La conoció en un baile
del ensanche, posiblemente el Imperator o la Paloma, iba desesperado se había
quedado viudo hacía ya algún tiempo y necesitaba desbravarse como se amansa a una
gaseosa, cuando se le desenrosca el tapón, después de un buen meneo. Tampoco es
que fuese viejo, pero sí, maduro. Nada feo y engreído creyéndose era un
“guaperas” de la pradera, el que las “des …nucaba” de placer a todas,
simplemente con una miradita. Un chico de los llamados “Bombón” de esos que les
sobresalen los bíceps y casi rompen las mangas de la camisa al apretar el culo.
Aunque su aspecto no
fuese el de un tipo de medidas estándar, en lo referente a brazos y piernas, si
sobresalía el tamaño de su cabeza, algo grande y perfectamente incapaz para
atacar a las situaciones normales de su familia. No podía estar tampoco gastado
por el trabajo, ya que jamás en su vida derrochó extras en ese cumplimiento de
obligado desempeño. Más bien; se
reflejaban en su cara, los rastros de una existencia impropia, gastada por el
hábito de la bebida y las barbaridades.
Toda su juventud, o
casi toda, para ser justos: le había
dedicado muchas horas y dinero a machacarse el cuerpo en el gimnasio. A pesar
de que en su casa faltase leche o consejos para sus tres hijos. El miedo a
hacerse viejo y caduco, le podía más, que le llegaran a catalogar de: mal padre
o; de marido incompetente.
Aquella muchacha,
venida del altiplano allende los mares, tenía además de su juventud unos pechos
exuberantes que sumados al garbo de su figura simpática y su posible seducción
en las distancias cortas, la hacía lucir con una sexual forma de expresión.
Una guisa silenciosa
de emitir las palabras, la apoderaba, tanto es así que lo normal, era no
escuchar vocablo alguno, procedente de ella misma. Una excepcional joven,
diminuta, grácil y educada al extremo de cuasi pedir por favor el derecho a
respirar.
Roxana trabajaba en
una empresa dedicada a las limpiezas y mantenimiento doméstico. Desde el lunes
hasta el domingo a medio día, aprovechando las noches de los sábados y las
tardes de los domingos para ir a ligar y a bailar a Mogambo, Imperator o a
otras arenas semejantes. Donde coincidieron en más de una orgía de alcohol y
tabaco, intercambiándose miradas, y sonrisas lascivas llenas de impúdicos signos
carnales, hasta que por fin las manos, no eran suficiente herramienta de
disfrute y pasaron a mayores. Ambrosi, se acercó a ella para hablarle y pedirle
rollo y ella accedió a pesar de todos los pesares.
A penas tardaron tres semanas
en disfrutar de una relación permanecida entre ellos, habiendo dejado de lado
todo vestigio, huella o reguero de antaño. Nada les podía impedir disfrutar de
ese amor tan completo y duradero. Él anunciaba que Roxana, era la “sílfide de
su sueño”, ella proponía que era su coloradito, viejito y juguetón.
Ambrosi, intercaló distancia entre sus hijos, marchándose
a vivir con Roxana de la noche a la mañana y aunque sus hijos estaban
creciditos, no todos estaban en la mayoría de edad, y ninguno de ellos tenía
trabajo estable, ni se ganaban la vida de motu propio. Roxana, también renunció al trato con una
amiga que compartía piso con ella, dejándola en la estacada a pagar el completo
del alquiler y de los gastos comunes que habían pactado asumirían entre ambas.
La amiga, que la había ayudado a situarse
en aquella metrópoli, que incluso había preparado los trámites para que
su jefa, pudiese colocar a Roxana en sitio seguro, con nómina corta pero
constante. Quedó sola, sin el mínimo problema, ya que entre ellos, tienen un
código de conducta especial, que administran a su antojo.
En el extrarradio de
la gran ciudad, encontraron un pisito, para derrochar su amor a traguitos
cortos pero insaciables. Habían decidido quedarse con aquel apartamento, ya que
no tuvieron forma humana de sacar a sus hijos de la casa materna, que a pesar
de no haber transcurrido demasiado tiempo de la muerte de su madre, la nueva
pareja, quería entrar a saco y si lo hubiesen conseguido; echar a los niños de
su casa y costumbres, sin contemplaciones. Las artimañas no les sirvieron de
mucho y hubieron de conformarse con pagar un nuevo alquiler y comenzar aquella
vivencia tan apasionada.
Fuera de toda duda,
finiquitaban aquellos felices días, los del subidón. Las jornadas interminables
y pertinentes de estar ambos desnudos frente a frente, haciendo aquel amor tan
apasionado, puro y apetecible sin prisas, saboreando aquella piel caramelizada
de Roxana, que tan solo Ambrosi había imaginado y visto en las películas de la
cartelera del cine Price. A la vez que Roxana, placía con la presencia corporal
y marchitada de su compañero, que no dejaba de ser un amante insensato, dando
su nota musical y de arrojo para dejar plácida a su amante concernida. Solos,
apasionados y gastando Ambrosi las reservas que tenía, para darle camelo a
Roxana y demostrar que aún no estaba caduco, que aquellos brazos tan fortísimos
y aquellas piernas tan potentes, aguantaban tanto como el miembro de apoyo.
La vida continua, y el
trabajo no te viene a buscar a la vera del tálamo, por lo que llegaron los
gastos, los imprevistos, las necesidades más básicas, y todo aquel sueño de
Hadas, fue quedando en el alero, las necesidades farmacéuticas de Ambrosi,
superaron el límite de las fronteras y tuvo que inyectarse algo para poder
seguir sudando, en sus noches de tarzán, y que a “Chita” no le faltara el
plátano y pudiera quedarse dormida asida a alguna extremidad humana y nunca al
palo de la cama. Claro que los repechones no podían ser muy pronunciados, perseverando
los actos mientras, que dura se aguantaba. Ambrosi, tenía cincuenta y ocho años
y Roxana no superaba los cuarenta.
Un buen día, les
llevaron la noticia a sus hijos, que se casaban y que ella tenía una ilusión de
hacerlo de blanco, por la iglesia y en su tierra. Quería estrenar su vestido de
novia, largo, blanco y con muchos metros de cola.
No es lo mismo, estar
dentro de los papeles, empotrada dentro de la ley, inscrita en el registro de
sucesiones, por si al machote le ocurriera algo, poder estar en el reparto del
pastel; que no aparecer en ninguno de los créditos bancarios, de las propiedades
y posesiones de Ambrosi.
Ni contar con el agrado
de los familiares de su forzudo amante. Fatal para las expectativas de futuro
de Roxana, ya que no había forma humana que el nervudo y hercúleo de Ambrosi,
dejara en cinta a su compañera, a pesar de hacer posturas sublimes, caídas
desde los artificios más altos y soñados del placer de la procreación y de las
idas y venidas a ver al Señor Godofredo el farmacéutico a recoger sus pócimas
de resistencia sexual.
La boda, se celebró a
todo trapo, Ambrosi no es que fuera un Milloneti pero algo de dinero le había
despistado a los hijos y también está aquella máxima que tienen algunas
personas que cuando no tienen, aunque sea una barbaridad, solo por conseguirlo
son capaces de endeudarse, y eso es lo que hicieron la parejita feliz, ir al
banco a solicitar un crédito para poder desposarse, como los príncipes de
Chochorrico. Tiraron de préstamo a largo plazo.
Acabaron los bailes de
fin de semana, la salsa solo la ven en la cocina cuando hacen algún sofrito de
papas y de maíz. Las salidas a los restaurantes, se quedaron muy reducidas,
porque el despilfarro se ha de acabar en estas fechas dadas las necesidades y
la gran crisis. El pisito del amor, tuvieron que dejarlo para ir a un lugar
menos agraciado, en un pueblecito bastante alejado del devenir de la ciudad,
gracias al amparo de unos familiares que les ofrecieron esa posibilidad de
mendigar desde lejos y que a ellos no les molestasen.
Roxana, se ha quedado
con una luz apagada, aquel canalillo que tenía en el pecho, que separaba ambas
estribaciones de la masa corporal, en un pasaje feliz e imaginario, se ha
vuelto en dos tetas vulgares, caídas y abandonadas,
aquella melena que lucía al viento, dando poder a la imaginación de orgasmo
precocinado, se ha trasnochado en un pelo raído, atado a la nuca en un cola o
en un moño, ponzoñoso y mugriento, por falta de atención e higiene.
Ambrosi, desconectó
con la gimnasia y los brazos de aquel mocetón han quedado en un simulacro de
apariencia, ya no se ajustan tanto las blusas al cuerpo, porque ahora se le ha
caído el pectoral y se ha transformado en barriga cervecera. La risa estridente
del amigo, se ha confundido con la quejumbre del desencanto y de la mala
suerte.
Aquellos hijos que
quedaron abandonados a su suerte, poco han ganado y si lo han hecho, ha sido
por dejar de tener contacto con su padre, que siempre los miró con desdén y
desprecio.
Aquel apaño de
supervivencia, que plantearon no ha servido para nada. Él; Ambrosi, un viudo
que necesitaba le lavaran los calzoncillos, le apañaran el cocido y lo
calentaran en la cama. Ella una mujer indefensa recién llegada, desorientada
con ganas de quedarse y hacerse de un hueco en esta falsa sociedad. Un fracaso
de ambos, una infelicidad manifiesta y otro drama de puertas para adentro.