Le pareció una mujer preciosa, en cuanto notó
que se aproximaba. Al acercarse, percibió el perfume que derramaba, desbordando
el equilibrio a cualquier mortal. Que apreciara el buen gusto de las señoras.
Quiso mantener la compostura, a la vez que
observaba sus ojos y ella, sin parpadeo, le sonrió antes de preguntar.
—Perdona. Voy bien por esta calle para llegar
a ésta ¿dirección?... Aquel hombre tomó el trozo de recorte que llevaba y leyó,
quedándose atónito, porque el tacto, no era el de un pedazo de papel normal. No
reconoció de que material estaba hecho, porque no le dio tiempo examinarlo. Ya
que después de tantearlo, se fundió la misiva como gelatina en sus manos, sin
dejar mácula.
Aunque aquella referencia la reconoció muy
bien. Puesto que se trataba de la dirección de su propio domicilio. Expresando
de inmediato su inquietud y su extrañeza, para interrogar a la preciosa
damisela.
—No sé si sabrá, que esa indicación que he
leído en el desaparecido mensaje afranelado antes de deshacerse en mis manos, corresponde
con las señas dónde tengo mi residencia.
—Lo sé muy bien y por ello como te conozco de
toda la vida, he preparado toda esta historia, buscando atraerte al suceso, sin
que te lleves demasiado disgusto. Con este perfume que me he puesto, que embriaga,
para dejarte medio absorto. Encantado, sin sentido y me obedezcas. De ese modo
tu nueva inserción en el paraíso sea agradable. Por ello mi cuidada presencia y
las formas para abordarte sin levantar escándalo, preceden a la no alteración
de tu momento. Por tanto he aprovechado abordarte en el camino hacia donde te
diriges.
—Perdone usted, dice que ¿Me conoce de toda
la vida? ¡Permítame que lo dude! Donde se ha escondido que jamás la vi cerca de
mí. Ni tan siquiera olfateé su fragancia por mi barrio. Siguió descarado
exigiendo una explicación.
—¿Cómo se llama usted y de donde aparece, señora
mía?, y de donde brota semejante descaro. No me haga perder el tiempo, y sea
breve en decirme el motivo y la causa de semejante atropello.
—Cómo me llamo. Preguntas sin más, y veo que
tu intuición está floja. ¡Ay como te lo digo!, que me entiendas. Como te lo diría,
fácil y de forma sencilla! Mira tú puedes llamarme, como quieras, pero
para aclarar un poco. Soy tu <<Sudden Deach>>.
Es un poco duro decírtelo en tu idioma, por
ello antes de traducirlo, tengo estas opciones que resultan ser más
suaves.
Ahora, como toda causa o principio la
bautizan en la lengua anglosajona. Expresarlo así parece más liviano, pero
realmente en español es; perdona que sea tan brusca. Soy tu "Muerte
Súbita, tu Muerte".
El que no te hayas fijado en mí, no quiere
decir que no te persiguiera.
Toda la vida te he acompañado, pero ni tan siquiera
te llegó la hora de conocernos. Has estado a punto de recibirme en algún
momento peliagudo, pero en todos esos instantes, donde podías haberte quedado
en el sitio, te librabas por los pelos en el último instante. Por ello, ¡Sé qué
de verdad! Me has considerado en algún santiamén sin precisar en mí. Sin hacer
demasiado caso. Porque creemos que la hora está lejos, que no nos llega. Y
menos con estos perfumes y estas pintas que me pongo para que nadie sospeche.
La vemos lejos. Eso creen.
Me ven lejos, pero siempre estoy al acecho. Y
a pesar de los pesares nos va a llegar. Ya puedes comprobarlo, que todo
alcanza.
Los del departamento de <<exterminio
inmediato>>, marcan tu hora en poco menos de lo que resta el
día. No me pidas retrasos, que es imposible. Lo siento.
El sobrecogido pensó en voz alta y le dijo.
—Al verte, jamás hubiese considerado que gestionabas
mi final. Tan puesta, y con el perfume que me gastas de gatuna grisácea. ¡Vamos
que más te pareces a la suerte! Pero la primera “S” es la que mata. Si en vez
de muerte, fueras suerte, que gusto tía.
Me has engañado porque yo acostumbrado a
imaginarte con la guadaña, jamás supuse semejante dibujo. Vieja, sucia y
encorvada. Estaba muy equivocado. Te presentas guapa y rubia, sexy y perfumada,
¡Engañando por completo al mejor adivino!
—Puedo despedirme, por lo menos eso. Asentó
con voz rota. Será un momento. Solicitó el escogido.
— ¡No! es imposible. De otro modo te
hubiésemos enviado un calvario largo y hemos creído que para ti es la mejor
forma de extirparte de este mundo. En estado de ""ipso
facto""
—Anda recoge el paquete postal, que has
venido a buscar, que es el certificado de tu partida.
No has de preguntar nada a nadie. Entra en la
oficina, disimula y toma asiento y quedarás en trance, quedando todo
concluido. Fácil. El resto corre por nuestra cuenta.
Autor: Emilio Moreno.
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