy atractiva, muy bailadora, muy de cubatas, de traguitos y de caricias. Tanto
mimo daba, que se olvidó de dárselas a quien era su esposo.
Hasta que
éste tropezó una noche, sin esperarlo, con una situación de adulterio. La
esposa ya tenía los documentos de residencia y no le dolió dejar al minorista
en su tiendecita. Desapareció y punto.
Pasaron los
años y nadie esperaba que el llamado cambio climático fuera tan irreversible,
que se llevara además de viviendas, calles enteras y jardines completos. Las vidas
de cuantos esperaban tener una vejez feliz en compañía de Lolita y Cecilia.
Un veintinueve
de octubre de un año infeliz, llegó a la zona una tormenta grandiosa, tan
grande era que por no saber como llamarla la denominaron DANA.
La que
sesgó de cuajo las vidas de tantas y tantas personas, llenas de ilusión y de
futuro. De entre las que se encontraban Lola y Chus, que fueron arrastrados por
la fuerza de las aguas turbulentas, arrasando la casa, que no pudieron
estrenar.
fin de julio 2025
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