miércoles, 28 de junio de 2017

Acarrean el cadáver del Broncas







Desde el momento en que ganó aquella partida de naipes, en el aquel Casino, donde tanto representaba Don Saturio, comprendió que todo aquel contrito comenzaba a tocar fondo. El desatino del último tiempo le acarreaba serios problemas personales, que iniciaban rompiendo a su propia familia y por supuesto a otras, que diezmadas por la sinrazón acabaron en tragedia. Segismundo muerto, a manos de Saturio por un desliz, un juego necio que lleva a según que hombres a perder, desde la cabeza a la vida. Yacía en el suelo.

Angustiosa despedida de Segismundo a manos del boticario, dejándolo más muerto de una estocada, que a un becerro el puñal de un matarife en el pasillo del matadero.
Fuera de acción y reacción, por enfrentarse Segismundo, cuando estaba fuera de sí; con un experto espadachín.
Solo quedaba una salida honrosa para aquel hombre, una vez que lo tenia todo perdido. La muerte.

Su opositor, le dio muerte y lo dejó en aquel lugar, el propio despacho de la gerencia del Casino, sin aliento, sin recursos y sin vida.
Don Saturio desde aquel instante, fue el dueño y señor de toda posesión que hubiera pertenecido al fallecido señor Lacalle, más conocido por el “Broncas”, don Segismundo.

Gran valedor de Castilla en las Antillas y adelantado de Logroño en Santiago de Cuba. Valiente hacendado y hacedor de logros para la Corona del Reino. Finalizó su insatisfecha vida, del modo más trasnochado que supo.
Perdiendo, por tener aquel orgullo infectado de inconsciencia toda su riqueza, todas sus posesiones. Entre otras fortunas a la propia Dolores Zurita, esposa del finado, que pasó a engrosar de todo derecho a la lista de protegidos del insigne "matasanos".

Fondos y enseres, animales de carga y de corral, criados y empleados, poderes bancarios, patrimonio y personas que estuvieren al cargo del occiso.
Por lo que tomó la decisión de dar fe de todo aquello, incluyendo aquella muerte de forma oficial. Para mitigar las consecuencias, derivadas de aquel enfrentamiento con armas, que estaba obligado a denunciar.

Don Saturio mandó a llamar a los miembros de la gendarmería, encabezados por el sargento del destacamento Don Práxedes Hidalgo Recio, para que se personaran en su despacho y hacer el atestado de muerte por reto y desafío.
Un personaje nada parecido a los comprometidos caballeros del cuerpo. Un garbanzo oscuro dentro de la gran familia de uniformados defensores de leyes y normas. Un gerifalte de cuento de terror, mujeriego, jugador y vicioso bebedor de brebajes especiales, facineroso abusador de quien le venía a cuento, hampón redomado y maleante experto en chantajes.

Al juez instructor, Don Rigoberto Allepuz que adeudaba a Don Saturio Ruwi, la nada despreciable cantidad de efectivo, que ascendía y sumaba los cien mil reales, que era gran parte de la deuda contraída por juego, alcohol, estupefacientes y mujeres. Caballero, soltero nacido en Orense y destinado en la zona por la carrera de la jurisprudencia.
Al capellán de la parroquia el beato Martín Morcillo Galán, natural de Calatayud y que prestaba servicios sacerdotales en aquella zona. Hombre justo y recto, contrario a las barbaridades habidas en el perímetro y confesor de todos ellos.
No podía faltar el enterrador de Arnedillo Don Melquiades Larrazábal de Monroy, empresario de las pompas fúnebres y de los descansos terrenales a largo plazo. Creyente de todo lo misterioso y portador de todas las noticias dadas en aquella comunidad.

Hijo de madre soltera, denostado por ese albur y el brujo oficial del Balneario. El adivinador de los deseos de los que viven en el terreno de los callados, el portador de avisos de ultratumba, el mensajero entre los infiernos la orbe y la gloria.
Mucho antes el boticario, había dado aviso a dos de sus empleadas, las más allegadas, aquellas que siempre estaban para zurcir un roto, mangonear un disgusto y hacerle una barragana, que lo adecentaran al pobre del señor de lacalle, que le lavaran aquellos feos cortes y le cambiaran de camisa limpia y corbata, para que a la hora del levantamiento de su propio cadáver, por parte de las autoridades religiosas, sociales y jurídicas pudiera presentar un aspecto de menos muerto, de menos asesinado.

Xarme no quiso saber nada y quitó a sus dos hermanas Xon y Marina del medio de aquel fregado, para evitar padecieran por una aberración de su padre.
Aquellas dos sirvientas y la esposa del difunto, muy acostumbradas a codearse con situaciones como aquella e incluso peores, lo dejaron al bueno del “Broncas” como si se hubiera bronceado para recibir su primera comunión en la ermita del embarcadero. El caladero de los barquichuelos del río Cidacos en su caminar por Arnedillo cuando resuelto y con aguas claras busca desembocar en el Ebro, muy cerca de Calahorra.

Los destacados de Arnedillo se presentaron a la voz de llamada de Don Saturio, creyendo que sería una nueva diversión del farmacéutico, un nuevo negocio del practicante, una nueva vía de diversión y de asueto para sus orondos corpachones. Los reunió en el despacho, donde sobre una peana, estaba yerto el cuerpo del apurado Segismundo. Vigilado por dos palmatorias con dos velas gruesas, que manaban la cera muy lentamente en su desmayo hacia el recogedor de la base.


Señores les he hecho venir de forma apremiante, por que mi conciencia de buen ciudadano no me permite dejar a este pobre hombre sin atención cristiana. Además de formalizar con el señor comandante del puesto, todas las declaraciones que convengan y, tome debida nota de la afrenta provocada hacia mi persona, del que ahora preside esta sala, como fallecido. Encontrando, al amenazarme de muerte en mi propia casa, su final. Abuso por su parte al hacerlo sin respeto y sin contemplación. Olvidando las sagradas leyes del juego y de las apuestas, por negarse a cumplir en buena lid, aquello que se había apostado y perdido en presencia de cuantos caballeros envidamos en aquella desgraciada partida.








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