miércoles, 28 de enero de 2015

Sin sexo y sin saxo




Estaban hasta los tuétanos de sus hijos. Los chicos se habían emancipado cuando la abundancia era notoria y ahora que todo está revirado, intentan volver a casa, fracasados y hambrientos. Aduciendo en voz alta, que lo mejor es la familia unida, usando el famoso slogan de: La unión hace la fuerza.


Si se puede vivir sin dar golpe mejor, a fin de cuentas_ decía uno de los hijos_: Yo no he pedido venir a este mundo. Nací porque ellos me engendraron y aquí estoy.

Todo eran problemas en aquella familia, quejas inexistentes, apremio por asuntos ajenos, malas caras, desvergüenzas, aprietes de índole personal, contestaciones fuera de lugar, malos modos y cantidad de situaciones enojosas que a los vejetes les perjudicaban.

Hacía meses que se hallaban ingresados_ el matrimonio de ancianos _, en una residencia geriátrica, después de haberlos abandonado el hijo mayor, en un viaje cuando iban de vacaciones hace dos veranos.

Los dos pobres abuelos, se encontraron solos y abandonados en una gasolinera, de la carretera general que va a Rota. Tras trece horas de espera bajo el sol, sin dinero, sin agua y sin teléfono, dieron parte a las autoridades y les llevaron a la Casa de Beneficencia local.

Olvidados como si fuesen animales domésticos, que una vez te cansas de ellos y aprovechando que no llevan chip, los dejas en cualquier esquina.
La cuestión era lastimarles de la forma que mejor tuvieran a mano. Usando la misericordia mal practicada con ellos, para sacar tajada. Tanteándolos de forma indecente, intentando averiguar el monto de sus pensiones para aprovecharse de su dinero, en un intento de sacarlos de la Residencia donde paraban, para quedarse con sus pensiones y seguir viviendo de los padres.


Decían que su Diosito, les había abandonado, y que no tenían suerte en nada de lo que tocaban. ¡Pobres hijos! ¿Verdad?


Del trabajo despedido, el hijo mayor, que siempre fue un tunante y un jugador detestable. En esta ocasión lo habían expulsado por la falta de puntualidad y los despistes en el cometido de su labor, muchos errores adrede, para fastidiar al patrón, largas visitas al retrete, con la excusa de no tener el estómago en condiciones y muchos absentismo por bajas laborales por enfermedades ficticias.


El mediano, se fugó con una corista a Benalmádena creyendo que era una artista de cabaret refinado y a los pocos días, comprendió que se había metido en un barrizal, que salir indemne le costaría como mínimo, disgustos legales.
Descubrió que la tal Florita, vendía churros en la plaza del pueblo de Churriana, un tenderete montado en un triciclo de su padre, que mercaba desde hacía bastantes años por la zona del Ándalus y que eran conocidos por todo el mundo, sin precisamente sobresalir las virtudes más estrechas.



El hijo menor, un antiguo vigilante de seguridad, un chuleta de postal, practicante de boxeo callejero, cinturón marrón para los pantalones grises, con esos peinados tan en boga de cortarse o afeitarse toda la cabeza, menos el centro de la misma, quedando una calle de cabellos tiesos, muy de punta.

Lo despacharon del trabajo con cajas destempladas por los responsables de la empresa, a la puñetera calle, por indecencia profesional. Hurtos a los mismos clientes que les hacia la vigilancia. Además de comerse las viandas y requisar por las noches las neveras de los que regentaban un despacho o un local de negocio en aquellas galerías del Paseo de la Independencia.




Con estos mensajes y realidades en unos folios, escritos a doble espacio, por el conserje de la Residencia Las Dunas, se presentó el abuelo en un programa piloto de la televisión Autonómica, en un nuevo espacio que buscaban distintos ingenios del cine, productores, figurinistas, maquilladores, directores y guionistas.

Consiguiendo premiaran su libreto y formalizaran proyecto para rodar una película de impacto con artistas consagrados del momento y dirigida por el director tinerfeño,  Martínez Celemín.






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